miércoles, 17 de octubre de 2012

EL VALOR DE LA APLICACIÓN ETNOCULTURAL (I)

CANCIÓN DEL PESCADOR

Tengo las redes llenas
(manos vacías).
Las redes son del amo,
las manos mías.

Estaba el mar vacío,
bajo la noche;
con sudor le llenamos
los pescadores.

Está el campo sombrío
de madrugada;
con las manos hacemos
la luz del alba.

Cuando será la tierra
tuya en tus manos;
tuyas la barca y las redes
y el mar tu esclavo.

Carlos ÁLVAREZ
En Aguaviva: La Casa de San Jamás
Happening musical, Madrid, 1975
                                                  
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El Valor de la Aplicación Etnocultural.

RESUMEN
La etnicidad es un ser que siempre está ahí. En la modernidad parece que se va pero regresa como el matorral o los lobos. Como identidad instrumental no se refiere a una ontología, ni a una uniformación, sino a una relación de objetividad o producción de significados particulares, los de un colectivo social. Es una herramienta específica que puede trabajar bien o mal en cualquier sentido, pero no debe hipocatectizarse, ni trabajar como devoradora de otras identidades o como un parásito. Su verdadera función es la de señalamiento del sentido de la identidad social, con la que debe corresponderse. Como la identidad social no es definida por una introspección de conciencia, ni por una ideología de dominación, sino por el porvenir de un campo de acción histórica, la identidad cultural debe servir para la confrontación de actores sociales, no corporativos. La posibilidad de que la identidad cultural sea aplicada defectuosamente a un campo de acción, se encuentra en los déficits de la teoría de la acción humana y en la falta de capacidad cultural de los actores sociales en llevarla a cabo. Tal ocurre en la antropología venezolana y en el nacionalismo etnicista del populismo venezolano por su carácter regresivo.

Palabras claves: Identidad étnica, identidad social, campo de acción histórica, teoría de la acción humana, regresión populista. 

Contenido General

-Mito y Etnicidad
-El Valor del Deber Hacer las Cosas
-La etnicidad Étnica en sí y para sí
-La Etnicidad para sí y la Memoria del Porvenir
-Cuando la Etnicidad Étnica en sí funciona hasta la mitad.
-Bibilografía


Ahora se puede apreciar con claridad mucho mayor la oposición existente entre la antropología aplicada clásica –es decir, práctica- y la antropología aplicada como ciencia teórica de la acción humana, sus leyes y sus límites. La primera entiende que la resistencia al cambio proviene del medio en que actúa y no de la antropología, con lo cual deja de lado toda una parte de la teoría de la acción que nos parece de enorme importancia” (Bastide, 1972, 204).

Contenido Parcial:

        -Mito y Etnicidad
        -El Valor del Deber Hacer las Cosas
        -La Identidad en sí y para sí.

         Hacer antropología no es una cosa simple. Si se decide orientar la atención hacia una antropología aplicada, la cosa se torna por demás complicada. Tal decisión contiene un desafío, no de verificar hechos, sino de conceptualizar un aspecto de la acción social. Se trata de elaborar un puente que lleve de una teoría general antropológica, bajo la especie de aplicada, a su inserción en situaciones etnográficas particulares donde se producen las especies de la aplicación conceptualizada.

Mito y Etnicidad.

         La tarea general de la antropología es dar alcance a los mitos, esto es, a los detectores del sentido (antiguo y nuevo) que luego se expresan en los rituales y la historia (Devereux, 1989, 13). Tales detectores son procesos de significación que inventan los colectivos sociales para interpretar la realidad. Así enfrentan de un modo primario el pánico que les causa lo real con sus problemas. Antes de “sociologizar” los mitos y convertirlos en ritos o historias a lo que se tiende en estos momentos científico-sociales, es necesario enunciar los principios que fundan la acción ritual o histórica.
         Esta prioridad que expresa el mito, convierte a éste en el objeto de una ciencia autónoma denominada antropología, porque atañe a una relación constituyente de la existencia del homo sapiens. Para explicar este problema, tal disciplina científica construye un modelo conceptual, el constructo de cultura en sentido etnográfico (Tylor, 1873). Sin armar suficientemente este modelo, no se logra organizar con disciplina el orden conceptual para dar alcance a los sentidos en que se realiza la acción social, y, por lo tanto, no se puede cumplir con la función de orientar sabiamente al especialista en una rama de la vida social, sea política, económica, jurídica, ideológica, etc., y su articulación con la vida total de una comunidad.
         Sin solventar el problema conceptual de la etnocultura, “los antropólogos todavía se encuentran teóricamente mal equipados para ofrecer a la antropología aplicada la base sólida sobre la cual ésta pueda apoyarse sin temor alguno” (Bastide, 1972, 124). Si como dice Bastide en otro lugar: “Tal vez no podamos hablar, en la actualidad, de una crisis de las ciencias humanas, pero sí, de un período de confusión” (Bastide, 1973, 9), entonces es necesario obtener una luz o tabla de salvación para detectar una clave de orientación.
Siguiendo los pasos de Devereux (1973), de cuya obra Bastide hace el Prefacio, dicha clave conceptual en antropología, y que justifica su campo de aplicación teórica, es el concepto de “cultura” (Devereux, 1973, 25). La etnología ha definido sistemáticamente este concepto, pero muchos antropólogos particularmente parece que no lo reconstruyen con suficientes insumos significativos para su haber conceptual y con ello ejecutar de un modo sabio la tarea de la aplicación etnocultural.
La delimitación de una problemática étnica y, por lo tanto, del universo de una etnicidad, tiene que ver con los reactivos de la masa significativa, contenida en un mito o cadena de mitos particular. Tal reactivo señala un ámbito de identidad étnica, socialmente reconocida. Identidad que sólo se completará con un valor agregado intelectivamente creado, es decir, con la exigencia que demanda de ser evaluada como una problemática social. Si la inteligencia funciona comparando, como decían los antiguos filósofos, la evaluación de una etnicidad precisa de una comparación con base en criterios de valores universales.
Lo espectacular en la historia de las ciencias es que tal operación terminó por apropiársela epistemológicamente la etnología con la invención del otro, de las etnicidades alternas (Todorov, 9). La identidad en sí misma no logra pensarse sino en relación de comparación con otra identidad, que cumple el papel de una función de alteridad. La otra o “áltera” la trae a la existencia diferencial, sin la cual no adquiere la capacidad de auto-reconocerse. Es un juego de relevos, que también se juega con el juicio sobre la capacidad de la mirada de retroalimentarse a sí misma, y como ocurre en la estética para reconocimiento de los colores y los matices de cada color, en la etnografía también acontece el reconocimiento de los matices de diferentes sentidos culturales. La elevación de este hecho al pensamiento es lo que constituye la etnología moderna, según Levi-Strauss (2000) y cuyo modelo sociológico con niveles diferenciados  ya acuñó Simmel (1969) en su obra de El Extranjero.

El Valor del Deber Hacer las Cosas.

No es una cosa simple edificar este hecho con base en el pensamiento reflexivo, y derivarlo hacia la aplicación antropológica en torno a la acción humana. Como historia, comenzó con los griegos y sus “bárbaros”. Como principio es un hecho de valor que es permanentemente necesario “constituir”. El hecho de valor o darle valor al hecho (cultural) se origina en un atrevimiento conjunto del pensamiento y la acción. Entonces se torna valioso por ser difícil acometer la aplicación etnológica a los hechos culturales. Lo que implica que hay que armarse de valor con la teoría general antropológica, es decir, de un modo esforzado. Y ello como un deber, un deber ético: tengo derecho y tengo el derecho a aplicar el derecho. Doble armazón, la del valor  o atrevimiento y la de la ética o derecho, donde el valor ético garantiza el valor del atrevimiento.
La fascinación de lo dificultoso origina el reto del atrevimiento al descubrir que tal problema, que demanda una intervención teórica para la orientación de proyectos sociales (Hurtado, 2007), es difícil por ser valioso. Entonces ocurre el hecho del valor a agregar que resulta del esfuerzo por remontar no sólo la antropología como un todo, sino además de transcenderla desde ella misma. Porque una cosa es alcanzar, descifrar y enfrentar al mito y otra cosa es actuarlo valientemente, no para domarlo sino para educarlo. Esto último puede soliviantar al mito y su detector de sentido y declarar a la educación como inmoral por motivos de desarraigo adaptativo e incultural. Pero una cosa es que se imponga lo que es, lo inmutable de la creencia y la costumbre, y otra cosa es el hacer, que enfila el cambio social y su demanda de lo que debe ser. Las preguntas de la antropología aplicada nos colocan en el tránsito de uno y otro punto, de suerte que sin dejar de “hacer la memoria del pasado” se debe mirar y “hacer la memoria del futuro”. Lo cual implica colocar la creación de teoría en la dirección de la posibilidad de transformar valientemente lo que tenemos entre manos. Con lo que tenemos en depósito (naturaleza étnica), vamos a ver qué hacemos, o qué debemos ser socialmente para culminar lo que somos. Se supone que ir o aspirar a más es una obligación (ética) del “homo sapiens”, para cuya cuestión la antropología general no nos proporciona por ahora la respuesta, más bien su teoría general nos remite todavía al pasado como tiempo lógico de las ideas de la práctica presidida por la razón instrumental, por lo que una antropología aplicada tendría aún su campo de acción clausurado en la expectativa del presente y futuro como tiempos lógicos de las cosas (in actu) y de sus manejos subjetivos de la acción humana: la preocupación ahora es lograr un campo tamático para el “homo moderator rerum” (Bastide, 1972, 174 y 206).       
El tratamiento de doma del mito o etnocultura suele quedar bien en manos del chamán o brujo. El tratamiento de la educación del mito como intervención de aplicación teórica es el antropólogo quien debe orientarlo y ello no puede ser sino en clave societaria. Es decir, la aplicación etnocultural si se atiende valientemente, encuentra su valor agregado en el horizonte ético, cuya objetivación es el proyecto societal, al cual pertenece la ciencia antropológica, como toda ciencia epistémica.
En culturas sociales, el tránsito de la etnocultura al proyecto social no sufre fracturas radicales negativistas, aunque siempre se produce el desencanto, según lo propuso ya Weber. En culturas narcisistas, para seguir el modelo de Levi-Strauss (1969, 575), como la venezolana, las fracturas son tan hondas que las consecuencias conducen radicalmente al negativismo social (Devereux, 1973): no hay lugar (“locus”) para el proyecto y toda práctica social se resuelve en clave etnocultural en sí misma. No es de extrañarse que surjan al tope los desórdenes etnotípicos. En esta perspectiva una posible aplicación etnocultural termina siendo ilusionista porque los principios teóricos se disponen  de cara a una autoadoración de la etnicidad. En las sociedades complejas este etnicismo se encauza en una contradicción que se bambolea en unos momentos como orgullo étnico y en otros como vergüenza étnica. El resultado constituye un pesimismo radical, expresado en el aquí no hay solución (social) a lo que somos (étnicamente). En esta ilusión etnológica (Bueno, 1987), la aplicación de una antropología aplicada se encuentra con un obstáculo que la integra ingenuamente a su racionalización, eliminando el problema en vez de incorporarlo al sistema descriptiva de alteración de lo real. Si se impulsa dicha dificultad problemática se la fagotiza y su resultado es regresivo como ocurre en una aplicación antropológica en los marcos ideológicos de una sociedad populista y comunitarista, como ocurre en América Latina.

La Identidad Étnica en sí y para sí. 

Para resolver este problema, distinguimos la etnicidad como un valor en sí y la etnicidad como un valor para sí. En la primera, la etnicidad es un valor que se nos da como un fondo de capital, que siempre está ahí, que nos acompaña como humanos. Es la etnicidad en su pureza original. Sin tal capital de encaje o de respaldo, no sólo nos volveríamos a la selva o a la sabana, también dejaríamos de ser “homo sapiens”. La etnicidad aún se esconda en el bosque como un lobo o se pierda en la llanura como un matorral, siempre puede regresar, y de hecho regresa, y no tiene más remedio que regresar(nos). Pero esta semántica donada y pura no es una esencia eterna. Por más que la nominemos como una identidad, no es sino una relación instrumental dentro de un proyecto de vida social o comunitaria. Al reducirla a su pureza etnológica, toda explicación en torno a ella se sumerge forzosamente en una teoría etnicista. Pero como fondo de capital o capital socialmente adelantado, debemos descubrir su existencia posible, es decir como una identidad para sí.
La etnocultura pensada como una identidad para sí, opera como un reactivo o masa de energía significativa que puede modificarse desde sí misma, sin perder su consistencia originaria, y por lo tanto, movilizarse y emplearse para diversos usos, intereses o ideales. No guarda ni se sustenta en un ontologismo, pese a la caracterización del mito como un relato de relaciones perdurables, o que el ethos cultural sea resistente a cualquier influencia social. Tampoco necesita de una ideología para expresar su semántica estética, pese a que el mito pueda expresarse en relaciones de representatividad, de añejamiento o de exquisiteces, según las diferentes circunstancias del principio del arraigo (Hurtado, 2006). Como relación instrumental no constituye una uniformidad como si fuera una camisa de fuerza para todos los sujetos de la comunidad que la producen y que la portan como un referente común. Si fuera un depósito de ontologismo, una luminaria de ideologías o una camisa de uniformados, tendría su capacidad de comunicación reducida, se expresaría con una modulación tosca o plastificada, sería un recinto de información al unísono. Con un puesto de observación teórica predeterminado tan rígidamente con referencia al pensamiento, la antropología aplicada tendría pocas maniobras o alternativas de trabajo y de productos transformados para el servicio de un proyecto de vida social, inteligente o estúpido (Marina, 2006). Un concepto de la identidad étnica en sí, no permite una óptica que integre la etnicidad con la posibilidad de alcanzar a ver la parte de acción social apropiada a la amplitud de lo humano.
Una antropología aplicada que aspire a tener una producción teórica al servicio de una transformación social desde las etnicidades, demandará una redefinición de la identidad étnica. En este sentido es necesario pensarla como una herramienta específica entre otras, para trabajar las relaciones sociales; no es una compulsión psíquica, ni una fijación genética, sino una relación de producción objetiva organizada por un grupo social a través de su experiencia mundana y su socio-historia. Puede que trabaje bien o mal en cualquier sentido, pero no debe hipercatectizarse, ni operarse como devoradora de otras identidades o encapsularse como un parásito. Su verdadera función es la de un señalamiento de sentido de la identidad social, con la que debe corresponderse. Es lo que nominamos como una identidad étnica para sí; como valor sólo estará garantizado en cuanto dice referencia a una identidad social, con la que se evalúa su instrumentalidad.
Como la noción de identidad tiene connotaciones metafísicas, es necesario despejar su ontologismo pasando a la acción de su “ser” posible. No tenemos más remedio que, en su segundo momento, “sociologizar” el mito para colocarlo en el camino del proyecto social. Esto es, debemos bajarlo al campo de acción histórica donde va a adquirir las impurezas del tiempo y del espacio, donde se debaten los actores sociales con sus contradicciones, conflictos, intereses, instrumentalidades. Como dice Devereux (1975) cuando trata de operar la identidad con el modelo de la personalidad, surge la necesidad de que la identidad baje del empíreo ontologista, de que deje de mirar al cielo contemplando en él las maravillas de las etnicidades puras. Su tarea se encuentra en la tierra historizada, donde las etnicidades adquieren impurezas contingentes. Para que de verdad esté al servicio de la inteligencia humana tiene que devenir una identidad para sí, túrgida de toda la energía social necesaria para los deseos, planes y deberes del ser humano que conforman un sistema de vida humana total.
Hay pues una identidad de lo que somos y una identidad de lo que deseamos o debemos ser. Esta última es una identidad colocada en el porvenir al que accedemos mediante la acción, generalmente esforzada, muchas veces signada por fuerzas contradictorias, en pugna mutua, llevada a cabo por  actores sociales opuestos en un campo de acción histórica. En 2002, las plazas de Bolívar y de Altamira en Caracas obraban con el mismo operador del sentido para dos planes políticos enfrentados. La sobrevivencia del “homo sapiens” compele la identidad social a la acción, y esta acción que sin remedio tiene que operar para culminar la obra de lo social en el “homo sapiens”, tiene resultados afirmativos o de regresión negativista, según se opte con inteligencia o estupidez (Savater, 29; Marina, 2006).
Lo social no coincide con lo etnocultural, ni termina en ello. Si lo etnocultural le ha sido dado al homo sapiens, lo social se le propone como desafío a enfrentar en cuanto obra a elaborar o meta a alcanzar, siempre inédita, para no tanto autenticar sino garantizar los dones etnoculturales. Lo social descentra, desfonda, lo cultural; de suerte que no se permite éxtasis con lo cultural, así sea con fines catárticos. Como la identidad social no se define por una introspección de conciencia, ni por una ideología de dominación, sino por el porvenir de un campo de acción histórica, la identidad cultural debe servir para la confrontación de actores sociales, sean individuales, grupales o los movimientos sociales, que no son exactamente corporativos. La posibilidad de que la identidad cultural sea aplicada técnicamente defectuosa a un campo de acción histórica, se encuentra en los déficits de la teoría de la acción humana y en la falta de capacidad cultural de los actores sociales en llevarla a cabo.      

EL VALOR DE LA APLICACIÓN ETNOCULTURAL (II)

CANCIÓN DEL JUSTO

Ya se nos fueron todos los puros.
Se fueron a un lugar
donde ser no es pecado
donde al mentir se muere
donde vivir se puede
y donde querer se debe.

Ya se nos fueron todos los puros.
Mas no marcharon solos.
Se llevaron:
retazos de tristeza,
heridas dolorosas,
semillas de esperanza.

Ya se nos fueron todos los puros.
Por eso…
aunque nos llore
precisamente,
ahora,
más que nunca…
Tendremos que ser puros.

José Antonio MUñOZ
En Aguaviva: La Casa de San Jamás
Happening musical, Madrid, 1975.
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El Valor de la Aplicación Etnocultural

Contenido Parcial:
-La Identidad para sí y la Memoria del Porvenir.
-Cuando la Identidad Étnica en sí funciona hasta la mitad.
-Bibliografía

La Identidad para sí y la Memoria del Porvenir.

 Bastide (1972) se detiene en su Antropología Aplicada y se queda mirando hacia atrás, como si la etnicidad se hubiera estancado en el pasado y su memoria de “antigüedades” y antepasados. Trata de mostrar que el pasado con su etnicidad opera y debe orientar casi totalmente el porvenir. La multiplicidad de vías del desarrollo humano y social se atenderá según los dictámenes de la etnicidad para que sea “auténtica”. Esta proposición se halla a mitad camino aunque anclada en lo social “in actum” o pro-activo del sujeto, según el sociólogo Gurvitch (Cf. Bastide, 203-204); le falta el momento de la memoria sobre el porvenir, el avanzar la pro-acción en la historicidad, tanto según Touraine como de los filósofos de la ética, para objetivar lo social en todo lo que se refiere a nuestros sueños o propósitos y no sólo sobre la mensuración o “moderación de las cosas”. “Sociologizar” el mito comporta revisar la propuesta de Bastide según la sociología de la acción. Exigiría atender a una Sociología Aplicada como una ciencia no de los medios con vistas a la práctica, sino “de hacer de la práctica de esos medios el objeto de una nueva ciencia autónoma” (Bastide, 1972, 167). Coincidirían ambas disciplinas en incorporar las “irracionalidades” de los sujetos a la racionalización de la práctica científica, según Gurvitch. La lógica de dicha aplicación disciplinaria consistiría en abrirse a “estudiar los y que habrá que enfocarlos como agrupamientos de individuos en interacción, ya que la metamorfosis de las ideas en fuerzas sociales puede realizarse únicamente a través del grupo y de la psiquis humana” (Bastide, 1972, 182-183). El determinismo antropológico de Bastide quedaría así modulado con el diálogo entre las disciplinas.
Por más duro que sea el ethos cultural, el pasado y su memoria están a merced de una cadencia que el provenir le demanda, le exige y al final le impone. La lógica de la acción cuyo objetivo es la sobrevivencia, y donde se inscribe el cambio social, supone una proposición de transformación crítica sobre las realidades, una de ellas la etnicidad. Las reglas de la tribu se juegan de una vez para siempre, dice Levi-Strauss; pero los filósofos de la ética le responden: con la modernidad, que es la autonomía de las cosas terrestres frente a las divinas (del mito), las reglas de todas las tribus tienen que jugarse de nuevo, le responde Savater, filósofo de la ética. La escena teórica la expone Alborch (1999, 177) a propósito de replantear el papel social de la mujer. No hay marcha atrás en el tiempo oportuno (carpe diem) de la sobrevivencia del “homo sapiens”. El proyecto de sociedad se autonomizó de la lógica étnica y se colocó en la del porvenir, que desafía permanentemente en un campo de acción histórica el papel de la etnicidad, con objeto de contar con ella al servicio de la identidad social.
Ahora el trajín de ubicación de una Antropología Aplicada moderna, se debe efectuar en un proceso de mirar tanto hacia atrás para hacer los análisis de la etnocultura y orientar la interpretación, como hacia delante con el fin de formular las proposiciones relativas a la transformación de los mundos que soñamos, motivo de la aplicación. El filósofo de la ética sugiere el modelo: “no podemos vivir sin que nuestros sentimientos nos orienten, pero no queremos vivir a merced de nuestros sentimientos” (Marina, 2005, 191). Se parafrasea: no podemos vivir sin que nuestra etnicidad nos oriente, pero no queremos vivir a merced de nuestra etnicidad. La orientación definitiva se encuentra más allá, en la que queramos o debamos vivir según las exigencias del campo de acción histórica donde edificaremos las leyes y los derechos para la libertad.
Con orientación de Bueno (1987), inspirado en Hegel, se propone que la etnicidad puede existir sin soñar mundos sociales (proyectos), pero estos mundos no puede existir si no se apoyan y viven en una etnicidad. La etnicidad es fundamental como la vida misma del homo sapiens, pero no tiene capacidad de inventar proyectos de sociedad, como la agricultura no podía inventar la ciudad. Pero el proyecto garantiza esa vida que se encuentra en peligro de la asfixia de la guerra o animosidad étnica. El proyecto es un invento inteligente del “homo sapiens” porque para continuar con vida no tenía más remedio que organizar la convivencia en “tribal” (etnicidad) y entre las “tribus” (etnicidades).

Cuando la Identidad Étnica en sí funciona hasta la mitad.

La posibilidad de echar andar el proyecto se encuentra en las condiciones de originar un campo de acción histórica, donde las orientaciones se organicen tomando en cuenta los conflictos de actores sociales (minorías activas, movimientos sociales). El manejo de los conflictos se encuentra en la capacidad de impugnación de los actores sociales, en la que juegan sus dispositivos naturales, el psíquico y el étnico. La evaluación de proposiciones de una antropología aplicada en las sociedades complejas donde ya se  vive, no puede hacerse sino desde la episteme del proyecto de sociedad, no desde la etnicidad. Se trata de una antropología aplicada, no de un chamanismo práctico, por ejemplo, el de los babalaos. Lo que debemos preguntarnos es por la “capacidad étnica” de los sujetos sociales, que son los que tienen que llevar a cabo en la sociedad la aplicación crítica de los proyectos, para que las proposiciones no queden sustentadas en un vacío social y terminen siendo ideológicas si nadie conceptualiza con racionalidad etnológica la aplicación etnocultural.
En este marco teórico se inscribe el breve análisis de dos situaciones  en Venezuela: la academia antropológica y el sistema populista, el actor social y el contexto de ubicación del mito. Se selecciona la Escuela de Antropología de la UCV, como lugar muestral ponderado del colectivo académico nacional. Dará cuenta de ello una breve entrevista prospectiva a un pequeño corpus de población perteneciente a dicha  Escuela cuyo criterio de selección y enfoque crítico se refiere al Departamento de Etnología y Antropología Social. El corpus lo componen dos profesoras, una de dicho departamento y otra no, así mismo dos egresados profesionales de poco más de dos años, uno perteneció al departamento y el otro no; y dos estudiantes en tesis de grado pertenecientes a dicho departamento, que se hallan en relaciones laborales como empleados.
El campo de acción histórica en Venezuela se relaciona con un nacionalismo etnopopulista. Se presenta con una breve crítica cultural con el fin de obtener el campo de la acción histórica y la semantización de la actividad académica. No se acude a teóricos de la crítica cultural respecto del populismo venezolano (Briceño, 1994; Toro, 2005; Burgos, s/f.), sino a informantes de la entrevista que proporcionan puntos orientadores del orden cultural, que les servirán para la crítica del quehacer académico con referencia al proyecto de sociedad, tal como la Escuela de Frankfurt hizo la crítica cultural de la razón instrumental con referencia al capitalismo emergente de su tiempo.  
El rasgo cultural del placer inicia el discurso del sistema populista. Entre el principio del placer y la calidad de vida ocurre una inflexión, la del principio de realidad. “El venezolano no siente que la situación del país sea consecuencia de sus acciones. En este sentido tampoco siente que tenga que cambiar” (Kenica). El asunto pasaría porque a las ganancias colectivas (vía el proyecto social) el venezolano le sacara “algún provecho” individual (Diana), expresando al “aprovechado”. La desconexión con la realidad y el logro de una cosecha sin trabajar como lógica recolectora, representan rasgos esenciales del mito matrisocial venezolano, es decir, de aquel profundo complejo de dependencia materno-filial que baña toda relación social en Venezuela. En la lógica de este mito, el principio del placer (la vida despreocupada) coincide con el ser y la aspiración sortaria de la calidad de vida: “el venezolano se siente bien con lo que es, o mejor dicho, como él se ve, y tal es así que hace alarde de ello” (Anita). En definitiva, “él disfruta de gratis, no tenemos porqué esforzarnos, ni trabajar para conseguirlo” (Anita).
Sin embargo, todos quisieran mejorar sus condiciones de vida, y también tendrían ciertas aspiraciones que pudieran convertirse en oportunidades de mejorar, si un programa antropológico que se aplicara las concretara en  valores de confianza social. La cultura matrisocial desquicia esto y juega entre la desconfianza y lo confianzudo, desactivando la virtud de la confianza para el orden social básico. Con la sola emocionalidad y los regalos gubernamentales al pueblo, la aplicación antropológica no visualizaría el quehacer problemático del país: la política en las sociedades complejas canaliza fuertemente las conductas etnoculturales del colectivo social (Máxima).
Por fin, “para qué esforzarnos más si ya Bolívar, Sucre, Páez (héroes de la independencia) lo hicieron, seguimos viviendo de las rentas del trabajo de otros y lo conceptuamos como si fuera nuestro” (Anita). Esta esquizofrenia vivida con placer asombra cuando se observan aquellos resultados de cambio momentáneo de conducta bajo efecto del miedo a la sanción o de la amenaza individual, lo cual dista del cambio como efecto del beneficio colectivo. El doble código esquizofrénico “vivimos de lo que los otros trabajan como si nosotros nos hubiéramos esforzado” opera como un autoengaño para vivir felices. Y en sentido negativo descarga de sí las propias responsabilidades sobre su destino porque éste le da pánico. “Sospecho que si tuviera el conocimiento de que tiene que trabajar más y mejor para mejorar su calidad de vida, no lo aceptaría tan fácilmente dadas sus implicaciones, es decir, cuestiones como hacerse responsable de su propio destino le serían tan aterradoras que preferirían obviar ese conocimiento y continuar fuera de sí la responsabilidad de su propio bienestar” (Diana). Esta premisa suele profundizar resultados reversivos. “El venezolano sin más ni menos no va a trabajar más ni mejor, puesto que esto significaría reducir sus cuotas de placer y hasta puede entenderlo como un desmejoramiento de su vida y no lo contrario” (Engracia).
Tres rasgos culturales orientan la línea cultural: 1) la negación de la realidad pero aprovechada oportunamente, 2) la desconfianza social, 3) la esquizofrenia etnopsíquica. Esto muestra lo endeble del ser venezolano para impugnar el posible secuestro del poder público. Como efecto, está expuesto a que cualquier caudillismo, alentando el motivo del nacionalismo etnicista, persista en mantener al colectivo venezolano en su regresión etnocultural.
¿Qué hace el actor social de la academia antropológica?”Se sumerge en la fascinación de lo observado y ante una mala interpretación de la objetividad se satisface a sí mismo en la pretensión de que no pretende nada” (Kenica). Parece escaso el nivel  de aspiraciones, pues “no hay pretensiones de generar cambios sociales, lo que se hace en la Escuela es una antropología , ni siquiera teoricista. Da la impresión de que los antropólogos desconocen su rol de científicos sociales” (Anita). El asunto es que la práctica teórica se quede a la mitad del pensamiento, y su resultado sea una ideología medrosa, indicando la falta de valentía: del primer ingrediente del valor de la aplicación. “La práctica antropológica aún no tiene la capacidad suficiente para dirigir la transformación etnocultural del país. Se tendría que comenzar a trabajar sobre la barrera que la propia cultura nos impone, y ese es un trabajo que aún muchos investigadores no están dispuestos a asumir” (Diana)
La falta de explicaciones socio-éticas, asociada a sus investigaciones se compensa con la autocomtemplación del antropólogo. Pareciera que la Escuela de Antropología se justificara a sí misma. Su escaso conocimiento generado se limita a señalar algunos rasgos culturales, no a comprender el país. Está lejos de producir teoría, por lo que no fabrica ni dispone de herramientas teóricas para la aplicación de una antropología aplicada en Venezuela. El discurso se radicaliza cuando se afirma que la academia antropológica venezolana “no está yendo a ninguna parte…Que la mayoría de las personas asocien la antropología con la arqueología o con es un rasgo diagnóstico de ello” (Kenica).
Los resultados conclusivos son alarmantes en lo tocante a actores que se encuentran en el vientre académico y pueden ver tanto que ellos mismos explicitan su vergüenza. “Soy pesimista respecto a que exista una academia antropológica en el país”… “Como conjunto se me asemeja más al famoso del refrán criollo” (Kenica). Como desquite el antropológico se orienta al estudio de una etnicidad pura, sin trascendencia social. La falta de crítica científica hace que el antropólogo en vez de ponerse al frente de la etnicidad y orientarla en su quehacer, se deja llevar a merced de ella. Hay una confesión fuerte que se produce en la dialéctica entre el antropólogo y su práctica. Las secuencias son: 1) la carga de etnicidad pesa mucho sobre el despegue teórico del antropólogo en Venezuela, que termina por incapacitarlo para aportar insumos a la dirigencia orientadora del país; 2) hay un convencimiento de que “la práctica antropológica tiene mucho que aportar, y esto es una deuda que tenemos los antropólogos con el país” (Anita).
Esta serie argumentada de problemas la academia antropológica raramente se los plantea. Ubicamos en close-up, al Departamento de Etnología y Antropología Social, que a diferencia  de los Departamentos de Lingüística, Física y Arqueología, debiera ser portaestandarte de una teoría antropológica general para la elaboración de las proposiciones de la aplicación de una antropología aplicada. Un cortocircuito epistémico desconecta tal aspiración, pues la etnocultura de autocontemplación que porta la academia evita la producción de una episteme particularizada, como objetividad del proyecto socio-ético en el país. En consecuencia, la teoría de la academia  de carácter repetitivo sigue a merced del destino etnocultural, en vez de procurar una teoría de la aplicación antropológica que transforme dicho destino en insumo histórico para a dirigencia y su papel de orientar al colectivo hacia el esfuerzo por afianzar su identidad social.
Un etnicismo casi a ultranza domina la antropología en Venezuela. En la defensa de una tesis de grado, una profesora trató de anclar este etnicismo invocando a Hegel: la nación contra la ciudadanía, para indicar a la nación como el “locus” etnicista. El planteamiento fue zanjado al revés en la Alemania de los años 1970, en que los filósofos de la segunda escuela de Frankfurt proclamaron la constitución alemana como la identidad social por oposición a la nación alemana de los historiadores cuyas señales eran regresar a la proclama de la etnia como superior a la ciudadanía. El juego se trazó a favor de la identidad social subordinando a la identidad étnica.
Es plausible que los planteamientos etnicistas de la academia antropológica sean inalterables desde su inicial de los años 1970. El antropólogo venezolano Omar Rodríguez (1991) en su crítica al indigenismo en Venezuela lo constata con respecto a sus principales representantes: Mosonyi y Nelly Arvelo, como también se constata en los seguidores del mexicano Bonfil Batalla, profundamente etnicista, de quién hace también la crítica  Rodríguez. El departamento de Etnología y Antropología Social de la Escuela de Antropología se encuentra anclado en esta órbita, la de un pietismo a ultranza lleno de las ilusiones del buen salvaje y un etnologismo crítico que se embarca con facilidad en la nostalgia del mundo bárbaro. Ambas corrientes navegan placenteramente a merced del nacionalismo etnicista, propiciado por el actual neopopulismo venezolano. 
En este escenario neopopulista con el que la academia antropológica armoniza por ausencia de crítica cultural, la articulación de aquella identidad etnicista con la identidad social confronta un fuerte contratiempo. Los déficits de la teoría de la acción humana (por valor ético disminuido) y la muy sesgada capacidad etnocultural de los actores académicos (por la dura tendencia al pensamiento descriptivo) torna dificultosa la posibilidad de la aplicación de una antropología aplicada en Venezuela.
              
Bibliografía

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Publicado en Angel B. Espina Barrio (ed.) (2008): Antropología Aplicada en Iberoamérica, Fundaçáo Joaquin Nabuco y Editorial Massangana, Recife, Brasil, 153-169.

EL VALOR DE LA APLICACIÓN ETNOCULTURAL (III)

CANCIÓN DEL PEREGRINO

Cuando me han visto solo y recostado
al borde del camino,
unos hombres
con trazas de mendigos
que cruzaban rebeldes y afanosos
me han dicho:
Ven con nosotros,
peregrino.
Y otros hombres
con porte s de patricios
que llevaban sus galas
intranquilos,
me han hablado lo mismo:
Ven con nosotros, peregrino.
Yo a todos les he visto
perderse allá a lo lejos del camino…
y me he quedado solo,
sin despegar los labios,
en mi sitio.

León FELIPE
En Aguaviva: La Casa de San Jamás.
Happening musical, Madrid, 1975.


Aplicación de la Antropología Aplicada
(breve entrevista prospectiva)


A. (referencia: hablar desde el fondo de ser venezolano)

1.     ¿Venezuela porta una cultura del placer, le gustaría cambiar si se le orienta a una cultura de la realidad para sincerar y mejorar su calidad de vida?
2.     Al pueblo venezolano le encanta que le den cosas los gobiernos (lo cual no es viable para hacer país), ¿si se le aplicara un programa antropológico para que cambie ese modo de ser y vivir, lo aceptaría?
3.     Parece que para la gente venezolana lo que cuenta es el tiempo dorado de los héroes libertadores, ¿si se le indica, a partir de una crítica de su etnocultura, que tiene que trabajar más y mejor para que pague por su cuenta un mejoramiento de su vida, haría eso?
B. (referencia: hablar desde la antropología nacional, pero la muestra es la escuela de antropología, y específicamente lo que tiene que ver con la antropología social y cultural).
4.     ¿Existe antropología aplicada en Venezuela?  Si___, No____.
5.     Si hay alguna aplicación de la antropología aplicada, mira sólo a la memoria y rescate de rasgos etnoculturales o pretende que se modifiquen éstos desde el porvenir y lo societal?
6.     ¿Es suficiente que la Escuela esté satisfecha con la descripción de los hallazgos culturales o ésta descripción tiene consecuencias en la teoría antropológica nacional y en las relaciones sociales del país?
7.     ¿En Venezuela, la academia antropológica apunta a que la etnicidad (lo que somos) se coloque de cara al porvenir o más bien nos dejemos llevar a merced de ella?
8.      ¿La práctica antropológica en Venezuela tiene alguna capacidad para sumarla a dirigir la transformación del destino (etnocultural) del país?


Caracas, 6 de marzo de 2008.