viernes, 14 de julio de 2017

A PUEBLO ESQUIVO GOBIERNO DE AMENAZAS (Con Bertolt BRECHT)



En Hombres de Tiempos de Oscuridad, Hannah Arendt presenta al dramaturgo alemán Bertolt Brecht. La rebeldía como poeta le llevó a expresarla como ideología y militancia comunista. Pero la poética aspira siempre a la libertad; en cambio, el comunismo lo pretende por la igualdad. Esta contradicción hacía aguas en la imaginación práctica del gran poeta comunista de la primera mitad del siglo XX.  Ya Goethe, el intelectual alemán por excelencia de la época de la ilustración (siglo XVIII) se expresaba: “Los legisladores y revolucionarios que prometen al mismo tiempo igualdad y libertad son mentes fantasiosas o charlatanes”.

Brecht tropezaba con este problema porque la libertad y la igualdad, como antinomias, no se llevan bien en absoluto; ello le afectaba en la propia movida de su inspiración. Porque consideraba que en su libertad él representaba la mejor canción. “Es cierto –decía-, aquéllos que alaban el ultraje [de Hitler], también tienen voces que suenan bien. Y, sin embargo, la canción considerada más hermosa es la del cisne moribundo: pues éste canta sin temor” (p. 196). Como esta postura trae consigo malentendidos de los críticos literarios (comunistas y aún anticomunistas), se fue enrareciendo, como incierta, la relación entre poesía y política, entre creación y sometimiento. Ante este problema, Brecht atina con el diagnóstico en “Conversaciones con Brecht” de Walter Benjamín:

“Lukacs, Gabor, Jurella [intelectuales comunistas] son enemigos de la producción. La productividad hace que sospechen. Es incierto, impredecible. Nunca se sabe qué sucederá con la productividad. Y ellos mismos no quieren producir. Quieren jugar a ser apparatshiks [gente de aparato estatal], para tener control sobre los demás. Cada una de sus críticas contiene una amenaza”.

A los enemigos de la producción lo que les queda es la distribución, a repartir lo que haya. Esto se parece al redistribuccionismo populista del que sabemos mucho en Venezuela ya en la democracia de los adecos (partido accióndemocratista); este redistribuccionismo ha favorecido a la expropiación y control negativista del ya débil aparato productivo en la Venezuela bolivariana comunista. Todo comenzó con la ley Chá(vez) que arrebataba a las grandes unidades productivas (Hato Piñero) o las estatizaba como la Compañía de Teléfonos (Y el Pueblo [con mayúscula] aplaudía la hazaña del taita).

Se inició así el retraso histórico acompañado de la regresión psicocultural (matrisocial): es lo que se padece ya con hondura de muerte y lágrimas en la Venezuela de hoy día. De este modo se nos hace sensible, muy sensible, cuando “en 1949 (Brecht) se estableció en Berlín Oriental, donde le dieron la dirección de un teatro y, por primera vez en su vida, tuvo una amplia oportunidad de observar de cerca la variedad comunista del dominio total” (Arendt, 194).

Con esta experiencia, la rebeldía poética de Brecht comenzó a palidecer con su voz de cisne moribundo. Se volvió débil, casi vacía, con raras excepciones, como ocurrió con ocasión de la tan citada rebelión de los trabajadores en 1953: “Después de la rebelión del 17 de junio…podía leerse que la gente había perdido la confianza del gobierno y sólo podía volver a ganarla al redoblar sus esfuerzos de trabajo. ¿No será más simple para el gobierno disolver el pueblo y elegir otro?” (p. 200)

¿No parece este texto una clave para comprender lo que viene ocurriendo en Venezuela desde diciembre de 2015, cuando el pueblo elige una Asamblea Nacional de mayoría absoluta?

¡¡Pueblo esquivo!!

Ese pueblo se volvió inservible para la revolución porque quiere ser libre. Lo que queda es desentenderse de él, soltarle las ataduras que le unían al gobierno, “disolverlo”: es la gran metáfora de la química, abandonarlo a su suerte y conseguir otro pueblo que nos fabriquemos para nosotros como gobierno revolucionario.

¿No se pretende el camino de la desactivación total de la gente con la amenaza, que desde todos los flancos converja en el planteamiento de una constituyente a imponer con visos de práctica comunal, es decir, lo más conveniente no son los esfuerzos por ganar de nuevo al pueblo; eso da mucho trabajo y gastos de recursos; lo mejor es atacar la raíz misma del intercambio (chucuto al fin como populista) y que el mismo pueblo de una vez deje de ser nuestro deudor populista; es que hasta le vamos a negar como existente, disolverlo, para construir un nuevo pueblo pero sometido. El procedimiento es la imposición, que como está asociada a la palabra Pueblo, la imposición será democrática (al gusto revolucionario).

Llegó el momento en que el poeta Bertolt Brecht, aún sintiendo que su voz fuera oída como “la canción del cisne moribundo que es considerada la más hermosa”, se percató que había perdido su energía. Pues había traspasado los límites colocados para los poetas, y su único castigo era la pérdida de su producción poética. También parece llegado el momento de que el pueblo venezolano, sin producción (por secuestro de la misma) se habrá tornado arisco frente a los límites del sometimiento porque le salió un gobierno de amenazas.

El destino de una violencia generalizada se encuentra en su tope planteado, tanto que estamos delante de una acción de disolución de algo: o la gente venezolana como pueblo de libertades o el gobierno bolivariano como revolucionario de igualdades. Frente a esta alternativa de disolución, sabemos que la cultura antropológica venezolana va por la igualdad (la parejería), cuando como sociedad debe ir por la libertad. 

¿Qué es lo que puede ocurrir? 

Que dicha cultura (la que decimos matrisocial) facilita los planes de sometimiento del gobierno contra la sociedad. 

He aquí el busilis de la cuestión.

COLOFÓN

Los que sabían gemir fueron amordazados 
por los que resistían
la verdad, pero la verdad conducía a la traición.

Algunos aprendieron a viajar con su mordaza 
y éstos fueronmás hábiles y adivinaron 
un país donde la traición no 
 es necesaria: un país sin verdad.

(Antonio Gamoneda: 
Descripción de la Mentira, fragmento)

Referencia
Arendt, Hannah. Hombres en tiempos de oscuridad.
 Barcelona: Ed. Gedisa, 1992.


CÓMO AVANZA LA POLÍTICA VENEZOLANA (3a ENTREGA)

protesta por imposición de directores


 Era un país cerrado; la opacidad era la única existencia.
Ciego en la inmovilidad, como basalto dentro de basalto, me 
poseyó el olvido. Este fue mi descanso. 
Permanecí, permanecí, pero mi hábito es la retracción, la retirada haciauna especie maternal.

(Antonio Gamoneda: Descripción de la Mentira, fragmentillo).

Admonición: La 3ª entrega de la saga política en Venezuela supone la fechoría en la escena final (autoritarismo disimulado con engaño democrático) (mes de abril), y el comienzo con el desarrollo de la acción con protagonismo del taita, el totem del falso amor (mes de junio). Se avanza el suspenso de la película con el tema de la democracia con imposición: entra el Pueblo como actor y coro de la escena en esta entrega con sus traumas psico-culturales. Se da así una respuesta al busilis de la cuestión anterior planteado.
DEMOCRACIA CON IMPOSICIÓN
Si el caudillo hace a la masa popular al expresarla simbólicamente, con una homología más firme se puede decir que la masa popular, como base pro-activa, es decir, como proceso productivo, hace o crea al caudillo. Se acceda por un lado o por otro, la configuración del proceso sociopolítico de acuerdo al sistema de reciprocidad (primaria) se caracteriza por contener unas relaciones de imposición. Se suele ver sólo la superficie de la configuración: el caudillo se impone a la masa y le impone su talante personalista, pero la homología reversiva de la masa que se impone al caudillo y le impone sus deseos colectivos, es más profunda, por lo que no suele ser atendida por los científicos sociales. 

Su importancia  se debe a que es ella la que “cierra” la estructura del proceso, aunque la desencadenó el caudillo. La “relación de imposición” significa exigencia, demanda profunda, urgencia resolutiva, que implican una lógica del todo o nada. La masa demanda un caudillo para su supervivencia, un taita que la consienta  (la lisonjee) y que la reprima (abuse de ella) para demostrar por un lado, el poder (hombría, machura en términos etnopsicoanalíticos), y, por otro lado, supeditación (afeminamiento popular, cf. Mujica, 2000). Todo ello representa una misma estructura con dos segmentos homólogos, aparentemente contradictorios.

Si bien Boves y Páez, dos figuras representativas de aquellas relaciones llaneras primarias en rebelión (Vallenilla, 65-66), fueron los paradigmas iniciales de la realidad del taita en Venezuela con miras a la “democratización”4 frente a la oligarquía, empero, el paradigma histórico venezolano, que hace de referencia histórica común a “dictaduras” y “democracias”, es el General Juan Vicente Gómez. Mucho más que el autócrata civilizador, Guzmán Blanco, y moldeando la figura del llamado “padre de la democracia” (moderna), Rómulo Betancourt como jefe del gran partido acciondemocratista, J. V. Gómez   es el hito mejor elaborado de la relación de “imposición” en Venezuela. No sólo es la medida de los caudillos históricos que, al derrotarlos se alza como el caudillo único y monopolizador del poder, sino también como la “perspectiva de imposición democrática” en los partidos políticos (modernos)5, más allá de su carácter jerárquico general calificado como “stalinista”.

Todos los presidentes de la República sean dictadores o democráticos, están signados, diríamos antropológicamente ungidos, por el caudillismo étnico, y por lo tanto, se soportan por una  exigencia o base del sistema sociopolítico. No sin razón el “presidencialismo” es un avatar como destino étnico en el país. Es así como el historiador tachirense, Ramón J. Velásquez califica a todos los presidentes de la democracia como “gomeros” desde R. Betancourt a R. Caldera.  En nuestra experiencia  etnográfica, inquiriendo sobre la élite venezolana, la figura de J. V. Gómez se asoma por todos los lados, dibujando el modelo de la imposición: el pueblo venezolano, del mismo modo que está actuando la suerte o la magia, está siempre actuando un “J. V. Gómez” para que le imponga un orden. Sin que se imponga, el orden no llegaría como condición de la supervivencia y ésta apuntando a una masa gregaria, por supuesto. Ello se pro-actúa como un anhelo de que venga ya el autócrata, solo que debería aguardar un poco de tiempo para su llegada, o lo que es lo mismo en lógica matemática: se rechaza ya la presencia del presidente en ejercicio, pero mejor que espere un poco más y se vaya mañana. Es el comportamiento adversivo (o contrariado) de la comunidad del falso amor, que contiene como tal, una insuficiencia anarcoide6.

En la estructura del taita, el primero es el jefe, del segundo para abajo todos somos iguales. Se acude siempre al primero como jefe supremo porque es el único eficaz para otorgar mercedes “con garantías”. Todos los demás son subalternos y representan recursos o peldaños para llegar al poder supremo, único al que se soporta o tolera. En este marco, la perspectiva democrática la ofrece el mismo historiador Velásquez en una entrevista que le hace C. Croes en EL UNIVERSAL, el 23 de octubre de 1995. Taxativamente  dice: “Nosotros más que demócratas, somos igualitarios, parejeros”. Si lo hacemos en términos benévolamente “democráticos”, el modelo émico de “parejeros” interpreta lo que es igualitario, es decir, no es el igualitarismo secundario que caracteriza el proceso de lucha  por la democracia en Europa desde la revolución francesa hasta el actual sistema italiano (Bobbio, 1993; Savater, 2001), sino un igualitarismo primario, que nosotros nombramos “igualismo”. El modelo cultural matrisocial no acepta al otro como superior y distante de mí; al que acepto esto y sólo hasta la mitad es al taita, porque es como yo puedo soportar  un orden que me permita sobrevivir; pero no puedo aceptar al otro como distinto ni distante (Cf. Barroso, 40)7.

Según esto, el jefe taita me puede mandar, y lo acepto aun desacatándole profundamente; cualquier otro que pretenda mandarme, no se lo consiento o admito porque no veo las ventajas de aceptar un poder instituido sobre mí. Hay por lo tanto una incapacidad de aceptar las ventajas de la ley y la autoridad que otorga ésta para impulsar el crecimiento psíquico y cultural. Para explicar esta estructura del edipo venezolano (Cf. Hurtado, 1995, 187), caracterizado como infantilizado (Hurtado, 1998, 298) es necesario observarla en su doblez complejo. Si decimos que al venezolano no le gusta que le manden, nos quedamos a mitad de camino en el entendimiento del fenómeno; ello coincide “pari pari” con un fenómeno y conocimiento generales: a nadie le gusta que le manden. Pero para entender específicamente este fenómeno en Venezuela hay que completarlo con otro segmento estructural: pero (al venezolano) si no lo mandan no lo hace. Como en la cultura matrisocial, hay renuencia a mandar con sentido de orientación o gobierno, la ausencia del mando  propicia la falta de iniciativa, el ‘manguareo’ (hacer que se trabaja), el negativismo social, la baja autoestima y todo lo que emerge en torno al complejo de inferioridad; pero puede originarse un exceso de mando y con ello producir bajo tal autoritarismo los mismos efectos antisocietarios.

Referencias
Barroso, Manuel. La autoestima del venezolano.
Caracas: Ed. Galac, 1991.
Bobbio, Norberto. Igualdad y libertad. Barcelona:
Ed. Paidós.
Hurtado, Samuel. Cultura matrisocial y sociedad popular
en América Latina. Caracas: Ed. Trópykos, 1995.
Hurtado, Samuel. Matrisocialidad. Caracas: Co-
ediciones La Biblioteca y FACES, UCV, 1998.
Hurtado, Samuel. Élite venezolana y proyecto de
modernidad. Ed. La Espada Rota, 2000.
Mujica, Vladimiro. “La resistencia”. Tal Cual, Caracas,
3 de julio de 2000.
Savater, Fernando. Perdonen las molestias. Madrid:
 Grupo Santillana de Ediciones, 2001.
Vallenilla, Laureano. El cesarismo democrático.
Caracas: Bloque de Armas  Revista Bohemia, s/f.
Villasante. Tomás R. Movimiento ciudadano e
iniciativas populares. Madrid: HOAC, 1991.


4 No parece que sea ésta la vía hacia la construcción de la democracia, pues lo que se hace es configurar una masa gregaria. Si algo es antidemocrático es el gregarismo y la masa. Lo utilizamos así debido al uso.
5 Nosotros (Hurtado, 2000) hemos mostrado los antídotos culturales de la modernidad en Venezuela hasta el día de hoy, pero decimos ahora “moderno” por convención a partir del criterio de Adriani para quién la modernidad (modernización) en Venezuela comienza en 1936, año en que muere J. V. Gómez.
6 Este comportamiento no se recoge en el modelo general de la escuela sociológica de Jesús Ibáñez, cuyos cuatro polos analíticos son los comportamientos conversivo, perversivo, subversivo y reversivo. No es un comportamiento serio como los dos primeros, ni divertido como  los dos últimos. Participa de las dos dimensiones como una farsa seria, para no encuadrarse en ninguno (Cf. Villasante, 1991, 31). A los productos sociales originados en la cultura matrisocial hay que buscarles nuevas categorías y tipologías
7 A partir del texto de R. J. Velásquez, cuando hablamos de democracia es un decir; se le llama así. Metiendo en un mismo saco los términos de democracia, igualdad, libertad, masa, pueblo, líder, organización, etc. Pero conceptualmente no son lo mismo y analíticamente se pueden contraponer en modelos analíticos como igualdad y libertad, masa y pueblo, democracia y demagogia, etc. En nuestra cultura los venezolanos llamamos democracia a lo que es igualismo, a la parejería, a la masa social primaria. Pero eso no es ni un concepto, ni realmente democracia (moderna).