jueves, 6 de febrero de 2020

LA CULTURA Y LA MADRE. LA MENTADA DE MADRE




-¡Cuidado…! ¡Casi chocas con el carro aquél…!

El chófer del carro que avanzaba por el lado derecho de la avenida, abrió la ventana e hizo un gesto con el dedo de la mano. El gesto lo acompañó con unos vocablos al aire.

-¿Te mentaría la madre?

No se logró precisar el complemento lingüístico de tal sacramental obsceno…El cuadro cultural se iba desvaneciendo en nuestro ánimo en la medida que se llenaba de velocidades la autopista a la que habíamos entrado.

Como siempre me vinieron las ocurrencias, que iban de ida y vuelta, en mi pensamiento. Éste se concretó al fin en torno a lo que llevo de mano en mi imaginación antropológica y sus tareas de actualización: ¿Por qué la mentada de madre? ¿Cómo sacarle la fortaleza social a este sacramental obsceno, signo de la debilidad social en el país? ¿Cómo darle la vuelta o conseguir retorcerle la mano y la lengua a la obscenidad cultural? Había que ponerse manos a la obra conceptual y a la construcción de su axiomática.

(1) La cultura como la lengua siempre es materna.    

Así decimos la lengua materna para referirnos a la lengua originaria y original (= la propia la auténtica) de un individuo y país.

“Transmitimos nuestra frustraciones con la leche tibia en cada canción” (Antonio Machado, citado en Matrisocialidad, 1ª edición, 211)

Mentar una cultura es como mentar a la madre” (Marina, 2011: 81).

Mi versión: “Mentar una cultura es… mentar a la madre”.
Suprimimos el vocablo como de comparación y operamos la identificación cultural del rasgo de madre. Al mismo tiempo indicamos la diferencia que otorga la alusión sociológica del vocablo a al rasgo cultural de madre en la proposición.   

Así es como logramos entender la proposición de Marina ayudados del símil ejemplar de la lengua. Piénsese que en ideas de Marina “la máxima creación social del ser humano ha sido el lenguaje” (p. 71). Si de entrada a lo social es (fue) el lenguaje, nosotros decimos que la máxima creación social debe ser la sociedad como proyecto. 

Entre el ser de la puerta de entrada a lo social (el lenguaje) y el deber ser la de salida (el proyecto de sociedad) tiene que lograrse el esfuerzo de obtener el punto de tránsito de la operación cultural (con su energía de significación y su forma de producción) dentro del modelo del deseo (de) ser (con su mirada a la pulsión: la gana de ser y su orientación a la acción en el querer de ser) y el poder (de) ser. 

Parece que en la matrisocialidad el lugar se encuentra muy asociado con un deseo de ser anclado en la pulsión de la gana (me da la gana y su goce placentero). Así no nos extraña que en Venezuela la cultura sea un bien que como capital a cuenta represente una creación que como instrumental la aleje de su orientación a la sociedad. Lo demuestra en su denegación a darse una ley para ser cumplida en términos de ser instituida. 

La confianza en las relaciones sociales y los acuerdos no logran ser espacios que cual espejos muestren que sepamos vivir juntos y nos reconozcamos en el viaje a la sociedad. El símil del espacio empleado del lenguaje resulta pues paradigmático para entender la proposición de la cultura materna similar y con los mismos derechos culturales que los de la lengua materna

(2) La institución que hace perdurar la originariedad y la originalidad de la cultura es la familia, y el corazón de esta institución es la madre.

El hombre aporta alimentos a la familia, y la mujer le prepara la comida. Que él consuma regularmente la comida preparada por ella constituye el vínculo más importante entre ambos […] Quizá sea ésta la mejor oportunidad para decir algo acerca del núcleo y corazón de esta institución: la madre. Madre es la que da de comer su propio cuerpo. Ha alimentado dentro de sí al niño y luego le ofrece su leche. Esta tendencia continúa en forma atenuada durante mucho más tiempo; sus pensamientos, justamente en la medida en que es madre, giran en torno al alimento que necesita el niño en crecimiento
(Canetti, 261 y 262).

Así es la alma mater (=madre nutricia) que se proyectan en la calificación de ciertas instituciones de educación como las universidades.

(3) En Venezuela, la matrisocialidad como fenómeno cultural parece que tiene su arraigo (y su propio desprecio criticón) en el problema del origen, gravemente encarnado en la cuestión de la noción del mestizaje cultural.

En un medio social que considera todo rasgo étnico y cultural no occidental como estigma oprobioso, es natural que los no abiertamente rebeldes procuren suprimir esos rasgos. De ahí viene la tendencia al blanqueamiento, por matrimonio en lo familiar, por inmigración en lo nacional. De ahí viene simultáneamente la tendencia a la superación cultural, léase abandono o por lo menos ocultamiento de supervivencias no occidentales en los hábitos lingüísticos, alimenticios, gestuales, eróticos… Dan vergüenza esos estigmas –por ello se esconden, o se exhiben grotescamente con fines humorísticos o se elevan selectivamente a la categoría de distintivos nacionales (fenómeno común de ambivalencia), pero lo mejor sería que no existieran.
“Quien habla de mestizaje cultural recuerda esta situación, pone el dedo en la llaga, mienta la madre, contribuye a acelerar la desmestización –pero se expone de pasada a temibles retaliaciones, por lo menos, a que le mienten la suya, que tal vez es la misma
(Briceño Guerrero, 271).

Es la consideración que nos coloca Briceño en lo señalado con el subtítulo interno sobre “El mestizaje como noción racista”, tocando verdaderamente la llaga en el examen conceptual en culturas sub specie materna, como es la matrisocialidad que representa una especie particular como fenómeno y concepto dentro del género de la antropología general de la matrilinealidad.

Si comparamos los textos de Marina como de una sociología general y el de Briceño como específico matrilineal para Venezuela obtenemos distintas formulaciones: en el filósofo venezolano “mentar la madre” la relación entre mentar y madre  luce directa sin marcar distancia. Por eso indica bien el dar en la llaga, es decir, en términos de hermenéutica primaria implica una identificación del sentido como lo expresa la dicción “dar en la madre”, mientras que “mentar a la madre” en la generalidad de Marina implica un margen de distancia que niega una aplicación de identificación inmediata del deseo entre cultura y madre para el uso social como utilización interactiva sin contenido emocional adversivo.  
  
(4) Si la proposición de la cultura materna resulta invento conceptual, no puede ser sino como expresión también de una máxima creación social si tomamos la variable ponderada en cuanto un lugar que muestra la concentración máxima del poder cultural en la figura social de la madre.

La madre tiene poder absoluto sobre el niño, en sus primeras fases, no sólo porque su vida depende de ella, sino porque además ella misma siente el más vehemente deseo de ejercer constantemente ese poder. La concentración de esa apetencia de señoría sobre un ser tan diminuto le proporciona una sensación de supremacía difícilmente superable por cualquier otra relación normal entre los hombres” […] No hay forma más intensiva de poder. Que usualmente no se vea así el rolde la madre tiene una doble razón. Todo hombre porta en su recuerdo, sobre todo, la época de la disminución de ese poder; y a cada cual le parecen más significativos los derechos más notorios, pero mucho menos esenciales de soberanía del padre”
(Canetti, 262 y 263; subrayado nuestro).

El texto de Canetti (2007) elaborado desde Centro Europa, de cultura patriarcal, trae a colación la figura del padre y en un instante la resalta en el proceso de socialización de todo hombre occidental. Valga ello como comparación entre culturas, presupuesto de Marina (p. 71) para “enfocar las culturas como solución a problemas (cuestión que) nos permite comparar la bondad de esas soluciones”. Y valga también para decir y subrayar que las culturas no solucionan problemas, la solución de problemas es un asunto de las sociedades y su acción o práctica social. Por eso lo dice muy bien el autor aludido porque se trata del sentido (bueno o frustrado) que se necesita obtener de la evaluación de las soluciones sociales.

Este texto de Canetti remata la dinámica de la cultura como lugar del poder de la madre, y coloca a esta figura en el corazón del poder cultural. Así podemos referir el talante o grado de instalación de los edipos (psíquico y cultural) en cada sociedad, y su indicación de superación en cada individuo y en cada cultura de cada país.

(5) La lucha contra el poder materno, poder de las entrañas, --como lucha civilizatoria—se produce en la época de la Ilustración occidental y la proposición de los derechos del ciudadano.
 
La obra por excelencia que nos lo indica, se constituye en torno a la explicación del hecho del problema de la violencia entre los pueblos en el caso del nazismo. Los autores son Adorno y Horkheimer en La Familia Autoritaria…, reflexión que en la filosofía política continúa Hanna Arendt…

(6) Nuestro propósito es más humilde y más particular en esta dirección del desbloqueo pugnaz del poder materno. Se trata de observar la raíz pulsional del deseo cultural referido a la crítica transcendental de la matrisocialidad con objeto de romper el cordón umbilical de la relación primaria, donde tiene anclado el sentido tan agónico el insulto obsceno de la mentada de madre en la matrisocialidad venezolana.

Se trata de una búsqueda por la averiguación del camino, al mismo tiempo que su construcción que permita pasar del lugar depresivo como situación de debilidad social, consignado en la crítica inmanente de la cultura matrisocial, para obtener el lugar alentado, de superación, como situación de las fortalezas sociales, esperada de una crítica transcendental a dicha cultura, según una razón de resilencia. 

Para ello suponemos que ambas dimensiones, depresión y superación, pertenecen o se contienen en el hecho cultural matrisocial tal como también suponemos que ocurre en toda cultura en cuanto hecho social total, en términos de la corriente durkheimiana. 

Es decir, todo ese contenido polarizado con sus respectivos registros se encuentra en el hecho cultural, y que lo que acontece en la acción histórica es que se muestra “fenotípicamente” un polo y se esconde el otro, y a veces como en la matrisocialidad, a costa del otro, esto es, la debilidad depresiva a costa de la fortaleza de lo sociable.

Nos inspira esta dinámica analítica el modelo junguiano del animus/anima. El ser humano, el hombre, es de un modo total ánimo y ánima, pero la manifestación fenotípica de su ser se manifiesta de un modo diverso según ese ser humano sea varón o sea mujer, escondiendo su contrario. Así en la depresión/debilidad podemos encontrar y sembrar en su territorio con carácter positivo, las semillas de la superación/fortaleza de lo sociable, y alentarla pese a la debilidad y aún con las fuerzas que quedan de la fortaleza posible. Como el poeta Blas de Otero que a pesar de sus miserias le queda la fortaleza como palabra poética, creadora de realidad-mundo.
    
Todo ello con el objeto de que sin dejar de ser matrilineal, la cultura matrisocial cambie su destino hacia el viaje hacia la sociedad. El camino es más tortuoso que el emprendido desde lo patrilineal, debido al simbolismo tan abigarrado y rico de la feminidad. Pero todo es posible a partir de la referencia de la acción y de su concepto transcendental inspirado en el constructo de la societalidad; y a partir de aquí diseñar la práctica de su emprendimiento de trascendencia dentro de un aprendizaje aplicado bien entendido. 

En breve, es necesario colocar a la matrisocialidad en sus fortalezas incubadas en el poder de lo social según lo marca su sociabilidad cultural.

Referencias bibliográficas
Briceño Guerrero, José Manuel (1994). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila editores.
Canetti, Elías (2007) [1960].Masa y poder. Madrid: Alianza/Muchnik.
Hurtado, Samuel (1998). Matrisocialidad. Caracas: Ed. FACES, UCV. 1ª edición.
Marina, José Antonio (2011). Las culturas fracasadas. Barcelona: Anagrama.