martes, 26 de diciembre de 2017

SIN TRABAJO DE PAIS NO HABRÁ FIESTA DE VERDAD

La gente en cola para acceder a buscar alimentos en Caracas
El plato navideño venezolano: hallaca, pernil, pan de jamón y ensalada. 


-Cuando vamos a salir de esto
-Antes éramos felices y no lo sabíamos.

Así se corea en las conversaciones de Caracas, como indicando que no se aspira a la libertad. Cuando desde el coro de las conversaciones debería oírse el suspirar por la libertad:

-Sabíamos que antes no estábamos aún bien, pero no hicimos lo que teníamos que haber hecho.
-¿Qué vamos a hacer ahora para salir de esto?

Porque sin libertad no puede haber país que mejore nuestra suerte.

El asunto es que antes no hubo país, y no lo habrá hacia adelante si seguimos haciendo las mismas cosas y además de un modo pasivo, así como eso de no saber que fuéramos o no felices. Toda nuestra orientación se guiaba, y aún se guía, no por el principio de realidad, sino por el principio del placer, el de permitirnos todo, hasta aberraciones, según la compulsión del consentimiento que porta la cultura matrisocial.

Cuando en el mes pasado propusimos la consideración sobre el dolor de país, nos referíamos al país posible, no al ex-país, que anuncia Agustín Blanco Muñoz, porque para esta proposición del ex tenía que haber habido un país real. Porque lo que tenemos como país real se reduce a un país de promesas. Promesas que no proyectos. Con el matiz de que esas promesas, no avaladas por proyectos, son promesas para no cumplirse. Simón Rodríguez, a propósito de la Defensa de Bolívar, diferencia entre demagogia y proyecto, en el horizonte de proponer promesas.

Si ya Nietzsche nos dice que la civilización es el esfuerzo por hacer del hombre un animal capaz de prometer (Cf. Savater, 128), comentario que profundiza Marina (2011: 98) como “hacer promesas” en cuanto una pesada carga que impuso la naturaleza al ser humano, y con ello promesas que no se van a cumplir, vemos que la carga que va a asumir el populismo será la de un caso especial de la mentira y el engaño.

Ya en la cultura matrisocial venezolana se constata que no importa que las promesas se cumplan (habría que luchar mucho para ello, trabajar demasiado la realidad del país); lo importante es que me hagas promesas, porque las necesito para el autoengaño que es el que me hace vivir a gusto.

¿Que esa mentira no es de verdad? No importa. La gente se queja y puede llegar a la rebeldía. Pero este primer tramo, caracterizado por su ingenuidad y desorientación, no se traspasa. El venezolano no es anárquico hasta el fin, como asunto radical, sino anarcoide, una imitación superficial para quedarse a mitad de camino, mucho antes del fin, entendido éste como objetivo de hacer algo para mejorar la situación de vida. Ese algo debe tener la consistencia y la medida de país, pensado como trabajado responsablemente.

Un país es mucho más que un pueblo, y por supuesto, más que una cultura (étnica), es decir, que una tribu o clan. Pero sin la sustentación de una cultura y de un pueblo, para ser superados a su vez en proyecto de sociedad, la fabricación de un país luce cuesta arriba. Y esa sustentación socialmente endeble, y, en estos momentos, de movida revolucionaria con la pretensión de eliminar la sustentación misma, es lo que nos ocurre en Venezuela. Ya traemos desde nuestra historia profunda la crisis de pueblo, según Briceño Iragorri en su Mensaje sin Destino (1972), crisis que reconoce Augusto Mijares en su Afirmación Venezolana (1970), y que Vethencourt en En Torno a la Psicología del Venezolano (1990) constata como agravándose peligrosamente el “fenómeno –quizás único en la historia de la humanidad- conocido como ‘el caso Venezuela’ o también ‘el efecto Venezuela’” (p. 115)[1].

Lo que ocurre hoy con la mentada revolución bolivariana es que ésta no enfrenta, para solucionar, dicha crisis o efecto de pueblo, sino que pretende superarla eliminando la misma realidad de pueblo, hasta destruirlo en su inconsciente colectivo anulando también su cultura en su profundidad organizativa. Este año se ha desmejorado sensiblemente el brillo, lo espléndido, el exceso festivo de la reciprocidad de los regalos de Navidad (el niño Jesús), la renovación del tiempo de vida en los estrenos de ropa y enseres domésticos y personales, hasta atinar contra el ritual del beso a la madre del 31 de diciembre en torno a la degustación de las hallacas, cuando despunta desde la profundidad de la noche la aurora del nuevo año.

Ha sido, y es, una lucha agónica por parte del programa político de dicha revolución en ir contra la fiesta larga (el potlacht) del venezolano, que a su vez preside lo puntual de la fiesta cultural de la madre, inscrita en el ritual (nacional) del cañonazo. Lo más grave es que vocear con mayúscula la palabra Pueblo indica, en esta atmósfera de promesas, que alguien te quiere engañar. Marina lo menciona como costumbre política en el ámbito de nuestra lengua:

“Cuando alguien utiliza las mayúsculas hablando de Pueblo, en vez de utilizar la noble minúscula de ‘los ciudadanos’, hay que suponer que quiere timarnos. En el fondo, tanto la ideología del Pueblo como la de la voluntad general procedían de una admiración desmesurada por el poder absoluto que siempre aquejó a la Revolución Francesa” (pp. 136-137).

Y cuando alguien corea la bolsa del CLAP[2] queriendo sustituir tu voluntad de organizar el banquete de las hallacas y el pan de jamón, del  pernil y el dulce de lechosa, para celebrar la noche del 31 de diciembre, quiere decir que pretende eliminar el papel libre de la madre y de la reciprocidad familiar por una política interesada de los que tomaron el Estado con afán de poder absoluto según forma populista y conuquera. Contra la realidad de pueblo como ciudadanía, y contra la madre como afirmación de la sabiduría cultural, se alzó el despilfarro político de un Estado fagocitador de la sociedad popular y de la cultura matriarcal.

El caso o efecto venezolano es muy peculiar y hay que saber por qué siendo los primeros en muchas cosas históricas nos retrasamos a medio camino y quedamos al final de últimos. Tuvimos la mejor minoría ilustrada americana que nos llevó a escribir en castellano la primera constitución moderna, y con ello ser el motor que nos catapultó a la independencia política. Antes, en el inicio de la modernidad, construimos los cabildos y Sancho Briceño se tituló el “padre de las municipalidades” en América. Después, se construyó la democracia con el cambio político de 1945 y se consolidó como ejemplo latinoamericano con el Pacto de Punto Fijo; pero sin sinceración sociocultural, se enterraron los municipios a favor de los distritos, los prohombres ilustrados como Andrés Bello, José María Vargas, Simón Rodríguez, Simón Bolívar, Francisco de Miranda, etc. fueron sucedidos por caudillos despóticos decimonónicos, y la república democrática tuvo, y ha tenido que retroceder, ante el nuevo militarismo y pro-tiranías de la revolución bolivariana, inscrita en nuestro excesivo talante étnico tribalesco.

El complejo cultural matrisocial nos hace jugar mal en la sociedad como proyecto y en la historia como desafío de la acción para mejorar nuestra maltratada situación vital. Así creemos ser un país serio y lo que actuamos es un país de histrionismo farsesco; nos creemos revolucionarios, transformadores, con talante de cambiar a mejor, y resulta que todo lo más y sólo somos rebeldes (y muchas veces sin causa). Con solo la rebeldía, y sin sustento orientador de lo que se quiere, el pueblo venezolano se expone a ser presa fácil para ser sometido. Porque el techo de la rebeldía venezolana acaba en la magia, en el milagro, que debe hacer un dios (o diosa), un mesías, un líder atrevido al que después se le deja solo o abandonado.

El milagro fácil o magia alterna, que no compromete (a no ser con complicidades) nos devuelve siempre al pasado. Aunque nuestro pasado no fue feliz, pero como regresión lo queremos imaginar feliz para así crearnos nuestro autoengaño y vivir, no mejor o peor (acaso peor como efecto) sino de vivir a gusto y creerlo así.

Frente a un estado firme y a un país serio, nuestra vivencia es la de un estado mágico y a un país consentidor, donde no cuenta el tiempo ni el trabajo como ocurre en todo país paradisíaco: allí donde anida el sentido del cacique (el mandón) y el conuco recolector. El despilfarro del conuquero importador que atenta contra el desarrollo y sentido de la fiesta larga decembrina y de año nuevo, la del descanso vacacional anual para recuperar fuerzas para el trabajo de país que necesitamos, y no tanto decir con autoengaño: el país que merecemos sin haberlo trabajado. Lo mereceríamos, si es que lo hemos trabajado como sociedad, y no como merecimiento de naturaleza no trabajada. ¡Ay, de los países que pretenden vivir del estado de naturaleza! Porque pasarán mucho sufrimiento si retornos.

La fiesta larga, el potlacht de diciembre-enero, nos coloca como estampida de gozo, ante nuestra realidad más auténtica. Y nos coloca con más efectividad que el mismo trabajo, que es el que la refiere como consecuencia de él: sin trabajo (previo) no es posible una fiesta auténtica, de verdad ¿Desaparecerá este mito cultural, la fiesta larga, que preside el día del beso a la madre en Venezuela?

Si se logra que desaparezca, implotará la cultura venezolana condenada a muerte.  Pero vuelta añicos, como toda cultura tiene los resortes para que su duelo permita su propia resurrección. Y ojalá resucite con más vigor, el vigor societal que necesita. Este vigor lo obtendrá del trabajo libre, creador, como referencia a la fiesta. La fiesta procede de la sociedad, no de la naturaleza: fiesta y trabajo de sociedad es lo que hace a un país ser fabricado.

Si nos empeñamos en prolongar la naturaleza como paraíso en la fiesta, y no en construir la fiesta como vivencia de sociedad, la fiesta no tendrá la garantía del desarrollo de la imaginación y de la responsabilidad. Porque nuestra crítica inmanente del país, respecto de que nos vaya mal, se justifica como valor de querer al país. Es necesario que esa crítica inmanente sirva para superarnos éticamente, es decir, que lo que hacemos (o no hacemos) por el país y como país, lo observemos críticamente desde dentro. En esta perspectiva nuestra tradición festiva cobrará su propio movimiento interno y se obvie así nuestro destino de miseria. No tenemos alternativa alguna sino la de trabajar al país para que nuestra fiesta tenga el sentido de verdad auténtica, como juego de vivir juntos el anhelo de ser un país con una sociedad que le habite dentro.     

Referencias:
Briceño I., Mario: Mensaje sin destino. Ensayo sobre
nuestra crisis de pueblo. Caracas: Monte Ávila,
1972.
Marina, José Antonio: Las culturas fracasadas.
Barcelona: Ed. Anagrama, 2011.
Mijares, Augusto: Lo afirmativo venezolano. Caracas:
Ministerio de Educación, 1970.  
Rodríguez, Simón: Defensa de Bolívar. Caracas:
Imprenta Bolívar, 1916.
Savater, Fernando: La tarea del héroe. Barcelona:
Ed. Destino, 2000.
Vethencourt, José Luis: “En torno a la psicología del
venezolano”. Nuevo Mundo. Caracas,
marzo-abril, n° 145, 1990: 115-134.


[1] “Se trata de un país pequeño al cual le entró –en los tres últimos períodos constitucionales- una cantidad de dinero equivalente a diez planes Marschall y cuyos resultados son los siguientes: a) no resuelve ninguno de sus tradicionales problemas; b) aparecen problemas nuevos y se intensifican los antiguos; y c) termina con una deuda externa colosal” (Vethencourt, 115). Cualquier parecido histórico con la realidad del período revolucionario está por demás señalarlo, a no ser que todos los caracteres se han super-profundizado de un modo negativo. Prosigue el médico psiquiatra: “Una cosa así induce -como dije antes- a hacerse muchas preguntas y entre ellas, necesariamente, la que se refiere al lado negativo de la psicología de los venezolanos” (P. 116). Cuantas veces no debatíamos esas preguntas con Vethencourt, Alberto Gruson y Alejandro Moreno y nosotros desde la ciencia social, en especial la etnopsiquiatría, en aquellos foros de los años 1990. 
[2] CLAP: Comités Locales de Abastecimiento y Producción.

BUCEANDO EN LA ESPERANZA

Los ríos Orinoco y Caroní se encuentran en la Guayana venezolana



LA CIUDAD CONSOLADA[1]
(poemario super flúmina)

Se muestran los motivos del libro desde otros poetas: Jorge Guillén y Antonio Gamoneda, y se concluye con los últimos fragmentos de la presentación del libro.

MOTIVOS DE ENTRADA AL LIBRO

Lloren junto a los ríos,

mientras de aquellos sauces penden mudas las cítaras,

los siempre tan dispuestos

al abandono de esa terca empresa
que es nuestro convivir, todo inventado.

Jorge Guillén: “impulso hacia la forma: super flúmina”.
En Aire nuestro y otros poemas. Barcelona: Seix Barral,
1979, 97.


Hubo denuncia y extensión de sábanas. Y ciertos pasos

en el exterior.



Alguien ha gemido mientras la noche cae sobre la ciudad.



¿Quién ha gemido tras el cinturón de álamos, en las praderas

excavadas donde los hielos ciñen el pedernal?



La ciudad ha sido rodeada por un gemido.



¡Puertas clavadas ante mí, puertas de ocultación! Siento

la inmovilidad espesa como una sustancias.



Un olor a mercados crece bajo el crepúsculo: grasa y laurel en las

            maderas, tazas pesadas de alimento, telas usadas en la carne,

hierros muy fríos. Todas las cosas comunican miedo y los

caballos agonizan en campamentos muy lejanos.



Un olor a mercados es el olor de mi alma.

Antonio Gamoneda: “Descripción de la mentira” (fragmento).
Edición de Miguel Casado. Edad (poesía 1947 – 1986). Madrid:
Editorial Cátedra, 1987, 269.

ÚLTIMOS FRAGMENTOS DE LA PRESENTACIÓN



Sólo así se puede pensar el proyecto como obra de conjunto, de mayor envergadura que el de una simple promesa corriente abajo por el río para no llegar a ningún sitio. En el poema, la ciudad, el río y la promesa escalan las alturas de la soledad con las fantasías lúcidas del plano arriba y con las fantasías azabachadas del críptico abajo, a mayor profundidad que como tal también es más oscura.



Si cada poema es un recodo de parada breve en el río, el conjunto del poemario se convierte en una larga travesía, donde van a caber muchas experiencias que se van reatando consigo mismas y con los pensamientos de otras travesías paralelas. Una tal ex-periencia (=viajar viendo cosas) poética es la travesía óptima que añuda el sentido más sublime con los tiempos laboriosos del quehacer cotidiano. Por eso, en La Ciudad Consolada, junto al sollozo del ángel negro y la sombra del río, aparecen las fiestas, su gozo protector del misterio y las querencias de ternuras que la fuente y el río Tormes procuran a la fantasía; en seguida llega la presencia de las luminarias de la gracia y la ciudad divinal en que se convierte la sustancia poética. La alegoría del plano arriba pronto se hunde en lo críptico del nocturno siempre a punto de la aurora, para solucionar la historia de los saltos vitales y concurrentes. La marcha del viaje despega desde la raíz del lugar y del sentimiento del pueblo, donde a su vez se pregunta por la existencia del país, desemboca en el umbral de la playa como símbolo de apertura a soñar con otros mundos, otros países. Allí conviviendo con el compromiso de cumplir con la promesa del poema, aparece la soledad del aguafuerte de la naturaleza abrileña, la soledad de la inteligencia pastoreando nubes diligentes, y la soledad de la faena laboriosa de producir conceptos para la ciencia.



¿Cómo anudar secuencias tan distantes en la lógica de la ida y vuelta, distantes en el espacio del estar allí y estar acá, distancias de geografía y cultura entre el pueblo castellano sin río, ni montañas, sin verdor del bosque aún de encinas, y la ciudad de Santiago de León de Caracas, atravesados sus valles por ríos, flanqueada por verticales montañas, y sus bosques de selva tropical. Una vez hice un viaje poético[2] desde la cumbre de Urbión, donde nace el niño Duero (de manos de Gerardo Diego), con descanso detenido en el claustro donde la ciencia, el rezo y el ciprés se recrean en el monasterio de Silos, hasta llegar a concluir lúcidamente en el bosque del campus universitario de la ciudad de Caracas, para seguir acogiéndome a la inteligencia, a la ciencia social y al andar habiendo placer de la razón urbana.   



Siglos de historia, siglos del mito, conservando la energía de la crónica etnográfica, del ensayo y del poema. Este libro de poemas super flúmina es un desafío de la libertad y de la consolación (esperanza) para los tiempos de oscuridad que marca el reloj de los tiempos en Venezuela. Tiempos en que no hay febrero con nieve, ni lluvia en marzo, pero sí mucho sol en abril y permanentes flores en mayo, esperando que el aguafuerte de abril dé paso a la floración con que comienza el invierno (lluvias) de mayo. Es la ciudad de las tierras altas, la que inspira la dicha del recorrido poemático y le unifica en torno a la promesa de amor al mundo y de la soledad de ternura al río, la conexión poética que nos lleva a las aventuras de la fantasía sentimental, del mito antropológico y de la historia social.



El río Guaire embaulado a su paso por Caracas


[1] Un libro de Samuel Hurtado, en publicación, agosto 2017.


[2] Dicho viaje está narrado en Chortal y Ciprés. Mis pensamientos antropológicos. En mi blog http://pensamientosantropologicos.blogspot.com  mes de julio de 2011.

martes, 28 de noviembre de 2017

SIN DOLOR DE PAÍS NO HAY APRENDIZAJE SOCIAL

celda en cárcel de seguridad



He vuelto a leer Resistencia y Sumisión. No sé cuando fue por primera vez, desde que compré el libro en 1970. Dietrich Bonhoeffer resultó una personalidad cuyo atractivo obedece a mis años hippies de 1968, cuando pasé un año en Londres. Entonces sonaban con fuerza autores luteranos alemanes, que impulsaban una renovación en el pensamiento cristiano, y que en su tiempo de vida (años 1930 y 40) dieron que hablar por su oposición al proyecto totalitario de Hitler en Alemania.

Mi motivo de entonces tuvo un sentido intelectual, cuya emoción se vinculaba con la filosofía de la liberación en América Latina, que entre paréntesis tenía inspiración de ciencia marxista.

La vuelta a leer Resistencia y Sumisión[1] obedece a un ritmo de buscar preguntas con calidad de respuesta para el problema venezolano.

En los comienzos de la revolución bolivariana (2000-2003), el ritmo de la búsqueda se refirió a estudios de sociopolítica. Eran años de movilización frente a un pueblo que aplaudía engatusado a la revolución con tapadera marxista.

¿Cuándo no en Venezuela se encuentra la aglomeración social delirando la palabra cambio, enamorada siempre en su consciente-inconsciente de las revoluciones desde la independencia política?

Pero ahora en la culminación de la revolución, y destapada de su marxismo y en su tope político, el ritmo de búsqueda viró a temas de remanso socio-religioso-político, como consuelo de liberación profunda y aprendizaje social. Es nuestro consuelo de esperanza activado. Comenzó con un artículo encomendado por el departamento de Comunicación de la Universidad Católica Andrés Bello, que titulé: Magia y Política del Vivir a Gusto, (17 de marzo de 2017).

Después de rematar mis materiales de investigación organizados en 6 libros, desde septiembre he desempolvado libros comprados antaño, para volver a leer la relación entre religión y política en estos tiempos que persisten cada vez más turbulentos en Venezuela, ya en el límite. Pero Bonhoeffer nos previene al explicar su título respecto al inconveniente, y también de la imposibilidad, de fijar dicho límite, so pena de matar el ritmo de vida y fecundidad de las situaciones que se nos presentan, ya se nos vengan como de un mar de fondo a tragarnos:

A pesar de las fuertes olas
del mar, contra mi conjuradas,
de vuestro canto oigo las notas
aunque lleguen ahogadas.

(Der grüne Heinrich, citado por Bonhoeffer, 59).

Porque es una revolución marcada por la destrucción del país, lo que hace de éste una reclusión del país al estilo cubano bajo cuya asesoría avanza dicha reclusión, y nos recluye asimismo a cada ciudadano en nuestro quehacer cotidiano signado por las dificultades y obstáculos, presentes en un país de ausencias.

Con búsqueda o no, la lectura tuvo el sentido del dolor de país, cuya emotividad brotaba del sentimiento de reclusión a que nos ha empujado el programa político de la revolución bolivariana. La lectura ha sido densa, por lo menos en las primeras 70 páginas, referidas a ‘Cartas a los Padres’. Su objetivo profundo fue infundir a éstos el consuelo debido a su detención por la Gestapo.

¿Y cómo yo argumento a mi gente el consuelo, y aprendo el relato de mi dolor de país para que ese dolor sea fecundo en la vida futura de este país enloquecido por su reclusión?

Después, la lectura se hace más contemplativa cuando se lee el ‘Informe desde el Cautiverio’ y en ‘Cartas a un Amigo’. Sus pensamientos sobre el cristianismo sin religión me retrotraía a mis prácticas con la gente; pese a su luteranismo, la limpieza que hace la Iglesia reformada del cristianismo nos enseña mucho a los católicos a depurar el sentimiento de lo religioso de cara a Jesús de Nazaret, el Dios Humanado o el Hombre-Dios: mito antropológico y misterio teológico de la esperanza humana.

Pero se interrumpía su relato porque los bombardeos sobre la ciudad de Berlín eran intensos al final del Segunda Guerra Mundial en los años 1944 y 45. Así yo retornaba a mi tranquilidad por comprender la serenidad de aquél hombre que vivía, pensaba y sentía una libertad suprema al considerarse condenado a muerte en un campo de concentración del nazismo hitleriano; suprema libertad como la canción más hermosa, la del cisne moribundo porque éste ya canta sin temor (Bertolt Brecht).

Mi lectura ahora se encaminaba por la senda de la situación venezolana en la que siento una reclusión personal a partir de la reclusión amplificada del país mismo. Lo que tengo de valor agregado es también como Bonhoeffer: la posibilidad de vivir, pensar y sentir con una experiencia intensa el país. Esto a su vez retroalimenta mi pensamiento sobre el negativismo de sociedad con que ocurre la ‘solución venezolana’, negativismo que se despliega afirmativamente a favor de la destrucción impulsada por la misma revolución bolivariana.

Las situaciones nunca vienen y van insípidamente solas. Siempre lo hacen acompañadas con un sentimiento que les otorga un valor o sentido. Mientras las situaciones persisten, es el sentido el que da la clave de interpretar el total de las situaciones, o mejor, la situación total, que en Venezuela es la situación signada por el dolor de país.

Mi situación personal: apenas soy en Venezuela, hoy día, un simple profesor, jubilado de la Universidad Central de Venezuela, que ha tratado de explicarse lo que pasa en el país desde lo que es y ha sido siempre, es decir, de su etnicidad o cultura antropológica, proponiendo también lo que desea ser y cómo lo puede ser, y lo que debe llegar a ser como su desafío histórico. Por esta entrada, sé de todos los sentidos de la acción en torno a cómo se mueve la vida venezolana, y sobre todo, sé cómo organizarlos bajo un concepto explicativo: la matrisocialidad (1992), concepto que prueba como referencia el concepto de populismo (1981) bajo la especie de recolector (sub specie de conuquerismo).

Pero esta impavidez de detección explicativa desde mi llegada al país (1968) como sacerdote, de vivir 15 años en Los Postes, barrio marginal de Caracas (hasta 1983), de cruzar y compartir el pensamiento en las aulas universitarias con ambiente izquierdoso y de ex-guerrilleros anarcoides (1973-1979). Todo este bullir del pensamiento y la acción, ha comenzado a resentirse en su inteligencia por la radical estrechez de país en que uno vive.

Bonhoeffer lo dice desde la estrechez de su celda en la cárcel Berlín-Tegel, y aún trasladado a otra cárcel más segura en 1944. Él vivió esa reclusión bajo la forma de volver a las cosas más simples y a lo más esencial de la vida. Así se dedicó con todo el tiempo que le dejaban las horas de los bombardeos sobre Berlín, a estudiar, pensar y escribir sobre los aspectos más personales como el del cristianismo sin religión, y refundirlos en los acontecimientos mundiales que se precipitaban con el desenlace de la guerra. Así logró elaborar en su personalidad una unidad de espíritu superior y un corazón sensible, herencia social indestructible que puede quedar adormecida, pero que no se pierde nunca para la humanidad.

Toda lectura actualiza en el lector las situaciones que se relatan en el texto, y su aplicación forzosamente las reconfigure en otras circunstancias, base del aprendizaje social. La distancia o la lejanía de autor a lector te hace, como en los motivos del cuento maravilloso, revivir mejor y con más limpidez  tu situación actual en que vives.

Muy al contrario de la estrechez de la celda carcelaria, donde Bonhoeffer aprovechaba la disposición de tiempo y la soledad para crecer en pensamiento y memoria, la estrechez del país venezolano le priva a uno hasta del tiempo y la soledad, sometido al stress de buscar los alimentos por los múltiples supermercados y mercados a cielo abierto, a procurarse el dinero en efectivo por los diversos bancos en medio del corralito financiero, y por lo tanto sometido a los apuros de pagar los servicios públicos, los repuestos de los coches averiados, los servicios médicos y la compra de medicinas inconseguibles por otra parte, y a recluirse en casa antes que caiga la noche con la rapidez que ocurre en los trópicos, de ponerle rejas a todas las ventanas y puertas, y hasta la alambrada de trinchera en los portones y muros, y todavía sometidos a pagar un alto costo por el servicio de vigilancia privada. Las inseguridades, expresadas en robos, asaltos, invasiones en calles, casa y urbanizaciones están presentes permanentemente de un modo sorpresivo.

En Venezuela no pasamos por una segunda guerra mundial como Bonhoeffer, ni siquiera por una guerra civil como los españoles, ni una guerrilla armada como los colombianos, pero estamos bajo un estado de violencia generalizada, con los resultados de una guerra permanente sin límites de solución planteados. Además, una violencia generalizada bajo la especie de que en vez de morir el líder por el pueblo, es el pueblo el sacrificado para que el líder sobreviva y con vida en abundancia.

Otro resultado de la violencia generalizada se refiere a la ausencia de liderazgo en la oposición política. Si en medio de esta ausencia surgen voces de líderes, éstos se debaten en un conflicto sin consecuencias favorables a lo político. Así se dividen buscando intereses diferentes, desenfocados del interés general en la confrontación con el grupo en el poder político del gobierno. Si hay iniciativas para buscar el enfoque de esa confrontación, se reducen otra vez a convocar al grupo de Los Notables que suplantan a la acción que debe emprender el pueblo.

El desentendimiento como desorientación social luce como la falta de aprendizaje social porque primero no existe el dolor de país, por parte de los líderes, y me atrevo a decir que ni por parte del pueblo mismo venezolano, que está esperando otra vez consentirse y no estimarse como pueblo. Por eso si se aglutina como masa o aglomeración social es en torno a un líder bajo la égida de la ideología marxista-leninista o bajo el ‘carisma’ del jefe militar (un comandante), carisma que al fin se resuelve en una bravilabia, verbosidad engañosa para halagar: el vocabulario venezolano tiene a disposición el término plástico de cobero. Así califican a Chávez sus amigos de adolescencia (el historiador barinés Rafael Simón Jiménez) y sus compadres de adultez en el cuartel (el teniente coronel Jesús Urdaneta Hernández).

Nuestra compensación se vincula con el intercambio de la gente en las colas de los supermercados, de los bancos, de las agencias de los servicios públicos, y también en los dictados del aula de clase. Magullado por la escasez de recursos y del tiempo, por las preocupaciones que rompen la soledad serena y por la falta de soluciones a los problemas diarios, empero, uno no puede por su autoridad moral sino sobreponerse y respirar el aire de serenidad ante los otros y con los otros (familia, amigos, vecinos, alumnos). Porque a pesar de la queja, todo el mundo espera que se le consuele. Uno adopta su papel, y al mismo tiempo sale consolado con los consolados, aunque la medicina sea los encuentros esporádicos.

Si ya esto me permitía el aprendizaje social del dolor de país, trascendiendo lo local infantilizado, y aún más allá del compromiso de sentir cualquier tierra  como tu tierra natal, esto es, de sentir a los extraños como tu propia gente, aún aspiraba a lo perfecto, a que nos invita Hugo de San Víctor ya en el siglo XIV: a que el mundo entero sea sentido como un país extranjero, a que la gente de la calle de la ciudad total sea sentida como una sociedad extraña.

Colocando la perfección en dirección positiva, se trata de asumir lo ajeno o extraño como lo propio. Esto implica subir al nivel del testimonio con el riesgo de conocer a fondo la realidad y en condiciones de sacrificar la vida por ella, una vez sentido su sufrimiento. Es el supremo aprendizaje del país a partir de su dolor. La invitación del monje filósofo inglés del siglo XIV (Hugo de San Víctor), me la actualizaba el pastor teólogo alemán de la primera mitad del siglo XX (Dietrich Bonhoeffer). Y todo ello desde el adentro hondo de la situación de dolor del país venezolano, que tesoneramente cargo  conmigo.       

Un país con una selva crecida y densa (lo cultural), con la que hay que hacer un arduo trabajo de jardín (la sociedad) ¡Un trabajo digno de Prometeo contra los dioses, esto es, contra la magia que colma, como cultural, el país venezolano!


[1] Conseguí dentro del texto la interpretación del título que ofrece Bonhoeffer en una de sus Cartas a un Amigo: “Dios, no sólo se nos aparece como un ‘Tú’, sino también ‘embozado’ en ‘lo impersonal’ (destino), o bien, en otras palabras: cómo el destino se convierte realmente en ‘dirección a seguir’. En consecuencia, no es posible fijar de una vez para siempre el límite entre resistencia y sumisión, pero ambas han de coexistir y ser practicadas con igual decisión. La fe nos exige esta actitud flexible y viva. Sólo de esta manera lograremos soportar y hacer fecundas cuantas situaciones se nos presenten” (D. Bonhoeffer: Resistencia y Sumisión. Barcelona: Libros del Nopal de Ediciones Ariel, 1969 [1951]: 138-139)