sábado, 14 de julio de 2018

PAÍS DE LOS IGUALES SOCIEDAD CON RENCOR

Todo para ellos, todo, todo;
 viñas, colmenas, pinos, trigos…
           -Yo bastante
    he tenido
    con mi ilusión de luz, con mi acento divino.
            He sido, cual rosa, todo esencia;
      igual que el agua, sólo desvarío;
      y fueron ellos tierra sana a m raíz ansiosa
      y cauce humano a mi raudal altivo-.
          …Todo; que si ellos no han pensado nunca,
      ¡qué pobres habrán sido!

Juan Ramón JIMÉNEZ: “ELLOS”. En Alonso Schokel, Introducción a la poesía moderna. Antología y crítica. Santander: Ed. Sal Terrae, 1948: 185.

El otro día fui donde mi compadre a pedirle el favor de eso que se dice “echarme una mano” para limpiar el jardín. Ni corto y menos con flojera me argumentó:

                -¿Y cuanto hay pa’ eso?

Me quedé esperpéntico, con la creencia de que ser compadre comporta un grano de gracia social, y, por lo tanto, con la dicha de la gratuidad. Sin este don gracioso, uno no disfruta el compadrazgo como debe ser.

La idea del compadrazgo genera esa gracia que supone una igualdad con una cercanía de calidez. Mientras que sin esa relación de compadres la igualdad social se queda en una lejanía de frialdad.

El argumento de mi compadre me dejó en un intermedio problemático: el de una cercanía en frío, con sentimiento paradójico.

                -¿Qué pasó en esa relación de conectividad?

Que medió la intervención de lo societal, de tipo impersonal, casi como de ley enajenante, que me olió a un desnivel con matiz de cierto rencor. Sentí que una desigualdad enraizada de su pensar la gracia del favor pedido en choque con el tedio del trabajo referido. En la cultura matrisocial venezolana, la gracia del favor es considerada con miras al privilegio que necesita un contra-don (cuánto hay pa’ eso), mientras que el trabajo como tedioso es visto como una utilidad onerosa, como signo de deshonor (Veblen, 12).

Esta demarcación ocurre porque la relación social se conecta de un modo primario, inmediatista, que propicia un cortocircuito relacional: se pretende siempre sacar un provecho de la reciprocidad igualadora. Es decir, adquirir como contra-don otro favor como repetidor del intercambio igualista que se resuelve como privilegio.

La proyección de esta situación en el escenario político es la que orienta el comportamiento de la sociedad venezolana:

                -¿El ‘cuanto hay pa’ eso’ indica que vas a ponerte a trabajar?

¡No, para nada!

En ese cortocircuito de intervención social opera una esquizofrenia cultural que desconecta el sentido del privilegio en dirección al trabajo como proyecto de vida: el trabajo considerado como servil y el privilegio como libertad. Este resbalón cultural va a traer problemas a la conformación de la sociedad. El privilegio indica participar en una igualdad de favores que no se trabajan, sino que se reparten de lo que haiga. El trabajo en cambio indicará una jerarquía para llevar a cabo obras con mérito y calidad. Este esfuerzo comportará desigualdades, necesitadas de acuerdos de sociedad a fin de que tengan lugar las obras para el ofrecimiento y beneficio de todos en conjunción.

Si el venezolano acude a la convocación para la ayuda y colaboración en algo, siempre busca desquitarse en algo también, que redundará en un contra-don como privilegiado, y el proceso termina taponando una cercanía pero en frío, como la impersonalidad ciudadana, con lo que se deniega la emergencia de la sociedad.

La sociedad acontece a través del trabajo y su valor de conexión social, proceso que detiene su existencia a partir de la negatividad con la cual se busca el reparto de bienes no trabajados. Se trata de una esquizofrenia que desconecta, por colocar el momento, la relación entre llegar al trabajo y empezar a trabajar. Siempre se espera que ocurra la conexión a partir del mando de un jefe o patrón: Si no me lo mandan, aun sepa lo que tengo que hacer, no lo hago.

Esa espera por la imposición aparece de entrada como una desigualdad, pero profundamente representa una ausencia de admiración por el desigual con méritos, cualesquiera sean. Tanta es dicha ausencia que somete a éste a una igualdad totalizante, sin límites, pese a los méritos acreditados. Habrá respeto, porque la imposición infunde temor, pero no existirá el acatamiento o aceptación de la autoridad: porque todos somos iguales del primero al último. Aún se admitirá a un primero por la vieja idea de un jefe, un cacique, como necesidad de la existencia de un mando, pero será con la prebenda de la igualdad por complicidad, para que tenga lugar el reparto que al final será desigual por la lógica del privilegio. Tal resultado conlleva el porte de una comunidad primitiva o bárbara, como la que desmarca la cultura matrisocial, y será también la de una sociedad con estado comunal (y comunista).  

La crítica a la sociedad comunista por G. Orwell en su libro La Granja de los Animales es exacta como respuesta a la igualdad primitiva impuesta por los jefes cuando éstos dicen:

-                     -Todos somos iguales pero hay unos más iguales que otros.

Tal es la igualdad que produce en regresión un desnivel sentido por el conjunto de los animales, que al fin termina por identificar un ambiente apropiado para que se engendre el rencor de los igualados por abajo frente a los igualados por arriba.

La igualdad cunde por todos los sitios en un país diseñado por la cultura matrisocial venezolana o por la ideología política foránea que impone el travesaño de la desigualdad de la división social de jefes y mandados, con la pretensión de que caciques se lo creen muchos, dejando a un lado a los mandados que se reducen a pocos, según el dicho venezolano de muchos caciques y pocos indios. Su producto es el rencor que sube desde el abajo social y funge como síntoma de la desconexión paradójica, problema que se puede explicar con el concepto de la gratuidad aprovechada.

La conjunción de dos asuntos que se contradicen en su lógica (lo gratuito y lo aprovechado) como núcleo matrisocial, ronda el fondo del sentido que orienta des-ajustadamente a la sociedad venezolana. Ya no es sólo la ausencia del trabajo asociado a la libertad por conquistar, frente a la igualdad del privilegio que al final la excluye; aún hay otro peldaño más abajo que sale de la raíz cultural: la ausencia de admiración por el que trabajó y consiguió la excelencia y con ello los méritos que van a favorecer la guía del colectivo social: llámesele doctor, general, líder, héroe de una hazaña, que en aras sacrificiales se debió a la edificación de la sociedad. Sin edificio de la sociedad, en Venezuela navegamos en el vacío de ninguna parte.

Lo que tenemos en Venezuela como raíz social de la cultura, no es la igualdad socialista “de Lenin y de la oratoria igualitaria de la moderna política democrática” (Galbraith en Veblen, XXIV), ni la que “los humanos occidentales sostienen (con) una confusa idea de igualdad. ‘Nadie más que nadie’, suelen decir” (Marina, 124), sino la de un igualismo sociocultural que Tocqueville (en Delpech, 288-283) logró sospechar, lo mismo que Durkheim (1974) al diseñar en las Reglas del Método Sociológico, como sociedad primitiva regresiva, la sociedad de los iguales, harto peligrosa en su tiempo cuando se iba a entrar ya en el siglo XX, siglo que resultó de grandes avances sociales, pero también de grandes conflictos económicos, políticos, sociales y también los conflictos más fuertes belicosamente.

El diseño del igualismo venezolano procede de la cultura matrisocial, una cultura brava, cuyos portadores indómitos, como el desbocado caballo del escudo nacional, que despliegan su comportamiento con la mítica mueca de la gana:

-                 -Todos tenemos derecho a ‘hacer lo que nos da la gana’, 

dicen ripostando,
y lo elaboran  en su pensamiento cultural, étnico, como un derecho que involucra a su dignidad natural, silvestre, antisocial. Es un igualismo que afecta esencialmente a su ethos o talante de su estructura social toda (Vethencourt, 1990), y a todos sus discursos como occidentales sin portar, no obstante, la cultura occidental (Briceño Guerrero, 1994). Según el decir de la entrevista a Ramón J. Velásquez por C. Croes en 1994 “El venezolano no es demócrata, sino igualitario, parejero”.

El sonido de parejero, con color etnográfico, émico, da el tono cultural al igualismo del país nacional venezolano. Como sabemos por observación directa y cotidiana, en sus tratos y  transacciones, con las cosas y asuntos de la vida, el venezolano todo lo cuadra, lo empareja, para evitar problemas, sí, pero la raíz es para evitar trabajo en tanto recolector conuquero.

Si para los civilizados occidentales, la igualdad “vale sin duda para la reclamación ante la ley, me parece mezquino cuando se aplica a todos los órdenes de la vida” (Marina, 124). Para los bárbaros matrisociales, la igualdad que surge de las entrañas de la vida misma, se utiliza para el privilegio de los aprovechados, pero copa sin ruptura al deseo por encima de la ley (como ocasión o motivo), de suerte que las reclamaciones ante la ley quedan desactivadas por el igualismo emparejador de “los más igualados”. La producción sociocultural lleva al resultado de “individuos débiles instituciones inicuas” (Vethencourt, 1974).

El sentimiento de admiración por los mejores (aristós) fundó siempre el comportamiento moral de un ser humano social. Así se imitaba como aprendizaje al que había obtenido méritos o excelencia social, sin considerar perversa dicha orientación. Más bien resultaba una atracción socialmente aplaudida. Con la llegada del igualitarismo y la creencia de que “todos los humanos son iguales en todo (y con ello) agota las fuentes de la admiración, y al percibir la evidente desigualdad de los humanos, la sustituye por la envidia, el rencor o el odio” (Marina, 124).

Si en Venezuela la creencia está potenciada por su arraigo cultural, cuya raíz expresa nuestro odio primario, el de un edipo infantilizado que se porta, los admitidos como iguales, que somos todos para todo, el reconcomio opera en retroceso, es decir, como desquite o venganza cuando las circunstancias de la desigualdad social se hacen presentes o se inducen como lo procura el actual socialismo bolivariano del siglo XXI.

El igualismo cultural actúa como explosivo del rencor demostrando lo que quiere ocultar: la desigualdad social como inevitable o políticamente diseñada. Entonces entra en funcionamiento la fuerza del narcisismo malo o autismo obrando contra toda posible admiración de los mejores o héroes meritocráticos. Allí arden todos los fuegos y bengalas del desprestigio, mientras se colocan en rescoldo mortecino los deseos de la sociedad y su belleza inteligente. Ay, del país de los iguales, porque engendra lo que tenemos: una sociedad fracasada que se desiguala con el rencor. 

Referencias

BRICEÑO Guerrero, José Manuel (1994). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila editores.

DELPECH, Thérése (2006). El retorno a la barbarie en el siglo XXI. Buenos Aires: Ed. El Ateneo. Delpech trabaja con La democracia en América  de Tocqueville. Es interesante el libro de Todorov: El miedo a los bárbaros, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2008. Su motivo titulado “Entre el miedo y el resentimiento” nos direcciona en que “el miedo a los bárbaros es lo que nos amenaza en convertirnos en bárbaros” más allá del ‘Choque de las civilizaciones’. La referencia de estos autores son los civilizados europeos,  para los que actualmente los bárbaros son los inmigrantes del resto del mundo que se aventuran en ingresar a Europa.

DURKHIEIM, Emile (1974). Las reglas del método sociológico. Buenos Aires: Editorial La Pléyade.

GALBRAITH, John Kenneth (1995). “Thorstein Veblen y la ‘teoría de la clase ociosa’. En Veblen, Th. Teoría de la clase ociosa. México: Fondo de Cultura Económica, VII-XXXVI.

MARINA, José Antonio (1999). Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Editorial Anagrama.

ORWELL, George (1945). La granja de los animales o La rebelión de la granja (Animal Farm). Es una obra alegórica que funciona como una fábula mordaz sobre cómo el régimen soviético de Iósif Stalin corrompe el socialismo. En otra perspectiva se ve cómo del igualitarismo se pasa a la tiranía. 

VEBLEN, Thorstein (1995). Teoría de la clase ociosa. México: Fondo de Cultura Económica.

VELÁSQUEZ, Ramón José (1994). “Acepté la presidencia ante el peligro de golpe”. El Universal. Caracas: 23 de octubre. Confesiones con Carlos Croes (entrevista).

VETHENCOURT, José Luis (1974). “La estructura familiar atípica y el fracaso histórico cultural en Venezuela”. Revista SIC, año 37, N° 362: 67-69.

VETHENCOURT, José Luis (1990). “En torno a la psicología del venezolano”. Nuevo Mundo, año 25, N° 145: 115-134.


A LA FARSA POLÍTICA INSTITUCIONES ENDEBLES


Firmas más focalizadas en el tema, insisten en que las instituciones no funcionan. Su formalidad institucional ha servido para impedir que funcionen realmente; es decir, la realidad institucional del Tribunal Supremo de Justicia, de la Fiscalía, del Congresillo, etc. se encuentran en esta situación. En dicha clave se interpreta que la suspensión del proceso electoral por parte del Tribunal Supremo de justicia ha funcionado como una mampara de lo que realmente ha ocurrido, esto es, una máscara para representar en el teatro de la vida nacional una salida farsesca (seria) de apariencia institucional a un desastre real. 

Es el juego de luces donde la institución en nuestra vida social se opone al principio de realidad. Por eso el recurso de amparo que tardíamente introduce la Defensoría del Pueblo y cuyas razones están desde hace seis meses presionando en la calle, se convierte en un pretexto para justificar la existencia de una solución institucional. Las instituciones siguen tambaleándose en su endeblez; se hace difícil establecer su consistencia, porque parece que existe una “intención oculta” que no lo permite (Viana, en Blanco, 2000).

En el circo institucional, donde las marionetas políticas, incapaces de gerenciar, representan sus papeles de figurones, el Tribunal Supremo de Justicia interviene emitiendo el fallo de la postergación de las elecciones, cuando por su ineficiencia  el Consejo Nacional Electoral ya no podía ocultar, debido a la inminencia del tiempo, su desaguisado institucional. En medio de este parapeto político, que por fin se admitiera en la escena institucional a las organizaciones de la llamada “sociedad civil”, ayuda a observar que aparte del valor y acción positiva que éstas demostraron y cuyo servicio fue evitar una catástrofe mayor, implicó que también se desencadenaran sus “efectos perversos”; es decir, sirvieron de excusa o comodín para desviar las responsabilidades con respecto al proceso negativo en funcionamiento y  con respecto a la toma de la decisión para abortarlo, pues además se presentaba un gran costo político. 

El amparo admitido al fin de COFAVIC y Queremos Elegir se refería a los derechos conculcados a los ciudadanos electores de estar informados, pero terminó en la postergación comicial, de suerte que produciendo este fallo el Tribunal solucionaba por la vía negativa la demanda de aquéllos derechos, pero terminó como “efecto perverso” sirviendo a las conciencias de los actores institucionales: el CNE pudo justificar la decisión de la postergación por la vía judicial. “Los que medio creen que se preservó es la imagen de la legitimidad aunque teñida de todo el abuso de hecho y de derecho que es habitual que el Ejecutivo de esta V República perpetre y el Tribunal Supremo convalide” (Salgueiro, 2000). 

“No se puede decir que funcionaron las instituciones, cuando es la imposición de Chávez sobre éstas lo que determina la cómica que Venezuela presenta gratuitamente estos días ante los ojos estupefactos del planeta. Desde enero se viene diciendo que aquí no podía haber elecciones precipitadamente. El Gobierno violó la constitución para imponer el CNE y la fecha... Pero los poderes supraconstitucionales podían hacer lo que les viniera en gana y todos marchaban con el mismo paso de ganso” (Blanco, 2000).

En resumen, el fundamentalismo etnicista, la soberanía absoluta del estado sobre la nación, determinan la dinámica farsesca de las instituciones, de suerte que cualquier elemento positivo para desenmascarar el entuerto de la tiranía o imposición del estado es aprovechado como “efecto perverso” para hacer sinuosa la democracia y aparentar que se participa en las grandes decisiones del estado.

Referencias:

BLANCO, C. (2000): “El cuento de la Caperucita institucional”. EL UNIVERSAL, Caracas, 3 de junio.
SALGUEIRO, A. (2000): “Perú y Venezuela: legitimidad electoral”. EL UNIVERSAL, Caracas, 3 de junio.
Fragmento de “La democracia furtiva y el falso mito de la participación” de Samuel Hurtado. Revista INTENTO. Doctorado en Ciencias Sociales, Universidad Central de Venezuela, Caracas, N° 1, 2001: 69-70.