miércoles, 18 de julio de 2012

NOCTURNO AURORAL



CANCIÓN DEL VENCIDO

Vuelvo ya, vengo cansado.
He dejado atrás mi par de botas,
mis hojas de laurel, oscuros campos
campos oscuros, retorcidos campos.

Vuelvo ya, vengo cansado.
He dejado mi cuerpo en una piedra,
roto de miedo manchado de muerte.

Vuelvo ya, vengo en silencio.
He perdido la voz cantando al viento,
gritos de vida, que hundió la metralla.

Por fin he vuelto, vuelvo para estar con vosotros

Luis Gómez.Escolar,
En AGUAVIVA: La Casa de San Jamás
Madrid, 1972 (disco: happening musical).

CORIFEO

Declamado a tempo

El canto del vencido describe un duelo para fecundidades.
Sólo germinarán con la vuelta del amor y de esperanzas (con vosotros).
Para alguien que siempre se va o está yéndose
“hay lugar” a pensar que el proyecto societario, por falta de capacidad de realización, deviene en utopía sociológica. Las orillas como las auroras se desdoblan, se multiplican, y pueden enajenarse extrañamente.
Hay cansancios pero no rendiciones.
A veces frustraciones pero no entregas.
Las turgencias (proyectos o utopías) están por verse en cada historia mítica (personal), en la que estallan las huidas o las afirmaciones.


NOCTURNO AURORAL

I

Era la otra orilla mía
a la que inmigraba sin cesar el corazón.
Se vino el estío dando retornos de mito.
El río descubrió sus arenas de soledad
            ensanchada.
Los sauces doblaron más su languidez de espalda.
De pronto, se puso el río su toga de nubes grises
y el vado se hizo el desencontrado.
Fantasma de extrañeza, buscando
            lejanías perdidas.

II

Babel abandonante de sueños y señoríos,
punto espectral del viaje más querido.
Emergió otra patria orillada, con pretensión
paradisíaca.
Descorría el atardecer la senda;
la orilla otra, conducía su nada, molino
que da vueltas aventando la tormenta.

III

Sin aldabonazos, las sombras se dibujaron de hielo;
ni tiritaron los cerezos nocturnidades,
se durmieron felices mostrando
su cosecha en capullo de flor.
Con la fortuna de plastificar sus ilusiones
de cielo, cipreses y cedros desnudaron al resplandor
sus ensueños nevados.
Sólo aullidos lobeznos timbraron las puertas de la aldea.
Las pérdidas gritaron su sentido gráfico.
Los candiles guardianes despertaron sus sincopados
contrapunteos.
Iluminaron su sopor las talanqueras.
Quedó empinada la vigilia.

IV

Acelerada cundió la marcha, pronta de aprendizajes
de sentidos hurgados y urgidos.
En los trópicos hasta las piedras reblandecen sus siglos.
El jaguar desvelado en la selva a duras penas
esconde su bochorno del mediodía.  
Sus vacíos en la enramada buscan los torditos
            atemperar sus lenguajes escindidos.
Sembrada de muerte, la promesa vino a despedirse,
esperanza en duelo fecundada, expectantes
de cultivos los silencios.

V

Espejos bogaré ennegrecidos, Tormes río abajo,
vasto cauce memorioso de correr arenas.
Acallaré los silencios infecundos, fríos, de enfrente
ribera recortada en verde adversivo
inaccesible.
Ceñiré ternuras de aurora,
mientras
lejos y sinuosa,
torcida se extravía la divisoria
de la orilla otra con hechura nocturnal.


La Caranta, Pampatar, Isla de Margarita
Publicado en Imágenes de Villorido
13 de mayo de 2012

jueves, 12 de julio de 2012

POBRES PERO FELICES. CULTURA Y DESIDIA EN VENEZUELA

LO QUE HE VISTO

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan solo lo que he visto.
Y he visto
Que la cuna del hombre
la mecen con cuentos.
Que los gritos de angustia del hombre 
los ahogan con cuentos.
Que el llanto del hombre
lo ahogan con cuentos.
Que los huesos del hombre
los entierran con cuentos.
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos.
Y sé todos los cuentos.

León Felipe
En AGUAVIVA: Las Piedras Rodantes. CADA VEZ MÁS CERCA
Acción Referencia: AC-1-L. P.
Madrid, 1972 (disco: happenig musical)


POBRES PERO FELICES

Contenido

A. Matrisocialidad, Desdén y Estructura Social Recolectora.
B. Desidia de la Realidad y Pobreza Feliz Autocumplida.

Hay sociedades que viven de la realidad, otras del placer. Las primeras decantan los cuentos de su historia, y aceptan sólo los cuentos que se les relata con verdad. Así viven con cuidado su historia. Las segundas hinchan su fantasía con relatos de falsas megalomanías que a su vez les producen depresiones colectivas y complejos de inferioridad. Pero les gusta saborear sus cuentos a costa de su verdad, y así llenan su historia con héroes y sus grandes obras, con caudillos y grandes batallas, para compensarse con un complejo de superioridad diseñado en el aire, como su yo ideal.
Los pueblos no dejan de contarse sus historias ¿Cómo se cuentan a sí mismos sus propios cuentos? O los controlan para lanzarse con verdad a su realidad histórica o se dejan sumergir por ellos en su soñar despierto dejándose arrastrar por la desidia o el abandono de su madurez histórica. A estas sociedades del placer les encanta que les cuenten su historia como cuentos de entrega, y así acuden a sus historiadores. Éstos intelectuales acuden presurosos a hacerlo con el afán de que la historia es la única fuente de explicación a las crisis del pueblo (Briceño Iragorri, 1972, -1950- ). Sin embargo más allá de la historia, está la realidad del mito, el antropológico, la auténtica realidad profunda, donde se producen los sentidos de la verdadera situación del pueblo, mito que estudia la ciencia de la antropología.
En esta conferencia, el mito general del “pobre feliz” se va a explicar por el mito de la “matrisocialidad”. Éste asienta, en lo profundo vital, cómo el venezolano se encuentra con la realidad de un modo impreciso. Ello le lleva a vivirla con desidia y, compensatoriamente, llena de placer feliz. Esto supone que nuestro análisis conceptual no se limita a un régimen político, ni a un sector de clase. El análisis es referido aquí a toda la realidad social y antropológica de Venezuela, aún en la realidad histórica que venimos haciendo.  
Entre la “abundancia primitiva” de la “economía de la edad de piedra”(Sahlins, 1972) y la abundancia capitalista de la sociedad del consumo de masas (Touraine, 1992), existen las situaciones del “pobre indigente” y del “rico miserable”, aquéllos que no saben del control o dominio ya de la “escasez”, ya de la “abundancia” de bienes, pues, por carencia, vergüenza o tacañería, de diversas formas los deterioran, los emplean mal, los apartan del intercambio, los pierden o los echan a perder, los “malgastan”. Esto es, la praxis económica se encuentra transcendida por la actuación de un principio moral de tipo cultural que puede afectar no sólo un tipo o sector social, sino también toda una colectividad dividida entre “el derroche y la indigencia” (Rivero, 1994). La indolencia frente a la “abundancia” demarca otra “topía”, donde la “felicidad” se dará en una situación de pobreza. Hay un problema del saber hacer economía, por no conocer de escasez o, de su antónima, de no conocer la abundancia.
            La alternativa de aplicar la clave cultural a un fenómeno que se encuentra localizado normalmente en la estructura social asociado a una praxis económica, induce un conocimiento nuevo no esperado en una audiencia economicista. A dicha praxis económica le subyace la idea de un interés utilitario, es decir, la de un beneficio material ventajoso, que se supone conduce la acción productiva. Aquí vamos a construir la razón cultural del dato económico de la pobreza en Venezuela, esto es, una cuestión universal particularizada. Porque la “pobreza” nunca es solamente un dato económico, también es, con toda su autonomía, un dato cultural: puede atribuírsele una clave simbólica que le dé sentido pleno a su acción económica (Cf. Sahlins, 1997). Este carácter simbólico muestra que la “pobreza” es portada, creada y manipulada por sujetos cuya interioridad es configurada por “una” cultura tal que sus resortes simbólicos productivos los conduzcan y los mantengan en situación de pobreza económica. La “idea de pobreza” (consciente o inconsciente) se incorpora a la “realidad de pobreza” y define a ésta como tal.

A. Matrisocialidad, Desdén y Estructura Social Recolectora

Frente a la realidad, el hombre genera un miedo inercial (Zambrano, 1988; Devereux, 1989a). Como reacción, las culturas orientales rechazan la realidad material y se recluyen en la mística procurando un conocimiento interior, divinal. La cultura occidental acepta la realidad y trata de transformarla mediante la razón instrumental, técnica. Finalmente, otras culturas narcisistas, como la venezolana, asumen un desdén frente a la realidad, el cual las priva de trabajarla para obtener ventajas de sus beneficios. Si no se valoran, las cosas se deterioran: es el consumo sin producción. Este desdén cultural tiende a coexistir con estructuras sociales con carácter distribucionista recolector, y con el predominio de las significaciones emocionales. Esta especie cultural, existente en Venezuela, nosotros venimos calificándola como matrisocial (Hurtado, 1995b; 1998).
La matrisocialidad conceptúa un modelo cultural general, organizado a partir de la estructura psicodinámica de la familia en la que la figura materna contiene la clave significativa, de tal manera que ésta orienta también los asuntos sociales. El eje estructural está diseñado por las relaciones interaccionales de la madre y el niño, donde éste se piensa siempre pequeño y consentido, a partir de la compulsión fundamental de que la madre no puede perder a su hijo. La sociedad no es una familia; pero en Venezuela la sociedad surge con los valores de una familia constituida no sobre la alianza matrimonial, sino sobre la congregación de todos sus hijos  (varones) en torno a todas las madres (mujeres) del grupo consanguíneo (parentesco) (Cf. Hurtado, 1998; 1999a). Este modo de elaborar las relaciones familiares y sociales afectará de un modo específico la relación económica.
La matrisocialidad apunta a un problema cultural, y no a una problemática social, como la pobreza. Tampoco es una cuestión que tenga que ver con la “cultura de los pobres” como un grupo social aparte. La matrisocialidad no pertenece exclusivamente a los “pobres”, pues no se encuentra respondiendo al problema del subempleo, sino a la especificación de la estructura social como un todo. El problema comienza en el mito de la sobreprotección materna, que no es otro que el mimo por exceso de madre (Palacios, 2000). La sobreprotección impide al niño confrontarse a la realidad; lo cual origina una relación confusa con la realidad, cuyo resultado  es considerarla como una cosa que no tiene, ni es digna de valor. La cultura de la pobreza en Venezuela pasa por este desdén y abandono matrisocial de la realidad, cuyo principio explicativo se organiza en el concepto del complejo matrisocial.  Este complejo no deja ver bien la realidad, por lo que decirla o nombrarla no quiere indicar que se va a hacerla o transformarla. Si el mito de la sobreprotección materna apunta a que se transforme, no transciende los límites de una operación mágica. La pobreza en Venezuela  tiene que ver con este complejo matrisocial que no nos deja ver bien las relaciones entre el decir y el hacer, entre la idea y la realidad, de suerte que no permite organizar la realidad de forma tal que, mediante el trabajo, el colectivo alcance una capacidad económica consistente.
En el centro del problema de la cultura matrisocial se encuentra el desdén como un dispositivo de trabajo negativo de la realidad (negativismo social). Comporta un sentido de lo real que puede imaginarse como un abismo de la cultura, de forma que al portador de la cultura matrisocial y su complejo se le dificulta tematizar y seguir hasta el final el problema que le plantea su propia cultura, lo cual hace pensarlo como un “abismo agrafable”, para interpretar esta imagen que nos ofrece Briceño Guerrero (1994, 309) terminando su reflexión filosófica sobre los tres discursos que, como minotauros míticos, se encuentran en pugna en cada venezolano.
Solo después de un esfuerzo totémico/emblemático “en la lucidez del combate cuerpo a cuerpo” para entrar en “comunión integral” como amigos o enemigos (Briceño Guerrero, 309), es que se puede acceder a observar, para el conocimiento, uno de los rasgos del “abismo agrafable” de Venezuela, el de “sociedad pobre”. Este concepto (antropológico) sintetiza la idea de la perífrasis “la sociedad cuya cultura es cultura de la pobreza”. Aunque el desempleo es alto (oscila entre 15,3% y 21%), según diversas fuentes, indicando el empobrecimiento,  el subempleo o economía informal, que compite y supera al empleo llegando al 52,6% (PROVEA, 2000), sin embargo, es la “cultura del abandono”, a partir del desdén matrisocial, lo que revela a Venezuela como una “sociedad pobre”.
La “sociedad pobre” es un concepto operatorio para explicar la relación de cultura y desarrollo social, con motivo del problema de la pobreza en Venezuela. Dicho concepto representa un quicial sobre el que deben descansar los análisis científicos y las intervenciones de las políticas. Por falta de tal concepto operatorio, economistas y sociólogos caen permanentemente en aserciones de medio alcance que conducen a medias verdades y a soluciones incompletas por lo que se refiere a la pobreza en sociedades como la de Venezuela y otras más de América Latina.
Queramos o no, sobre cómo los pueblos ‘idean’ su realidad económica reposa su principio de hacerla en realidad. De ahí la relación estrecha entre cultura y economía.El carácter eminentemente práctico de las relaciones económicas supone, no sólo el diferimiento, sino la renuncia parcial al disfrute de la realidad: la energía del  esfuerzo, las semillas, los gastos de inversión, la reificación de los productos. Hay que ‘perder’ en el corto plazo, para desarrollarse o ‘ganar’ en el largo plazo. La cultura proporciona la necesaria reacción frente a las pérdidas, con cuya superación se construye la estructura social. En efecto, la cultura elabora mitos, que son la forma mediante la cual las sociedades otorgan el “sentido” necesario a sus quehaceres prácticos. Cada sociedad reacciona diversamente, fabrica sus propios mitos. Ahora bien, el que cada sociedad elabore sus mitos, y por medio de ellos su relación a la realidad, no dice si los mitos son cónsonos con prácticas industriales y comerciales. Una cultura del desdén, narcisista donde no hay dispositivo para contar con las ‘pérdidas’, está expuesta, más que otras, a ser infectada por fuertes impurezas ideológicas, que pueden hacer que los mitos funcionen en falso en contexto de economía capitalista, por ejemplo. Al no admitir las ‘pérdidas’ a corto plazo, la cultura elimina las condiciones para ‘ganar’ a largo plazo.
Cuando se piensa en Venezuela como país rico se produce una reacción de sentido que desmiente de antemano cualquier consideración sobre la conveniencia de “crear riqueza”, sino que prepara consideraciones sobre cómo disfrutar de ella. La reacción conduce a decir que somos un país rico, lo cual expresa “la mayor mentira de Venezuela” (Ugalde, 1993, 305), pues producimos de un modo permanente  pobreza, porque partimos de un falso mito originado para tapar nuestro desdén por la realidad (económica).
¿Cómo se construye este falso mito, y dónde se encuentra otro, verdadero?
La reacción  en falso comienza en la “idea” del decir. ¿Quién dirá que Venezuela no
es un país rico lo mismo que Argentina? Si ésta tiene granos, Venezuela tiene petróleo. En ambos sitios “la gente es rica, no tiene concepto de escasez” (Belohlavek, 1998), aunque siempre la base social es pobre, más en Venezuela. A Belohlavek le interesa ver hacia dónde apunta el “concepto de mundo” (cultura), para ver dónde encajan los conceptos de trabajo y de negocio. Este experto del FMI y el BM, expresa una voz como del inconsciente colectivo, coincidencia del afuera superficial (Cuando decimos Venezuela es un país con abundantes materias primas) y del adentro del país, en su yo ideal (Nos dicen que somos un país rico y eso nos hace sentir grandes). Esta voz aunque admite la situación y la conducta de pobreza, las pone de lado en espera de que el orden de la abundancia (según el experto) o el orden mesiánico (según la matrisocialidad) cambien las desdichas presentes para una felicidad que se ofrezca por sí sola.
La reacción mítica en falso continua construyéndose, con la “idea” de que el enclave petrolero derrame el líquido que siembre los campos venezolanos, y éstos produzcan permanentemente los frutos abundantes. Se obvia la idea del trabajo, como en el “síndrome de los mangos bajitos” (Guerrero, 2000), es decir, la práctica de cosechar sin trabajar, como  también el del ‘está barato dame dos’ que Guerrero lo aplica a la venta de la empresa de la Electricidad de Caracas; como resultado se obtiene un país sin trabajo y un país barato. Es maravilloso escuchar en comportamientos de calle, en medio de la gran crisis por la que transita el país ya por más de tres décadas, que todavía se puede comer en el país (afuera no se podría), pese al bajo poder económico de la población: somos pobres pero aún podemos sentirnos como ricos. La idea del trabajo tampoco aparece en el discurso del Presidente de la República, como en aquel en que, para motivar a la gente para que regrese al interior del país, pinta la felicidad de vivir en una casita junto a un río encantador y pasar el tiempo bajo una mata de naranjas rojas.
Para observar e interpretar la reacción cultural a la no aceptación de las pérdidas de lo real, vamos a mostrar las vicisitudes del actor social en el proceso productivo (recolector) y en la distribución (recíproca).
Como hemos comprobado (Hurtado 1999c; 2000), la dinámica recolectora se encuentra incorporada a la acumulación capitalista en una sociedad dependiente (Touraine, 1978) como es la venezolana; no tanto es el rentismo adherido a la explotación petrolera, sino la mente recolectora, que se manifiesta en la “cultura del peaje”, uno de cuyos modelos es el ‘fifty-fifty’. El peaje implica un “aprovecharse’ del productor. En entrevista con C. Croes (Televen, 3/12/2000), la diputada de oposición Liliana Hernández que aconseja al gobierno que deje invertir al capital extranjero “y no ir a ver cuanto les quitamos”, indica el fenómeno recolector perdurable en el país, esta vez apuntando al actor oficial. Según Luis Ugueto el pais se divide entre ricos y pobres, es decir entre los que lograron aprovecharse del país y los que no lo lograron (Ugueto, 1994).
            La recolección persiste cuando se trata de mantener la preferencia de la producción para las necesidades, frente a la producción para la ganancia (Rivera, 2000). Los críticos como Aquiles Esté, piensan que la idea de que “es más importante distribuir la riqueza que producirla” funciona como un virus que diezma el país (Muñoz, 1999). Debajo de las formas capitalistas, corre un sentido subterráneo que constituye un molde duro en el que se cualifica la producción de bienes materiales en el país. Lo de “subterráneo” es una metáfora para indicar que se trata de un molde en el que fluye la vida diaria, tan sólo evidente cuando se da la ocasión, o el esfuerzo, de una observación a distancia. En este sentido, relatamos a continuación unas observaciones sobre cómo ven los empresarios colombianos y norteamericanos a sus colegas empresarios venezolanos, a finales de los años 90.
            En la negociación el venezolano pretende recolectar el todo o nada, pues según los colombianos, “los venezolanos piensan que negociar es resolver un conflicto” donde una de las partes se sacrificará dentro de la lucha o regateo. Al no pensar la negociación como intercambio de intereses para obtener unos beneficios comunes, los venezolanos se han acostumbrado a un alto margen de utilidades, es decir, tratan de sacar el máximo. Se trata de suavizar tal “agresividad” generando condiciones de conducta informal, de entrar en relaciones de comensalidad, de ofrecimiento de promesas, que tratan de personalizar y exagerar el negocio, al mismo tiempo que desviarlo para no enfrentarse directamente con el ‘conflicto’. Así no logra centrarse en el negocio que se hace en medio de un “éxtasis festivo” de la invitación a comer y echarse los tragos, y por lo mismo  frecuentemente incumple las promesas verbales al no coincidir con los hechos (Ogliastri, 1997).
Más allá, los empresarios de Estados Unidos afinan el carácter festivo del empresario recolector. Resumidamente, para éste el tiempo no cuenta a la hora de tomar decisiones, muestra poca voluntad cuando se trata de seguir canales normativos, y vaca mucho no sólo en las muchas temporadas de vacaciones existentes en el país cuyo tiempo a su vez amplía, sino también en los fines de semana que alarga del mismo modo (Cámara Venezolana-Americana, s/f.). Casi fuera del tiempo y de las normas o disciplinas de trabajo, cuando ‘se mueve’ pretende obtener rápidamente las ganancias máximas. El talante recolector y su atmósfera festiva y vacacional mantienen la conexión con los objetivos de un “país feliz” que disfruta merced a que las responsabilidades por el país las “abandona” en manos del estado, como una de sus cualidades populistas.
Los retratos contienen una evocación, donde se intuyen los mecanismos que vinculan y transforman los diferentes impulsos, sentimientos, tactos y acciones, por lo que podemos observar a la mente recolectora manifestarse en los siguientes rasgos:
-          La negociación opera como un “juego de suma nula”. El conflicto se plantea en que las ganancias de unos son pérdidas para otros.
-          La atmósfera festiva elimina la mediación del tiempo en la negociación.
-          La agresividad del que recoge sin haber sembrado, sea pillaje, invasión, estafa.
-          El incumplimiento de promesas indica la falta de atención plena al negocio.
-          La indisciplina laboral  expresa la  espera de abundante cosecha sin mucho trabajo.
-          El exceso vacacional implica al trabajo como motivo contingencial.
En cómo procede un rasgo de otro, se muestra que toda esa práctica económica obedece a una “cultura de recolectores”.
El facilismo de la especulación mercantil, como del ventajismo de roscas y carteles, y el afán por beneficios desmedidos, son facetas de subdesarrollo (Baum, 1991). Por eso el "somos un país marginal”, que dice Saade en “Perspectivas Económicas 2001” (El Universal, 26/01/2001) no está en el 52% de clase marginal, ni en que dice que comporta al país,  esta supuesta clase o grupo; toda la sociedad entra en la marginalidad, por cuanto esta resulta de la desarticulación de la estructura social. Si bien los empresarios no son  pobres, sin embargo su mente recolectora, les hace a ellos también exponentes de la cultura marginal, demostrativa de una especie de la “cultura de la pobreza” dentro del capitalismo.
Hemos seleccionado estas caracterizaciones de conducta empresarial como clave para  interpretar la “cultura de pobreza” de toda la sociedad. A partir de aquí se puede observar de un modo similar comportamientos en otros sectores sociales, en torno a una “cultura del peaje” y  a sus similares “cultura del rebusque” y “matar tigres”. Piénsese en las maniobras de policías y fiscales de tránsito; otras operan sin chantaje, como en el “trabajo informal” que se desarrolla en los lugares de trabajo formal, o a costa del trabajo formal, como venta de ropa, de fantasía, etc. No es una cultura del pluriempleo (europea), sino de hacer  o de ocuparse en múltiples actividades más o menos simultáneas donde se mezclan el trabajo formal y el informal, configurando un modo de recolección económica.
Se completa el círculo de la actividad recolectora con el “síndrome del todero” (Misle, 1994), que se proyecta también en la política, y hasta en la academia. El “todero” hace todo y de todo lo que se le ofrezca sin tener experticia técnica en nada. Puede ser útil para enfrentar urgencias, pero normalmente esta forma de trabajo implica que las cosas se hacen de un modo tosco, a veces a medias, otras veces sin revisar, y hasta se las piensa hasta la mitad, como dice Urbaneja Acheltpol (Cf. Hurtado, 2000). Si ya M. Colomina  (2001) tilda de “todero” al actual equipo de gobierno (Cf. Urbaneja, 2001), la misma universidad no pasa tampoco de realizar un trabajo de tipo recolector: se limita a satisfacer las necesidades básicas del conocimiento, la docencia; la docencia es lo que importa, graduar profesionales; la investigación, la actividad del conocimiento para producir  conocimiento, resulta un añadido superfluo; si no se hace, ya haya recursos o sean insuficientes, no pasa nada, la universidad como un corcho sigue a flote. En breve, el “todero” demuestra una conducta totalmente ambigua: es ingenuamente atrevido y al mismo tiempo retraído, dependiente; tiene que terminar rápido, o lo que es lo mismo, se tarda hasta donde sea, pues el tiempo puntual en que vive no cuenta; siempre le ronda el problema como un conflicto del que pretende escapar sin capacidad cultural para salir de él.

B. Desidia de la Realidad y Pobreza Feliz Autocumplida.

La sociedad es pobre porque no tiene la idea de trabajar sobre el trabajo, que es lo que da origen a la prosperidad de las naciones, como se sabe desde A. Smith. Decir esto en ciertos grupos en Venezuela es como nombrarles la familia (Cf. Briceño Guerrero, 1994). Lo que  gusta es que se hable de la redistribución o reparto de ‘lo que haya’. Si nos apoyamos en la producción (‘lo que no hay’), el país se hunde, pero de nuevo sale a flote como un corcho a la hora de hablar de distribución de lo que se haya ‘recolectado’ (materias primas). La metáfora es de Muller en El Universal, 10/06/2000: “Un país hecho de corcho”. La política social debiera atenderse desde la producción, pero se hace “una política social al revés que destruye lo poco que tan trabajosamente van logrando las personas en situación de pobreza” (Sabino, 503).
¿Qué es lo que ocurre? Pues que las ideas sobre la realidad reproducen el mito y también las connotaciones del trabajo recolector especificado desde el modelo de la cultura matrisocial. Dicho modelo está cifrado en el principio de reciprocidad, de suerte que ni la distribución del Estado se piensa dentro de una sociedad con Estado (y sus impuestos), sino como reparto de las dádivas del cacique o “príncipe” poderoso, base del mito populista (Cf. Hurtado, 1999b). Este mito se ‘impone’ a las políticas como lo hace la prescripción cultural, y después puede manejarse como ideología. El que teniendo, no reparte, es un “pichirre” (tacaño); éste es uno de los personajes peor vistos en Venezuela.
Polanyi (1957) pone en cuenta los diferentes tipos de intercambio para el análisis: la reciprocidad, la redistribución y el mercado. El intercambio de reciprocidad no tiene la lógica de un centro de poder (el estado tributario), ni la lógica de la compraventa mercantil (libertad económica), sino la lógica de obligaciones económicas entre los iguales cuyo paradigma son las relaciones originadas en el parentesco; son relaciones que configuran una estructura altamente prescriptiva (frente a electivas o libres). Mauss (1971) es el primero que construye conceptualmente dicha estructura,  y Levi-Strauss (1969) lo reconfirma ampliándolo metodológicamente, lo que dará lugar a la escuela francesa del estructuralismo: las obligaciones de dar, recibir y devolver, constituyen el sistema de prestaciones y contraprestaciones de la convivencia social, en un régimen donde se prodigan los dones o dádivas como relaciones de prestigio y lealtad. La familia y demás grupos naturales permanecen como ámbitos normales de la reciprocidad, mientras que en el sistema capitalista, el tipo de populismo venezolano se proyecta como un ámbito ideológico de la cultura matrisocial, como hemos estudiado (Hurtado, 1999b y 2000). Se aplica la razón o principio de reciprocidad a los sistemas de la redistribución y del mercado, distorsionando las relaciones sociales entre estado y pueblo, entre patrón y cliente. Los significados de las relaciones sociales en Venezuela son proclives a generarse y medirse en términos de reciprocidad: “Todo  debe ser gratis o barato”. Es el “derecho a la gratuidad”. Pero esta “felicidad” termina produciendo los moldes de la “cultura de la pobreza”.
 La figura de la madre y la “economía materna” basada en las colaboraciones o dádivas de los hijos, son clave para entender el funcionamiento de la ideología/cultura del reparto. Más que el débil e inflado estado venezolano, la familia soporta el orden social desprotegido. Si el grupo fuerte de la organización social es la familia, entonces no debe extrañarnos que el “familismo” funcione coherentemente, pues el mito produce y detecta el sentido de que todo se “familia” como clave discriminatoria de lo social: “Con mi familia, con razón o sin ella”, dice el dicho criollo. El que no tiene familia está “fregao” (no tiene ningún soporte social). A este nivel de mito se observa que el reparto da existencia, refuerza y consolida en el ritual la reciprocidad al grupo familiar, matriz inicial de las solidaridades.
El problema surge cuando este tipo de familismo se proyecta dentro de los asuntos propiamente sociales, que se entromete tan sustancialmente en ellos que éstos dejan de funcionar con la lógica de la sociedad, para hacerlo con la de la familia. Ello se debe a que la personalidad etnotípica matrisocial no tiene ninguna fisura, ni presenta distintos niveles lógicos de existencia y funcionamiento; no se ha “desencantado”, es una personalidad social premoderna. No tiene los dispositivos de autonomía, criticidad y responsabilidad ética para hacerse cargo de su propia realidad. Por eso, la culpa de todo lo que le ocurre, malo o bueno, se encuentra en la suerte o en el “otro” extraño, como en una operación mágica. Anteponer el interés individual al del colectivo con el objetivo de no renunciar o ‘perder’ nada en el largo juego social, provoca ‘pérdidas’ para todos. Este proceso se inserta en el negativismo social, originado en un edipo infantilizado y narcisista como es el matrisocial venezolano (Hurtado, 1995b; 1998). Este dispositivo antisocietario se encuentra produciendo desde el fondo mítico las bases de la “sociedad pobre” venezolana.
El orden social posible y a sus intercambios, los actores de cultura matrisocial lo piensan como un campo de competencias y limitaciones; lo rehuyen, esto es, lo desconocen y lo niegan. Es más fácil o placentero pensar el sistema social como el lugar donde se encuentran los recursos a saquear; y pensar en el otro, imaginarlo, en vez de cooperador para superarme, como en otro “vivo” que limita mis apropiaciones excesivas. Esta  mentalidad del recolector en tierra de nadie, en contexto capitalista, caracteriza al otro como al pícaro, de acuerdo a como es él. Dicha caracterización se idea específicamente dentro del trabajo de la cultura. El edipo matrisocial muestra que esa acción de saqueo de bienes que pertenecen al colectivo, no se disimula, sino que se hace con descaro para demostrar la viveza; porque si más bien se hace con disimulo, se proyecta que se es cobarde. Es un edipo que se parece más bien a algo pre-edípico, o que participa de un proceso pre-edípico, por lo que no ha crecido, está infantilizado (Hurtado, 1995b; 1998). 
La estructura del descaro picaresco contiene la impunidad y la irresponsabilidad para con la realidad. El colectivo venezolano demanda la sanción al “otro”, pero no tiene la capacidad de aguantarla porque, al sancionarlo, en seguida lo hace víctima; por tanto no hay propiamente sanción. El colectivo prefiere consentir al otro, al potencial enemigo: le da otro “chance”, otra oportunidad; a la larga, en vez de pedir cuentas y exigir disciplina, los chances otorgados o consentimientos se tornan infinitos. El pánico a la realidad, por haber sido sobreprotegido de ella  (es el mito matrisocial), lleva a negarla; el desdén no es un autocondicionamiento previo para enfrentar la realidad, sino que es el resultado de verla a pesar de haberla negado; la realidad está abandonada. 
La economía, que parte de un principio de escaseces, produce un conflicto interior en un actor caracterizado como recolector, en cuya lógica funciona el sentido de la abundancia (un índice de la felicidad), y que etnopsicoanalíticamente se enmarca en la abundancia del pecho bueno como expresión paradigmática del principio de la reciprocidad. Ideológicamente se acepta en las políticas, muy cónsonas con el mito matrisocial, que el recolector (primitivo) y el niño de pecho son los modelos de la felicidad. Desde el primitivo feliz en su selva como hombre natural, hasta el niño feliz en su acto de succión mamaria, se han ideado utopismos de la felicidad. En esta mítica utópica, es que se diseña la relación de felicidad y pobreza por prédicas y discursos de todo tipo: políticos, económicos y hasta intelectuales de la sociedad venezolana; pero también, se entrevee su crítica, principalmente diseñada en las novelas y en las conversaciones de los novelistas como intelectuales. Por ejemplo,  en la entrevista de Garmendia (2000). Esta visión del creador de ficciones permite al antropólogo jerarquizar las claves interpretativas de la relación de pobreza y felicidad; es la felicidad deseada como huida del principio de la realidad la que interpreta el fenómeno de la “cultura de pobreza”, en Venezuela. Para llegar a explicar este proceso de varias referencias, se tiene que desmontar el mito de la cultura matrisocial venezolana, donde se observa el principio del placer como originante de la felicidad en que ya vive desde su nacimiento el portador de la cultura matrisocial; es un paraíso de felicidad, donde no cuenta la medida del tiempo; éste no tiene valor, únicamente es válido su disfrute en una  vivencia intemporal del presente inmediato; donde no cuentan los compromisos, ni las responsabilidades con la realidad, ni menos las críticas a la misma con objeto de transformarla, ni el trabajo ni la inversión para llegar a culminar proyectos de sociedad con éxito; donde no cuentan los esfuerzos para disciplinarse subjetivamente y lograr mayor capacidad de competencia, etc. La felicidad vivida como en un limbo de realidad, permite explicar porqué el venezolano soporta la pobreza; ello está lejos de ser, aunque hay investigadores que la definen como una realidad surrealista, ni mucho menos, todo lo contrario, como estoica. Se parece más a un autoengaño de la realidad que es lo que produce su pobreza, aunque lo que se quiere es ser feliz, vivir a gusto. Al conflicto se le abandona de diferentes formas; la más cómoda y muy acorde con el mito matrisocial, es crear confusión en la realidad, el autoengaño por ejemplo. No se sabe bien la cuantificación  de los pobres en Venezuela; alguien podría decir que los pobres son el 104% (Cf. España, 2000), y decir que los pobres son ricos y lo que hace falta es liberar las riquezas de los pobres (Lloyd, 2000; Fonseca, 2000), sin tener en cuenta la diferencia entre racionalidad de la organización y racionalidad del hogar. La cultura de la pobreza no es sólo un trayecto, sobre  todo es una estructura que incorpora los polos “del derroche a la indigencia” del trayecto, por eso se puede pensar como el fondo de la “fábula venezolana” (Rivero, 1994). Inspirándonos en el Lazarillo de Niewohner (1992) para el que es preciso  autoengañarse para vivir feliz, se concluye que es necesario insertarse en la “cultura de la pobreza” para poder ser feliz, a lo venezolano (Vera, 2001). Cualquier prédica que apunte a la felicidad, sin el esfuerzo de conquistarla, cae muy bien en Venezuela.

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PONENCIA.III JORNADAS DE DERECHO Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA. "Democracia y Defensa Integral hacia el Bienestar Social". Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada (UNEFA). Caracas, 10 y 11 de Julio de 2012.