domingo, 8 de noviembre de 2020

PAÍS CULEBRERO O APRENDIZAJE DE PAÍS EN CENTRÍFUGA

  Homenaje a Miguel Ángel Palau  
este mes de noviembre, en 
La Función Técnica y País culebrero o 
Aprendizaje de País en Centrífuga.
 
Porque después de nacer humano 

lo más importante es aprender a ser humano. 

 

Cuando, el vecino de apartamento, vino a mí, sudaba y su voz temblaba con acento tartajoso: 

--¡El motorizado se comió la luz! Yo cruzaba la calle Las Ciencias y moto y motorizado se abalanzaron sobre el capó de mi carro. No tuve alternativa; me quedé atravesado. Cuando menos se piensa a uno le sale el diablo en este país, una culebra. Así es el país, lleno de culebras, ¡y sorpresivas!”. 

Me quedé yo mismo varado escuchando y acogiendo su inquietud. Se me coló la idea de un país culebrero. Hace unos días había leído su sinécdoque en la crónica de Fernando Luis Egaña: “El camino culebrero” . Mi imaginación se iluminó al verme representar al país en su (in)cultura con la imagen de la culebra, culebrero, con especial interés en el espacio público. Egaña lo aplica como metáfora a la cuestión política; en esta cuestión no le voy a hacer competencia. Si la bordeo será para ejemplificar un caso, sector o área de la estructura social venezolana que nos reconfirma en nuestra consideración, sin tomar su misma dirección argumentativa por ahora. 

--¿Acaso el motorizado ha aprendido a circular por la ciudad, si es que se lo han enseñado? 

En Venezuela todos tenemos el cordón umbilical sobredimensionado y sin romper. Todos somos unos consentidos (y nos hacemos los consentidos como aprovechados) ante un supuesto orden social normado. Estoy hablando de la cultura, conceptuada como matrisocial, y que porta la mayoría de la población. Por su parte la minoría que no la porta, entiende perfectamente bien de qué se trata. 

Siempre hay unos más consentidos que otros, y además siempre a costa de los otros que lo sufren, según distintos momentos, circunstancias y sectores sociales. En la ciudad de Caracas, que hemos investigado como ciudad no urbana, en un período del siglo XXI fueron sobreconsentidos los buhoneros en la ocupación y uso de los espacios de la calle. Después han sido y son actualmente los motorizados. 

La política populista del socialismo radical, para afincarse en el poder, otorgó con grandes facilidades a la población la adquisición de motocicletas, de lo que se aprovechó el sector social joven. El uso de la motocicleta aventaja en el desplazamiento vial al carro en una ciudad tan congestionada vehicularmente, y más si contamos que la ciudad forma parte de una sociedad con tradición petrolera y de oferta energética del hidrocarburo dentro de una política populista. 

A la ventaja del uso de la motocicleta, el motorizado asuma, por sobre todo, una conducta vial con desvío caprichoso a partir de no cumplir norma alguna en su desplazamiento, sea se circule por la acera (peatones), se irrespeten la normas del tráfico conduciendo el vehículo según la gana, y a contra-flecha; todavía más anómico, contraviniendo el aviso de las señales de las luces en los semáforos. 

--¿Quién pone el cascabel al gato en el orden de la ciudad atendiendo a la clave desentendida de un motorizado? El que lo ponga tendrá el mérito de ser un héroe que cortó el nudo gordiano precintado en el cordón umbilical de los venezolanos. 

Con el vocablo de aprendizaje no nos referimos a una relación pedagógica, ni de enseñanza o docencia, de sustancia moral, sino a algo de menor compromiso: a una energía cultural, relativa a concebir el aprendizaje como un dinamismo por el que el país con la carga cultural que porta, puede tener la capacidad de vencerse a sí mismo. El aprendizaje como la idea de la matemática, la poesía, el totem, música, Dios, todas las densidades que vencen la ley de la inercia aprovechando los impulsos de la vida y sus posibilidades de movimiento, se ciernen sobre todas las propiedades dormidas con que puede expresarse una realidad, como es la de un país. 

La ley de la inercia suele referirse al lema de “haréis lo que veréis” que cimenta la expresión de aquel dicho de “al país que llegues haz lo que vieres”. Tal formulación indica una situación de lo inercial, que, dotado de una razón de ser muy primitiva, va a tomar mucho esfuerzo para que la realidad en estado de inercia, pueda vencerse a sí misma, aún mediante el aprendizaje. 

Además de su razón primitiva, el estado de inercia está además envuelto en la conducta de unas solidaridades naturales, congregadas bajo el dinamismo instintivo del ‘me da la gana’. En este dilema el comportamiento ajeno se encontrará muy estrechado en su decisión si pretende salirse de dicho molde conductual. La ley de la inercia choca con la petulancia caraqueña cuando se atribuye una norma extraña a su alfoz nacional y se distancia del mismo: “Caracas es Caracas y lo demás monte y culebra”. 

El agravante para inscribir un aprendizaje de país en clave de ciudad, es que tal identificación como enajenante, se aplica también, como centrífuga a la Caracas misma. Porque un comportamiento de monte y culebra, puede comprenderse, aceptarse, sufrirse en esa naturaleza bravía e inhóspita que relata la novela de Doña Bárbara sobre la vida del campo venezolano, pero de ninguna forma puede mantenerse en la ciudad, que encabeza y apuntala la existencia de un país. Tal es el impulso que nos refiere “Caracas es Caracas” para concluir con su comportamiento en la interpretación de que dicha ciudad no tiene (o lo ha perdido) el aprendizaje de país, que merece o necesita el país llamado Venezuela. 

Es la ocasión de preguntarse sobre la calidad del significado que tiene la realidad de país para el habitante del campo pero también de la ciudad con más motivo. La ciencia que puede responder es la antropología. La cultura expresa el grado de ser de dicho significado, con cuyo dinamismo la vida inercial del país venezolano dispone para el aprendizaje de vencerse como materia a sí mismo. 

 Lo inercial parece asociarse a lo innato, natural, nacional. Pero nada más lejos de dicha asociación significativa. Se puede rescatar lo natural como base territorial de cómo pensar el principio de la raigambre con objeto de analizar el concepto de cultura. Pero quedarnos en lo fenoménico del “aprendizaje natural”, el de los nacidos, no permite remontar el “camino culebrero” en que se estatuye precisamente lo nativo o lo naturalizado. 

Es necesario ir más allá, a la transcendencia del verdadero aprendizaje, el social. Porque la materia o realidad de país es un invento socio-histórico, no un simple territorio y su gentío poblacional. Un país se acoge a su existencia, convocado por una sociedad, y esa siempre en estado de constituirse como proyecto. Desde esta mirada (teoría) podemos imaginarnos el otro principio analítico de la cultura: el del intercambio con base en el movimiento o dinámica, y con este punto de apoyo pasar a observar los gérmenes de la libertad y la creación de obras anexas. 

En breve, el estado inercial no da para imaginarse ni la nada, y menos principios de acción, y de acción transformadora como es el aprendizaje. La cultura matrisocial que funciona con clave de inercia, da para muy poca inspiración como punto de apoyo para emprender un aprendizaje, cuando la ley de la palanca para mover el mundo requiere un marco de transformación o movida de situación como economía científica y no sólo de empeño bruto de cargar el mundo (al país) a las espaldas y hombros como Atlas. 

Ya un país, diseñado en su creación --como una siembra y cosecha--, es una obra, una obra a realizar mediante el aprendizaje, que implica a su vez un arte de hacer país. Tal obra de arte pensada como país debe soportar el resto de las obras de colaboración o subalternas al mismo; son éstas las que mostrarán la vitalidad de la obra monumental de los artífices de país. Son las obras de apoyo al testimonio de la existencia de país con su independencia económica, política y cultural (Cf. Pardinas, 125). 

Estamos en la otra orilla distante de entender el país bajo la inercia de las culebras, de la inercia de las restricciones carcelarias, de la inercia de la apetencia de un instintivo de ‘me da la gana’, de la queja, del parasitismo respecto del estado, que llevan a la imposición totalitaria del poder. 

Si aspiramos a tener derechos que implican protección, garantías y ventajas de una vida mejor, la invención humana de un país, exigida por la invención por excelencia, que, según Lévi-Strauss, fue la ciudad, supuso dejar atrás situaciones propicias para el hábitat social de las culebras, como la herencia de la tribu, las amenazas de hambrunas y pandemias, de restricciones de movimientos a la libertad debido a las mafias y el mercado negro, de rebajas de la realidad de pueblo en su sentido sociopolítico. 

El aprendizaje de país supone la conquista y el ejercicio de los derechos, donde se inmiscuyen los derechos del hombre como ciudadano y su infraestructura de servicios asociados a la satisfacción de sus necesidades. 

-¿Por dónde anda atravesada esta realidad inconclusa del país venezolano? No se sabe, porque aún no tenemos la referencia de esa realidad, que queremos, de país. 

-Por algún sitio podremos engancharnos para proceder a ejercitar el aprendizaje de país, y conseguir dicha referencia ¿Acaso ni siquiera hay un gancho por dónde se pueda pensar el país para comenzar su aprendizaje? 

Puede que se encuentre en los sótanos de la apetencia (natural o nativa), o en las alcándaras del deseo que mira al querer que pretenda el poder. La ex-periencia como un viaje al interior de la cultura (matrisocial) nos indica la baja calidad de los recursos para adquirir el aprendizaje de país en Venezuela. Por esta deficiencia en saber inventarnos como país en serio, dejamos, en nuestra desidia cultural, la inercia del aprendizaje a lo natural-nativo. Por eso nos corroe el pensamiento de monte silvestre, de desorden de las culebras, de desprotección en la misma hura en que nos encerramos como política narcisista de ingenuo país nacional. 

-¿Aprendimos ya pero lo olvidamos como regresión? Parece que ni una cosa ni otra. 

-¿Aprenderemos? La capacidad cultural que porta la mayoría no tiene el dinamismo exigido por y para el aprendizaje de país. Esto llena de pesimismo a los científico-sociales y a los verdaderos y buenos ciudadanos. 

-¿Podremos aprender? Sí, si desmalezamos nuestro vitalismo lleno de monte y culebra, y nos abocamos a desbrozar el gigantesco reservorio que está inscrito en la potencialidad primaria de nuestra cultura, potencialidad tal que se revela también en insospechadas ráfagas de iluminación. Dicha ráfagas deben adquirir la permanente transcendencia a partir de una inmanencia que se agota por su naturaleza narcisista y consentidora, llena de placer y flojera relativa a cosechar donde no se ha sembrado, y, por lo tanto, de una profunda limitación para poder vencerse a sí misma. 

 Este vencerse de la cultura matrisocial a sí misma, constituye una urgencia de vida a exportar al mundo entero, adolecido por los programas, planes, medidas, números y cifras abstractas, que carecen de vitalidad humana: 

--¿Cómo realizar esa transcendencia, con instrumentos de complejos matrisociales, embrollos matrilineales, apetencias voluntariosas, como la del consentimiento del motorizado de la calle Las Ciencias? ¿Y qué decir del comportamiento populista del redistribuccionismo con estructura de recolección conuquera? ¿Cómo evitar la tentación de ceder el poder de ‘sociedad popular’ a manos de caciques divinales y/o caporales de hato cimarronero lindando con la magia chamánica y los privilegios de seguidores políticos devocionales? 

Mucho montarral económico y mucha basura de culebrones culturales y políticos aun nos distraen para realizar el aprendizaje de desandar el camino culebrero, y poder comenzar siempre de nuevo con mentalidad joven a emprender el aprendizaje de país en sus distintos aspectos: el técnico, el cosmogónico y el emocional. 

Este arte de aprendizaje de país no pude dejarse al garete, a la contracorriente de circunstancias contingenciales del asedio político, a la centrífuga negativa del confinamiento por causa de la pandemia, al cortocircuito de la indigencia económica y la eliminación de la referencia monetaria nacional. Todo ello llevado como un desorden de destrucción de lo que puede decirse y tenerse de realidad de país, una destrucción que sale de lo peor de nuestra caverna cultural, y que aprovecha --tal negatividad social de la cultura matrisocial-- la cúspide del poder político. 

La inmediatez de sentido a que nos empuja nuestra cultura matrisocial, nos tiene en condiciones de condenados sin juicio final. Pero con la realidad de país (apetecido, deseado, debido) no se juega; es necesario colocar los pivotes para las circunstancias históricas sustantivas, y estar preparados (aprendidos) ante lo sorpresivo de las coyunturas imprevisibles de la historia. Nuestro familismo amoral, lo arcaico de ese vivir a gusto con el autoengaño, con la espera placentera de seducciones de promesas para no cumplirse, refuerzan esa situación de que el aprendizaje ocurre bajo la expectación siempre a contracorriente de lo que puede advenir con la centrífuga de lo deseado y de lo debido. 

En esta realidad contrariada, ingresa tanto el resentimiento edípico como el hito más fuerte, como también el escarmiento que induce al aprendizaje pero que el venezolano no le para-mientes, y finalmente ingresa el embrollo matrilineal, que nos hace ver al revés los problemas de nuestra realidad de país. 

--¿Cómo desarrollar un aprendizaje de país con estos intríngulis laberínticos cuya arquitrabe lo constituyen estos complejos matrisociales de creernos tolerantes cuando en realidad somos permisivos, de creernos que resistimos a las dificultades y las enfrentamos cuando en realidad las abandonamos a la inercia, de creernos que el decir algo es entrar en el hacer de su verdad cuando en realidad lo dejamos al destino de la acción mágica…? 

El consentimiento del motorizado aquella mañana que propició el choque con el carro de mi vecino, condensa el culebrón, y su telenovela, con que tenemos edificado el supuesto aprendizaje culebrero de país . 

Revertir dicho aprendizaje, sí, pero no para amoldarnos a la regresión placentera de la desidia cultural y a la inercia social del país, sino para tomar impulso (y el pulso) que nos indique como centrífuga la sinceridad del aprendizaje social (humano) de país, de un país (con reverso culebrero) en que está anclada la historia venezolana merced a los mitos etnoculturales que la dominan. 

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LA FUNCIÓN TÉCNICA

 


LA FUNCIÓN TÉCNICA 

El pensamiento incursiona en la precisión de la técnica 

Admonición. 

Función: no se toma esta idea como situación instrumentalista con razón de juego psicosocial; sino en su carácter matemático según su razón ontológica en el juego del movimiento de las cosas del mundo. Técnica: se rebasa su sentido instrumental también para ser colocada su idea como principio del pensar mismo, dando que pensar sobre sí misma. La relación de Función y Técnica se organiza como concepto en el marcho del dicho atribuido a Arquímedes: Denme un punto de apoyo y moveré el mundo. Es el pensamiento, entonces, el que toma el papel del 'mover', mientras el punto de apoyo es la función general y la medida del mundo la calibrará como peso la especie de barra de la palanca técnica. El resultado producido es el movimiento mismo como ser y actuar del mundo y su apoyo en un punto del pensar con escala matemática. 

ÍNDICE 

I. El punto de apoyo funcional y el principio de la palanca técnica. 

II. Técnica y sociedad. 

III. Razón matemática y modelos del conocer. 

IV. Técnica y epistemología del método. 

V. Mover el mundo como contenido del pensar. 

VI. Técnica: mediación del tercer término y actividad del pensar.

VII. Crítica a la analéctica latinoamericana y el 'mover el mundo'.

 ¡Función técnica! En una ecología mental, como la del industrialismo respirado durante estos siglos, la asociación de vocablos en la formulación de “función técnica”, produce una ideológica y simple redundancia, o si nos colocamos con ventaja aprovechada resuena como un pleonasmo exitoso y lleno de verdad. La razón instrumental ha hecho su trabajo, pero, aun con su asociación analógica sesgada por la ideología cotidiana, nos ha metido en un callejón sin salida; las cualificaciones de una redundancia corriente y de un pleonasmo embuchado ingeniosamente lo denuncian.  

Sin embargo, ya antes de atravesar la entrada a dicho callejón, podemos detenernos a observar con atención todos los sentidos que condensa el término función en su noción de uso, y con similar intención podemos detectar lo que esconde el término de técnica. Cuando decimos condensa implica un problema temático donde el término función ocupa el nivel problemático de género o modelo general a investigar por la amplitud lógica en su aplicación, mientras que decir esconde implica una tematización donde el término técnica ocupa la especie bajo la cual se orienta la operación que va a realizar lo sustantivo de la función. En la réplica polarizada, la adjetivación de técnica ostenta el modelo específico, según otra nomenclatura metodológica (Friedman, 1977). En su papel de especie, a la técnica se la ha escamoteado papeles a representar en el escenario del pensamiento. Sacar a luz dichos papeles opacados resulta una pretensión de particularizar una vía del pensar concreto que dé con la salida al campo respecto del significado estructural de la función en la consideración del contenido y lo real (Lefebvre, 1978: 205). De suerte que se sincere también la sustancia de la función en el vector de su razón de ser matemática. Es como podremos manejar los órdenes del saber tanto en su creatividad poética como en su ejercitación ingenieril (Maturana, 1997: 126-127).    

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En términos éticos, como variable última de la ‘función técnica’, constatamos que todos vamos náufragos (es la imagen que selecciona J. A. Marina, 2001: 9-10), amarrados al mismo barco en peligro de hundirse y sin dirección; llevamos colgando de nuestras espaldas todas las cuestiones humanas mundializadas, conteniendo una totalidad de ética responsabilidad en cuanto individuos, pueblos, sectores de población, ecúmenes. Vamos como náufragos entre todos esos témpanos de hielo. Se trata de conducir con sabiduría entre las distintas partes del ser para ir cosechando totalidades de pensamiento que debe retornar con su actuación a mover el mundo entre tantas dificultades interpuestas ante la paralización del mundo debido a intereses particulares originados en los instrumentos con vieja y/o desviada racionalidad técnica.

En remate resolutivo: gracias a las matemáticas la técnica puede operar en terreno propio y en razón de su principio lógico de ser funcional, y por su parte la razón de la función ofrecerle su punto de apoyo relacional, de suerte que la misma función puede amplificar su eficacia de soluciones al operar con la palanca de la razón técnica. Es el contenido creado en el semillero dinámico por la actuación del pensamiento el que da sentido a las formas (de función y de técnica) con que éste trabaja, es decir,  por el sujeto que porta y diseña desde sí el pensar poético, creador de realidad. El contenido es el resultado de realización que define sentidos y acciones de las formas de producción en las relaciones y estructuras de la función y de la técnica. En la mentalidad popular el maridaje de función y técnica es casi ideal en la formulación de ‘función técnica’, pero el filósofo y el científico tienen que llegar a fundarlo en su pensar analógico y poético: así para la función, al darle trabajo a la técnica, se va a sentir como extraña moviendo al mundo entero merced a la subjetivación que el pensamiento simbólico en su actuación del contenido infunde a la técnica haciéndola competentemente creadora en el ‘mover el mundo’. Asociada con el pensamiento técnico, la función logra sobreponerse y llegar a su estado de perfección.

CODA: El gran problema de la política es que el mundo se mueve, el de Galileo, el de los modernos (Copérnico), porque el de los antiguos, el de Arquímedes, no se movía (Ptolomeo). Si no se afinca bien el punto de apoyo (la función matemática), y si no se sabe apalancar bien (técnica con ética = con pensamiento inteligente), el movimiento del mundo nos pasará por encima o tendremos que cargar (sufrir) con él y completo como Atlas ¿Tendremos al menos la virtud del infatigable gigante?

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Samuel Hurtado S.

Caracas 12 de octubre de 2020.