lunes, 30 de enero de 2023

EL PAÍS QUE SE VA Y SE VIENE: ¿QUÉ HACER CON LA ESPERANZA?


 

 

¡No sé que tiene la aldea

donde vivo y donde muero

que con venir de mí mismo

no puedo venir más lejos

                                               Félix Lope de Vega y Carpio

 

Hemos protestado, nos hemos movido en marchas y en contramarchas de multitudes, hemos sufrido paralizaciones, amenazas, nos han reducido a escombros de sociedad, hubo muertos, algunos huyeron como emigrados, otros se refugiaron en su pasividad, en la inercia del día a día: eso no iba con ellos. De pasar necesidades, hambre y frío de madrugadas, desde donde no se veía solución alguna, y aún no se ve debido a la miopía de los que se alzan como líderes políticos. Los demás de allá se adaptaron a “como vaya viniendo vamos viendo.

 

Hay gente, sin embargo, que susurra ‘en la bajadita te espero’, como dice el argot criollo, inspirados en la canción de ‘resistencia’, con su tremendura  de razones para resistir a todo lo que cueste. El país se va y se viene de muchos modos y maneras. Queda el problema de cada uno y su compromiso (o quizás su complicidad) con el país que va viniendo como otro país, alterno, a reinventarse.

 

¿Por dónde anda y se anda el camino de allá para acá del país?

 

Parece que Pandora, la diosa, nos dejó todos los males para nuestra propia autodestrucción.

 

¿Acaso esa diosa no guardó en la caja la esperanza?

 

Sí pero el mito griego parece que nos dice que no permitió escapar  la esperanza como el supremo y definitivo mal. Todos los contenidos en la caja de Pandora eran los males que Zeus reservó a los humanos como consecuencia  del robo del fuego que Prometeo perpetró para llevárselo en concesión a los humanos. Ese fue el mito de los antiguos para explicar la marcha del mundo en aquella sociedad griega.  

 

Los modernos tienen otro manejo del mito, y le han cambiado su sentido radicalmente. Cada historia modula el sentido de la vida y su existencia: la esperanza aparece como el mejor de los bienes para los seres humanos.

 

¡Ay!, ¿no tiene este cuento de la esperanza un parecido con el ofrecimiento de la promesa?. 

 

Nietzsche nos dice que la promesa se inventa con la civilización en cuya historia se promete para no cumplir. Así puede surgir la invención de la esperanza sin resultados en el trayecto donde el país de los ‘idos’, no tendrá la conexión para esperar al país de los ‘vinientes’ (no exactamente retornados) en cuanto emprendedores del país nuevo.

 

¿Pero cómo queda la esperanza y su desarrollo para que tenga su cumplimiento desalojando las frustraciones?, si lo que sentimos hasta ahora, después de casi  25 años (¡un cuarto de siglo!), es un país que se va pero que se viene con corrupción, lavado de dinero, asociado a un poder político de destrucción, sometido a la pauta enajenante de las divisas extranjeras, con peaje del Estado para con el trabajo desarrollado dentro de la sociedad y de las remesas que llegan del exterior. Allí está la aceptación sin remilgos de la malversación de los dineros públicos de la nación…

 

¿Cómo revertir la suerte de la contramarcha negativa del país manteniendo el mito según los modernos, y contraviniendo al país para que la esperanza no tenga la suerte de la promesa, según el filósofo alemán?

 

Tal es el motivo de comenzar de nuevo nuestra investigación sobre Venezuela, porque han cambiado los principios y las condiciones de la realidad de país y su sociedad. La puntilla de muerte se la trae el gobierno socialista desde el Estado para reducir a polvo las ONGs, es decir, la existencia de la sociedad en su proyecto de civilidad a partir de sus asociaciones intermedias. Nos queda la resistencia que es necesario mantener donde cada cual logre obtener la forma de resistir, y al mismo tiempo descubrir cómo seguir el camino del país que viene, a partir del inventario de las cosas nuevas que se suceden como fuerza de la historia.

 

¿Es cuestión de ‘no perder’ las esperanzas?

¿Acaso nos contentamos con ‘tener’ esperanza como aguantadores de historias para contar como retórica?

 

En estas preguntas se esconde la desesperanza para ‘no hacer nada’, y mantenernos estancados en el anuncio seductor de la promesa (para engañar con cumplidos para no cumplir). La esperanza que no se vence a sí misma no logra llegar a su realización, y por lo tanto a ‘ganar’, aunque sea  ‘aprender a ser país’ aun desde el negativismo social a que nos conduce nuestra cultura étnica.   

 

Es necesario pasar más allá del ‘no perder’ y del ‘tener’ la esperanza, a colocarnos en el ‘hacer’ la esperanza, en el sentido de trabajarla y desarrollarla para que se trascienda a sí misma. Cada cual y cada grupo social tendrán que tomar opciones en la forma cómo van a andar el camino del país que debe venir (Cf. Guerrero, 2022). Nosotros llevamos tiempo, mucho antes de estos 25 años de revolución llamada socialista, para entender el comportamiento y explicar conceptualmente al país venezolano. A ello nos aplicamos en el cerro de obras publicadas bajo la hondura de los submundos de su sentido conductual.

 

Nuestro concepto de matrisocialidad significa un trabajo de hacer la esperanza bajo las condiciones de reinvención del país  con el costo del sufrimiento. Este es el límite de autenticar la verdad de proponer la reinvención del país como verdad, frente a la posverdad en cuanto destrucción del mismo con su mentira. Como invención, nuestro hacer la esperanza del país que viene, tiene su propia auto-victimización (Sucasas, 76), no de otra forma se testifica en nuestro mundo de fe y esperanza. Nuestro concepto de matrisocialidad contiene compromiso y denuncia, al mismo tiempo que el anuncio del país que debe venir.

 

Porque sin pensamiento de país, no se sabe a dónde se va, al mismo tiempo que el pensamiento es guía en el trayecto de su advenir como país. El soporte de dicho concepto es el de  un proyecto intelectual de carácter científico, que invita a ser transitado.  Saber cómo este concepto se hace sensible a la experiencia de la sociedad supone el despliegue de las temáticas de la madre mártir, del edipo adolescentizado y de la sociedad huérfano del simbolismo del padre.

 

Frente a esta falta de crecimiento simbólico, Venezuela lo compensa con la lógica encantadora del principio del placer que la hace improvisadamente feliz; felicidad que la estanca en un abismo de problemas que no resuelve bajo el poder de un Estado fallido y de un opaco imaginario popular socialmente incompetente. Simón Rodríguez en su Defensa de Bolívar en 1828 nos dice y subraya: “Se ha hecho la revolución…enhorabuena; ha aparecido el heroísmo…, todavía falta mucho para adquirir la verdadera gloria con que se coronan las empresas políticas”.

 

Aquí viene lo que nos dice Mangabeira (2013), ex-ministro de Lula da Silva, sobre la impronta necesidad de una insurrección intelectual que añude las hambres ancestrales del pueblo (Zambrano, 1988) con la orientación de una minoría activa (Moscovici, 1996) de la que se precise la hechura del país para la esperanza.

 

Se trata de generar la autoestima del país (Barroso, 1991); nudo de confluencia en la que persista el quedarse en el país para esperar al país que viene y colaborar en esta venida de país nuevo. Esto supone aprender a cambiar la suerte de vida como innovación social, desde la óptica de país que se va con los emigrantes, en diáspora, a pasar a vivir el país viniéndose desde dentro del país mismo (Cf. Guerrero, 2022). Como tal es un venirse a sí mismo, viviendo el país  nativo como exiliados.

 

Este vivir nos da la oportunidad de asumir los riesgos como competencias, para que los intercambios  en el país en innovación sean mayores y de calidad superior. Vivir como emigrante en el propio país genera la perspectiva de un país ulterior que permite facilitar la adquisición de un valor agregado y colocarse en la alternativa de producir la realidad de un país impensable. 

 

En breve, el país que viene necesita de una gran esperanza, forjada en el vivir el país que se va como extraño, exiliado. Es preciso emprender el camino desde dentro de sí mismo para que sea de todos, que es como decir desde lejos.

 

Referencias

Barroso, Manuel (1991). La autoestima del venezolano. Democracia o marginalidad. Caracas:

Galac. 

Guerrero, Alexander (2022). "Destrucción y creación. Una perspectiva desde          Schumpeter". Centro de la Difusión del Conocimiento Económico. Conferencia en Zoom, 8 de noviembre, 10:30-11:30 horas.  

Lope de Vega, Félix (s/f). “A mi soledades voy de mis soledades vengo” (poema).

Mangabeira, Roberto (2013). El proyecto suramericano es una fantasía en la que prosperan ilusiones retóricas”. El Nacional, 24 de marzo.

Moscovici, Serge (1996). Psicología de las minorías activas. Madrid: Morata.

Rodríguez, Simón (1916). Defensa de Bolívar. Caracas: Imprenta Bolívar.

Sucasas, Alberto (2003). "Interpelación de la víctima y exigencia de justicia". En J. M. Mardones             y Reyes Mate (Eds.). La ética ante las víctimas. Barcelona: Anthropos, 76-99. 

Zambrano, María (1988). Persona y democracia. La historia sacrificial. Barcelona: Anthropos.