martes, 26 de diciembre de 2017

SIN TRABAJO DE PAIS NO HABRÁ FIESTA DE VERDAD

La gente en cola para acceder a buscar alimentos en Caracas
El plato navideño venezolano: hallaca, pernil, pan de jamón y ensalada. 


-Cuando vamos a salir de esto
-Antes éramos felices y no lo sabíamos.

Así se corea en las conversaciones de Caracas, como indicando que no se aspira a la libertad. Cuando desde el coro de las conversaciones debería oírse el suspirar por la libertad:

-Sabíamos que antes no estábamos aún bien, pero no hicimos lo que teníamos que haber hecho.
-¿Qué vamos a hacer ahora para salir de esto?

Porque sin libertad no puede haber país que mejore nuestra suerte.

El asunto es que antes no hubo país, y no lo habrá hacia adelante si seguimos haciendo las mismas cosas y además de un modo pasivo, así como eso de no saber que fuéramos o no felices. Toda nuestra orientación se guiaba, y aún se guía, no por el principio de realidad, sino por el principio del placer, el de permitirnos todo, hasta aberraciones, según la compulsión del consentimiento que porta la cultura matrisocial.

Cuando en el mes pasado propusimos la consideración sobre el dolor de país, nos referíamos al país posible, no al ex-país, que anuncia Agustín Blanco Muñoz, porque para esta proposición del ex tenía que haber habido un país real. Porque lo que tenemos como país real se reduce a un país de promesas. Promesas que no proyectos. Con el matiz de que esas promesas, no avaladas por proyectos, son promesas para no cumplirse. Simón Rodríguez, a propósito de la Defensa de Bolívar, diferencia entre demagogia y proyecto, en el horizonte de proponer promesas.

Si ya Nietzsche nos dice que la civilización es el esfuerzo por hacer del hombre un animal capaz de prometer (Cf. Savater, 128), comentario que profundiza Marina (2011: 98) como “hacer promesas” en cuanto una pesada carga que impuso la naturaleza al ser humano, y con ello promesas que no se van a cumplir, vemos que la carga que va a asumir el populismo será la de un caso especial de la mentira y el engaño.

Ya en la cultura matrisocial venezolana se constata que no importa que las promesas se cumplan (habría que luchar mucho para ello, trabajar demasiado la realidad del país); lo importante es que me hagas promesas, porque las necesito para el autoengaño que es el que me hace vivir a gusto.

¿Que esa mentira no es de verdad? No importa. La gente se queja y puede llegar a la rebeldía. Pero este primer tramo, caracterizado por su ingenuidad y desorientación, no se traspasa. El venezolano no es anárquico hasta el fin, como asunto radical, sino anarcoide, una imitación superficial para quedarse a mitad de camino, mucho antes del fin, entendido éste como objetivo de hacer algo para mejorar la situación de vida. Ese algo debe tener la consistencia y la medida de país, pensado como trabajado responsablemente.

Un país es mucho más que un pueblo, y por supuesto, más que una cultura (étnica), es decir, que una tribu o clan. Pero sin la sustentación de una cultura y de un pueblo, para ser superados a su vez en proyecto de sociedad, la fabricación de un país luce cuesta arriba. Y esa sustentación socialmente endeble, y, en estos momentos, de movida revolucionaria con la pretensión de eliminar la sustentación misma, es lo que nos ocurre en Venezuela. Ya traemos desde nuestra historia profunda la crisis de pueblo, según Briceño Iragorri en su Mensaje sin Destino (1972), crisis que reconoce Augusto Mijares en su Afirmación Venezolana (1970), y que Vethencourt en En Torno a la Psicología del Venezolano (1990) constata como agravándose peligrosamente el “fenómeno –quizás único en la historia de la humanidad- conocido como ‘el caso Venezuela’ o también ‘el efecto Venezuela’” (p. 115)[1].

Lo que ocurre hoy con la mentada revolución bolivariana es que ésta no enfrenta, para solucionar, dicha crisis o efecto de pueblo, sino que pretende superarla eliminando la misma realidad de pueblo, hasta destruirlo en su inconsciente colectivo anulando también su cultura en su profundidad organizativa. Este año se ha desmejorado sensiblemente el brillo, lo espléndido, el exceso festivo de la reciprocidad de los regalos de Navidad (el niño Jesús), la renovación del tiempo de vida en los estrenos de ropa y enseres domésticos y personales, hasta atinar contra el ritual del beso a la madre del 31 de diciembre en torno a la degustación de las hallacas, cuando despunta desde la profundidad de la noche la aurora del nuevo año.

Ha sido, y es, una lucha agónica por parte del programa político de dicha revolución en ir contra la fiesta larga (el potlacht) del venezolano, que a su vez preside lo puntual de la fiesta cultural de la madre, inscrita en el ritual (nacional) del cañonazo. Lo más grave es que vocear con mayúscula la palabra Pueblo indica, en esta atmósfera de promesas, que alguien te quiere engañar. Marina lo menciona como costumbre política en el ámbito de nuestra lengua:

“Cuando alguien utiliza las mayúsculas hablando de Pueblo, en vez de utilizar la noble minúscula de ‘los ciudadanos’, hay que suponer que quiere timarnos. En el fondo, tanto la ideología del Pueblo como la de la voluntad general procedían de una admiración desmesurada por el poder absoluto que siempre aquejó a la Revolución Francesa” (pp. 136-137).

Y cuando alguien corea la bolsa del CLAP[2] queriendo sustituir tu voluntad de organizar el banquete de las hallacas y el pan de jamón, del  pernil y el dulce de lechosa, para celebrar la noche del 31 de diciembre, quiere decir que pretende eliminar el papel libre de la madre y de la reciprocidad familiar por una política interesada de los que tomaron el Estado con afán de poder absoluto según forma populista y conuquera. Contra la realidad de pueblo como ciudadanía, y contra la madre como afirmación de la sabiduría cultural, se alzó el despilfarro político de un Estado fagocitador de la sociedad popular y de la cultura matriarcal.

El caso o efecto venezolano es muy peculiar y hay que saber por qué siendo los primeros en muchas cosas históricas nos retrasamos a medio camino y quedamos al final de últimos. Tuvimos la mejor minoría ilustrada americana que nos llevó a escribir en castellano la primera constitución moderna, y con ello ser el motor que nos catapultó a la independencia política. Antes, en el inicio de la modernidad, construimos los cabildos y Sancho Briceño se tituló el “padre de las municipalidades” en América. Después, se construyó la democracia con el cambio político de 1945 y se consolidó como ejemplo latinoamericano con el Pacto de Punto Fijo; pero sin sinceración sociocultural, se enterraron los municipios a favor de los distritos, los prohombres ilustrados como Andrés Bello, José María Vargas, Simón Rodríguez, Simón Bolívar, Francisco de Miranda, etc. fueron sucedidos por caudillos despóticos decimonónicos, y la república democrática tuvo, y ha tenido que retroceder, ante el nuevo militarismo y pro-tiranías de la revolución bolivariana, inscrita en nuestro excesivo talante étnico tribalesco.

El complejo cultural matrisocial nos hace jugar mal en la sociedad como proyecto y en la historia como desafío de la acción para mejorar nuestra maltratada situación vital. Así creemos ser un país serio y lo que actuamos es un país de histrionismo farsesco; nos creemos revolucionarios, transformadores, con talante de cambiar a mejor, y resulta que todo lo más y sólo somos rebeldes (y muchas veces sin causa). Con solo la rebeldía, y sin sustento orientador de lo que se quiere, el pueblo venezolano se expone a ser presa fácil para ser sometido. Porque el techo de la rebeldía venezolana acaba en la magia, en el milagro, que debe hacer un dios (o diosa), un mesías, un líder atrevido al que después se le deja solo o abandonado.

El milagro fácil o magia alterna, que no compromete (a no ser con complicidades) nos devuelve siempre al pasado. Aunque nuestro pasado no fue feliz, pero como regresión lo queremos imaginar feliz para así crearnos nuestro autoengaño y vivir, no mejor o peor (acaso peor como efecto) sino de vivir a gusto y creerlo así.

Frente a un estado firme y a un país serio, nuestra vivencia es la de un estado mágico y a un país consentidor, donde no cuenta el tiempo ni el trabajo como ocurre en todo país paradisíaco: allí donde anida el sentido del cacique (el mandón) y el conuco recolector. El despilfarro del conuquero importador que atenta contra el desarrollo y sentido de la fiesta larga decembrina y de año nuevo, la del descanso vacacional anual para recuperar fuerzas para el trabajo de país que necesitamos, y no tanto decir con autoengaño: el país que merecemos sin haberlo trabajado. Lo mereceríamos, si es que lo hemos trabajado como sociedad, y no como merecimiento de naturaleza no trabajada. ¡Ay, de los países que pretenden vivir del estado de naturaleza! Porque pasarán mucho sufrimiento si retornos.

La fiesta larga, el potlacht de diciembre-enero, nos coloca como estampida de gozo, ante nuestra realidad más auténtica. Y nos coloca con más efectividad que el mismo trabajo, que es el que la refiere como consecuencia de él: sin trabajo (previo) no es posible una fiesta auténtica, de verdad ¿Desaparecerá este mito cultural, la fiesta larga, que preside el día del beso a la madre en Venezuela?

Si se logra que desaparezca, implotará la cultura venezolana condenada a muerte.  Pero vuelta añicos, como toda cultura tiene los resortes para que su duelo permita su propia resurrección. Y ojalá resucite con más vigor, el vigor societal que necesita. Este vigor lo obtendrá del trabajo libre, creador, como referencia a la fiesta. La fiesta procede de la sociedad, no de la naturaleza: fiesta y trabajo de sociedad es lo que hace a un país ser fabricado.

Si nos empeñamos en prolongar la naturaleza como paraíso en la fiesta, y no en construir la fiesta como vivencia de sociedad, la fiesta no tendrá la garantía del desarrollo de la imaginación y de la responsabilidad. Porque nuestra crítica inmanente del país, respecto de que nos vaya mal, se justifica como valor de querer al país. Es necesario que esa crítica inmanente sirva para superarnos éticamente, es decir, que lo que hacemos (o no hacemos) por el país y como país, lo observemos críticamente desde dentro. En esta perspectiva nuestra tradición festiva cobrará su propio movimiento interno y se obvie así nuestro destino de miseria. No tenemos alternativa alguna sino la de trabajar al país para que nuestra fiesta tenga el sentido de verdad auténtica, como juego de vivir juntos el anhelo de ser un país con una sociedad que le habite dentro.     

Referencias:
Briceño I., Mario: Mensaje sin destino. Ensayo sobre
nuestra crisis de pueblo. Caracas: Monte Ávila,
1972.
Marina, José Antonio: Las culturas fracasadas.
Barcelona: Ed. Anagrama, 2011.
Mijares, Augusto: Lo afirmativo venezolano. Caracas:
Ministerio de Educación, 1970.  
Rodríguez, Simón: Defensa de Bolívar. Caracas:
Imprenta Bolívar, 1916.
Savater, Fernando: La tarea del héroe. Barcelona:
Ed. Destino, 2000.
Vethencourt, José Luis: “En torno a la psicología del
venezolano”. Nuevo Mundo. Caracas,
marzo-abril, n° 145, 1990: 115-134.


[1] “Se trata de un país pequeño al cual le entró –en los tres últimos períodos constitucionales- una cantidad de dinero equivalente a diez planes Marschall y cuyos resultados son los siguientes: a) no resuelve ninguno de sus tradicionales problemas; b) aparecen problemas nuevos y se intensifican los antiguos; y c) termina con una deuda externa colosal” (Vethencourt, 115). Cualquier parecido histórico con la realidad del período revolucionario está por demás señalarlo, a no ser que todos los caracteres se han super-profundizado de un modo negativo. Prosigue el médico psiquiatra: “Una cosa así induce -como dije antes- a hacerse muchas preguntas y entre ellas, necesariamente, la que se refiere al lado negativo de la psicología de los venezolanos” (P. 116). Cuantas veces no debatíamos esas preguntas con Vethencourt, Alberto Gruson y Alejandro Moreno y nosotros desde la ciencia social, en especial la etnopsiquiatría, en aquellos foros de los años 1990. 
[2] CLAP: Comités Locales de Abastecimiento y Producción.

BUCEANDO EN LA ESPERANZA

Los ríos Orinoco y Caroní se encuentran en la Guayana venezolana



LA CIUDAD CONSOLADA[1]
(poemario super flúmina)

Se muestran los motivos del libro desde otros poetas: Jorge Guillén y Antonio Gamoneda, y se concluye con los últimos fragmentos de la presentación del libro.

MOTIVOS DE ENTRADA AL LIBRO

Lloren junto a los ríos,

mientras de aquellos sauces penden mudas las cítaras,

los siempre tan dispuestos

al abandono de esa terca empresa
que es nuestro convivir, todo inventado.

Jorge Guillén: “impulso hacia la forma: super flúmina”.
En Aire nuestro y otros poemas. Barcelona: Seix Barral,
1979, 97.


Hubo denuncia y extensión de sábanas. Y ciertos pasos

en el exterior.



Alguien ha gemido mientras la noche cae sobre la ciudad.



¿Quién ha gemido tras el cinturón de álamos, en las praderas

excavadas donde los hielos ciñen el pedernal?



La ciudad ha sido rodeada por un gemido.



¡Puertas clavadas ante mí, puertas de ocultación! Siento

la inmovilidad espesa como una sustancias.



Un olor a mercados crece bajo el crepúsculo: grasa y laurel en las

            maderas, tazas pesadas de alimento, telas usadas en la carne,

hierros muy fríos. Todas las cosas comunican miedo y los

caballos agonizan en campamentos muy lejanos.



Un olor a mercados es el olor de mi alma.

Antonio Gamoneda: “Descripción de la mentira” (fragmento).
Edición de Miguel Casado. Edad (poesía 1947 – 1986). Madrid:
Editorial Cátedra, 1987, 269.

ÚLTIMOS FRAGMENTOS DE LA PRESENTACIÓN



Sólo así se puede pensar el proyecto como obra de conjunto, de mayor envergadura que el de una simple promesa corriente abajo por el río para no llegar a ningún sitio. En el poema, la ciudad, el río y la promesa escalan las alturas de la soledad con las fantasías lúcidas del plano arriba y con las fantasías azabachadas del críptico abajo, a mayor profundidad que como tal también es más oscura.



Si cada poema es un recodo de parada breve en el río, el conjunto del poemario se convierte en una larga travesía, donde van a caber muchas experiencias que se van reatando consigo mismas y con los pensamientos de otras travesías paralelas. Una tal ex-periencia (=viajar viendo cosas) poética es la travesía óptima que añuda el sentido más sublime con los tiempos laboriosos del quehacer cotidiano. Por eso, en La Ciudad Consolada, junto al sollozo del ángel negro y la sombra del río, aparecen las fiestas, su gozo protector del misterio y las querencias de ternuras que la fuente y el río Tormes procuran a la fantasía; en seguida llega la presencia de las luminarias de la gracia y la ciudad divinal en que se convierte la sustancia poética. La alegoría del plano arriba pronto se hunde en lo críptico del nocturno siempre a punto de la aurora, para solucionar la historia de los saltos vitales y concurrentes. La marcha del viaje despega desde la raíz del lugar y del sentimiento del pueblo, donde a su vez se pregunta por la existencia del país, desemboca en el umbral de la playa como símbolo de apertura a soñar con otros mundos, otros países. Allí conviviendo con el compromiso de cumplir con la promesa del poema, aparece la soledad del aguafuerte de la naturaleza abrileña, la soledad de la inteligencia pastoreando nubes diligentes, y la soledad de la faena laboriosa de producir conceptos para la ciencia.



¿Cómo anudar secuencias tan distantes en la lógica de la ida y vuelta, distantes en el espacio del estar allí y estar acá, distancias de geografía y cultura entre el pueblo castellano sin río, ni montañas, sin verdor del bosque aún de encinas, y la ciudad de Santiago de León de Caracas, atravesados sus valles por ríos, flanqueada por verticales montañas, y sus bosques de selva tropical. Una vez hice un viaje poético[2] desde la cumbre de Urbión, donde nace el niño Duero (de manos de Gerardo Diego), con descanso detenido en el claustro donde la ciencia, el rezo y el ciprés se recrean en el monasterio de Silos, hasta llegar a concluir lúcidamente en el bosque del campus universitario de la ciudad de Caracas, para seguir acogiéndome a la inteligencia, a la ciencia social y al andar habiendo placer de la razón urbana.   



Siglos de historia, siglos del mito, conservando la energía de la crónica etnográfica, del ensayo y del poema. Este libro de poemas super flúmina es un desafío de la libertad y de la consolación (esperanza) para los tiempos de oscuridad que marca el reloj de los tiempos en Venezuela. Tiempos en que no hay febrero con nieve, ni lluvia en marzo, pero sí mucho sol en abril y permanentes flores en mayo, esperando que el aguafuerte de abril dé paso a la floración con que comienza el invierno (lluvias) de mayo. Es la ciudad de las tierras altas, la que inspira la dicha del recorrido poemático y le unifica en torno a la promesa de amor al mundo y de la soledad de ternura al río, la conexión poética que nos lleva a las aventuras de la fantasía sentimental, del mito antropológico y de la historia social.



El río Guaire embaulado a su paso por Caracas


[1] Un libro de Samuel Hurtado, en publicación, agosto 2017.


[2] Dicho viaje está narrado en Chortal y Ciprés. Mis pensamientos antropológicos. En mi blog http://pensamientosantropologicos.blogspot.com  mes de julio de 2011.