jueves, 25 de junio de 2015

LÍDERES Y MINORÍAS: TESTIGOS DE LA ESPERANZA

Ahora sí que estamos abandonados de Dios, se lo he perjurado a mi mamá. –No digas eso, Dios no puede fallar, me replicaba ella con lágrimas. Se debatía consigo misma la secretaria intentando convencerme, mientras apenas yo le balbuceaba: “más bien somos nosotros los dejados de nosotros mismos” [(lo de la tierra son cosas de hombres, sin descuidar lo del cielo que son las cosas de Dios)].
La gente en Venezuela estamos experimentando a fondo la banalidad del mal. Aquél se asocia a la muerte. Una muerte que, más allá del hambre, de la violencia y el crimen y hasta de la indignidad, se concentra en la destrucción persistente del país. Nos ha salido nuestra caverna como a todo pueblo que se deja como abandonante de su realidad.
¿Acaso está derrotada la sociedad venezolana?
En los tiempos antiguos nuestro clamor total se dirigía a Dios.
En los tiempos modernos no es suficiente esa dirección a lo divinal. Es necesario mirar hacia nosotros mismos, los humanos, para considerar cómo podemos ayudar al mismo Dios a que colabore en nuestra salvación. Parece que esa debilidad en la que colocamos a Dios está sujeta a los que son testigos de la sociedad sufriente.
La resistencia a la derrota (y negarse a ésta) se encuentra en una ética de la resilencia. La salvación que debemos darnos parte de nuestra misma situación de destrucción en la que nos han colocado (y nos hemos dejado colocar). Es un desafío ético que nos lleva a cambiar nuestra “mala suerte” (W. Benjamín), mediante el esfuerzo de aprovechar los recursos que tenemos a mano con el fin de levantarnos sobre los hombros de nuestras miserias y sufrimientos. Así de nuestras debilidades, sacamos muestras fuerzas, y aún nuestras mejores fuerzas.
¿Cómo?
Tenemos testigos que indican que todavía conservamos en lo hondo de la identidad social, nuestro señorío: el autóctono de Guaicaipuro y del resto de los caciques, al que se suma el señorío histórico de los fundadores de la nación que culmina en los libertadores (Simón Bolívar, José Antonio Páez). Briceño Guerrero[1] ubica el foco de este señorío en el discurso mantuano por lo que se refiere a nuestra paideia. Finalmente, pretende culminar nuestro señorío con el deseo de crecer culturalmente como sociedad en lo que significa vivir en democracia.
La identidad cultural matrisocial[2] que suele trabajar negativamente en ese deseo, no debemos sobre-fijarla como un sentido absoluto, ni situarla como devoradora de otras identidades como la social, ni ser un parásito en nuestros pensamientos y acciones (históricos).
Nos queda movilizar la cultura matrisocial hacia la identidad social que queremos y por la que debemos luchar, y desde ésta interpelar a aquélla para que se actualice en lo que le corresponde como producto histórico.
Por eso nos preguntamos por la capacidad de identidad social que debe expresarse en conjuntos de liderazgos, minorías activas[3], y gente preocupada por la destrucción del país, es decir, por su medio vital. Conseguir a estos actores y observar sus visiones y actuaciones nos coloca en el camino de obtener los lugares del señorío social, que se esconde a nuestra experiencia dolorosa del país actual. Para inmiscuirse, Dios espera por estos actores como testigos esforzados de la destrucción. Aún en tiempos de obscuridad tenemos el derecho de esperar cierta iluminación que puede provenir menos de teorías y conceptos, y más del pensamiento[4]. El pensamiento en la acción de verdaderos testigos no puede menos que ser creador no sólo de explicaciones sino sobre todo de invención de caminos para el aprendizaje social de los grupos y de las mayorías. No se trata de que nos cuenten la historia, sino que nos señalen al ser constituyente de lo venezolano en su proyección al futuro. La luz del culto al héroe[5] (Bolívar) ensombrece todo, lo mismo la claraboya que pretende la narrativa de lo público, que junto con el mediodía de la cultura matrisocial, terminan por encaminarnos al claroscuro del sentido social. Al fin, la noche de la “mala suerte” la achacaremos a que Dios nos ha abandonado.
¿Por dónde anda nuestro pensamiento sobre el país en este momento de destrucción? ¿Acaso necesitamos que de nuevo nos descubran otros para sumar extraños señoríos que nos desvíen de los señoríos que nos dimos en nuestra historia social?
Para que no ocurran desvíos, además inciertos y oscuros, necesitamos testigos de lo nuestro, de lo que queremos ser y que vayan identificando nuestra “buena suerte”. Porque hemos de confesar que tenemos vacíos sociales, ante los cuales no podemos taparnos los ojos (o excusarnos) acudiendo a Dios. Falta un funcionamiento del orden básico que nos soporte como sociedad; falta compromiso para el cumplimiento de las normas fundamentales que nos constituyen como país; falta una idea de proyecto de sociedad que nos garantice nuestra existencia vital.
El papel de los testigos es profundamente ético. Porque nos deben orientar sobre el modo de hacer funcionar el ordenamiento de nuestra vida colectiva: que no se atraviese la economía con la política, y viceversa,  para que tenga lugar el respeto mutuo, y a su vez que existan los servicios públicos adecuados como clamor de la fase reivindicativa más elemental. Las ONGs (PROVEA) contabilizan 214 protestas para 2014, y para en este momento de 2015 ya llevamos 321, y anotan que su frecuencia va en ascenso.      
El nivel reivindicativo congenia suficientemente con nuestro ser cultural: bravo, díscolo, indolente, desdeñoso, irreverente…Pero se muestra como herramienta insuficiente para pasar más allá de sí. Con él sólo no es posible que se sostengan las instituciones (modernas). No quiere decir que no haya gente en Venezuela que impulse lo societario constitucional con carácter institucionalista, y con el mismo esfuerzo que demande la organización de lo formal y jurídico. Pero este nivel del negociar las leyes suele llevarse a cabo sin una lucha social que lo respalde y soporte la negociación. Más bien la cultura matrisocial, cuya complacencia antisocietaria describe Briceño Guerrero en el discurso salvaje[6], deniega el esfuerzo societario de la gente ilustrada y las formalidades legales.
Tenemos que admitir que nuestro impulso societario (nuestra paideia, según Briceño Guerrero) nos viene siempre de fuera y se condensa en las formalidades, nunca en nuestro funcionamiento posible ni en nuestro proyecto deseable. Lo que no quiere decir que no tengamos recursos de pensamiento y acción para que nos esforcemos en redescubrirnos a nosotros mismos y utilizar en la difusión cultural aquella herramienta de la aculturación antagonista[7]: asumir los medios ajenos y hacer que funcionen según nuestros fines, es como se hacen propios, de nosotros.
Preguntarse ahora por qué Venezuela no funciona como país (ordenado) es un asunto que se le presenta a todo aquél que se detenga a pensar un poco. Permanentemente los actores que se presentan por la televisión, hablan por la radio y escriben en los periódicos, constatan la baja calidad de nuestra cultura política; tanto es así que sus tertulias, programas, artículos están dedicados a elevar ese nivel cultural en el pueblo venezolano[8].
¿Qué hacer ante este panorama de país?
En este panorama parece que todo está por hacer. Los líderes y minorías activas tienen un ancho campo, vertical y horizontal, para la acción, conducida por el pensamiento. Hay que saber pensar, a lo que va asociado el aprendizaje del saber pensar un país: observación, intuición, comprensión, todo ello referido a una idea, idea que se tiene que ir refinando sobre lo que debe ser un país moderno: su funcionamiento, su constitución y su proyecto. Apropiarse de todo este proceso lleva a los actores sociales (líderes y minorías) a ser testigos de los faltantes de país en Venezuela. 
La acción implica que los líderes tienen que mirarse a sí mismos: primero para ver cómo está el país en su vida personal, para poder medir fuerzas internas y que su acción surta efecto en las mayorías y los grupos. Porque primero se siembra en uno para que la cosecha se multiplique en muchos. Este efecto proyectado debe soportarse en el desprendimiento personal, grupal, minoritario (siempre la unidad de la acción es particular, de iniciativa propia) para que los líderes sean reconocidos por los grupos amplios y las mayorías. Es el nivel de la gratuidad y de la esperanza.
De lo contrario, se asomarán pronto los aprovechados, carentes de la gracia del liderazgo y de futuro esperanzador. La gente venezolana pronto sospecha (por cultura es desconfiada) de las intenciones de los que proponen soluciones, y, por otra parte, muy confiada (también por cultura es confianzuda), por lo que termina siendo una abandonante o dejada, de suerte que descarga en el líder o minoría activa la solución de los problemas. Sincerar este proceso supone escuchar al otro, al que se pretende orientar (grupos amplios y mayorías) y encarnar la escucha en iniciativas, de suerte que comprometan al otro en la tarea de cambiar la situación, negativa para todos.
El papel de los testigos (líderes y minorías activas) consiste en canalizar la norma social. Frente a ellos, el poder de dominación dirigirá toda una propaganda de desprestigio para disminuir su reconocimiento público. En Venezuela este proceso de descrédito se caracteriza por el trabajo fácil de motejar, por lo más bajo, a su contrario político: el motivo sexualizante es el más cómodo pensado además como el más mortífero. Los testigos están expuestos también a la amenaza para conseguir el miedo e inculcarlo en los grupos y mayorías.
Los líderes y minorías activas, impulsados a ayudar a la colectividad venezolana, deben revestirse de una coraza resistente, porque siendo los testigos del señorío nacional están llamados a afrontar al poder de dominación enajenante, pero también a la situación de pasividad de los grupos y mayorías. Los pueblos suelen ser conservadores, es decir, acomodados a su situación; la gente, y precisamente por su baja calidad política, se acostumbra más fácilmente al desmedro de su situación. Sólo minorías o líderes ilustrados son los que intuyen los peligros o tienen visiones de las mejoras para todos; pero la activación de esas intuiciones y visiones tienen que ir acompañadas de favorecimientos en las condiciones vitales de la gente, aunque sea como promesas de futuro viables.  
¿Cómo reconducir la ruptura, que suponen las iniciativas sociales, con la correspondencia del ser cultural en la Venezuela matrisocial?
El liderazgo tiene como meta el trabajo de las relaciones sociales del grupo, que a la larga se condensará en la organización de la sociedad. En Venezuela hay que contar que, por cultura matrisocial, la gente no acata a nadie: no sigue a nadie con conciencia, si lo hace es por automatismo con miras a obtener un privilegio, que puede ser una dádiva. Dicho trabajo de la sociedad prosigue en la ampliación de la acción colectiva. Histórica y culturalmente se trata de desencadenar la experiencia de un intercambio social del que Venezuela adolece desde el día siguiente de la batalla de la independencia política en 1821.
En la idea de indicar hacia dónde vamos como país, y a dónde podemos llegar, se encuentra el llamado a la responsabilidad de los grupos y mayorías por el cumplimiento de las leyes que nos vamos otorgando. Esta siembra es la de la esperanza. Como toda consideración política tiene la medida forzosamente nacional, sus efectos no tendrán otra eficiencia que la nacional. Hay cosas que preocupan individualmente, pero terminan sólo como un sentimiento desagradable, no más: me preocupan únicamente a mí, por mi información o por mi sensibilidad. Son los mecanismos de la distancia, de los otros (grupos amplios y mayorías), y de la convivencia social los que tienen que actuar.
Los líderes y las minorías juegan el papel clave de lograr la convocación de las asambleas de sociedad (de ciudadanos)  que son las que deben decidir la acción. El conjunto del liderazgo, las minorías activas y grupos de gente preocupada en acción, son sólo mediadores, puntos nodales, para que el verdadero protagonista del señoría nacional sea la asamblea de sociedad. Aquéllos detentan la fuerza y la gracia de ser testigos. El testimonio significa aquí exponer, en la situación de la destrucción actual del país venezolano, que los deberes cívicos tradicionales han dejado de contar como obligaciones por remitir a una moral anterior, para pasar a ejercerse como derechos en cuanto poder libre del que cada uno es responsable y que le compromete completamente[9].
Ahora se trata del derecho al emprendimiento (empresa), al consumo (mercado), al conocimiento, al trabajo, a la sanidad, etc. El deber pertenece a una moral particular, donde se contiene la obligación y el cumplimiento de la ley a ciegas. En esta moral anterior, las cosas nos han ido mal, y nos irán peor, porque además se nos niegan todos los derechos, y sin derechos no habrá justicia civilizada (=universal). Todos los ciudadanos estamos llamados a ser testigos por iniciativa e imaginación y a dar testimonio en lo mínimo y en lo máximo, en el gesto y en el discurso de asamblea. Con más razón deben ser testigos los responsables por su preparación en el conocimiento y en la dirección de grupos económicos, culturales, políticos. Es como nos irá mejor a todos. El testimonio es la semilla de la esperanza. Anímense unos a otros, nos dice San Pablo, como buenos ciudadanos que son ustedes.           


[1] José Manuel Briceño Guerrero: El laberinto de los tres minotauros, Caracas: Monte Ávila Editores, 1994.
[2] Matrisocialidad: es el concepto que acuñamos para definir (explicar) la honda dependencia materno-filial en la sociedad venezolana, y que orienta el sentido general de las relaciones sociales. Dicho sentido muestra una dirección negativista para con la realidad, expresada en el desdén e indolencia de la colectividad social al considerar sus propios problemas, por lo que no termina de solucionarlos, al revés los agranda (S. Hurtado: La sociedad tomada por la familia, Caracas: Ediciones de La Biblioteca, Universidad Central de Venezuela, 1999).
[3] Es el concepto de S. Moscovici: Psicología de las minorías activas, Madrid: Morata, 1996, para explicar el concepto de la influencia social. Es el autor también de La era de Las multitudes. Por su carácter de dinámica proactiva, se diferencia del concepto de las minorías selectas o ilustradas de carácter más socio-estructural que defiende José Ortega y Gasset, el autor de La rebelión de las masas.
[4] Hanna Arendt: Hombres en tiempos de oscuridad, Barcelona: Gedisa, 1992. Arendt toma el título de una obra de Bertohl Brecht
[5] Clarividente de nuestra historia, el economista Domingo Alberto Rangel escribe en la idea de suspirar por los héroes: “Dejando a Chávez, quien no inventó el culto a Bolívar, hay algo más inquietante. ¿El culto a los héroes no denota, traduce o expresa un complejo de frustración nacional? No lo sostengo, apenas lo sugiero”  en “Chávez, la oposición y el culto a los héroes” (Semanario Quinto Día, Caracas 14 al 21 de noviembre  de 2003, 4 Opinión). El economista no tiene las herramientas para culminar su problema, el antropólogo de carácter etnopsiquiátrico, lo sostiene y lo ha apuntado por diversas obras sobre todo cuando desarrolla los desórdenes étnicos matrisociales.
[6] Remitimos al libro citado de JM. Briceño Guerrero.
[7] Es el concepto inventado por el etnólogo y psicoanalista, G. Devereux, para trabajar este proceso de la difusión cultural que puede aplicarse bien a  nuestra situación de la política cultural. (Cfr.  Etnopsicoanálisis complementarista, Buenos Aires: Amorrortu, 1975.
[8] Rafael Uzcátegui: “Hegemonía y banalidad”. Tal cual, ArmandoInfo, 12 al 18 junio de 2015. En Radio Caracas Radio (RCR) el programa “Doctor Político” de Luis Enrique Alcalá que comienza a las 12 m. los días sábados  está dedicado a elevar la cultura política del venezolano. Estos autores representan sólo una muestra.
[9] Véase sobre estas ideas a Maurice Blanchot, La escritura del silencio, Barcelona: Revista Anthropos, n° 192/193, 2001, 37-38.

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