- La perfección llega hasta poder ser el otro,
e instituir el nos-otros para ver el fondo
de nuestro final
.
Resulta que aquí
está abierta la posibilidad de dos vías: 1) la epistémica, que es la que
venimos de mano usando, tropezando con los problemas y el conocimiento, 2) la
ecológica que ocurre en la historia de los desplazamientos de fronteras entre
las patrias, la propia y la ajena, la del país nativo y la del país ulterior,
siendo la ajenidad
y lo ulterior (como último) la sub specie a desarrollarse como culmen
de realización (realidad) de lo propio y lo ancestral del sí mismo cultural. En
la exposición de ésta segunda posibilidad, se observa más sensiblemente
la demostración de la primera, porque se trata del transcurso histórico de la
trashumancia centrífuga del sujeto en su mito (etnicidad) efectuándose en la
historia social donde se muestra mejor, pese al ritual, la experiencia del sí
mismo.
Decimos ecológica en el sentido de Barroso
(1987: 32-38)
en cuanto que el sujeto en la medida en que avanza remontando fronteras de ulterioridad (como decir, de la
ultimidad) penetra más en el sí mismo cultural del sí mismo individual, algo
así como el desembarcar que permite, conceptualmente después, embarcarse a
profundidad en la realidad y llegar así al principio oculto del sentido que
otorga el mito. La proposición de Hugo de San Víctor aduce en su panóptico socio-filosófico
mostrar el fundamento de este desarrollo subjetivo en los marcos de la
objetividad de la cultura. Porque lo ecológico se impone sobre la simple
epistemología con la que comenta Said el texto de San Víctor.
“<el
hombre que encuentra su patria dulce es todavía un tierno principiante; aquél
para el que cualquiera tierra es su tierra natal es ya fuerte; pero quien es
perfecto es aquél para quién el mundo entero es como un país extranjero>
(Hugo de San Víctor). Esto es, cuanto más capaces seamos de abandonar nuestra
patria cultural, más capaces seremos de juzgarla a ella y al mundo entero con
el distanciamiento espiritual y generosidad necesaria para verlos como son
verdaderamente, y estaremos también más capacitados para juzgarnos a nosotros
mismos y a otras culturas con la misma combinación de intimidad y distancia”
(Said, 344).
La estrategia de
Hugo de San Víctor se vuelve concreta cuando el pensamiento vence a la idea de
una sociedad secular incapaz de dar visibilidad al dolor físico, aquel que como
hecho humano cuenta, al contrario de los demás hechos, la posibilidad de un
lugar visible y tangible.
“Solo
si el cuerpo acepta el dolor está en condiciones de convertirse en un cuerpo
cívico sensible al dolor de otra persona, a los dolores presentes en la calle…
Pero el cuerpo sólo puede seguir esta trayectoria cívica en la experiencia
humana si reconoce que los logros de la sociedad no aportan un remedio a su
sufrimiento, que su infelicidad tiene otro origen, que su dolor deriva del
mandato divino de que vivamos juntos como exiliados” (Sennett, 401).
Bajando los humos
al texto y yendo más allá de la expresión ritual del mito, haciéndolo social e
histórico (Cf. Devereux, 1989a: 13; Caruso, 1979: 105) se puede reformular que
el mandato divino ha sido innovado por el pensamiento ético de lo humano; y que
al mismo tiempo se ha incorporado como indicador de un proyecto terrenal a la
definición y límite de la sociedad: según la ética, la sociedad es propuesta
por sobre lo natural para acceder y ser situada en los esfuerzos de la libertad
humana, soportada ésta en la dignidad del ser humano. Así la sociedad se
reformula como la alternativa de organizar la vida y la dignidad humana en los
términos de que no tenemos otro remedio a nuestra ventura humana que el del
proyecto de vivir juntos de un modo transcendental expresado como exilio, es
decir, venciendo nuestro ser dado como natural para que adquiramos un nuevo ser
inventado como lo social auténtico.
Como no estamos
trabajando desde la semiótica (que suele entender el paradigma de la
comunicación en lo psicológico), sino desde la etnológica, el fenómeno y su
tema debían remontarse hacia el objeto y su problema de subjetividad en torno
al despegue del conocimiento ad intra
de un país y su objetividad. Esta objetividad se hace fábula, es decir, sensible, al partir de la propia
natividad del sujeto observador en confrontación con la mitificación de la
ajena distancia del país propio. Entonces es cuando el país es pensado como país ulterior,
y con ello el país propio es sentido como una experiencia de tránsito a que
obliga al mismo país y su cultura a comportarse como un sujeto en actividad
etnológica originaria consigo mismo (inmanencia) para poder trascenderse con
autenticidad (soporte de veracidad).
¿Cómo se puede
llevar a cabo este planteamiento indicado desde el sujeto individual (observador - observado) al sujeto
colectivo (observado – observador)?
En el proceso calificado de observado,
hay siempre un despegue que va desde una pasividad originaria inconsciente
hacia una actividad consciente proyectada desde la intencionalidad del proceso
calificado de observador. Esta
proposición se aplica por igual simétricamente a uno y otro sujeto, aunque
diferencialmente de acuerdo a la realidad ontológica de uno y otro en la
observación, así como a las características de su actividad diversa. Nos
situamos en el nivel del alius como
la auténtica ajenidad mutua de lo propio y lo extraño, de lo cercano y lo
distante, de lo íntimo y lo foráneo. De este modo retornamos al planteamiento
inicial: ¿Cómo se puede realizar en caliente este proceso intersubjetivo con
aires de objetividad, aún entendiendo, o para en frío entender, según una
epistemología,
la combinación teórica paradójica de intimidad y extrañeza en términos ecológicos?
Entramos de lleno
a especificar el proceso etnológico en términos
descriptivos de la ecología, según la posibilidad que venimos tratando
como diseño del planteamiento y orientados de fondo por Devereux y Freud, cuya
base para éste es la transferencia y para aquél la contratransferencia en los
comportamientos sociales.
Porque más allá de la crítica histórica, el análisis e interpretación del dato,
pretendemos situarnos en la mayéutica, es decir, del sujeto que aprende a
comprender la realidad para transformarla, según una epistemología de la
acción, a diferencia de la pedagogía que se refiere a una epistemología del
método. Si la meta trata de la educación, la pedagogía, mal que bien,
constituye una circunstancia, aunque esencial, para llegar a im-poner (poner dentro de la técnica) la
educación; la mayéutica contiene en primer plano de su interés la educación y pro-pone (poner por delante y a favor)
en la acción comprometida el ser y el contenido de la educación. La mayéutica
pretende la exposición activa del sujeto en su personalidad para impulsar la
educación refundiendo los datos en su trayectoria.
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