miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS TAREAS DE LA CIENCIA Y LOS ASUNTOS DE LA PAZ EN VENEZUELA


“Trabajo de minero nos corresponde, dijo León Felipe, persistente y laborioso oficio de encender chispas, desde la recia dureza de las piedras y los metales. No desde el fácil resplandor de las fogatas encendidas para celebrar las victorias del uno sobre las derrotas del otro. Hay que retomar los caminos del corazón del hombre, de la esencia de una humanidad que aún no nace, para moldear desde nuestra rudimentaria palabra, un horizonte de futuro, como si fuera una pista de carrera por donde el hombre colectivo, alcance la luz del día que no conoce” (Mary Sananes, “¿Hasta cuando seguiremos exaltando héroes y hazañas?” En embusteria.blogspot.com, 2012/10).

Los poetas saben mucho. Lo conocemos por Antonio Machado, y ahora por León Felipe, poeta de Castilla y León en España. Es un poeta con bellos poemas que permanentemente muestran este quehacer que nos conduce al trabajo de los colectivos humanos, aupándolos, para que no se dejen dominar por los dioses ajenos, padres oprobiosos, caudillos demagogos y guías iluminados que dictan los quehaceres y usufructúan lo que han hecho otros. Yo utilizo estos poemas en mi blog para asentar una “Obertura científica”, como lo estoy haciendo ahora. Así es como los poetas desafían a los científicos, y a la misma ciencia que debe sentirse desafiada por la poesía. Si consideramos a la poesía no como un género literario, sino como una herramienta del pensamiento, según Gamoneda (2009: Un armario lleno de sombra, Galaxia Gutenberg, Barcelona) otro gran poeta leonés de la España actual.

La ciencia siempre se encuentra, debe encontrarse, como servidora de la poesía como lo es de la filosofía, y debe acompañar a la religión, pues su objetivo es llevarlas a cabo en la realidad de las cosas.

¿Qué significa esto? Que nuestra concepción de la ciencia la estamos encajonando entre la técnica y la filosofía, entre la instrumentalidad técnica y los valores éticos. No nos extraña ello, pues participa de la técnica (sin técnica la ciencia no tiene pies para caminar) y participa también de la filosofía (debe reflexionar en sus conceptos). Pero la ciencia no es una simple técnica (tecnicismo), ni una especulación baladí como si el pensamiento a que aspira, la mantuviera en una impotencia sobre las consecuencias que son importantes tanto desde el dar que hablar como desde el reflexionar sobre lo que hace.

Pretendemos ahora plantear que pese a esta reducción en que colocamos encajada a la ciencia, sin embargo, la podemos  observar en su autonomía y su propia razón de ser como un quehacer que se ha inventado y dado el hombre para su maduración societal. De esta forma, asistimos al desembalaje de la ciencia donde podemos verla en la amplitud de su problemática al servicio del hombre, así como en su propia lógica de operación científica.

Se trata de la apertura científica a la realidad empírica, que exigieron la filosofía misma reducida a la especulación y la poesía a la imaginación, y la apertura que necesitó la técnica para levantarse de su actividad mágica. Así, presidida por el principio de la realidad, la ciencia se aboca a solucionar las demandas de la filosofía ética desde su principio de los valores, y a hacer retroceder el pánico que tiene el ser humano a la realidad del que no da ninguna razón el instrumentalismo tanto mágico como técnico. La filosofía interpreta pero no explica, la técnica entra en acción pero no sabe el por qué. Es la ciencia, con sus teorías y con el desarrollo de las ideas en conceptos, que asienta la explicación de lo que ocurre en la realidad. Es como sabemos que tenemos que dominar los terremotos, controlar el mar y andar también sobre las olas de las dificultades de la vida.

En el planteamiento de la ciencia converge la disimilitud, por una parte, de los problemas del cuerpo humano impulsado por un alma o espíritu que lo mueve, y, por otra parte, de los problemas del espíritu realizado en un cuerpo. En definitiva, la ciencia que aglutina técnica y arte reflexivo, y el hombre en el que cristaliza un cuerpo animado o espiritualizado. Si decimos que el principio de la ciencia es el de la realidad (no especulación, no tecnificación), el problema del hombre desafía al quehacer de la ciencia de un modo especial, pues los principios del hombre van desde la materia al espíritu, de la realidad a la irrealidad, con el agravante de que el hombre actúa más con sus irrealidades con el objeto de fabricar realidad, en cuanto una de sus posibilidades.

El desafío ahora es tocante a cómo debe hacerse la ciencia como producto u obra a favor del hombre, un ser lleno de pensamiento y de imaginación, es decir, un ser hecho de materia creadora, que es como decir de material poético, simbólico. Por lo mismo y a su vez, el desafío debe ser completo pues se trata de cómo la ciencia debe abocarse a que la ética vaya cumpliéndose en la realidad del colectivo humano. Nos referimos a que la ciencia se torna creadora a partir de la invención de sus modelos conceptuales, pero ello es posible si dicha invención la preside la ética de los valores, esto es, la verdad como valor trascendente. Hay un aporte clave de la filosofía ética o de los valores a la constitución de la ciencia.

Los modelos conceptuales, que son los explicativos, identifican el quehacer inmediato del científico; mientras la ética de los valores dice referencia a la invención de las instituciones de la sociedad, una de ellas es la institución de la paz, en la que una de sus organizaciones es el Rotary Club. En suma, la garantía de construir ciencia la ofrece la imaginación pensante del concepto, al que se vincula la institución social que objetiva la ética o deber ser, que es desde donde debe pensarse.

Nosotros hemos llegado a la conclusión de que el modelo conceptual, no sólo define la intención de hacer ciencia, y a qué ciencia pertenece un determinado quehacer explicativo de algún problema: si es psicológico, histórico, químico, médico, sociológico, etc., también en el modelo conceptual se consignan la ética y la técnica de cómo debe construirse el modelo conceptual y fundamentar con ello la garantía social del proyecto de investigación. Por lo tanto la moral de la ciencia, y que la ciencia diga de la moralidad, depende mucho de la consistencia de las instituciones con que exista una sociedad.

¿Qué podríamos decir sobre esto en la realidad científica venezolana? Si las instituciones sociales no funcionan o están en crisis de crecimiento o decrecimiento, el científico no tiene más remedio que predicar en el desierto, de ser un profeta, de estar siempre en la acera de enfrente para enfrentar el poder unilateral que se ha constituido. Hay un consuelo para el científico social: que cuando la sociedad anda mal, las ciencias sociales gozan de buena salud, pues suelen verse así consultadas sobre la patología social. Cosa curiosa que la sociología y la politología no alcanzan a diagnosticar ese mal, solo la antropología y el psicoanálisis tienen esa capacidad, según el politólogo Aníbal Romero en su artículo “Rousseau resucitó” (Qanalítica.com, Caracas, 29 de octubre de 2012). Nosotros lo hemos alcanzado desde la Etnopsiquiatría o Antropología ayudada por el psicoanálisis.

El modelo científico conceptual, si es tal, se refiere a una teoría o visión, que cristaliza como una metáfora, porque reúne en su construcción las contradicciones con que está hecha una realidad social. Nosotros inventamos el concepto de matrisocialidad, donde se explican los “elogios y miserias de la familia en Venezuela” (Hurtado, 2011), pero que su objetivo final es explicar el fondo de lo que ocurre en el colectivo social venezolano (Hurtado, 2000: Élite venezolana y proyecto de modernidad, la espada rota).

La matrisocialidad es una metáfora conceptual que indica que la sociedad es como una madre, cuando en la realidad lógica la sociedad no puede ser una madre. Pero al reunirlas en una misma realidad lingüística conceptual se explica ya de entrada que pueden coexistir y que en la realidad la sociedad en Venezuela es una madre. Los dos términos (sociedad y madre) representan dos lógicas tan distintas que si se conjugan bien muestran que en la realidad venezolana está planteado un inmenso problema. Entonces, ¿cómo solucionamos el asunto de que en Venezuela exista ese problema y que así lo vivimos, y lo vivimos con mucho placer, a veces envidiados ingenuamente desde el exterior nacional?

Lo solucionamos metafóricamente: ya en el concepto de matrisocialidad conviven los dos elementos de sociedad y de madre (familia), cuyas realidades íntimas ponemos en relación al analizar el concepto mismo.

La metáfora literaria se forma originariamente desde el principio de la ficción imaginaria: el cabello dorado que cuelga de tu cabeza (el cabello no es de oro pero el literato lo imagina así, con el color de ese metal, y entonces el cabello es de oro forzosamente); también la metáfora conceptual se conforma en su originalidad con elementos contradictorios que extrae de la realidad, contradicciones que identifican después problemas. La sociedad es una madre, porque nos proporciona consentimientos, chances, oportunidades, que no tienen la lógica fría de lo social, sino el calor de lo familiar.

La posibilidad de entender la metáfora conceptual de matrisocialidad es que el colectivo venezolano no se orienta por el principio de realidad, sino por el principio del placer. Aquí entramos con el problema de la ética en Venezuela. Los que se guían por el principio del placer encuentran muy difícil la entrada para operar con el principio ético. La ciencia colabora con la sociedad cuando sus análisis se aproximan “a explorar el alcance del suelo firme sobre el que podamos hoy asentarnos” (Bueno, 1995, La Función actual de la ciencia, 23). Es decir, la ciencia nos ayuda a aterrizar en el ser, en lo que somos, vivimos, y con lo que nos orientamos de hecho. Cuando nos encontramos con problemas como el “complejo matrisocial”, la ciencia lo denuncia explicativamente pero es la sociedad la que debe solucionarlo éticamente, es decir, salir de ese laberinto donde el decir está desconectado del hacer o lo dicho se resuelve en la imaginación creyendo que así se hacen las cosas, de tipo mágico. Creer que producimos y en realidad importamos; decir que nos comprometemos y en realidad actuamos en complicidad, decir que somos tolerantes y en realidad somos unos permisivos.

La ciencia devela esta trampa cultural, porque contiene en su vientre un principio de eticidad. Si no lo hace cae en la ideología. Si ya la ciencia representa un valor ético, como obra humana, es necesario que desarrolle todo este potencial de valor como un capital a cuenta en la orientación ética de constitución de la sociedad.

¿Puede la práctica científica darnos la garantía en la solución de los problemas que le presenta la realidad? Sí, si transcendemos la inteligibilidad instrumental y pasamos a entender el pensamiento de un modo sentimental para acceder a la invención ética, es decir, a la valoración de la realidad en su deber ser. Así elogio lo que me gusta o veo cosas que me disgustan. Veo un perrito y me agrada, siento el agua fría y me irrita, aunque sé el valor que tiene el agua. Es esta significación sentimental la que me da la entrada ética de cómo debo proceder.

La invención ética propone la creación de un espacio para dirimir las hostilidades mediante la negociación con los recursos de la fuerza, o mejor aún mediante la argumentación que se vale de recursos razonables de convencimiento, y no mediante la guerra. Se trata de que el hombre, capaz por su espíritu inteligente, se invente y como tal se constituya para sí una sociedad, es decir, que garantice su existencia y plenitud de ser. La sociedad no existe como una esencia, sino como un proyecto. Es un proyecto que se va realizando mediante acuerdos que suponen el alto a la guerra y unas salidas a la paz

¿Cómo se aseguran los acuerdos? Se aseguran creando la institucionalización de las relaciones sociales: los acuerdos así se instituyen, por lo que todo el mundo sabe a qué atenerse en sus deseos y acciones. La institución social se tiene como referencia de todo comportamiento de los individuos en el colectivo. Los autores retrotraen el origen del proyecto de sociedad a la institución del intercambio matrimonial. El intercambio de cosas y personas indica abrirse a la multitud de las posibilidades a realizar, pero cuando decimos matrimonial, el intercambio se restringe al intercambio de las intimidades más profundas del hombre como son sus mujeres. Ceder a los otros (extraños) las mujeres propias (hermanas, hijas, sobrinas, nietas…) genera entre los hombres unas hostilidades profundas,  inconscientes (Devereux, 1975, Etnopsicoanálisis complementarista).  Esta compulsión social supone crear un artilugio que permita remontar las hostilidades: la cesión de la guerra termina en aceptación de la paz a partir del ritual de la celebración y de la fiesta con los convidados. Para la realidad humana este acto representa el inicio de la sociedad, que es como un segundo nacimiento del ser humano.

El hombre se mantiene como ser social en la medida que asegura la garantía de los acuerdos y logra mantener controladas las animadversiones inconscientes mediante los rituales festivos. Todo ello significa hacer las cosas con arte, con maña, sabiendo que todo ello es un artilugio o arte-facto, que como una mentira nos metemos los humanos para deponer armas y acceder a la paz. Por eso el logro de todo lo social se tiene que hacer con esfuerzo y trabajo bien hecho con arte creativo como la ciencia, la educación, la democracia, lo urbano de la ciudad,  la paz, etc. Estos esfuerzos implican de fondo que el juego societario consiste en que todos individualmente pierden un poco, para luego ganar todos en muchas cosas como colectivo social. Jugar a sociedad es siempre jugar a ventajas, poner las cosas a favor para todos.

Lo instituido, que debe alcanzarse con la institucionalización, puede discurrir por los posibles valores que el colectivo se da a partir de crearlos. Son lo que llamamos perfiles del proyecto de sociedad; son algunos como los que referimos: la paz, la democracia, la libertad, la educación, el arte, la ciencia, el pensamiento epistémico, lo urbano, el deporte, el voluntariado, las llamadas ONGs, etc. No nos vienen del cielo, no se nos dan como unas gracias, hay que construirlos de la nada humana. Por ejemplo, la paz hay que trabajarla todos los días y a cada instante, porque se puede perder; necesitamos asegurarla, y por eso la instituimos. El hecho de la paz debe llegar a ser la institución de la paz.

Las olimpíadas eran en el siglo V antes de Cristo y son actualmente una organización que instituye un período de paz mundial. El hombre siempre en guerra, como la del Peloponeso en Grecia, hacía un alto para celebrar la paz; algo así como para descansar aunque al día siguiente se fueran y se iban de nuevo a las manos. Se instituyeron desde entonces las olimpíadas anualmente como fiestas de la celebración de la paz.

Actualmente, la organización de las Naciones Unidas de 1948 pretende que la paz devenga una institución permanente en el mundo, mediante el control de la guerra. Como la guerra nos amenaza permanentemente, la paz se puede perder como la flor de un día ¿Qué podemos decir de la grave inseguridad que padecemos en Venezuela, con ciento y pico de muertos cada fin de semana, secuestros Express permanentes, robos en casa y apartamentos cada día, vacunas en estados fronterizos, cárceles expuestas a cíclicos conflictos con saldos de muertos internos, cuyo orden está presidido por pranes (jefes internos) con quiénes el  estado increíblemente negocia el orden carcelario, inseguridad constante en las calles, de suerte que las urbanizaciones se encuentran blindadas por vigilancia privada, y los edificios y casas cuyas puertas y ventanas cubiertas por rejas semejando estar los habitantes encerrados en sus casas como en su propia cárcel?

La respuesta es que los venezolanos, desde hace una década, estamos en un estado de guerra civil latente, según una sociopolítica, pero que en términos antropológicos decimos que los venezolanos estamos sufriendo un estado de violencia generalizada a todo el colectivo. Esto quiere decir que estamos en el límite de una sobrevivencia como país, y lo grave es que esos estados de guerra y violencia aparecen como una Política de Estado por parte del actual gobierno. Sin funcionar la sociedad (las instituciones), no tenemos garantía alguna; y sin autoridades, que por su parte no las produce la cultura matrisocial, el desorden nos corroe por todos los lados. El límite significa que o muere el líder o muere el pueblo.

El problema se radicaliza porque en esta disyuntiva se encuentra la Política de Estado que coloca las cartas a favor del líder y en contra del pueblo. Tenemos un líder que no es salvador del pueblo (no muere por la salvación del pueblo) sino un detractor del pueblo (se organiza la muerte del pueblo para salvar al líder), porque la Política de Estado es antisocial por su lógica de inseguridad y desorden ¿Cómo salvar al colectivo social venezolano, si también como colectivo matrisocial carece de la confianza social, que es básica para que se establezca el orden existencial de la sociedad? Por eso los venezolanos, frente a nuestra cultura matrisocial y la Política de Estado, no tenemos descanso, estamos en pleno desasosiego, apenas alguito de serenidad  como este ratico que nos organizan ustedes como Rotary Club.

A este análisis sucinto llegamos con el concepto de matrisocialidad. La ciencia nos ayuda a explicarnos el punto o situación vital donde nos encontramos en la cartografía de lo que es un proyecto de la sociedad, objetivado por la ética.  Nosotros hemos identificado el problema de la ausencia total, como sociedad, de la paz en Venezuela y lo hemos solucionado explicativamente con la metáfora conceptual apuntada. Con el desafío o la exigencia de la ética nos hemos conducido con la ciencia social a observar un perfil del proyecto de sociedad: la paz. La paz es un requisito para poder hacer de todo; a nivel de la libertad, contiene el sentido de todas las posibilidades de crear cosas como el arte, la poesía, la ciencia, y obtener la razón del vivir y, con dicho sentido, de crecer como personas.

El hacer ciencia es en verdad, un trabajo de minero el que nos corresponde, persistente y laborioso oficio de encender chispas, desde la dureza de las piedras y metales. Trabajo de minero, como lo dijo e hizo León Felipe en poesía, así tenemos que hacerlo los científicos sociales, desde los duros análisis de la ciencia y desde las recias metáforas de sus conceptos, a gusto o a disgusto de una sociedad del placer como es la venezolana.
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 Conferencia a dictar  en San Antonio de Los Altos (Estado Miranda), el sábado 17 de noviembre de 2012, a las 10:00 a. m., actividad organizada por el Rotary Club en la OPS, Torre 1, Salón de Fiestas.     

BOSQUEJO DEL TEMA Y SUS CONTORNOS

 
CANCIÓN DEL SOÑADOR

Con los ojos cerrados
(a oscuras)
voy y planto mis sueños
¡Sólo el sueño es humano!
Con los ojos cerrados.
¡Sólo el sueño es posible!
Ver duele.
Lo mejor es soñar,
y decir
y clavar
y plantar
nuestros sueños de hoy
para verlos mañana
nacer realidad.

José Antonio MUÑOZ
 en AGUAVIVA: La Casa de San Jamás
happening musical, Madrid, 1975

         Hacer un camino con el pensamiento como compañero de ruta, importa más que una simple iniciativa de emprendimiento, tal como si fuera el de un camino cualquiera. Es necesario una preparación acuciosa del viaje que tenga en cuenta todos sus principios y circunstancias esenciales. El pensamiento es muy delicado y sutil como para ser dejado al azar de un andar expuesto a que aniden en él violencias, prisas, desaciertos, ya sea desde lo tecnológico ya desde lo ideológico.
         Los principios suelen ser marcados por la personalidad del sujeto total, el cual se ve inevitablemente constreñido y moldeado por los contornos objetivos de las cosas del mundo y de las imaginaciones colectivas: se trata de la irrealidad más real, la que reclama sin embargo llegar a la realidad histórica. Las circunstancias se encuentran al paso de los principios y los hacen sociales e históricos como contornos esenciales. Lo real social es indispensable, aunque sea como accidental ya sea un matiz medio escondido al que hay que averiguar; a veces es el que trae a la existencia el sentido pleno del ser irreal.
         Para no perderse en el ámbito de un pensamiento imprecisable, pero atrevido para incursionar por las sendas y vericuetos del escudriñar, se propone un previo ordenamiento de los recursos disponibles. Los criterios justificativos se refieren a los puntales configurados con los estados fenoménicos de lo real, los entendimientos del sentido conceptual y las apropiadas retóricas de la presentación pensante.

         1. Una fenoménica a establecer, como esfuerzo de búsqueda temática, constituye un orden pre-básico de la investigación. Aparecen recursos como la llamada “lluvia de ideas” provocada, las improvisaciones, ensayos y ocurrencias, las ambigüedades de todo comienzo, la crudeza de las posibilidades y las dudosas alternativas de la decisión. Se conforma un forcejeo de ansiedades, a veces de pánico que puede derivar en depresiones al encararse con la aparición, en el ánimo personal, de la derrota subjetiva.
Ante su demanda imaginativa, el sujeto siente que las cosas se presentan imperturbables, hasta ridículas, frente a la presencia interrogativa del investigador. Éste insistirá en colocar dentro de las cosas su alma, su pensamiento, y obtener a éstos de nuevo extrayéndolos de las cosas mismas después de haber germinado adentro. Obtenerlos, aunque sólo sea con la tímida cosecha de la identificación o formulación de un tema de investigación. José Antonio Marina (1995) nos coloca ante la indigencia del tema en su “Tratado del proyectar” (149-172), así como ante el esfuerzo de encontrarlo en “Las actividades de búsqueda” (173-193).   
Remontando este primer paso en soledad subjetiva, surgen los deseos e intereses intra-subjetivos que pronto sitúan las ideas en posición potencialmente ideológica cuando miran o se proyectan hacia las objetividades buscando la verdad explicativa de las cosas. Comienza la comulgación como un profundo intercambio de los científicos sociales con sus objetividades, necesitadas de ser trabajadas y después intercambiadas sus sustancias para el consumo de la realización social.
Una primera inquietud se despeja cuando se decide una orientación del tema al movilizarle en y desde su realidad. En esta dirección debe llegar a concretarse una problemática de posibilidad restringida, como resultado de la búsqueda y como signo de ella. Esta tentativa, que puede también ser ojalá inquietante ontológicamente, es lo que llamamos la tematización. El tema se canaliza, sufre una inflexión como derrotero fijado, señala una trocha a caminar, lo que significa que la práctica del sentido y/o el sentido de la práctica (según las disciplinas con que se puede trabajar el tema) conducen a decisiones diferenciales y a futuros laboreos conceptuales de precisión exigente.

2. Este primer enderezamiento del tema, ya turgente de teoría, explicita una conceptuálida. Es decir, un locus de producción, y, desde otra orilla, de una demanda, de proposición de conceptos. Esta producción-demanda se apoya en una proto-epistemología ubicada dentro de una ética primordial en la ronda de la mítica. Dependiendo de este detector infraestructural del sentido (tal es el mito), la ética que mira a la emergencia de lo científico, insiste en que la práctica científica tenga una orientación aplicada, ya a partir de sus esfuerzos inspiradores: que los modelos conceptuales en elaboración tengan una vocación pro-activa como exigencia de la criticidad a incorporar y por la que el emprendimiento con riesgo deriva y se autentica como innovación social.
Cuando formulamos esta instancia o puntal de entrada como conceptuálida, el interés es cobrar la distancia de ruptura de lo conceptual en su pureza de sentido con respecto a lo conceptuoso y lo conceptualista rezumantes de impureza de sentido: por un lado, una distancia de ruptura con relación a la tendencia o inclinación a expresarse lingüísticamente con la ostentación de un estilo conceptista, esto es, lleno de sentencias, agudezas, y de términos conceptuales que recubren los sentidos del enunciado propiamente conceptual. Esta práctica suele dar lugar a un conceptismo como artilugio retórico; por otro lado, una distancia de ruptura con un sistema filosófico, el conceptualismo, que defiende la realidad de nociones universales y abstractas en cuanto que son conceptos mentales. Esta práctica es propensa a constituir terrenos donde crecen las ideologías filosóficas y sociales. Según esto, intentamos mantenernos en una pre-estética (pre-retoricismo) pre-ideológica (pre-mentalismo) con la pretensión de establecer una identificación descriptiva: la del conceptuáculo o cavidad que contienen los órganos reproductores de  algunas plantas, como ocurre en ciertas algas. El sufijo a la manera griega que, como consecuencia obliga a construir un neologismo, quiere por su parte conservar intacta esta idea de una cavidad generativa también en la descendencia filial. En la historia y literatura griegas se tienen términos como pánidas, hijos del dios Pan, de atridas, los hijos de Atreo, patronímico de Agamenón y Menelao, jefes de los aqueos en su guerra contra la ciudad de Troya. Así se origina el de fatimidas, hijos de Fátima, la hija de Mahoma.
La conceptuálida constituye un conceptuáculo o locus teórico de germinación conceptual. En dicho núcleo de significación originaria, y presidido por la ética, es que el pensamiento se dota de sentidos de orientación y adquiere la capacidad de desplegar su acción en la lógica del deber ser  (ideal del yo a distancia del yo ideal). Imaginado como un dispositivo, una conceptuálida anuda la actitud moldeadora del trabajo que puede demandar desde el inicio una práctica científica.

3. Finalmente, se diseña el puntal de una genérica literaria o conjunto de géneros literarios de los que se necesita disponer. Es una necesidad que procede de las demandas diferenciales del trabajo de conceptualización, trabajo relativo a las secuencias de la presentación del problema, del desarrollo metodológico y de la conclusión demostrativa. Cada uno de estos procesos secuenciales de la investigación tiene unos objetivos propios, y su alcance implica una sensibilización expresiva en un texto discursivo. Se trata de una retórica que a veces en el detalle puede ser accidental, pero que debe ser ontológicamente sustancial tanto de la construcción conceptual misma como también del poder de maduración explicativa de los procesos conceptuales y su síntesis conclusiva final.
El empleo del género literario apropiado es un síntoma de la autenticidad de la investigación. Se implica en ello no sólo un arsenal lingüístico, sino también la imaginación humana con sus simbolizaciones, y los tiempos con sus diversas medidas acordes con las secuencias. Se necesita un vocabulario cónsono con la jerga terminológica del tema, pero también gramaticalmente creativo de acuerdo a las exigencias de la imaginación humana y su trabajo de la simbolización. Afincarse en el texto discursivo, jugar dialectalmente con él según un pensamiento relacional para conseguir la metáfora conceptual, moverse después lentamente según un pensamiento del desarrollo conceptual, acompañado del pensamiento de la aplicación técnica, y finalmente remansarse en un pensamiento rápido conceptualmente para intensivamente mostrar la demostración de un modo conclusivo, todo ello secuencialmente, representa una carrera para el pensamiento investigador-explicativo, que se pretende que el alumno aprenda como entrenamiento en el prácticum de investigación.
Se trata de que el principiante se entrene a saber caminar con competencia metodológica. Así el lenguaje, la imaginación y los tiempos a incorporar se soportan sobre un valor científico que tiene que ver con su realización social en la obra investigadora. Los géneros literarios, que como un mosaico de tiempos deben hacer vida en la investigación, son el recurso tecno-científico que hacen posible que la investigación como tal se comunique no sólo a la comunidad científica sino también a la sociedad toda.  Si cada concepto y cada secuencia conceptualizada demandan en su ser un género literario propio como consistencia de sí (valor en sí), también es preciso responder a la tarea comunicacional donde los intercambios del conocimiento dentro de la comunidad científica (Kuhn, 1971), así como dentro de los usuarios del pensamiento práctico (Bourdieu, 2008), se acerquen y perciban una sensibilización apropiada del texto hacia el colectivo social (valor para sí). Lukács ya construyó este modelo del valor en sí y del valor para sí con relación a la clase social, de inspiración hegeliana[1] (Lukács, 62); Hurtado (2008) lo recoge y desarrolla en su artículo de “El Valor de la Aplicación Etnocultural” con respecto a la identidad étnica (2008)[2]. Savater (1997) le da otra orientación en su acepción metafórica en su título: El valor de educar.[3]
En el asunto del tema, se tiene una situación de elección, selección o evaluación, pero también una opción de valentía, que supone no sólo un momento de emoción (psicología) sino sobre todo (y es lo que nos interesa aquí) de decisión (ontológica) que dice relación al valor. La vinculación inspiradora del tema, con respecto al fenómeno, supone el primer gran salto al proceso de investigación. Más allá de la impronta psicológica importa aquí la ontológica del valor-valentía. La valentía como un valor tanto de la decisión del sujeto consigo mismo en su compromiso, como en el atrevimiento de afrontar el riesgo de la investigación por anunciar. Tal es la valentía que se esconde en el término lingüístico con que se señala el tema y que denota ya un valor o valoración de la realidad. La selección pre-retórica del tema indica que “el hombre quiere vivir por encima del miedo” (Marina, 2007, 191) y alcanzar el valor de sí (en sí) y superar la angustia de cara al fenómeno, venciendo también ya sus ansiedades. El valor del tema como valentía semántica implica también que “no queremos vivir a merced de los sentimientos” (Marina, 2007, 191). 
El tema consiste en la operación de identificación (denotación) lingüística del fenómeno mirando a los alrededores (connotaciones posibles) para que no nos ocurra que nos metemos a nosotros mismos gato por liebre. Por eso el hombre inventó el término lingüístico con vocación de idea, que a su vez el concepto desarrolla como recurso del conocimiento. El género literario del tema tiene un talante denotativo, un señalamiento, una palabra o un par de palabras que pueden requerir una descripción ensayística para ser explicadas o entendidas. Decirlas (escribirlas) y después entenderse/desentenderse con ellas cuando venga su problematización con su otro género literario correspondiente. “La valentía se mueve, pues, en el campo de la inteligencia creadora, que aspira a superar nuestra naturaleza animal, a bailar sobre nuestros propios hombros, como decía Nietzsche” (Marina, 2007, 191). La selección identificadora de los términos del tema tiene que ser inteligente, y su género literario debe saber a valor ético, al cual puede incorporarse lo metafórico.
Si en un simple salto desde el fenómeno, enunciamos un término para identificar un tema, podemos tener conciencia de que el fenómeno puede atraparnos, y quedarnos en el desarrollo fenomenológico del término como una idea general. Pero la ontología del valor en sus distintas vertientes, la subjetiva y la objetiva del lenguaje, nos impone la tarea científica de constitución de una investigación social explícita. De este modo, una tematización es descubierta con un formato paralelo, colocando el proceso del despegue investigador en una primera gran problemática metodológica. Así se desmarca el tema del problema. El tema propone un modo de pensar no-científico, mientras que el problema presentará el decurso investigador de carácter científico.
García Bacca distingue las funciones del tema y del problema cuando se propone fundamentar una Antropología Filosófica: “El empleo de la distinción entre tema y problema, y digo: hasta la concepción moderna del Universo, por tanto, hasta la nuestra, el hombre ha sido tema, a saber: algo perfectamente determinado, según la fuerza de la palabra griega; algo definido, estable y permanente. Pero la concepción moderna del Universo, en la que estamos todos sumergidos y empapados, considera al hombre, y se siente, como problema, en todos los órdenes. Nuestra existencia es problemática, y nuestra esencia, problematicidad. Las anteriores: la griega, la medieval, son tema: algo bien puesto, firme, estable y permanente” (Morey, 11)[4].
De otra forma que la pretendida por García Bacca, lo que nos interesa aquí es la distinción de las realidades del tema y el problema. Más allá del tema, decimos que no puede existir un proyecto de investigación, si no se explicita un problema a investigar, y con ello a llevar a cabo su solución (explicación científica). El tema se encuentra en la situación previa a la existencia de un proyecto de investigación. El tema tiene el rostro de una ciencia física, fenomenológica, atinente al ser; el problema se plantea siempre con cara filosófica, porque siempre envuelve un problema del conocimiento, y con ello el problema ético de que debe ser bien planteado el problema en su ontología.   
La cuestión de cómo armar un proyecto de investigación desde la (s)elección del tema hasta la formulación de un problema concreto como compromiso ético, encuentra su respuesta en una elaboración o procesamiento del tema. Dicho procesamiento mira hacia las posibilidades que enuncia el tema, así como a sus limitaciones. De este procesamiento emerge una orientación determinada del tema que identificamos como tematización. La función de ésta es la del “tercer término” en la polarización de trayecto que va del tema al problema, del desafío (previo) al combate (comprometido). La tematización indica un primer género literario de tipo ensayístico que pretende mostrar la motivación y la persuasión con relación al despegue investigador, papel que debe jugar el planteamiento del problema. Todo este género literario del tema y sus contornos, llena buena parte de la introducción en la elaboración de un proyecto de investigación.
En conclusión, los tres puntales o instancias de una fenoménica, una conceptuálida y una genérica literaria colocan al pensamiento en una disposición firme que le permiten dominar con seguridad la dirección correcta, siempre provisional (en condición de viandante), en su hacerse. La configuración de dichos puntales explicita los resortes fundamentales de su existencia: el actor cuyo papel desempeñado es el de un autor científico o sujeto, como principio de la acción de la investigación, y, por su parte, las circunstancias de su acción que se vinculan con los contornos donde se consiguen los recursos del conocimiento, del mundo y sus cosas, de la técnica y de las ideologías, junto con la cultura social.
    
Bibliografía

Bourdieu, Pierre (2008): El sentido práctico, siglo XXI, España Editores.
Hurtado, Samuel (2008): “El valor de la aplicación etnocultural”, en Ángel
Espina Barrio (ed.), Antropología aplicada en Iberoamérica, Massangana, Recife, Brasil.
Kuhn; Thomas (1971): La estructura de las revoluciones científicas, Fondo
de Cultura Económica, México
Lukács, Georg (1975): Historia y conciencia de clase, Grijalbo, Barcelona.
Marina, José Antonio (1995): Teoría de la inteligencia creadora,
Anagrama, Barcelona.
Marina, José Antonio (2007): Anatomía del miedo. Un tratado sobre la
valentía, Anagrama, Barcelona.
Morey, Miguel (1989): El hombre como argumento, Anthropos, Barcelona,
Savater, Fernando (1997): El valor de educar, Ariel, Barcelona.
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Papel dictado en la asignatura de Pensamiento Viandante o Prácticum de Investigación en el Seminario de Investigación de la Línea de Investigación: Antropología, Cultura y Sociedad, Doctorado en Ciencias Sociales, UCV, 21 de octubre de 2012.


[1] Lukács en su obra Historia y Conciencia de Clase, en su estudio sobre el materialismo histórico, diferencia la clase en sí y la clase para sí. La clase en sí se encuentra a nivel de la situación de clase, en cuya situación a la clase no la es posible lograr el alcance de la totalidad de la sociedad: sólo puede cumplir con una función de clase dominada. Son clases con un valor en sí mismas, pero su función es históricamente limitada, así es la pequeña burguesía y el campesinado (Lukács, 56). En cambio la clase para sí se encuentra a nivel de los intereses de clase donde es posible la emergencia de la conciencia de clase. Esto significa que la clase, en estas condiciones, puede organizar la totalidad de la sociedad conforme a sus intereses. Se refiere a la burguesía y al proletariado como clases que se encuentran en un estadio de ser-para-sí.  (Lukács, 62). Sólo que la burguesía expresa la problemática consistente en que su situación económica no puede resolver los problemas que le presenta el capitalismo, según su propia situación e intereses de clase. De esta forma se origina su falsa conciencia (Lukács, 58), pues naturaliza de nuevo la realidad de las relaciones sociales que ha generado.  
[2] En su pretensión de apuntar a una teoría de la Antropología Aplicada, Hurtado se apropia del este modelo del valor para establecer la movilización que debe ocurrir en los modelos de la aplicación antropológica. En la identidad étnica en sí, “la identidad es un valor que se nos da como un fondo de capital, que siempre está ahí, que nos acompaña como humanos…sin tal capital de encaje o respaldo, no sólo nos volveríamos a la selva o a la sabana, también dejaríamos de ser homo sapiens (Hurtado, 159).  Por su parte, “la etnocultura pensada como una identidad para sí, opera como un reactivo o masa de energía significativa que puede modificarse desde sí misma…y movilizarse y emplearse para diversos usos, intereses o ideales”…”Un concepto de identidad étnica en sí, no permite una óptica que integre la etnicidad con la posibilidad de alcanzar a ver la acción social apropiada a la amplitud de lo humano” (Hurtado, 158). Una antropología aplicada que aspire a tener una producción teórica al servicio de la transformación social demandará una identidad étnica para sí: la que tenga el señalamiento de sentido de la identidad social con la que debe corresponderse. Es aquí donde se evalúa su valor de relación instrumental en orden a un proyecto de vida societal. (Hurtado, 158-159).
[3] Savater escoge un modelo de vivacidad metafórica extraordinario: el valor tiene vigencia en cualquier perspectiva con relación a educar: 1) Hay un valor consistentemente para sí en la educación como tal, 2) pero a su vez hay un valor referido a la valentía como valor ético en el desafío o atrevimiento en la proposición de un actor educando (Savater, 19). Es la ventaja del filósofo interpretativo-reflexivo, frente a los científico-sociales con su alcance analítico-explicativo. Esta ventaja del uso del pensamiento le permite al filósofo tener una entrada más directa para constituir sus propios géneros literarios en el decurso de su texto; en cambio, el científico social que tiene el recurso del uso del conocimiento está forzado a caminar con mayores andanzas laboriosas, según la copla de Antonio Machado, que citamos en nuestra disertación en “Pensamiento y Conocimiento: hilvanes de una relación”(Dictado de la Parte Teórica de la asignatura del Seminario de Investigación, de la Línea de Investigación: Antropología, Cultura y Sociedad, del Doctorado en Ciencias Sociales, UCV.
[4] En el planteamiento de la idea de un proyecto, Marina (1995) también diferencia entre tema y problema. Pero la redacción sale entrecortada porque se encuentra en el proceso de un planteamiento problemático: “¿cuál es la representación que el artista tiene de su objetivo cuando inicia una obra? Si hacemos caso de sus confesiones, los autores suelen comenzar teniendo una idea muy vaga de lo que pretenden conseguir. Tratamos con lo que los expertos en Inteligencia Artificial llaman problemas mal definidos. Desde hace mucho tiempo se sabe que la creación artística puede considerarse como la solución de un problema. Lo que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría precisar el problema, que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza sólo posee un esbozo vacío, casi un presentimiento. Es lo que me gusta llamar >” (Marina, 1995, 155). En medio de un párrafo tan aparentemente tartajoso se percibe bien la diferencia entre problema y tema, aunque lleguen a participar de un mutuo destino: el de los comienzos tortuosos con que se enfrenta un autor  al querer armar un proyecto de investigación. Si el problema padece de una falta de buena precisión, es porque quizá la idea del tema, que se tiene entre manos, es todavía insuficientemente entendida.