viernes, 20 de enero de 2017

ARQUEOLOGÍA DEL PAÍS VENEZOLANO: PRIMER YACIMIENTO




Pintor que pintas tu tierra,

si quieres pintar tu cielo,

cuando pintas angelitos

acuérdate de tu pueblo

y al lado del ángel rubio

y junto al ángel trigueño,

aunque la Virgen sea blanca

píntame angelitos negros.

…………………………………….

Si sabes pintar tu tierra

así has de pintar tu cielo.

con su sol que tuesta blancos

con su sol que suda negros

porque para eso los tienes

calientitos y de los buenos.

Aunque la Virgen sea blanca

píntame angelitos negros.


(Fragmentos de Píntame Angelitos Negros

de Andrés Eloy Blanco, poeta venezolano)

etnias latinoamericanas













En cuanto a mi residencia, me jacto de tener muchas moradas. No sólo habito a los “indios” y “negros”, y a los pardos de toda graduación, también a los europeos segundos y primeros de América y, muy especialmente, a  los que me odian y persiguen en los otros porque no pueden expulsarme  de su propio corazón.

(Fragmento del Discurso Salvaje en el Laberinto de los Tres Minotauros, de José Manuel Briceño Guerrero, filósofo venezolano).


Antes, mucho antes, de que rodara el tiempo para establecer la historia, se terraplanara el espacio para edificar nuestras ciudades, y se levantara la primera aurora por el oriente para proclamar nuestra libertad, existió el mito (nuestra realidad, la más profunda), el inconsciente y lo pintoresco en nuestra imaginación. En el caos primordial anidó ya un país utópico que todavía estamos empollando.

Tiempo paradisíaco y espacio sin rosicler de aurora aún que dieron lugar a los sueños en los que sin abrir los ojos se juntaron selva, río crecido entrando en conuco, a lo que se asoció el mito del Dorado, y sin ningún “para luego después” se fabuló el uso colectivo de la “tierra de nadie”.


¿Quiénes habitan ese país?


¿Cuál es su nombre?


En la gran piedra aplanada que flanquea el lago de Coquivacoa (Maracaibo) se entresacó el nombre: Veneciuela. Lo reseñó la expedición de 1499 en la que iba el hispano-cántabro Juan de la Cosa, autor del primer mapa americano (Ver Francisco de Enciso, Sevilla, 1505).


Después fue llegando otra gente de otro color para ver cómo era el sitio, y se llenó la población de muchos colores como los ejércitos de la contienda nacional: de Boves, de Páez y de Bolívar.   


Aquel tiempo parece no haber rodado nunca; ni el espacio se ha terraplenado aún para contener una urbanidad. Si la historia repunta y su quehacer pretende dar lugar a alguna sociedad, pronto el mito regresivo la devuelve al inconsciente y éste la justifica en el imaginario paradisíaco, desestimando el trabajo por su molestia y el desvelo para idear proyectos sociales capaces de eliminar el facilismo de la viveza mezclada con la desidia de la realidad.


¿Cómo vive la gente en ese país míticamente real?


De la recolección.


La naturaleza tropical es suficientemente pródiga para ofrecer frutas, raíces, hortalizas, pero también petróleo, hierro, bauxita, oro, que el mito y su inconsciente canalizan hacia la auto-subsistencia sin que llegue la historia. Y si se funda la ciudad trasladamos la selva y los conucos a la misma, y desactivamos su ser urbano llenándola de basura para evitar el arte de vivir juntos.


¡¡¡Pero si disponemos de renta más allá de la recolección!!!  


La poca renta disponible la reducimos a nada, más bien a negativa, adquiriendo deuda. Tal es nuestra capacidad de despilfarro, que el saber sobre la renta y su pequeño margen de disposición provienen de la práctica de la explotación petrolera que se encauza en el sistema primario exportador. El carácter de primario califica el sistema de recolector. Esta situación afecta a nuestra conducta de conuqueros del petróleo, como antes nos ha constituido en conuqueros de la ciudad. Nuestra actitud en la cultura conuquera no ha pasado: seguimos cosechando donde no hemos sembrado. 
 
selva y conuco tropicales


















la mujer (madre) es la que trabaja el conuco


















No podríamos sostenernos en este estilo de vivir, si un sentido del mundo no nos ayudara a explicarnos este modo de ganarnos la vida, y así justificarnos, que es como decir excusarnos a lo matrisocial. Nosotros no pertenecemos a una comunidad nacional como los Nuer, pueblo de África oriental que se orienta en el mundo sub specie pecus (bajo la especie de ganado: cherchez la vaque)[1], ni como los pueblos de noreste del pacífico norteamericano que lo hacen sub specie piscis  (bajo la especie del pez)[2]. Nosotros pertenecemos a una comunidad nacional, la venezolana, en el norte de sur América frente al mar caribe, que vive sub specie materna (bajo la especie de la madre)[3].


Mientras los Nuer se ganan la vida como ganaderos y los pueblos noreste del pacífico como pescadores del salmón, nosotros en Venezuela nos ganamos la vida como conuqueros, es decir, como recolectores guiados por la reciprocidad materna, por lo tanto con la lógica familista. De lo que recogemos sin sembrar (por eso no hemos aprendido a sembrar el petróleo), nos movemos socialmente a ritmo de la agricultura itinerante o migrante de la producción conuquera, troquel que llevamos todavía sin mediar tiempo histórico alguno, ni espacio urbano, ni aurora nocturnal, en nuestro mito y en nuestro inconsciente.


Esta cultura antropológica nuestra es la que calificamos como matrisocial. Tiene el objetivo este concepto etno-psicoanalítico de resolver (explicar) el problema paradisíaco en que vive el país venezolano: es decir, la sociedad tiene una lógica impersonal y fría (instituciones), que no puede operar sanamente si opera con una lógica maternal (familia) que es cálida y personalista[4]. Es la figura de la madre la que hace de totem absoluto, de suerte que procedemos sólo de uno (la madre), no de dos (padre y madre); porque la figura del padre no la produce la cultura (el mito) ni la personalidad (el inconsciente).


Pero en Venezuela nos manejamos la vida con esa paradoja entre la sociedad y la familia. El resultado inmediato es la del consentimiento social como troquel maternal. Los venezolanos nos consentimos (de ahí nuestras complicidades), no nos estimamos (tenemos la autoestima baja). El consentimiento nos produce el placer, inercia ante las cosas a las que tenemos que enfrentar, y, por otra parte, no terminamos de resolver nuestros problemas que pensamos que no son importantes y si persisten, que se resuelvan por sí mismos (abandono mágico de la realidad: como vaya viniendo vamos viendo, y porque de que vuelan, vuelan).


Así gozamos de una felicidad cultural implantada también en nuestro inconsciente, muy lejos de lo social con sus tiempos, sus espacios y sus auroras, que invitan al trabajo y a la transformación del mundo y obtener así los recursos para la libertad política y social. Por eso no solucionamos nuestra permanente crisis de pueblo (Mario Briceño Iragorri)[5], crisis de urbanidad (Oscar Tenreiro)[6], y no nos planteamos de verdad la posibilidad de ser una formidable sociedad (Germán Carrera Damas y S. Hurtado)[7].   Y lo peor de todo es que los intelectuales venezolanos no atinan con el diagnóstico de nuestro problema porque pasan por alto el problema de esta arqueología de nuestra cultura; ¡¡la cultura!! ese gran trasfondo de realidad que afecta de lleno la organización social (S. Hurtado)[8].


Hay que aprender a pintar nuestro cielo y nuestra tierra con todos los matices de colores que son muchos (pedido del poeta Andrés Eloy Blanco), y hemos de curarnos de nuestro resentimiento, el antónimo del consentimiento en el edipo venezolano, de esa etapa tan primaria, con relación al edipo clásico griego bien elaborado de amor/odio.

[El mes próximo explicaremos el edipo venezolano como tema del segundo yacimiento arqueológico del país venezolano]






[1] Evans-Pritchard, E. E., Los Nuer, Barcelona: Anagrama, 1977.

[2] Levi-Strauss, C., “El gesta de Asdiwal”. En varios autores, Estructuralismo, mito y totemismo. Buenos Aires: Nueva Visión, 25-77.

[3] Hurtado, S., Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica básica de la familia venezolana, Caracas: FACES, Universidad Central de Venezuela, 1998.

[4] Hurtado, S. La Sociedad tomada por la familia, Caracas: EBUC, Universidad Central de Venezuela, 1999.

[5] Briceño Iragorri, M., Mensaje sin destino. Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo. Caracas: Monte Ávila, 1972.

[6] Tenreiro, O., “Ciudad, arquitectura, política”. Tal Cual, Caracas, 25 y 26 de junio de 2011:22-23. Entrevista por Antonio Ochoa Piccardo.

[7] Carrera Damas, G. Una nación llamada Venezuela. Caracas: Monte Ávila editores, 1984. Hurtado, S.  Ferrocarriles y proyecto nacional en Venezuela: 1870-1925. Caracas: FACES, Universidad Central de Venezuela, 1990.


[8] Hurtado, S. El animal urbano: de las piedras al proyecto social en la ciudad de Caracas. Caracas, 2016, de próxima publicación.