viernes, 15 de marzo de 2019

A PAÍS REVUELTO GANANCIA DE MANGANTES

Cerro y barrio en Caracas y balancín de extracción petrolera




Una mujer dibuja descripciones (el resplandor está en la muerte;
como el acero en largos filos, el resplandor está en la
muerte):
la tierra hirviendo (aquel clamor sin ruido), y la sustancia encarcelada
hirviendo. Una extracción de hombres hacia lugares fosfores-
centes, hacia los lavaderos comunales, bajo el milano del
amanecer,
y, macerados en sus dientes, sacrificados en sus cálices, días bajo
aguas infectadas.
La realidad se ahuyenta en los labios tan sólo expertos en formas
invisibles.
Cesa el fermento de la infancia; cesa el horror y su oquedad es
grande.
Tierra desposeída de sus tumbas, madres encarceladas en el
vértigo.
Es lo que queda de mi patria.

Antonio GAMONEDA: “Descripción de la mentira”.
Edad, Madrid: Cátedra, 1987: 271-272.


-¿Con este revoltijo de cosas en que vivimos en Venezuela se ha desintegrado el país patrio?

-¿Acaso nos desplazaron más allá de la muerte, del no retorno?

Palpamos violencia permanente de largos filos, la violencia generalizada a que apuntamos sin cesar en estas crónicas, esa violencia calma sonando sin ruido, casi sin comunicación, pero que congela los huesos. Porque no hierve como una guerra civil (Cf. Juan Liscano, 2015):

Malandrines con armas nos asaltan, la inseguridad atisba por doquier, no sólo en las esquinas de la ciudad, y en expectativa de su ejecución inesperada. Se abren los tiempos desorbitándolos con el adelanto decretado de la fiesta de carnavales. Se ahuyenta a los hombres mudándolos de sus tierras hacia patrias que no procuraron, y su patria queda atrás, en duelo, porque ya no dispone donde reposar nuestros despojos…

Se marca un país expoliado, y, con inconsciencia, expropiado, de sus arraigos. Tierra en sancocho del amanecer por otros amos, donde las tumbas se ausentan saqueadas y despojadas de la memoria que guardan para lo eterno.

En ese barranco de abismo no queda(rá) ni un mausoleo para hacer recuerdo en el reposo. Todo se revuelve como al voleo de la historia, y se fragmenta paranoicamente con la imposibilidad de reatar ‘historias de vida’ de familias con que nos va quedando la patria.

En la injusticia, nació este país revuelto; y así permanece este maremágnum de patria: el desorden originario matrisocial cunde como un radical-libre cultural por todos los sitios y rendijas, rindiendo males a unos y beneficios a otros. Como en similares contextos se oye el clamor del poeta y focaliza lo disperso en epigrama cerrado.

CLAMOR
¿Maremágnum? Muchos en masa.
No hay disparate
que no se pueda proferir.
                No hay nunca droga
que no se proclame elixir.
¡Maremágnum! ¿Pocos? En masa.

EPIGRAMA
Es preferible la injusticia
---dicen los listos--- al desorden.
Y la brisa les acaricia.
¿Orden injusto no es desorden?[1]

Queda siempre alguna raíz intransferible, que inevitablemente insumisa, permite que al ver se mire, al oír se escuche, al pensar se reflexione (Cf. García Bacca, XIII).

Se mira, se escucha, se reflexiona, cuando en tertulia de amigos se monitorea lo revuelto que está el país:

-Uno va en su carro avejentado, y mira a los carros nuevos, a las camionetas flamantes, que circulan en Caracas. Uno se asombra: parece que hay más ricos derrochando holgura (los cada vez menos) y más pobres deshojando miseria (los cada vez más).

-Tenemos dinero  inflado en número pero muy limitado a la necesidad por la política bancaria del gobierno.  Si al fin lo logras con cierta suficiencia, no por eso puedes comprar más, pues cada vez que aumentan el salario en agonía (el salario mínimo, para todos igual) puedes comprar menos. Los precios siguen la pauta de referencia internacional, y tu dinero vale para poco (o nada) en la economía nacional. Productos inalcanzables es lo que diseña la política socialista para la patria que pregonan sus labios: ya no es el diseño de la pobreza sino el diseño de la miseria.

-Vienen los vivos que adquieren las cajas CLAP[2], y las revenden al doble y aún al triple o al infinito. Se crea el sector de los bachaqueros[3], que no se sabe dónde comienza pero sí dónde termina. Manipuladores y truhanes del arriba político y abusadores del abajo social. Entre esos polos, está el maremágnum, la masa de los compradores de la vitualla y la medicina, desorientados sin saber adónde acudir para buscar lo que haya y  si, para lo que haya, tienen el poder de comparar.

-Se llaman revolucionarios con patria, pero no son más que expoliadores de la patria. A su favor nos han destruido el trabajo, arrebatado el sueldo, fragmentado y revuelto el tiempo de vida, despojadas las relaciones sociales de la convivencia con que parientes, amigos y vecinos, todos reducidos a la nada social, a nadie, a ninguno, comulgarían con  los obsequios de la visita (café, torta, empanadas, y hasta de la arepa…).

-El país se volvió un río revuelto para ganancia de pescadores, de los que pueden políticamente pescar a boca de caño, como caimanes de viejo cuño[4].  Hay mangantes que con una sobre-ventaja se aprovechan de remar a costa del país como entidad  anónima, según una lógica de tierra de nadie. La justicia socialistoide de proclamas ideológicas (ahuyentadas a los labios) de que todos somos iguales, resulta que unos son más iguales a costa de los otros que terminan en el fatal revoltijo como desnivelados de la igualdad. ¡La justicia de los mangantes!

-Total que estamos entre dos operaciones que lo revuelven todo en el país: la criptomanía y la superinflación, operaciones que propulsan un estado de desorden.

¿Cómo se puede amortiguar el desamparo de los expoliados e identificar a los mangantes, gananciosos al seguir el juego de su economía política?

-¿Mangantes, dices?
No se usa mucho esa palabra en nuestro país, pero es una manera de identificar a los nuevos amos del país, visibles e invisibles, pero que operan como agentes patrimonialistas, de carácter caciquil y personalista.

-¡Mangantes!
Revisamos el diccionario de Castilla, el de la Real Academia de la Lengua, y dice que es un vocablo perteneciente a la jerga o modo de hablar de ladrones y rufianes, y también se refiere al modo familiar del sablista, es decir, dar sablazos (con el sable, pues), que consiste en sacar dinero a alguien. En Venezuela decimos bajar de la mula a alguien. El significado se va focalizando hacia la persona que se distingue por su cara dura y desvergüenza para pedir o mendigar.

En nuestro caso, se retoma el significado consistente y se recicla en la cultura venezolana: ya uno no sabe si el mangante hace el papel de tío conejo o de tío tigre, o se ha hecho un revoltijo de la acción que hasta el grande de tío tigre obra como el pequeño de tío conejo, o el país mismo se torna en un mísero tigre asaltado por las tretas del ricachón a que va llegando tío conejo.

¡Época de titanes, radicales! Donde se vale todo como en la selva, donde priva el arma de la barbarie como oficio del llevarse lo encontrado con motivo de que es de todos (o de nadie). Así cuanto más revuelto esté el país, como política de limitaciones y escaseces para la masa, más ilimitada es la razón, el motivo y la operación misma que es aprovechada por los diestros o maña de los más vivos, de los mangantes, de los tíos conejos en abundante minoría.

¿Acaso nos merecíamos llegar a este país revuelto?

Es una pregunta capciosa vía la disculpa, y todavía a llevarnos a representar el papel de la víctima inocente. Todo aparece como excusa matrisocial para no aprender: se esquiva el pensar  con la reflexión a partir de desconocer o ningunear el escarmiento.

Es difícil decir aún si vamos aprendiendo como individuos y como sociedad. Lo veremos al mirar el producto del trabajo de la raíz intransferible, insumisa a toda esclavitud voluntaria (La Boetie, 2015) y también involuntaria e inconsciente, esclavitud propulsada por los otros (los mangantes) y también de nosotros al convertirnos en esclavos de nosotros mismos, expuestos por la cultura matrisocial que portamos a ser potenciales, y aún pequeños mangantes (abusadores de la vida diaria).

Se trata de aquella raíz empañada en crecer para viendo mirar, oyendo escuchar y pensando reflexionar, sobre la propia realidad del país;  pues como venezolanos matrisociales pretendemos tapar bajo la alfombra todo lo que nos de qué pensar porque eso es trabajo y a nosotros nos gusta cosechar  donde no hemos sembrado (conuqueros), además ello nos trae sufrimiento, y a nosotros lo que nos gusta es vivir placenteramente.

Pero sin trabajo y sudor (sufrimiento) no es posible tener país; éste quedaría en patria desasistida y expuesta al saqueo o sablazo de cualquier mangante. Es necesario arreglar la patria, lo revuelto del país, deponiendo armas contra la ley, considerada como el enemigo mortal en la vida del país, y, de un modo positivo, darse una ley para cumplirla, principalmente la inscrita en los acuerdos de sociedad, lo que se llama constitución, donde debe expresarse la penalización de los transgresores de la ley (Marina, 57 y 96). Es el mejor antídoto contra los mangantes, al operar con una justicia instituida.

Hay que recordar que la cultura matrisocial que portamos nos impulsa a hacer lo que nos da la gana, como desorden originario; y esta es una actitud que procura en nosotros la tendencia a ser abusadores y mangantes, tendencia que se hace realidad de un modo permanente y abundante en el país, porque va unida a la resulta de “aprovecharse” del otro y de lo otro a como de lugar, y para colmo el proceso es aplaudido por la cultura mayoritaria del país, aplauso con envidia. Este doble código muestra que los venezolanos somos permisivos, pero no tolerantes, con la transgresión de la ley, y por lo tanto, huimos de penalizar a nadie, asentamos el perdón como prolongación de nuestra complicidad[5]. Nuestra cultura matrisocial nos hace permisivos y cómplices con el mangante: un obstáculo fuerte para el incumplimiento  de la ley, de la norma.   

-¿Se está aprendiendo a superar esta manganilla en pro del país?

Pese al rechazo de esta pregunta directa por el individuo voluntarioso, nos queda preguntarnos si aún el escarmiento ayuda a eliminar las tretas o vivezas con que se desarrolla la vida venezolana.

Para empezar tenemos que saber en qué país vivimos y continuar aprendiendo cómo torcer el cuello a este país para conducirlo a ser y tener una sociedad seria, para poder pasar del país revuelto a un país ganancioso, no de mangantes, donde al fin sabremos vivir todos juntos.

Referencias
BOETIE, Étienne de La (2015) {1548]. Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Caracas: Dahbar.
GARCÍA B., Juan David (2004). Ensayos y estudios (II). Caracas: Fundación para la Cultura Urbana.
GUILLÉN, Jorge (1979): Aire nuestro y otros poemas. Barcelona: Barral editores.
LISCANO, Juan (2015). “Estamos al borde del caos, eso es peor que una guerra civil”. El Nacional, Constructores de la democracia, 3 de agosto, en 72 aniversario/3.
MARINA, José Antonio (2011). Las culturas fracasadas. Barcelona: Ed. Anagrama.



[1] Jorge Guillén: “Clamor” y “Epigramas”. En Aire Nuestro. Barcelona: Barral editores, 1979, 350 y 376.
[2] Comités Locales de Abastecimiento y Producción.
[3] Vocablo procedente de Colombia: se refiere a los traficantes de mercancías conocidos por la carga a las espaldas que semejan a una especie de hormigas acarreando su carga hacia la hura del hormiguero.
[4] El refrán venezolano se formula “Como caimán en boca de caño”, según la experiencia que se tiene en los grandes ríos de los llanos venezolanos, para hablar de los aprovechados de los recursos que son del común.
[5] Aquí se observa el complejo de matrisocialidad en dos modelos conceptuales: nos creemos tolerantes (virtud moderna, siglo XVII), y lo que somos es permisivos (actitud primaria y primitiva de carácter cultural); nos creemos comprometidos (ética) y somos cómplices aceptando las fechorías (moralidad cultural).