jueves, 25 de junio de 2015

PÁRAMO Y PROVINCIA

Desde el páramo vista de Paredes de Nava, la villa de las cuatro torres.
 
Esta  línea de planteamiento rechaza por completo la tesis dualista muy vulgarizada (7) de una España  industriosa y burguesa en el este (Cataluña) y una España guerrera y feudal  en el centro (Castilla). Lo guerrero tiene sus límites en la defensa del territorio nacional y su recuperación, que Castilla toma más en serio y como problema nacional, de rehacer una España europea y cristiana, que Cataluña;  ésta, más bien, se desvía hacia el negocio mercantil mediterráneo que era de inmediato más lucrativo. Mientras, lo industrioso inicia su auge como proyecto en Castilla bajo el proteccionismo de Alfonso X, en la medida en que se soluciona territorialmente el problema nacional que distraía abundantes recursos del Estado (Sánchez Albornoz, 2, 113).

Como  consecuencia o comprobación, Castilla es el primer proyecto de estado nacional moderno, no sólo en el tiempo, sino desdichadamente en sufrir las contradicciones económicas y sucumbir a ellas. Estas contradicciones operan entre el capital mercantil (muy desarrollado en Cataluña, por su parte) y el capital productivo o mercantilista. Ambos coinciden en aspirar al centralismo político, pero divergen en la manera en que imponen los diversos objetivos  económicos  de  uno y otro. El capital mercantil europeo (alemán e italiano) se dirige a Castilla para ofrecer sus servicios de financiamiento en la empresa americana; proceso violento y aventurero. En cambio, las ciudades comuneras de Castilla representan al capital mercantilista que enfatiza el proyecto nacional castellano, diseñado plenamente por los Reyes Católicos, de un modo  más largo y lento a través del trabajo productivo y  la creación de un mercado interno. A fines del siglo XV, Castilla era la nacionalidad más pujante de Europa en población, en potencialidad cultural y  productiva, en territorio y geopolítica, además de un fuerte nacionalismo alcanzado en la culminación con éxito de la lucha y cruzada secular, como europeos y cristianos contra las hordas musulmanas. Gracias a la convergencia peninsular con este proyecto, los pueblos ibéricos lograron protagonismo y peso en la Historia Universal (Sánchez Albornoz, 2, 675 y ss; Castro, 53).

Desde  los  amplios horizontes del páramo castellano no se puede retomar el modelo colonial de las ciudades marítimas fenicias, como Cartagena, Barcelona, Valencia, sino el modelo provincial de las ciudades romanas de tierra adentro, de penetración social y  económica, de asimilación cultural. Es más difícil probar la vocación salvacionista (mística) del español en América, que según Darcy Ribeiro (1973, 104-105) contiene un rasgo cultural árabe  (Cf. el concepto de aculturación antagonista: se aceptan en préstamo los medios, no los fines); y más fácil comprobar la organización institucional (política) de carácter ibérico con influencias romanas. Es más coherente la proyección de una tradición local  y europea que una foránea y asiática, no asimilada esencialmente a pesar de las tesis no comprobadas de A. Castro.

El modelo romano resulta a la larga más creativo; en él se retoman elementos locales y éstos se hacen universales. Los españoles en América reproducen reelaborándolo el modelo  provincial romano: tanto en la metrópoli nacional como base del estado, ya en las tierras ultramarinas, o expansión de la dominación, la organización social se estructura políticamente en provincias. La provincia romana frente a la colonia fenicia se expresa como una  dominación territorial directa políticamente, basada en la configuración de una red de ciudades con jerarquía interactiva, donde se  reproducen los procesos institucionales metropolitanos de la organización social, política y económica. En el caso de España estos procesos son: el virreinato, la gobernación, el obispado, la universidad, el ejército, la urbanización con su plaza mayor, el concejo  municipal, la catedral y palacios de  las  instituciones políticas y de justicia. Por  consiguiente, el ‘cuadro’ administrativo de tipo de estado se recrea en todos los dominios del imperio, y va creciendo en volumen y complejidad de acuerdo al establecimiento de la sociedad provincial. A ello se une el enramado legal y de pertenencia que explicita Levene (1951).

Una colonia es sólo una factoría para la explotación económica de un hinterland o de un territorio-adentro: la obtención de minerales y de mano de obra para venderlos en el mercado mundial. En cuanto a lo institucional, la organización colonial no expresa el desarrollo de la burocracia metropolitana; se reduce a un grupo económico mercantil y a una suficiente burocracia militar para la defensa del asentamiento, portuario generalmente, y del proceso económico. El modelo colonial no exige la ocupación organizativamente del dominio territorial, aunque reclamará el monopolio soberano y el dominio legal sobre él para garantizar la explotación económica. Culturalmente, no se propone la recreación de lo social institucional in situ de acuerdo a las pautas de asimilación metropolitana. La dominación se basa más en los procesos económicos que sociales y políticos.

El proceso provincial conlleva altos costos económicos, que serán  asumidos por el aparato político; la dominación legal se garantiza directamente por los procesos políticos y  sociales a través del cuadro  administrativo que por ello tiene un gran desarrollo. La continuidad del cuadro burocrático (oficio), y no personal, sanciona permanentemente las lealtades al poder, pues éstas pasan por las lealtades al cargo en que se funda de un modo inmediato. El costo económico se solucionará mediante los  sistemas  fiscal  y tributario, que se atrincherarán en el monopolio comercial. Pero el fiscalismo y el exceso impositivo  ahogarán respectivamente el desarrollo comercial y lo que la afluencia de oro y plata había dejado en pie del aparato productivo en Castilla (Cf. Sánchez Albornoz, 2, 299 ss).

En el modelo colonial, al requerir un mínimo de ocupación territorial, los costos  económicos son menores, así como la economía se halla más libre para asumir el negocio económico de un modo más autonómico respecto de la política. De esta forma, la organización imperial española fue más compacta que la  francesa, por ejemplo, y mucho más seria que ésta al tomar en cuenta lo social (8).

Esta diversidad  de modelos, de provincia y de colonia, permite no sólo diferenciar la actuación de España respecto del resto de Europa, incluso Portugal, sino también comprender el desarrollo de América Latina bajo el imperio español y de lo que aquella realidad gravita en el ser nacional latinoamericano hasta  hoy. Véliz trata de asimilar sin cuidado los dos procesos, el  castellano  y el portugués, y no sin razón; pero él mismo  les  otorga sus diferencias en términos del peso nacional que tiene la  sociedad castellana, interior y paramera esencialmente, así como también Véliz se extraña sin explicarse por qué la fundación de la Universidad en Brasil es tan tardía (Véliz, 109). El traslado de la corte portuguesa a Brasil (¿abandonando la  metrópoli  a Napoleón?) significó la fundación de la sociedad brasileña, frente a lo que era una sociedad parcial, colonial; la corte lleva consigo todas  las  instituciones que  completarán  esencialmente  el cuadro administrativo. Ello significó, en la coyuntura capitalista burguesa, la  creación política de Brasil, previa a la independencia nacional (Véase Véliz, 116-117), cuando la creación política  del resto del mundo latino-americano era un hecho desde  que comienza a fundarse la red de ciudades y sus municipalidades en  el  siglo XVI. Es decir, en la América castellana, la fundación de la sociedad ocurre desde los primeros días de la ocupación territorial, que coincide con la constitución de las redes de ciudades y  de  su  jerarquía urbana, se crean metrópolis regionales, etc., pero entendida la ciudad como el lugar de la expresión social y política aunada en el cabildo o concejo municipal.

Esta  argumentación sirve aún más para observar las diferencias con los imperios inglés, francés y holandés; éste último el imperio colonial socialmente más exclusivista. El mismo Véliz apunta que la burocracia de la América española no tenía porqué formarse intelectualmente en Salamanca, Alcalá o Sevilla, ya  que ella disponía en América de todos los recursos institucionales (Véliz, 76 ss). Desde el primer momento, organizativa e intelectualmente América puede pensarse desde América misma, y también, desde América puede ser pensada España misma y el mundo;  tales son los casos más representativos como el inca Garcilaso, Bello, Miranda, Bolívar, Simón Rodríguez, que representan la floración provincial en América... (Véase Mijares,  32, 52  ss, 1710, 139 ss, 219 ss). El proceso sociopolítico español había creado patrias en cualquier rincón del Imperio, y ello desde el principio, vinculado por supuesto a conflictos personalistas y contradicciones estructurales, como hemos señalado arriba. Las guerras de independencia nacional culminan la  serie de rebeliones rituales contra el centro del poder monárquico y su orden cada vez más abusivo. El cambio cualitativo de la Formación Social Capitalista (revoluciones industrial y política) quiebra la lógica de la rebelión ritual para desencadenar la rebelión mítica e histórica irreversiblemente, es decir, para repetir siempre lo mismo pero no de la misma manera, como  argumenta  Dods  la  diferencia entre el ritual y  la  historia  (Cf. Devereux, 1975).

No ocurría lo mismo en Portugal, ni ocurrió en Inglaterra y Francia; su política consistía en rebautizar a la disminuida inteligencia colonial mediante el estudio necesariamente realizado tardíamente en Lisboa, Londres o París (Véliz, 109). Resultaba una burocracia enajenada y enajenante de su país natal. El mecanismo era simple por su carácter de extrañamiento colonial. En cambio, la dimensión provincial intensificó el carácter de la dominación legal, debido al proceso impersonal de la administración burocrática, pero también creó las permanentes situaciones límites en que se encontraban las burocracias americanas  (casi como las peninsulares en ciertos momentos) de  transgredir las normas reales (los medios) manteniendo las lealtades formales (los  fines): se acata pero no se cumple. La experiencia americana sobre todo coloca a la  sociedad  española constantemente al borde de la rebelión, desde los alzados contra Colón  en  la Santa María, hasta las  asambleas  municipales  que coyunturalmente  se declaran en rebeldía contra el rey intruso o contra el rey legítimo que abdica se torna veleidoso y extranjeramente absolutista. En el centro del poder es  donde  se rompe la legalidad, originando la rebelión (ritual-legal). Bolívar expone este argumento con suma claridad en la Carta de Jamaica (Cf. Mijares, 56-57).

En suma, la organización provincial del imperio español deja entrever una diferenciación específica de la  tradición centralista de América Latina con mayor consistencia que el resto de Occidente, al mismo tiempo que la distingue de éste la aportación de elementos propios que se reelaboran para su profundidad y trascendencia histórica en las repúblicas latinoamericanas.

NOTAS

(7) Rodolfo Puiggrós en su libro ‘La España que conquistó el Nuevo Mundo’ se hace eco de esta tesis liberal y la aplica a fondo sobre la heterogeneidad y dualismo del desarrollo español: la  Castilla feudal y Cataluña burguesa. Según esta tesis, el descubrimiento y la invención Americana no tiene una explicación teórica e histórica congruente;  se hacen a partir de la formación  social más atrasada  en Europa occidental. La historia caminaría al revés o hacia atrás, precisamente en el hecho de la inauguración de la historia como moderna y universal. Esto es teóricamente contradictorio, y no fue "de facto". Es necesario investigar mejor este hecho crucial de la historia.

(8)  Véase  Depons, ‘Viaje a la parte oriental de Tierra Firme’, citado en Mijares, 53-55.

BIBLIOGRAFIA

CASTRO, A. (1983): España en su Historia, Cristianos, moros y judíos,
ed. Crítica, Barcelona.
DEVEREUX, G. (1975): Etnopsicoanálisis Complementarista, Amorrortu,
 Buenos Aires.
LEVENE, R. (1951): Las Indias no eran  colonias, Espasa-Calpe, 
Madrid.
MIJARES, A. (s/f): La interpretación pesimista de la Sociología
Hispanoamericana, Revista Bohemia, Caracas.
RIBEIRO, D. (1973): El  Proceso  Civilizatorio, La Biblioteca  de la 
Universidad  Central de Venezuela, Caracas.
SANCHEZ  ALBORNOZ, C. (1981): España, un enigma histórico,
Ed. Hispano Americana  S.A. (EDHASA), Barcelona 1981,
Dos Tomos.
VELIZ, C. (1984): La  tradición  centralista  de América Latina,
Ariel, Barcelona.
----------------------
Tomado de Samuel Hurtado Salazar: “Tradición centralista y rebelión popular” del libro Tierra Nuestra que están en el cielo, Consejo de Desarrollo Científico y humanístico, Universidad Central de Venezuela, 1999.

No hay comentarios:

Publicar un comentario