lunes, 9 de diciembre de 2019

SABER DE SABERNOS FELICES EN VENEZUELA

de cara al horizonte que señala el presente y futuro
En la diáspora venezolana actual:
En lo inidividual pareciera responderse: ¡Me voy para ser feliz!
En lo social del país: Yo diría !: Alguién se tiene que ir para que el país pueda comenzar de una vez por todas a construir bien su felicidad.
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-“Antes éramos felices y no lo sabíamos”

Es como un lamento que resuena de boca en boca, también como obedeciendo a una antena de repetición, en la interrelación de la vida venezolana actual.

-“¿Es que ahora sí lo saben?”

Me atreví a repercutir como avance de reflexión en la conversación con la vecina Merceditas. Entonces me vi envuelto en una madeja de reflexión  ¡Saber de que éramos felices o saber del saber previo de que somos felices! Y también ¡saber de qué éramos felices o del saber de por qué hoy sabemos de éramos felices! El problema da para varios vericuetos, que nos pueden perder (desorientar) en el intento.

Me percaté que me metí a fondo con el saber del conocimiento, y eché para atrás mediante una blanda, de momento, banalización del problema, para no hacer demasiado seria la conversación vecinal.

La gente venezolana está sufriendo, estamos sufriendo, mucho con este traspiés  histórico que resulta ser una catástrofe como la de un país exiliado, por fuera (por los que emigran sin otra causa), y por dentro (por los que estamos sin aducir causa alguna sino la de la esperanza). Unos la sufren en el país ajeno sin preparación para ello, otros la sufrimos en el propio país sin experiencia previa. No sé si habemos algunos que intuimos la catástrofe sin preverlo, y sólo nos previno como toda realidad sobreviniente.

El motivo de este encuentro virtual con vosotros ha sido la escritura del libro País Ulterior y a continuación el de La Fiesta Interminable[1].

Pero el motivo de inspiración inmediata se encuentra en el libro de Varios Autores: Espiritualidad en el exilio (Madrid: Marova, 1969), del cual estamos esperando la consolación como la esperanza venezolana, así como de la visita consoladora a nuestro amigo de empatía y ciencia, Alberto Grusón, con el que repasamos la invención de modelos de análisis e interpretación de la realidad venezolana. De Alberto siempre aprendemos nuevos atrevimientos y novedosas incursiones a la caverna del sentir y ser venezolanos; incursiones a ese ser complejo y embrollado, y atrevimientos a su sentir, cuya animación crea dificultades a la formulación de conceptos debido al despliegue de imaginación necesaria a asumir por parte del concepto.

¡Saber! ¡Saber! ¡Saber!
¿Sabrán los venezolanos que alguien los descubrió hace ya más de 500 años, y los descubrió 
siendo felices, según el novelista venezolano Salvador Garmendia (2000)[2]? Parece que ese saber del descubrimiento por parte de ajenos se quedó en un saber hasta la mitad[3]. Las consecuencias lo delatan, porque éstas no se sacaron de tal intervención del saber que como réplica supusiera un autodescubrimiento como centrípeto.

Leyendo de primera vez la entrevista a Garmendia, nuestra conclusión fue que siendo felices, se descubrieron a sí mismos en algo importante: que al día siguiente tenían que ir a trabajar. Se cerraba un modo de ser felices y comenzaba otro de largo alcance y con esfuerzo de sociedad.
El trabajo como aprendizaje cultural, no ocurre todavía después de más de 500 años ¿cuántos más tienen que ocurrir para que nuestro ser se complete, procurando la otra mitad del saber? Este es un gran desafío para el venezolano de adentro, que de no aprender para completarse con la otra mitad, seguirá exiliado en su propio país haciendo de éste un país ajeno, es decir, en no saber en qué país vive a cabalidad.

¡Saber! ¡Saber! ¡Saber! ¡Cuántas cosas hay que saber de esta realidad llamada país, para saber si es país cuando lo está en su derroche (y a eso lo llama “éramos felices”) o cuando pasa a su indigencia (que ‘pensando hasta la mitad’, cree que es cuando no se es país o que éste está en vía de no serlo)!

Según este modelo del derroche a la indigencia formulado por Manuel Rafael Rivero en su Fábula venezolana[4], pensamos nosotros que la ausencia de país se encuentra tanto en el derroche como en la indigencia. Lo que hay de ventaja en lo segundo es que el  estado de indigencia puede ayudar mejor que el derroche a recapacitar sobre el pensar en torno a la constitución de ser país.

Un país para existir, más allá de ser un gentío como califica Gustavo Herrera a Venezuela, y de ser un pueblo en crisis como lo encuadra Mario Briceño Iragorri, debe tener unas medidas de ser una sociedad como proyecto. Y esto no acontece en Venezuela, porque la infraestructura étnica cultural ofrece unos desequilibrios con polaridades extremas: el de todo o nada, el de una vez para siempre (un apash), el de sin abuso no hay lugar al poder, el de sin un motón de planos al decir fortuito no hay realidad, es decir, sin coba del habladuchento no existe la seducción de la gente que no el convencimiento…

Así confunde autoridad con poder, lealtad con fidelidad, devoción con obligación, aguantar con luchar e impugnar. Por eso el sentido de pensar hasta la mitad lo lleva a no distinguir los planos y a no procurar identificar los faltantes. No es extraño que confunda los planos que destaca el novelista con su imaginación, el de la felicidad y el peligro de la locura a medio hacer: “-[¿El país está loco?] –No, si estuviera loco sería feliz. Está medio loco y eso es peligroso” (Garmendia, 2000). Así podemos seguir con el saber a medias del país venezolano, como confundir la autoridad con el autoritarismo, esto es, la orientación para cumplir una meta o resultados y la dominación para, seducidos con promesas, aceptar a gusto la seducción y someterse al poder (siempre autoritario) descartando el cumplimiento de lo prometido como un supuesto dejado a la inercia de su hacer.

Pensamos que el líder (cacique) no nos reúne para conversar; lo que hace es invitarnos a un acto devocional, de afición,  hacia su persona  para someternos. Implementa en este caso la fuerza prescriptiva de las relaciones primerias en las que respira la vida venezolana. Para ello necesita recursos de riqueza, que suele obtenerlos a partir de sus privilegios políticos (corrupción) porque nos tiene que invitar a muchos, a todo un gentío (o gentará), y sentir la devoción hacia él, de parte y parte, de seductor y de seducidos. Como relación primaria pre-social resulta más dura o enteriza que la fidelidad y la obligación de cumplir las leyes y la constitución de una nación o república, cuyo cumplimiento define las medidas de un país serio.

Los mitos fundacionales de nuestra etnicidad venezolana originan y sostienen ese saber a medias y hasta la mitad sobre nuestra felicidad de ser país; aquellos mitos que sub specie materna nos consienten para no educarnos, nos regresan al vientre para cobijarnos del pánico a la realidad, y nos cuidan con sacrificio para luego resentirnos como varones desde la fatalidad hembrista[5]. Así nos incapacitan socialmente para tenernos dominados. Quien debiera empujarnos hacia nuestro deber como país social, los mismos mitos lo tienen como un ser insignificante, como un don nadie, el padre. 

Por eso vagamos (vagabundos) como exiliados en el propio país vivido como un país ajeno, sin saber cómo hacer con lo ajeno (lo alternativo posible)  para ayudarnos a completar, con aculturación antagonista, nuestro ser propio, es decir, aprovechar la existencia de lo otro o ajeno para aprender a hacer crecer nuestro propio saber como una inicial del comenzar a saber sobre nuestra felicidad, tenida o postergada.

¿Sabremos algún día algo sobre nuestro sabernos felices? ¿Cómo será el camino de esa historia más allá de descubrirnos ajenos y de encontrarnos con nuestro autodescubrimiento propio?




[1] SHS. País ulterior. Más allá de las fronteras del conocimiento las cumbres del pensar trashumante” “La fiesta interminable. Crítica inmanente y transcendentalidad de la matrisocialidad”. Caracas, agosto de 2019 con 319 págs. el primero, y octubre de 2019 con 161 págs, el segundo.
[2] “Nosotros no sabíamos que existía otro mundo hasta que llegó Colón y nos descubrió. Y ellos tampoco claro. Cuando estalló la polémica que si descubrimiento o encuentro, el poeta Luis Camilo Guevara supo poner las cosas en su lugar. Nos descubrieron, dijo, nosotros estábamos aquí desnudos, bañándonos en el río y siendo muy dichosos, y desde que nos descubrieron somos infelices” (s. Garmendia (2000). “El país no sabe hablar” El Nacional. Caracas, 23 de julio. Entrevista por R. Wizotski). Nosotros añadimos con letra manuscrita en el recorte del periódico: tuvimos que trabajar. Y trabajar es la base de proponerse un proyecto de sociedad. El descubrimiento nos trajo ese desafío a los descendientes de conquistadores y conquistados (más allá del descubrimiento). Ya no éramos la simple etnia tribal: caribe, araguaco, guaquerí, guajiro, etc. ahora somos una etnogénesis llamada Venezuela, la que tiene ese reto y su responsabilidad, camino de construir o no la felicidad, la suprema virtud de la ética.
[3] Luis Felipe Urbaneja Blanco, que fuera ministro de Justicia de Marcos E. Pérez Jiménez, sostenía que el venezolano “piensa hasta la mitad”, testimonio trasmitido por su hijo Diego Bautista Urbaneja: “Mi papá decía que el venezolano piensa sólo hasta la mitad. Ahí sí que hay un problema importante; el trabajar a medias se vincula con el problema de que no se mantienen las cosas. Las hacemos y luego dejamos que se pierdan, que se oxiden [¿Dónde radicaría el asunto ese en el venezolano?] No sé, debe ser una cosa profunda, porque eso sí que es verdad. Ello es similar a nuestra debilidad de espíritu público. Lo público como que está a medio hacer en Venezuela, y no nos interesa, hasta lo deterioramos si trata de surgir” (en Hurtado (2000: 195): Élite venezolana y proyecto de modernidad. Caracas: Ediciones del Rectorado de la Universidad Central de Venezuela.
[4] M. R. Rivero (1994). Del derroche a la indigencia. Una fábula venezolana. Caracas: Ed. Centauro. Pareciera que hay muchas más fábulas.  Este libro nos lo obsequió su autor después de la entrevista que sostuvimos con él con motivo de la investigación sobre la Élite venezolana…, según libro citado arriba. Con la entrevista nos ofreció juicios muy profundos y atrevidos sobre el modo de ser del venezolano, como se estampan en dicha investigación publicada en el libro aludido.
[5] Estamos refiriéndonos a los mitos que proceden de los planos arquetipales de la figura de la madre: El mito de la sobreprotección materna (madre paridera), el mito del miedo virginal (madre virgen, la abuela), el mito del privilegio femenino (madre hembra). La explicación de estos mitos constituyen la Parte III: “La apetencia con constitución de ser”, de la investigación de La Fiesta Interminable.
 

 

BAUTIZO Y PRESENTACIÓN DE MIS TRES ÚLTIMOS LIBROS


Uultílogos
 
Matrisocialidad: un concepto que representa un proyecto intelectual a transitar. Desde la metáfora del coregas griego, se describe el meollo del trayecto para motivar la cultura de sociedad. Saber cómo lo matrisocial es sensible a la experiencia de lo societal supone el despliegue de sus temáticas. Se argumenta con la carga del tema: presentación y problemas de la madre mártir,  del edipo adolescentizado y la sociedad huérfana de padre. Aún así Venezuela actúa con una lógica maravillosa (mágica) que la hace una sociedad improvisadamente feliz. Felicidad que la estanca en abismo de problemas que no resuelve bajo un poder del Estado fallido y una imaginación popular socialmente incompetente. Se precisa una insurrección intelectual que libere a la sociedad de esas energías fatuas (mágicas). Se trata de explicar la cuestión desde sus arraigos en la estima del país y de lugares propios que colocan al autor en puntos sensibles para describir dónde la cultura matrisocial hace calambres con el proyecto de sociedad. Se ha colocado aún en trayectos extraños socioculturales para adquirir un valor agregado a favor de su pensamiento. Tal extrañamiento el autor lo ha aprendido de alumnos, desde memorias de vida, con su soledad alterna como exilio, en travesía de su misión de enviado para América Latina, cuyo proyecto de sociedad en dicha ecumene debe comenzar por la crítica inmanente de la reconciliación consigo misma. 

Aún se concentra el problema: 


¿Cómo América Latina hará la tarea consigo misma? Con intelectual rebeldía al servicio de la innovación institucional. Es necesario perforar el cerco impuesto por el poder del Estado y del imaginario popular. Una crítica inmanente indica las dificultades de hacer la tarea si la cultura matrisocial se empeña contra el proyecto de sociedad que adoleciendo de símbolo paterno aparece como regresivo. Puede haber mucha patria a costa de no tener país y de un pueblo creando su propio desamparo. De fondo, la reconciliación social instituida se torna impotente bajo el resentimiento contra el varón definiendo al fatal sacrificio materno-filial.      

lunes, 18 de noviembre de 2019

LO DESALMADO FEMENINO Y EDIPO ADOLESCENTIZADO

Habamos de la cultura matrisocial venezolana



La escena:


“No soy feliz pero tengo marido”. Se ha desprendido de los medios de comunicación venezolanos, a veces con origen también colombiano. Lo dicen mujeres como una frase discursiva como comodín para rematar su situación de vida inconforme, y al oírlo de ellas se siente también como desquite por la insatisfacción que experimentan en sus deseos afectivos, llenos de miedo y complejos inconscientes como el complejo virginal de una relación silvestre, bárbara: el marido no me hace feliz pero ahí vamos con esa insatisfacción, rebeldía e irreverencia con que se enfrenta la vida, que al mismo tiempo aplaudimos y aún culturalmente disfrutamos.



Junto a esta vivencia cultural obtenemos el testimonio de tres mujeres venezolanas que han considerado la relación marital, una desde su imaginación literaria, Teresa de la Parra, con su novela Ifigenia, otra desde la crítica cultural, María Fernanda Palacios, con su Mitología de la doncella criolla, en su reflexión sobre la misma novela, adonde se introduce su experiencia personal como mujer y su testimonio cultural, que recoge la entrevista de otra mujer, la formidable periodista, Milagros Socorro. Las tres están en torno a la pregunta de Milagros y a la respuesta de María Fernanda:

“Estamos acostumbrados a ver la obra de Teresa de la Parra como ese mundo íntimo, lindo, nostálgico de la casa criolla, con sus mujeres sacrificadas, envuelto en una añoranza por una Venezuela que se fue, la Caracas de los techos rojos… Y los que se identifican con eso piensan que esto contradice y excluye el otro ámbito, el de esa cosa desalmada llamada ‘el país’, la política, los héroes, lo maluco. Pero, mientras más leía a Ifigenia, más claro se me hacía el horror que le espera a César Leal (el denigrado ‘novio’ de la protagonista) cuando, después de ‘vencer’ y casarse, se encuentre en su casa con una mujer ‘sacrificada’ y resentida, casada con un hombre a quién desprecia, ¡pobrecito! Lo que trato de decir es que, además de la novela íntima, llena de mujeres que bordan y cocinan, hay allí otros ángulos desde dónde percibir el drama de la protagonista, entregada a un sacrificio con uñas, detrás del cual hay algo tremendamente desalmado, donde se ve la parte oscura y cruel de lo femenino. En la novela ella ‘dice’ que se sacrifica y con eso convierte su sentimiento de fracaso en una ‘renuncia heroica’, algo muy peligroso. Quise mostrar cómo, cuando lo virginal es lo que domina, el sacrificio no trae renovación, porque hay algo que no se entrega. Y allí pareciera que la retórica entra en escena: una retórica del sacrificio que nos blinda para impedir la entrega.



-¿El verdadero sacrificado termina siendo César Leal?

-No lo sé. Ojalá yo pudiera escribir la novela de César Leal, de quien no sé sino lo que me deja ver la novela, lo que María Eugenia me dice”


El esquema de análisis:


El resentimiento es la nota común de ese inconsciente que llevamos por dentro y por fuera, donde lo desalmado, la falta de entrega, lo rebelde e insumiso campean en la vida social venezolana. Tal dato tiene una consideración científica en la tonalidad matrisocial de la cultura venezolana, tal como hemos teorizado en nuestras investigaciones. El diseño del edipo, al mismo tiempo que su reformulación desde los estereotipos etnopsicoanalíticos (sub specie materna) de la estructura de la familia venezolana nos dan los siguientes resultados en la construcción etnográfica del dato.

(1)  MADRE GENERATRIZ
-Consentimiento (con)[1]

-Resentimiento



(a)  Con este modelo se expresa el edipo como amor/odio muy primitivo, primigenio o enterizo. Cuando en Atenas esos sentimiento están madurados o macerados en lo societal.

(b)  Se focaliza el mito de la sobreprotección materna y la derivación de la negación de la realidad (el negativismo social)

(c)  En la dimensión de la cultura se siente una sobredosis sensible del consentimiento y se trata de esconder el resentimiento. Pero en la dimensión de la sociedad se siente más el resentimiento sobre todo surge la sobredosis en tiempos de la madre mala, donde aparecen con toda fuerza el abuso y el aprovechado.

(2)  MADRE VIRGINAL
-Complacencia (con)

-Regresión



(a) El actor sociológico es la abuela: sus hijos no los ha parido y por eso resultan 
 con más

méritos de consentimiento que los engendrados. Se amplifica la actoría a toda hembra del parentesco, por lo menos, sobre todo las que no han engendrado aún: hermanas, hijas, nietas, sobrinas…

(b) La sobreprotección como consentimiento deriva hacia el mito de la complacencia y/o

condescendencia, y su vuelta a los tiempos sin realidad o historia debido a la compulsión regresiva que produce como polo de realización la complacencia. Su resultado de sobre-dosis es el complejo de inferioridad que aparece en una de sus polarizaciones como la megalomanía y su falsa compensación. 

(3)  MADRE MÁRTIR
-Sacrificio (con)

-Desprecio



(a)  El actor sociológico es la mujer (=juntada con marido), cuyo modelo sentimental es el  aborrecimiento del marido, al tiempo que se sacrifica por él (lo atiende o cuenta con él al menos como proveedor).

(b)  El mito que surge es el del rechazo al varón, como deriva del desprecio del marido. El sacrificio envuelto en resentimiento conduce al desprecio que convierte al otro en ajeno

(c)  La fatalidad, como destino, de la mujer (como hembra con obligación de ser madre) es que el mito se recrudece con el destino materno como rechazo del hijo-varón, en doble juego: -retener al hijo como la principal compulsión de su maternidad (no perder al hijo)

-tener que rechazarlo como varón.

Es el modelo del juego de la fatalidad familiar, primero de la madre, y como recursivo en segundo lugar del mismo hijo, juego melodramático demostrado en el rito de paso.

(d)  Es una fatalidad que muestra el juego de lo cruel o perverso de lo femenino: el de la hembra contra el macho, similar a la mantis religiosa (matar al macho después de eyacular en ella y hacerla madre). Una perversidad que María Fernanda Palacios (2002) a propósito de su análisis de Ifigenia, la novela emblemática de Teresa de la Parra, no duda en calificar como lo desalmado femenino en la cultura: Ifigenia después del sacrificio y el resentimiento por su marido, que al fin éste con increíble esfuerzo logra juntarse con ella, le desprecia.

Evaluación sucinta:


1)    El denominador común es el “resentimiento”, aún en sus versiones de regresión y desprecio.


2)    La representación de entrada como foco del complejo mítico, se inicia con el consentimiento, cuya deriva esencial es la regresión como resultado sustantivo y con el remate de ésta en el desprecio al otro, a la sociedad, que en términos de sexualización machista (=y su versión hembrista) es el rechazo al varón. El hijo queda como atrás (regresivo) para presenciar al varón como lo otro opuesto que hay que trabajarlo como social, y no de rechazo como natural o selvático (según el improntus de lo virginal que lo antecede en la etapa edípica). 


3)    Hay que enfatizar la "legitimidad” de lo natural como lo biológico (más que un soporte, para tomarlo como principio de las compulsiones, y así el arquetipo de la hembra cede el puesto al arquetipo de la madre como hechura realizada de la fémina). El ser matrisocial es profundamente natural, virginal, de la selva, y así opera con razón de rancho y conuco, y aún como inicial más primitiva: monte y culebra, según el dicho de Caracas es Caracas y lo demás (la provincia) monte y culebra. Esto demuestra que en la “madre mártir” convergen lo más terrible del sacrificio con el resentimiento y el desprecio, fundamentado así lo desalmado femenino como fatalidad social (contra la sociedad y por supuesto la propensión antisocial) de la cultura matrisocial.


4)    El modelo conceptual de lo “desalmado femenino” dibuja bien la falta o despojo del almo o alma. Esta ausencia expresada en el prefijo des repercute inmediatamente en la desidia y abandono de la realidad y su trabajo, y, por lo tanto, se encuentra en el vector del radical (libre) cultural. Un breve análisis lexical del vocablo de almo y/o alma permite precisar su semántica para lo que nos interesa:


-almo, alma: es un adjetivo de uso poético. Significa criador, alimentador, vivificador, propicio. También tiene la acepción de excelente y de digno de veneración, que debe venerarse. Así se usa con todo lo poético y lo social en la formulación de:


-alma mater: madre propicia, y digna de veneración para referirse al título por excelencia de la Universidad.


-almo pater: padre propicio, nutricio… para distanciarnos socialmente del padrote natural que no cuida como sociedad, que no sabe qué es eso de educación. Y el padre es el símbolo por excelencia de iniciar al hijo en los espacios exteriores de la familia, como es la sociedad. Es su función principal como alma pater.   


En conclusión, el vocablo des-almado indica en su semántica esa privación y despojo de lo vital o vivificante de lo que parece no detenta la mujer matrisocial, por no haber crecido o macerado como mujer encantadora (liberadora del hombre varón) ni como cónyuge (liberadora de marido con potencialidad de padre). La alma mater de lo que carece la madre por estar anclada en retener al hijo con el consentimiento y mantenerlo en regresión en los principios de la selva (virginalidad).


5)    Si la cultura maquina contra la madre como mártir, la misma cultura la restaura para su equilibrio existencial con el principio de la compensación, el de otorgarle, en la cultura y en su sociedad natural, todo el poder del sentido y su detección bajo la especie de lo materno (sub specie materna), es decir, todo en el país suena y está bajo entonación del sentido materno, único principio de línea parental, porque si el ‘padre’ pertenece al grupo de familia no es por la filiación sino sólo como descendencia. Así la madre llega a tener el sentido y vida de una diosa (magia) para con el hijo y la familia, con tal eficacia que no deja crecer al hijo como ser social, ni al grupo familiar con vínculos de alianzas sociales. 

Al fin el edipo queda como hechura adolescentalizado, al mismo tiempo que estancado en la analidad. Superamos así para la matrisocialidad la fórmula de edipo infantilizado que consigue Roheim (1973) para la cultura de la isla de Normanby, vecina de la isla de Trobiand. Con este deslinde, desvelamos la etapa anal de la matrisocialidad con sus peligros sociales: como el poder caciquil (caporal) y lo incestual (Hirigoyen, 114-115), las directrices necesarias para su avance narcisista afirmativo, según Igor A. Caruso (1979: 138-145) y el logro de su verdadera auto-estima, superar el complejo de inferioridad y la ideología del yo ideal de acuerdo a cómo opera el complejo matrisocial.


Referencias:

Caruso, Igor A. (1979). Narcisismo y socialización. Fundamentos psicogenéticos de

la conducta social. México: Siglo XXI editores.

Hirigoyen, Marie-France (1999). El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida

cotidiana. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.

Palacios, María Fernanda (2002). “Frente al complejo de lo virginal”. El

Universal/Verbigracia, Caracas, sábado 23 de febrero de 2002. Entrevista por Milagros Socorro sobre su libro La mitología de la doncella criolla.

Roheim, Geza (1973). Psicoanálisis y antropología. Buenos Aires: Ed. Sur-

americana.



[1] Son dos elementos con entonación contradictoria, pero con el hiato entre paréntesis (con) se puede establecer con los dos términos la formulación de una proposición con doble código etnopsiquiátrico, como lo establece la enseñanza de G. Devereux, cuyo ejemplo coloca al macho que ronda y se satisface con varias mujeres, entonces los machos de la población generan un discurso con doble código: le critican con envidia.