miércoles, 5 de diciembre de 2012

FELICITACIÓN DE NAVIDAD

Hoy al hielo nace
en Belén mi Dios
cántale su madre
y el llora de amor.

Lope de VEGA
Música: José María Alcácer

“Cierto, decía mi maestro, que si el Cristo no hubiera muerto entre nosotros, la divinidad no tendría la experiencia humana que se propuso realizar y sabría del hombre tan poco como los dioses paganos”…..
…“Volverá el Cristo a nacer entre nosotros, los escépticos, que guardamos todavía un rescoldo de buena fe. Todo lo demás es ceniza; no sirve ya para la nueva hoguera”.

Antonio MACHADO: Consejos, Sentencias… VIIIº.

A todos mis alumnos
en cuyos nombres se revelan presencias
afectuosas, que se me ofrecen
como la gracia de Navidad, hecha
humana en el Niño de Belén.

A todos, los de ahora y de antes,
estén cerca o lejos, en contacto
o desprendidos en la memoria
académica y/o personal.

Cada cual a su modo, y todos
juntos ya son una prenda 
de gloria mia.

A todos les obsequio los mensajes
de este blog decembrino: Érase una Vez
y Universidad Ensombrecida (I) y (II).

A todos les deseo FELIZ NAVIDAD,
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Especialmente les recordaré cuando ya
retomo mi guitarra de música clásica
y entono el aguinaldo venezolano de Niño Lindo.

Navidad, diciembre de 2012

ÉRASE UNA VEZ

ÉRASE UNA VEZ

                                           cantábile
Érase una vez
un lobito bueno,
al que maltrataban
todos los corderos (bis).

Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado (bis).

Todas estas cosas
había una vez
cuando yo soñaba
un mundo al revés (bis).

José Agustín GOYTISOLO
En Paco Ibáñez: La poesía española de hoy y de siempre.
1970, Edition-Totale MN (happening musical)
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Érase una vez un padre, cuenta San Lucas (15, 11-24), que tenía dos hijos. Uno de ellos, el más mozo, le pidió la mitad de la herencia, y se fue a tierras lejanas a vivirla.

Que se alzase con la herencia, despojando al padre, implicaba un desprecio radical de la figura del padre. Pero con la herencia, se iba también la realidad del hijo. El padre sufría doble despojo, el material y el moral.

Porque el hijo es la alegría del padre, en torno a cuyo fogón el padre se deleita; allí recibe el calor de la razón de ser padre. Así como los alumnos son el gozo, en cuyo jardín se recrea la razón de ser del profesor. La profesora María Fernanda Palacios reseña que el reconocimiento que, como profesora, le hace la Universidad Central de Venezuela, su universidad, encuentra su base de fundamentación en la vivencia que le otorga la interacción con sus alumnos:

“He querido dejar constancia de cuanto le debo a esta universidad, en especial a mi Escuela de Letras, a mis profesores, colegas y sobre todo a los estudiantes que han pasado por mis cursos, porque sin ellos nada tendría sentido y por ellos siento que esta vida vale la pena cada día” (Correo Ucevista, Año 5, nº 160, junio 2009, UCV, Caracas)

Los alumnos van adquiriendo, según grado y roce social, la categoría de hijos, y a la larga, en la parejería de colegas, el de (grandes) amigos. Porque son los herederos de las gracias (personales, académicas e intelectuales) del profesor. No en vano, la maestra ya es pensada como una madre social. Ocurre una hibridación de hijo-alumno en la marcha civilizatoria entre el padre socio-biológico y el padre académico-social en lo que respecta al proyecto social que adquirirá (que trabajará) el hijo y el alumno.

Pero en la parábola, San Lucas refiere que el hijo se alza sin ton ni son (sin razón de ser) con la herencia del padre. Así también hay parábolas que tienen como narrativa que el alumno se apropia impunemente de la acumulación del saber del profesor en su “provecho” personal. Las gracias de la herencia se convierten en desgracias, que terminan con la in-gratitud del alumno. Un “aprovechado” asi, lleva plomo en el ala (historia vital). La herencia, cualquiera que sea, siempre es un bien colectivo, le pertenece a muchos.

Con la in-gratitud, como capacidad de generar lo des-graciado, tanto el hijo como el alumno, dibujan la posibilidad de su desaparición (muerte) en la historia de vida del padre o del profesor. Aquéllos desalojan a éstos (lo pretenden) del capital social y de su entorno que les pertenece como asuntos personales trabajados por ellos. Hijos y alumnos así, producen una muerte mutua, sea en la relación de padre-hijo, sea en la relación de profesor-alumno: la amistad se convierte en enemistad, y el amor en desmerecimiento. El mundo termina recomponiéndose al revés: el hijo-alumno se figura como el bueno, quedando la figura propicia del padre-profesor como la desgraciada.

Pese a todo ello, hay una vuelta de rosca: el padre de la parábola se atuvo y contó siempre con el regreso del hijo. La filiación no desaparece como virtud o fuerza social, como tampoco la relación de alumno, pese a sus desvíos, olvidos o desconocimientos con respecto al profesor. El padre permaneció en vigilia diaria, deseoso del regreso del hijo. El regreso de éste fue celebrado por el padre con inmensa alegría, porque su hijo perdido había sido rescatado. El buen profesor que siempre estuvo en vela esperando al alumno para la clase, ahora en el avatar de la vida celebraría el rescate de la herencia intelectual perdida: celebrará la valentía del retorno del alumno a la escuela intelectual de la casa académica.

La función civilizatoria (de una ética social) del padre y del profesor puede pensarse como un sueño de un mundo al revés; no como el de las mascaradas carnavalescas, sino como el de las gracias de las fiestas de Navidad. Tanto el hijo como el alumno detentan la osadía inicial del regreso; aunque el padre y el profesor tendrán a su disposición las gracias o dones de la herencia social.


LA UNIVERSIDAD ENSOMBRECIDA (i)


EN ESTOS AÑOS DE TORMENTAS (16)

"Revolución absoluta queremos"
Dijo el más débil
Que sea anatema. 

"No haya reforma. Ninguna conviene" 
Dijo el inútil,
 Que sea anatema. 

"No hay que entenderse jamás con la vida"
Dijo el retráctil,
 Que sea anatema.

"La realidad rechazamos. Nefanda" 
Dijo el estéril,
Que sea anatema.

"Purifiquemos. Quemad los museos"
Dijo el imbécil,
Que sea anatema.

Jorge GUILLÉN: Aire Nuestro y Otros poemas,
Biblioteca Crítica, Seix Barral, Barcelona, 1976.

LA UNIVERSIDAD ENSOMBRECIDA (I)

“Quiero vivir libre y morir ciudadano”
(Simón Bolívar)

Índice General:

A. La Universidad y el “Locus” Democrático.
B. Los Oscuros de los Claros Universitarios.
C. Autonomía Crítica y Organización Intermedia
D. La Teoría de la Universidad y la “Auctoritas”
C. Cultura Caudillista e Inflexión Democrática.
F. Bibliografía
                                                                   
Índice Parcial:

                            A. La Universidad y el “Locus” Democrático.
                            B. Los Oscuros de los Claros Universitarios.
                            C. Autonomía Crítica y Organización Intermedia

A veces no hay peor cosa que las verdades a medias. Decir que la universidad es el reflejo de la sociedad (el país), contiene aquella media verdad que obscurece el camino de acceso al verdadero problema que se quisiera plantear sobre la relación entre la universidad y la sociedad. Como después es difícil mantener en vilo un equilibrio que aparece como neutral(-izado), puede resultar que aún la universidad desmerezca y se encuentre por debajo de la sociedad en la valoración de los desafíos que presenta la realidad social. En el entendimiento de la vida, muchas veces la gente, que no sabe sino de cosas prácticas, suele ir por delante de la gente que sólo sabe de libros. Se puede oír a los primeros que uno lo aprende en la “universidad de la vida”. No es extraño que se sorprendan de que la “universidad verdadera” no sepa incorporar a los problemas de la vida toda la sabiduría que se espera de ella.
La sorpresa llega al tope en los tiempos de extravío que corren, y en lo tocante a los grandes problemas de la economía, la sociedad y el estado, que se ciernen sobre la gente venezolana. Ésta dice lo vemos y lo vivimos pero no sabemos lo que está de verdad pasando. Tal ocurre con la dinámica política actual que levanta palpitantes chispas. Entonces hasta nos llegamos a preguntar sobre si el venezolano es demócrata (etnoculturalmente), hasta dónde es demócrata (socializadamente), y hasta si merece la pena que sea demócrata (societariamente). Problema escalonado que puede revertirse sobre la universidad aunque sea por el hecho de ser parte (partícipe) de la sociedad venezolana misma.

A.   La Universidad y el “Locus” Democrático.

         Una cosa debe estar clara: si la universidad no genera un valor añadido que la haga ser un plus ultra de la sociedad, esto es, que la coloque más allá de ser un mero reflejo de su sociedad, carece de razón de ser. No importaría ahora si la etnocultura y/o la economía juegan o no a que la gente venezolana sea demócrata, sino si la universidad juega o no al “ideal básico de la educación actual (que) debe (ser) conservar y promocionar la universalidad democrática” (Savater, 1997,152). La sociedad (natural) funcionaría sin necesidad de la universidad, tal como lo ha hecho durante miles de años, y quizás, ay, siga haciéndolo. Actualmente ello sería un indicador del mal “estado de sociedad” en que se encontraría el colectivo venezolano.
         No cabe duda que la “cultura democrática” se revela como un gran problema de la sociedad y del estado, y, por lo tanto, de la universidad. Sobre este problema, como sobre otros también de gran carga ética societaria, se llenan a veces las preocupaciones de los artículos de fondo de los periódicos, de las tertulias de radio y de los programas de televisión, hasta de las conversaciones de los grupos de esquina y de los amigos de la hora del café. Estos “géneros literarios” puede que no lleguen al fondo de la cuestión y menos de su explicación. Pero un sujeto universitario (profesor, estudiante), además de conocer la información del nivel coloquial o presentir la del sentido común, debe añadir un nivel reflexivo, una dosis de pensamiento sobre la realidad problematizada.
         Ya no se trata de ser demócrata personalmente, ni de la “democracia” de un mero colectivo social, sino de la “cultura democrática” de un colectivo societariamente cualificado como es la corporación universitaria, merced a la materia reflexiva con la que debe trabajar y generar productos. No vamos a preguntarnos cómo una organización corporativa, compuesta de jerarquías, puede ser democrática. A esto responde el sistema electoral moderno. La pregunta es cualitativa en el sentido de cómo se puede “cultivar” la democracia en la corporación universitaria y que ello tenga resultados educativos para la sociedad. La “cultura” hace de marco amplificador al hecho democrático en cuanto que éste se inserta en un proceso de esfuerzo de elaboración por parte del colectivo corporativo. A su vez, la “democracia” como invento y proceso historizado se convierte en un foco de atención, objeto de cultivo: puede originarse en un pensamiento mítico y expresarse como tal en un campo de acción histórica, de forma que puede crecer (o disminuir) hasta madurar plenamente (o morir). Nunca es un producto terminado; tiene además que cuidarse en todo momento para mantener su lógica de un producto por terminar (madurar), al mismo tiempo que su estilo de elaboración conduce a ser vivido con una moral trenzada en una cultura.
         Desde el primer momento, hemos optado por hablar de la democracia moderna o societaria, no de una democracia primitiva o natural, uno de los modelos conceptuales que pone Durkheim (1974, 70) como ejemplo para explicar el método sociológico. La democracia moderna no constituye un don natural (cultural), ni tampoco un regalo divinal (mágico o del destino); no la puede otorgar la condescendencia graciosa de un jefe supremo, caudillo o héroe. Es un afán colectivo proveniente de una voluntad general preocupada por los intereses comunes. Para ello convoca a los acuerdos y los instituye con el objeto de prever la acción. Al esperar a la gente para su servicio y responsabilidad va construyendo la sociedad. En otros términos, se trata de algo conquistado con esfuerzo intelectual y acción política, lo cual configura una realidad esencialmente ética como prosecución. En cuanto cultivo en proceso de maceración, sólo puede llevarse a cabo mediante una socialización, en cuya conservación y permanencia tiene un papel crucial la educación,  esencialmente ética, más allá del empleo de tecnologías educativas en apoyo a facilitar los aprendizajes.
         Decir que la educación es esencialmente ética, no quiere decir moral (Marina, 2001, 44 ss). Las morales son plurales y culturales. La ética es una y apunta a los derechos y a su objetivación en un proyecto de sociedad. No se trata del discurso de pensamiento único en el sentido de un pensamiento neoliberal, sino en el sentido de los derechos humanos y ello como punto de referencia para establecer una estructura común con el fin de articular la convivencia de muchas personas distintas y resolver los problemas sin necesidad de un enfrentamiento a lo bestia. La ética atiende a que los hombres se constituyan en unos seres dotados de dignidad. El cultivo de la democracia es un resultado ético, como la educación, y al mismo tiempo es una condición de crecimiento de la iniciativa ética entre los seres humanos, pues la ética no puede desencadenarse, ni mantenerse sino mediante argumentos que persuadan y merced a la autonomía de las cosas que conlleva a la crítica en la mentalidad pública (Marina, 1997a; 1987b).
         La universidad, como organización socialmente instituida con el fin de fundar la garantía de la educación, tiene que mirarse hacia sí misma para observarse como sujeto democrático, y mirarse también hacia fuera para observarse si como tal sujeto orienta (ex-dúcere) a la sociedad en la “universalidad democrática” (Savater, 1997, 152). Si hacia adentro no es un sujeto cultor de democracia (interna), mal puede ser un sujeto que añada valor reflexivo a la sociedad para que ésta tenga la capacidad de control sobre sus representantes políticos, el estado y el mercado, y ser una de las garantías de la conservación de la democracia. La universidad detenta el rol secularizado del antiguo profetismo: no pertenece al estado (a la jefatura política), y además su razón de ser es situarse en la acera de enfrente a la del estado, similar a la función intelectual del humorista o el caricaturista; de lo contrario no puede cumplir con los papeles que le encomienda la sociedad. Como cuerpo luminoso tiene responsabilidad sobre el porvenir del colectivo social tanto en la denuncia de los males que se le pueden encajar desde la política del estado y la economía, como en el anuncio de los beneficios que puede traer la ejecución de los derechos.

B.   Los Oscuros de los Claros Universitarios.

         Este oficio universitario puede estar ensombrecido. Por ello la universidad tiene dificultades en ser un lugar democrático y en estimular a la democracia en la sociedad. Una sombra intelectual es pensar que la universidad pertenece al estado, algo así como si el hijo al ser propiedad de los padres, tuviera que sentir y pensar como los padres. Se confunden las funciones de colaboración y regulación que debe prestar el estado con las funciones de control e intervención (negativas) que suelen asociarse confusamente con sus actividades oficiales y legales. Si la epistemología es un diseño sobre la realidad, la comodidad intelectual realiza mal tal diseño. No se pueden hacer usos equívocos con los distintos sentidos de realidad en lo tocante al estado: una cosa es la realidad estatal, otra la oficial y otra la pública. Que sean universidades públicas no quiere decir que sean estatales (estatizadas), y que sean privadas no dejan de ser de ámbito nacional y reconocidas oficialmente por el estado.
Como un obstáculo epistémico, otra sombra deriva de una tergiversación política consistente en que la producción de pensamiento se haga supeditada o deba someterse al presupuesto estatal, con lo que estaría dependiendo de las decisiones arbitrarias del funcionario (presidente, ministro o director de planificación). El estado en lugar de ser un estado de derecho y guiarse por la solidaridad social, funcionaría con voluntades aleatorias y a merced de la solidaridad natural. En tiempos de ultramodernidad hacia los que aspiramos, cuyo criterio es la ética (Marina, 2004, 225 ss), la construcción de obras del conocimiento no puede aguardar a semejante dinámica personalista y regresiva.
         Ensombrecen también a la universidad las sucursales políticas del poder del estado incrustadas en la vida del recinto universitario, así como los agentes orgánicos articulados a la estructuración académica. Son sombras que anulan la vitalidad con que debe operar aquélla función profética de la sociedad que ha de cumplir la universidad. Las sombras se proyectan desde la militancia (política) de los sujetos adscriptos a aquellas sucursales; la militancia como parcialidad radical corroe los esfuerzos universalistas que comporta la educación académica. Cuando el sujeto académico se pregunta seriamente porqué tengo que aceptar la práctica política militante se coloca en una actitud ética que puede ser escandalosamente inmoral (Cf. Marina, 2001, 44 ss) ante la moral del militante, que queda al descubierto como parcial e interesada ante las preguntas de la ética.
         Se profundiza el claroscuro en la claraboya de la universidad como crisis ética, cuando se asiste a la actividad de lo que en la teoría gramsciana se conceptúa como el “intelectual orgánico”. Éste se aleja del verdadero rol crítico que la academia tiene con respecto a la realidad y al poder, y se convierte en mensajero del poder, así como en proyectar viejas y nuevas ideologías. Las sombras del poder sitian al pensamiento en este intelectual, que como sitiado inconsciente puede, a partir de su fundamentalismo asociado al poder, pretender caer en el papel del secuestrador del conocimiento académico.
         A estas sombras se une la práctica de aquellos “académicos” que hacen de la universidad una ocasión o plataforma para ocuparse de otras cosas ajenas a la universidad. Es la universidad ejercida como un enclave de la sociedad, sea desde la ideología del estado o sea desde la ideología de la vida cotidiana. Como enclave, la universidad se reduce al papel de los notables que terminan por capitalizar todo el tejido social y sus virtuales movimientos. Si colapsa al fin esta intermediación de notables, el estado se apoderará de toda la población, profundizando su populismo. Desde las sombras y desde el enclave no se modifica el país. Al contrario, se paraliza, y aún retrocede estructural y regresivamente.
         En un paisaje ensombrecido así, dormita la universidad en su razón de ser. La universidad en vez de ir por delante y alumbrar el camino, se queda agazapada atrás y cierra con su luz lóbrega la vía de la sociedad. Hay que insistir en que la sociedad (y por lo tanto la universidad) se constituyen contra el poder establecido del estado, sea éste comandado por un prohombre, un caudillo, un héroe reformador o un santo (San Luis o San Fernando, reyes de Francia y de Castilla-León respectivamente). De lo contrario, pernoctarán sonámbulas como prolongaciones del estado y de su proyecto de dominación. En esta encrucijada de la contra-dominación, el papel de la universidad como principal agente educativo de la sociedad tiene la gran misión de proteger a los asuntos de la sociedad, antes de pensar (que también termina siendo así) en protegerse a sí misma. No sólo “el educador se convierte en cierto modo en responsable del mundo del neófito” (Savater, 1997,150), es que esa responsabilidad (ética) es parte esencial del proceso educativo, así como lo es la dosis de afecto que debe proyectar el profesor sobre su alumnado, como asunto también ético (la auctoritas), y no sólo epistémico en que se estaciona Devereux (1989, 47).

C.   Autonomía Crítica y Organización Intermedia.

         La tarea constituyente de la “cultura democrática” a detentar por la universidad, se muestra en su esfuerzo y práctica por conservar y preservar su autonomía, no sólo administrativa y jurídica, sino sobre todo la autonomía de la crítica o de pensamiento con el objeto de que se modifique el país de acuerdo a los problemas que padece la población. La autonomía la configura como una organización intermedia entre el estado y el individuo, intermediación que representa un valor social añadido al individuo con objeto de que el estado no pueda cumplir con sus ansiedades sociófagas, la de tragarse al individuo y su sociedad. Para impedir esto, la intermediación social de la universidad necesita ser crítica; bajo esta clave se sustenta el sentido de intermediación, se curan los malestares posibles de la democracia universitaria, se impulsan los esfuerzos por adquirir plenamente la “cultura democrática”. La crítica académica hace de crucero en la catedral de la “cultura democrática” universitaria. La fabricación de dicho talante crítico tiene que ver con aquel valor añadido que la hace parte de la sociedad, al mismo tiempo que la pone aparte de ésta.
         Si la universidad quiere ser útil socialmente tiene que constituirse en el momento reflexivo de la sociedad que piensa qué es lo importante para que la democracia adquiera una turgencia cultural. Tal utilidad se realiza si la universidad cumple con su función social de orientar a la sociedad en las cuestiones trascendentes. El desempeño educativo apunta a cumplir con esta función, esencialmente ética, es decir, que ayude a crecer (augeo) al colectivo en derechos de sociedad. Porque en la actual coyuntura venezolana se pretende desde el estado desviar el interés del colectivo respecto de los grandes problemas de la sociedad, del estado y del mundo, o el colectivo extraviado por ausencia de líder con proyecto societal desiste de sus luchas abandonándolos a merced del poder del estado. En estas circunstancias, es cuando dicho colectivo necesita de organizaciones intermedias como las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos, las universidades, etc., para que detengan tal desvío o abandono.
         Es necesario evitar que se profundice un período de confusión o extravío, empezando por la misma universidad, porque ésta se encuentra tan vulnerable como la sociedad, debido a los elementos que la ensombrecen. Puede desintegrarse como una Torre de Babel en medio de su orgullo (hybris) intelectual o soberbia académica. No es la primera vez que colectivos de relevancia histórica han visto destruida su estructura social e ideológica, y ante el gran pánico a la realidad, han cedido su poder a un líder, caudillo o héroe, al que luego veneran como a un dios o lo animan totémicamente. En la Venezuela actual, la confusión de lenguas se muestra en la difusión del malestar en la incomunicación que apunta no al final inconcluso de la torre, sino al principio de por donde empezar y en qué lugar echar las bases de la edificación del proyecto social. Si bien es verdad que los próceres de la independencia nacional como Andrés Bello, Simón Rodríguez, Francisco de Miranda y Simón Bolívar, tuvieron las luces del siglo XVIII para emprender la gesta de la fundación de una república y que tal luz no se ha apagado aún en los años más oscuros del siglo XIX con Fermín Toro, por ejemplo, ni en el siglo XX de las dictaduras con Adriani, Pocaterra y Briceño Iragorri, sin embargo, el fardo de la etnicidad caudillista popular, que ya Boves operó con éxito inicial, fue y sigue siendo una carga cuantiosa y pesada. Nosotros conseguimos la raíz de tal carga étnica en la relación de la dependencia materno-filial. Pensando que ésta es una relación paradigmática en nuestra cultura elaboramos el concepto de matrisocialidad. Por su carácter narcisista y de debilidad del yo, esta etnocultura mayoritaria en el país constituye la circunstancia de una sombra moral que afecta a la construcción de la “cultura democrática” en el país (Hurtado, 1995) y por consiguiente en la universidad.
         Tal raíz étnica no afecta sólo a la estructura familiar regresivamente, también se inmiscuye en los asuntos sociales debilitándolos, arruinando así permanentemente los esfuerzos de construcción de lo societal. La universidad se encuentra en el trayecto de esta reducción a ruinas en lo tocante a la realidad educativa (ex-dúcere) y en desarrollo o maduración (augere, auctoritas). El problema proviene de que los sujetos ex-ductores y autor-izados también portan inevitablemente la cultura matrisocial, pero deben operar las relaciones sociales como ex-ducentes y augescentes. Se encuentran en una verdadera encrucijada en la que por una parte su yo real (étnico) no tiene los detectores del sentido del otro (Barroso, 40), y, por otra parte, su “ideal del yo” tiene poco desarrollada la operación societal (el deber educativo) que impulsa al reconocimiento del otro como alteridad esencial en la construcción del proyecto social. Con esta “agonía entre la cultura y la educación” en Venezuela (Hurtado, 2005) que termina configurándose como un “complejo educativo” al que hay que darle solución, se juega el gran problema de la “cultura democrática” en la universidad y consecuentemente en el país.

LA UNIVERSIDAD ENSOMBRECIDA (ii)

EN ESTOS AÑOS DE TORMENTAS (20)

Hombres hay que trascienden sus afanes.
del día, de los días
poniendo una esperanza más allá
de todos los visibles horizontes.

Nunca a solas hay fe.
Ante el Padre común,
silencios, voces, música.

Y ocurre…

Atención solicitan y consiguen
las más inquietantes lenguas,
que formulan de nuevo normas, ritos.

Hay discordantes. No se van. Se quedan
dentro clamando. Dura aún la crisis
en las grandes naves perdurables:
Catedral, catedral.

La historia tormentosa
llega al nunca tranquilo cielo eterno.

Jorge GUILLÉN: Aire Nuestro y Oteros poemas,
Biblioteca Crítica, Seix Barral, Barcelona, 1975.

LA UNIVERSIDAD ENSOMBRECIDA (II)
                         
   Índice Parcial:
D.   La Teoría de la Universidad y la “Auctoritas”
E.   Cultura Caudillista e Inflexión Democrática.
F.    Bibliografía

D.   La Teoría de la Universidad y la “Auctoritas”.
              
         El problema no se plantea en el ensamblaje de las autoridades burocráticas, sino en las autoridades morales. Para el asombro general la teoría burocrática es la única elaborada: la concesión de títulos. La verdadera y propia teoría de la universidad tampoco tiene que ver mucho con la investigación y la ciencia. También se hace ciencia e investigación en los institutos y en las grandes empresas, disponiendo además de mayores recursos (Marina, 1998). Queda la docencia como el lugar de la teoría de la universidad. Es en la docencia donde se origina la estructura del hecho educativo como asunto académico, cuya relación paradigmática se ubica en la relación profesor-alumno: la de un conductor que guía desde fuera (ex-dúcere) para que el orientado crezca con criterio propio (augere). Si el profesor va por delante sembrando el valor agregado, produciendo episteme, es decir, pensamiento sobre la realidad, el alumno no va en la cola de atrás, despistado, sino que lo sigue resembrando dicho valor agregado. Si no hay resiembra no es posible la reproducción auténtica de la universidad, y por lo tanto, no se garantiza la estabilidad de la estructura ética de la universidad, ni su vinculación con la sociedad. 
         La condición esencial de la resiembra del valor agregado lo constituye el dispositivo reflexivo del profesor: es decir, que además de ser profesor tenga algo de intelectual, de alguien “(escritor, artista, músico, etc.,) que hace explícito su apoyo a alguna causa o compromiso social”. Su autoridad le viene del reconocimiento que tenga su nombre puesto al servicio de los demás. “¿Y en qué se nota el carácter intelectual de su compromiso? En que trata a los demás ciudadanos como si también fueran intelectuales, es decir, en que apela a lo reflexivo que hay en ellos tratando de convencerlos… Este último punto es el más importante de todos” (Savater, 2005). Si aplicamos este modelo a la relación de profesor-alumno nos ayuda a entender la razón de ser de la universidad.
         La transmisión de conocimientos se autentica si lleva el sello de una idea o pensamiento añadido sobre la vida, el mundo o la sociedad. Este plus o valor agregado es lo que permite madurar no al alumno como un aislado, sino a la relación de profesor-alumno como un conjunto. La maduración o crecimiento ético como función de la autoridad moral lleva consigo el trazado de un proyecto en la medida y desempeño sobre el futuro del colectivo social y sus grandes problemas como la economía y la educación, el estado y la democracia. La razón de ser de un proyecto, por oposición a una utopía,  es para ser ejecutado, por supuesto con recursos para que no sea utópico; dicha ejecución no puede hacerse desde decretos e imposiciones del poder del estado, ni desde regalos de reciprocidad populista, ni desde la magia inercial y privilegios como asignación cultural; solamente se puede llevar a cabo desde los grandes esfuerzos que implica argumentar y convencer, ser eficaz y dar resultados como soluciones. Es un esfuerzo donde argumentar es dar y tomar razones cuando estoy empeñado en convencer y abierto a dejarme convencer por los demás; no es el esfuerzo cerrado de las trincheras de la negociación desde donde se despliegan todas las astucias y argucias para sacar el mejor partido de la situación. El argumento se guía por la ética, la negociación por la estrategia y la táctica. “Negociar no puede ser el último fundamento de la convivencia, porque en toda negociación se admite el uso de la fuerza” (Marina, 1997ª). Para convivir en democracia tiene que haber cosas que no sean negociadas sino argumentadas. El trabajo social de las argumentaciones se conecta directamente con el cultivo natural de las culturas; sin una cultura a favor de lo social, aquél trabajo es mucho más penoso y esforzado. El proceso educativo no es natural, pertenece al trabajo social de las argumentaciones. Por eso, la educación “no es una mera transmisión de conocimientos, sino que se acompaña de un ideal de vida” (Savater, 1997,145).
Este plus con papel de acompañante pertenece a la esencia del trabajo argumentativo, cuya capacidad referencial permite derribar los “idola tribu” de la cultura, la confusión entre alfabetizar y educar, el espejismo de la ergometría de las evidencias: el bajo nivel académico obtenido por el sujeto es pensado como alto nivel otorgado por la institución. En los tiempos de extravío como los vividos hoy en el país, estos idola, confusiones y espejismos, ensombrecen la universidad como institución académica. En cuanto sombras no pueden llevar sino a “estados de mediocridad” que terminan siendo grandes obstáculos a la forja de “culturas de democracia”.

E.   Cultura Caudillista e Inflexión Democrática.

La gran sombra puede ser que venga proyectada desde la falta de crítica a la etnocultura: el no sabernos ver lo que somos y  cómo somos (etnicidad y país) atenta duramente contra la autenticidad del proceso educativo (académico), pues no permite de entrada diseñar nuestra realidad (hacer bien la epistemología a partir del yo real) para proceder a construir nuestro pensamiento sobre bases reales; de lo contrario, lo que fabricamos son ideologías cónsonas con el excesivo desarrollo de nuestro “yo ideal”: creemos con disfrute que somos todo cuanto de bueno dicen los otros que somos.
La crítica a la cultura matrisocial es clave para sincerar nuestra visión de mundo. Porque esta cultura que portamos nos empuja a la vida tribal o de combos familiares y al privilegio, a sentir el cargo o el cupo universitario como una gracia otorgada, a recibir el sueldo, sobre todo si es pagado con retraso, como una remuneración caída del cielo del estado, a utilizar la universidad como enclave para hacer (como recolectores) otras cosas en la sociedad, etc. Con este paisaje étnicamente ensombrecido, el esfuerzo por cultivar la democracia se torna en una lucha con un minotauro indómito. Por eso la lucha a muerte (agonía) de la educación contra la etnocultura coincide de lleno con la simétrica agonía también de la democracia contra la monocracia o dictadura. Si la cultura nos signa con el destino minotáurico de la dictadura (todos nuestros presidente –aún de era ‘democrática’- son “gomeros”: nuestro destino es J. V. Gómez, según Ramón J. Velásquez, Cf. Hurtado, 1995), la educación, como asunto ético tal como debe ser, no consiste en otra cosa que en luchar contra el destino (Cf. Savater, 1997, 154), el nuestro.
Frente a la propuesta estética del postmodernismo que configura nuestra época como de la(s) cultura(s), de ahí el éxito del culturalismo, cabe empujar a la educación en cuanto tiene que llevar a cabo el proyecto de sociedad como objetividad de la propuesta ética. En una atmósfera postmoderna, la utilización de la cultura en las actividades sociales termina siendo un entretenimiento de dinámica de grupos, una excusa al esfuerzo social, un desvío educativo, si no logramos encaminarnos a la universalización de la(s) cultura(s). El “cultivo” de la democracia sería una superficialidad, una frivolidad, un verdadero mentís. Tal encaminamiento es siempre proyecto, idea presente que dibuja el porvenir, es acontecimiento en ad-venire (un adviento), una acogida de lo extraño, de lo inesperado. Como la democracia no es algo natural ni espontáneo, sino algo conquistado con esfuerzo que supone un valor agregado de reflexión, la relación de profesor-alumno, expresiva de una actividad universitaria, se muestra como una relación emblemática del hacer el camino hacia lo societario y la democracia como su enseña más demostrativa.
Si no hay claridad sobre la teoría de la universidad, confundiendo etnocultura y educación, se mantiene ensombrecida la relación de alumno-profesor que afectará la existencia del intercambio de una intelectualidad ética. Frente a esta circunstancia sociocultural, el esfuerzo de los “mejores” (aristoi) por mantener aún a pulso la “cultura democrática” en la universidad se convierte en condición y al mismo tiempo en resultado de todo el proceso educativo que comporta la realidad académica. Maniobrar con el constructo de la “cultura democrática” como clave del conocimiento y de la obra de un proyecto de vida societaria implica la mirada crítica a la “cultura” que portamos y un detonante proyectivo de la “democracia” en una corporación pública que persigue una función social, la de los bienes intersubjetivos como valor añadido de pensamiento y acción. La universidad, aún ensombrecida, nunca puede ser un mero reflejo del país; siempre existirán testigos que iluminarán  la senda del futuro de la sociedad pese a las circunstancias difíciles. A esos testigos, sobre todo en tiempos de extravío y confusión, hay que dar con ellos; ellos son los garantes cualificados.

F. BIBLIOGRAFÍA

BARROSO, M. (1991): La Autoestima del Venezolano. Democracia o
Marginalidad, Galac, Caracas.
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Publicado en Agenda Académica, vol. 12, Nº 1 y 2, 2005, Vicerrectorado Acadêmico de la Universidad Central de Venezuela. Dentro de un Debate sobre la Universidad y Cultura Democrática.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS TAREAS DE LA CIENCIA Y LOS ASUNTOS DE LA PAZ EN VENEZUELA


“Trabajo de minero nos corresponde, dijo León Felipe, persistente y laborioso oficio de encender chispas, desde la recia dureza de las piedras y los metales. No desde el fácil resplandor de las fogatas encendidas para celebrar las victorias del uno sobre las derrotas del otro. Hay que retomar los caminos del corazón del hombre, de la esencia de una humanidad que aún no nace, para moldear desde nuestra rudimentaria palabra, un horizonte de futuro, como si fuera una pista de carrera por donde el hombre colectivo, alcance la luz del día que no conoce” (Mary Sananes, “¿Hasta cuando seguiremos exaltando héroes y hazañas?” En embusteria.blogspot.com, 2012/10).

Los poetas saben mucho. Lo conocemos por Antonio Machado, y ahora por León Felipe, poeta de Castilla y León en España. Es un poeta con bellos poemas que permanentemente muestran este quehacer que nos conduce al trabajo de los colectivos humanos, aupándolos, para que no se dejen dominar por los dioses ajenos, padres oprobiosos, caudillos demagogos y guías iluminados que dictan los quehaceres y usufructúan lo que han hecho otros. Yo utilizo estos poemas en mi blog para asentar una “Obertura científica”, como lo estoy haciendo ahora. Así es como los poetas desafían a los científicos, y a la misma ciencia que debe sentirse desafiada por la poesía. Si consideramos a la poesía no como un género literario, sino como una herramienta del pensamiento, según Gamoneda (2009: Un armario lleno de sombra, Galaxia Gutenberg, Barcelona) otro gran poeta leonés de la España actual.

La ciencia siempre se encuentra, debe encontrarse, como servidora de la poesía como lo es de la filosofía, y debe acompañar a la religión, pues su objetivo es llevarlas a cabo en la realidad de las cosas.

¿Qué significa esto? Que nuestra concepción de la ciencia la estamos encajonando entre la técnica y la filosofía, entre la instrumentalidad técnica y los valores éticos. No nos extraña ello, pues participa de la técnica (sin técnica la ciencia no tiene pies para caminar) y participa también de la filosofía (debe reflexionar en sus conceptos). Pero la ciencia no es una simple técnica (tecnicismo), ni una especulación baladí como si el pensamiento a que aspira, la mantuviera en una impotencia sobre las consecuencias que son importantes tanto desde el dar que hablar como desde el reflexionar sobre lo que hace.

Pretendemos ahora plantear que pese a esta reducción en que colocamos encajada a la ciencia, sin embargo, la podemos  observar en su autonomía y su propia razón de ser como un quehacer que se ha inventado y dado el hombre para su maduración societal. De esta forma, asistimos al desembalaje de la ciencia donde podemos verla en la amplitud de su problemática al servicio del hombre, así como en su propia lógica de operación científica.

Se trata de la apertura científica a la realidad empírica, que exigieron la filosofía misma reducida a la especulación y la poesía a la imaginación, y la apertura que necesitó la técnica para levantarse de su actividad mágica. Así, presidida por el principio de la realidad, la ciencia se aboca a solucionar las demandas de la filosofía ética desde su principio de los valores, y a hacer retroceder el pánico que tiene el ser humano a la realidad del que no da ninguna razón el instrumentalismo tanto mágico como técnico. La filosofía interpreta pero no explica, la técnica entra en acción pero no sabe el por qué. Es la ciencia, con sus teorías y con el desarrollo de las ideas en conceptos, que asienta la explicación de lo que ocurre en la realidad. Es como sabemos que tenemos que dominar los terremotos, controlar el mar y andar también sobre las olas de las dificultades de la vida.

En el planteamiento de la ciencia converge la disimilitud, por una parte, de los problemas del cuerpo humano impulsado por un alma o espíritu que lo mueve, y, por otra parte, de los problemas del espíritu realizado en un cuerpo. En definitiva, la ciencia que aglutina técnica y arte reflexivo, y el hombre en el que cristaliza un cuerpo animado o espiritualizado. Si decimos que el principio de la ciencia es el de la realidad (no especulación, no tecnificación), el problema del hombre desafía al quehacer de la ciencia de un modo especial, pues los principios del hombre van desde la materia al espíritu, de la realidad a la irrealidad, con el agravante de que el hombre actúa más con sus irrealidades con el objeto de fabricar realidad, en cuanto una de sus posibilidades.

El desafío ahora es tocante a cómo debe hacerse la ciencia como producto u obra a favor del hombre, un ser lleno de pensamiento y de imaginación, es decir, un ser hecho de materia creadora, que es como decir de material poético, simbólico. Por lo mismo y a su vez, el desafío debe ser completo pues se trata de cómo la ciencia debe abocarse a que la ética vaya cumpliéndose en la realidad del colectivo humano. Nos referimos a que la ciencia se torna creadora a partir de la invención de sus modelos conceptuales, pero ello es posible si dicha invención la preside la ética de los valores, esto es, la verdad como valor trascendente. Hay un aporte clave de la filosofía ética o de los valores a la constitución de la ciencia.

Los modelos conceptuales, que son los explicativos, identifican el quehacer inmediato del científico; mientras la ética de los valores dice referencia a la invención de las instituciones de la sociedad, una de ellas es la institución de la paz, en la que una de sus organizaciones es el Rotary Club. En suma, la garantía de construir ciencia la ofrece la imaginación pensante del concepto, al que se vincula la institución social que objetiva la ética o deber ser, que es desde donde debe pensarse.

Nosotros hemos llegado a la conclusión de que el modelo conceptual, no sólo define la intención de hacer ciencia, y a qué ciencia pertenece un determinado quehacer explicativo de algún problema: si es psicológico, histórico, químico, médico, sociológico, etc., también en el modelo conceptual se consignan la ética y la técnica de cómo debe construirse el modelo conceptual y fundamentar con ello la garantía social del proyecto de investigación. Por lo tanto la moral de la ciencia, y que la ciencia diga de la moralidad, depende mucho de la consistencia de las instituciones con que exista una sociedad.

¿Qué podríamos decir sobre esto en la realidad científica venezolana? Si las instituciones sociales no funcionan o están en crisis de crecimiento o decrecimiento, el científico no tiene más remedio que predicar en el desierto, de ser un profeta, de estar siempre en la acera de enfrente para enfrentar el poder unilateral que se ha constituido. Hay un consuelo para el científico social: que cuando la sociedad anda mal, las ciencias sociales gozan de buena salud, pues suelen verse así consultadas sobre la patología social. Cosa curiosa que la sociología y la politología no alcanzan a diagnosticar ese mal, solo la antropología y el psicoanálisis tienen esa capacidad, según el politólogo Aníbal Romero en su artículo “Rousseau resucitó” (Qanalítica.com, Caracas, 29 de octubre de 2012). Nosotros lo hemos alcanzado desde la Etnopsiquiatría o Antropología ayudada por el psicoanálisis.

El modelo científico conceptual, si es tal, se refiere a una teoría o visión, que cristaliza como una metáfora, porque reúne en su construcción las contradicciones con que está hecha una realidad social. Nosotros inventamos el concepto de matrisocialidad, donde se explican los “elogios y miserias de la familia en Venezuela” (Hurtado, 2011), pero que su objetivo final es explicar el fondo de lo que ocurre en el colectivo social venezolano (Hurtado, 2000: Élite venezolana y proyecto de modernidad, la espada rota).

La matrisocialidad es una metáfora conceptual que indica que la sociedad es como una madre, cuando en la realidad lógica la sociedad no puede ser una madre. Pero al reunirlas en una misma realidad lingüística conceptual se explica ya de entrada que pueden coexistir y que en la realidad la sociedad en Venezuela es una madre. Los dos términos (sociedad y madre) representan dos lógicas tan distintas que si se conjugan bien muestran que en la realidad venezolana está planteado un inmenso problema. Entonces, ¿cómo solucionamos el asunto de que en Venezuela exista ese problema y que así lo vivimos, y lo vivimos con mucho placer, a veces envidiados ingenuamente desde el exterior nacional?

Lo solucionamos metafóricamente: ya en el concepto de matrisocialidad conviven los dos elementos de sociedad y de madre (familia), cuyas realidades íntimas ponemos en relación al analizar el concepto mismo.

La metáfora literaria se forma originariamente desde el principio de la ficción imaginaria: el cabello dorado que cuelga de tu cabeza (el cabello no es de oro pero el literato lo imagina así, con el color de ese metal, y entonces el cabello es de oro forzosamente); también la metáfora conceptual se conforma en su originalidad con elementos contradictorios que extrae de la realidad, contradicciones que identifican después problemas. La sociedad es una madre, porque nos proporciona consentimientos, chances, oportunidades, que no tienen la lógica fría de lo social, sino el calor de lo familiar.

La posibilidad de entender la metáfora conceptual de matrisocialidad es que el colectivo venezolano no se orienta por el principio de realidad, sino por el principio del placer. Aquí entramos con el problema de la ética en Venezuela. Los que se guían por el principio del placer encuentran muy difícil la entrada para operar con el principio ético. La ciencia colabora con la sociedad cuando sus análisis se aproximan “a explorar el alcance del suelo firme sobre el que podamos hoy asentarnos” (Bueno, 1995, La Función actual de la ciencia, 23). Es decir, la ciencia nos ayuda a aterrizar en el ser, en lo que somos, vivimos, y con lo que nos orientamos de hecho. Cuando nos encontramos con problemas como el “complejo matrisocial”, la ciencia lo denuncia explicativamente pero es la sociedad la que debe solucionarlo éticamente, es decir, salir de ese laberinto donde el decir está desconectado del hacer o lo dicho se resuelve en la imaginación creyendo que así se hacen las cosas, de tipo mágico. Creer que producimos y en realidad importamos; decir que nos comprometemos y en realidad actuamos en complicidad, decir que somos tolerantes y en realidad somos unos permisivos.

La ciencia devela esta trampa cultural, porque contiene en su vientre un principio de eticidad. Si no lo hace cae en la ideología. Si ya la ciencia representa un valor ético, como obra humana, es necesario que desarrolle todo este potencial de valor como un capital a cuenta en la orientación ética de constitución de la sociedad.

¿Puede la práctica científica darnos la garantía en la solución de los problemas que le presenta la realidad? Sí, si transcendemos la inteligibilidad instrumental y pasamos a entender el pensamiento de un modo sentimental para acceder a la invención ética, es decir, a la valoración de la realidad en su deber ser. Así elogio lo que me gusta o veo cosas que me disgustan. Veo un perrito y me agrada, siento el agua fría y me irrita, aunque sé el valor que tiene el agua. Es esta significación sentimental la que me da la entrada ética de cómo debo proceder.

La invención ética propone la creación de un espacio para dirimir las hostilidades mediante la negociación con los recursos de la fuerza, o mejor aún mediante la argumentación que se vale de recursos razonables de convencimiento, y no mediante la guerra. Se trata de que el hombre, capaz por su espíritu inteligente, se invente y como tal se constituya para sí una sociedad, es decir, que garantice su existencia y plenitud de ser. La sociedad no existe como una esencia, sino como un proyecto. Es un proyecto que se va realizando mediante acuerdos que suponen el alto a la guerra y unas salidas a la paz

¿Cómo se aseguran los acuerdos? Se aseguran creando la institucionalización de las relaciones sociales: los acuerdos así se instituyen, por lo que todo el mundo sabe a qué atenerse en sus deseos y acciones. La institución social se tiene como referencia de todo comportamiento de los individuos en el colectivo. Los autores retrotraen el origen del proyecto de sociedad a la institución del intercambio matrimonial. El intercambio de cosas y personas indica abrirse a la multitud de las posibilidades a realizar, pero cuando decimos matrimonial, el intercambio se restringe al intercambio de las intimidades más profundas del hombre como son sus mujeres. Ceder a los otros (extraños) las mujeres propias (hermanas, hijas, sobrinas, nietas…) genera entre los hombres unas hostilidades profundas,  inconscientes (Devereux, 1975, Etnopsicoanálisis complementarista).  Esta compulsión social supone crear un artilugio que permita remontar las hostilidades: la cesión de la guerra termina en aceptación de la paz a partir del ritual de la celebración y de la fiesta con los convidados. Para la realidad humana este acto representa el inicio de la sociedad, que es como un segundo nacimiento del ser humano.

El hombre se mantiene como ser social en la medida que asegura la garantía de los acuerdos y logra mantener controladas las animadversiones inconscientes mediante los rituales festivos. Todo ello significa hacer las cosas con arte, con maña, sabiendo que todo ello es un artilugio o arte-facto, que como una mentira nos metemos los humanos para deponer armas y acceder a la paz. Por eso el logro de todo lo social se tiene que hacer con esfuerzo y trabajo bien hecho con arte creativo como la ciencia, la educación, la democracia, lo urbano de la ciudad,  la paz, etc. Estos esfuerzos implican de fondo que el juego societario consiste en que todos individualmente pierden un poco, para luego ganar todos en muchas cosas como colectivo social. Jugar a sociedad es siempre jugar a ventajas, poner las cosas a favor para todos.

Lo instituido, que debe alcanzarse con la institucionalización, puede discurrir por los posibles valores que el colectivo se da a partir de crearlos. Son lo que llamamos perfiles del proyecto de sociedad; son algunos como los que referimos: la paz, la democracia, la libertad, la educación, el arte, la ciencia, el pensamiento epistémico, lo urbano, el deporte, el voluntariado, las llamadas ONGs, etc. No nos vienen del cielo, no se nos dan como unas gracias, hay que construirlos de la nada humana. Por ejemplo, la paz hay que trabajarla todos los días y a cada instante, porque se puede perder; necesitamos asegurarla, y por eso la instituimos. El hecho de la paz debe llegar a ser la institución de la paz.

Las olimpíadas eran en el siglo V antes de Cristo y son actualmente una organización que instituye un período de paz mundial. El hombre siempre en guerra, como la del Peloponeso en Grecia, hacía un alto para celebrar la paz; algo así como para descansar aunque al día siguiente se fueran y se iban de nuevo a las manos. Se instituyeron desde entonces las olimpíadas anualmente como fiestas de la celebración de la paz.

Actualmente, la organización de las Naciones Unidas de 1948 pretende que la paz devenga una institución permanente en el mundo, mediante el control de la guerra. Como la guerra nos amenaza permanentemente, la paz se puede perder como la flor de un día ¿Qué podemos decir de la grave inseguridad que padecemos en Venezuela, con ciento y pico de muertos cada fin de semana, secuestros Express permanentes, robos en casa y apartamentos cada día, vacunas en estados fronterizos, cárceles expuestas a cíclicos conflictos con saldos de muertos internos, cuyo orden está presidido por pranes (jefes internos) con quiénes el  estado increíblemente negocia el orden carcelario, inseguridad constante en las calles, de suerte que las urbanizaciones se encuentran blindadas por vigilancia privada, y los edificios y casas cuyas puertas y ventanas cubiertas por rejas semejando estar los habitantes encerrados en sus casas como en su propia cárcel?

La respuesta es que los venezolanos, desde hace una década, estamos en un estado de guerra civil latente, según una sociopolítica, pero que en términos antropológicos decimos que los venezolanos estamos sufriendo un estado de violencia generalizada a todo el colectivo. Esto quiere decir que estamos en el límite de una sobrevivencia como país, y lo grave es que esos estados de guerra y violencia aparecen como una Política de Estado por parte del actual gobierno. Sin funcionar la sociedad (las instituciones), no tenemos garantía alguna; y sin autoridades, que por su parte no las produce la cultura matrisocial, el desorden nos corroe por todos los lados. El límite significa que o muere el líder o muere el pueblo.

El problema se radicaliza porque en esta disyuntiva se encuentra la Política de Estado que coloca las cartas a favor del líder y en contra del pueblo. Tenemos un líder que no es salvador del pueblo (no muere por la salvación del pueblo) sino un detractor del pueblo (se organiza la muerte del pueblo para salvar al líder), porque la Política de Estado es antisocial por su lógica de inseguridad y desorden ¿Cómo salvar al colectivo social venezolano, si también como colectivo matrisocial carece de la confianza social, que es básica para que se establezca el orden existencial de la sociedad? Por eso los venezolanos, frente a nuestra cultura matrisocial y la Política de Estado, no tenemos descanso, estamos en pleno desasosiego, apenas alguito de serenidad  como este ratico que nos organizan ustedes como Rotary Club.

A este análisis sucinto llegamos con el concepto de matrisocialidad. La ciencia nos ayuda a explicarnos el punto o situación vital donde nos encontramos en la cartografía de lo que es un proyecto de la sociedad, objetivado por la ética.  Nosotros hemos identificado el problema de la ausencia total, como sociedad, de la paz en Venezuela y lo hemos solucionado explicativamente con la metáfora conceptual apuntada. Con el desafío o la exigencia de la ética nos hemos conducido con la ciencia social a observar un perfil del proyecto de sociedad: la paz. La paz es un requisito para poder hacer de todo; a nivel de la libertad, contiene el sentido de todas las posibilidades de crear cosas como el arte, la poesía, la ciencia, y obtener la razón del vivir y, con dicho sentido, de crecer como personas.

El hacer ciencia es en verdad, un trabajo de minero el que nos corresponde, persistente y laborioso oficio de encender chispas, desde la dureza de las piedras y metales. Trabajo de minero, como lo dijo e hizo León Felipe en poesía, así tenemos que hacerlo los científicos sociales, desde los duros análisis de la ciencia y desde las recias metáforas de sus conceptos, a gusto o a disgusto de una sociedad del placer como es la venezolana.
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 Conferencia a dictar  en San Antonio de Los Altos (Estado Miranda), el sábado 17 de noviembre de 2012, a las 10:00 a. m., actividad organizada por el Rotary Club en la OPS, Torre 1, Salón de Fiestas.