La Rioja. Verano
1999. Pronto pasaremos a Oión al cruzar la frontera con Álava. El Oyón con y
griega responde al romance vasco, que es el castellano; la lengua vasca lo
transcribe con i latina. Parece que los empresarios logroñeses se mudan al País
Vasco buscando con listura la rebaja de los impuestos, aunque ilegales en la Unión
Europea. Con lenguas y economías te veas en la misma área cultural riojana, ya
logroñesa ya alavesa. Ensimismado con estos pensamientos, entramos en la
fábrica de ropa. Nos esperaban los dueños, esposo y esposa. Nuestro cuñado, a
quién acompañamos con su carro, en son de paseo desde Valladolid, para que
hiciera sus gestiones comerciales, nos presentó.
Pronto, mi esposa y
yo, hicimos conversación aparte con la dueña:
-¡Con que de Venezuela dicen que
vienen! Ese país tiene mucha energía, mucha agua, vegetación… También en esa
tierra hay mucho espíritu mental. Es el tercero en el mundo después de México y
Colombia.
Nos sobrecogió
extrañamente el juicio alabancioso. Comenzamos a recuperarnos con comentarios
sobre el clima tropical. A mí me vino la imagen de los médanos de Coro,
golpeada esa geografía por los vientos del oriente que vienen arrastrados por
el mar Caribe y azotan toda la costa norte de Tierra Firme con sus sierras y
ensenadas. Todavía recuperándonos aludimos con nuestra imaginación al paisaje del
río Orinoco, a los tepuyes de Guayana con sus selvas, rocas y cascadas con
saltos de agua como viniendo del cielo, las cumbres y páramos de los Andes en
Mérida, los esteros llenos de agua y garzas coloradas de Los Llanos bajos. Ay,
y la energía petrolera.
Pero la conversación
se derivó hacia la práctica espiritual de la señora dueña a partir de su
orientación gnóstica, las cartas astrales y el tarot. La información tan
precisa la había obtenido de su grupo espiritual en que participa, cuyos
maestros habían inventariado los lugares de la tierra por donde se desplazaba
el mayor volumen de energía espiritual de la tierra. Así los pueblos que
habitaban esos territorios tenían que ser muy afortunados. Entonces aprovechó
el momento para proclamarnos a nosotros como gente muy dichosa, pues habitábamos
un universo de tanta energía espiritual.
La extrañeza del
encuentro aumentó con este impacto, que rayaba en el núcleo de lo social. A
pesar del tiempo nunca se me ha despegado aquél juicio interpretativo sobre la
dicha del país venezolano. Y no se me despegó, no tanto por aquél impacto en
sí, como por mi trayectoria en el estudio cultural y social de Venezuela. En el
paso de un siglo a otro, había estampado el tema de la magia en el libro de Tierra nuestra que estás en el Cielo
(1999), textos que algunos de ellos ya venían de los años 80. También el tema
de la felicidad en el artículo de “Felices aunque Pobres. La cultura del
abandono en Venezuela” (Rev. Análisis de
Coyuntura, 2001). Anudaba aquí la felicidad placentera dosificada con la
pobreza. Había un pueblo con una pobreza feliz, que me daba como resultado un
concepto de la “cultura de la pobreza” específica, como es la matrisocialidad.
¿Cómo exorcizar aquél
sortilegio desde mi trayectoria científico-social, y, por lo tanto, averiguar o
asociar los mitos con que la gente venezolana explica los avatares de su vida,
es decir, cómo manipula su energía cultural, y después cómo tejer los modelos
de explicación científica para explicar dicha energía?
El pueblo venezolano
maneja un volumen de interpretaciones míticas, prestas a expresarse
coloquialmente. Ante cualquier acontecimiento, imprevisto o no, la gente de
toda clase social tiene en su haber las herramientas interpretativas al uso:
“Tú bien lo sabes, vivimos en Venezuela, todo es posible”. Esta sabiduría está
cargada de un condimento alto de descreimiento. Aquí nadie cree en nada pero
“de que vuelan, vuelan” (las suertes, las brujas…), y ello sirve para rematar
con magia popular una cuestión sin resolver del todo o para cortar simplemente
una conversación. Como sea, todo lo torcido llega a componerse esperando con
eficacia simbólica que “en el camino se enderezan las cargas”. Así se lo concreta
el ministro canciller a los empresarios del país: “ustedes pueden producir a
pérdida, porque ustedes ya tienen plata, y después las cosas se pueden arreglar
en el camino”. No importan los esfuerzos, resistencias, emprendimientos, ni el
tiempo. Es la inercia milagrera, que suele generar interpretaciones surrealistas
del país, y del país único en su originalidad: “lo que pasa aquí no pasa en
ninguna parte”. En 1942 se pasó de una autocracia a la democracia sin disparar
un tiro, y en estos años del siglo XXI se pasa de la democracia a una
autocracia sin disparar un arcabuz. Parece que en este proceso milagroso
superamos a México y Colombia con guerras y guerrillas.
No cabe duda que
científicamente Venezuela es un país feliz. Es una felicidad cultural, definida
por el placer, y sustentada en el sistema de recolección y redistribución. Al
placer se le une un hacer las cosas con eficacia mágica, que no trasciende una
verdadera transformación de lo real. Así se hace política y lo mismo economía.
No es de extrañar que el mito matrisocial, la sobreprotección materna, se
corresponda, en su prueba sociológica, con la estructura social recolectora, es
decir, de cosechar donde no se ha sembrado (trabajado). El sistema populista
tiene un arraigo social y cultural fuerte ¿Qué mas podíamos esperar en nuestras
investigaciones cuando se nos daba el dato duro de lo mágico como óbice al
proyecto societal en el libro Élite
Venezolana y Proyecto de Modernidad? En literatura hubo una epoké que pudieron llamar a eso lo real maravilloso; pero las epoké pasan, los mitos de las cultura
quedan como realidades que tienen consecuencias en lo real social.
Sahlins en su libro Cultura y Razón Práctica se dirige a los
suyos, los civilizados estadounidenses, para decirles que “Yo sepa, somos los
únicos pueblos que nos consideramos originarios de salvajes; todos los demás
creen descender de dioses” (p. 58) ¿El venezolano de quién procede? Pregunto a
mis alumnos de antropología (venezolanos, por supuesto) para templar su ánimo
en el estudio de las culturas. Acostumbrados a un discurso anti-occidental, la
respuesta les arrincona en una “vergüenza civilizada”, por lo que es mejor
negarse como civilizados. Pero ¿y los dioses? ¿Cuáles podrían ser nuestros
dioses? En el forcejeo, resulta ser María Lionza, la reina de las aguas, la
selva y los venados, que habita en la montaña sagrada de Sortes ¿Qué alumno
podía dudar de la magia que envuelve como un paraíso divinal (el del placer y
de la recolección) los diversos ámbitos de la vida venezolana, donde la medida
del tiempo no cuenta y donde el trabajo y la ley no caben, ausentes en la
abundante naturaleza tropical?
Desde la energía
tropical a que invita la abundosa naturaleza, hasta la historia sociocultural
placentera, hay una red de cosas que hay que saber tejer para organizar los
niveles interpretativos de la dicha del país venezolano. A nosotros que
veníamos de la práctica vital y de la reflexión antropológica y social, nos
estremeció, a tanta distancia geográfica y de extrañeza subjetiva, aquel juicio
tan entusiasmado de la señora riojana. Encauzando mejor aquella motivación
energética espiritual, venimos a dar con el motivo cultural donde el mito
matrisocial tiene la capacidad de explicar la dicha del paraíso placentero en
que vive el colectivo venezolano. De regreso por Santo Domingo de la Calzada,
Haro, Burgos, Valladolid, no se me despegaba el pensamiento sobre Venezuela,
tan lejos en la escucha del problema de la energía espiritual y tan cerca
trabajando sobre él con mi pensamiento venezolano.
Caracas, julio de 2013.