jueves, 2 de mayo de 2013

EL ABANDONO DEL VARÓN EN VENEZUELA




















LA MADRE


    Reíate la vida, y tú reías,

mientras que cupe, niño, en tu regazo

y mientras fue la forma de tu abrazo

el molde y la corona de mis días.

    Mas creció el niño. Y cuando tú creías

que nunca había de aflojarse el lazo,

necesidad fue ley que, de un hachazo,

separó tus pisadas y las mías.

    Yo iba lejos…Ya tú no me aguardabas…

sola en casa, gemías y esperabas…

“¿Y aquello era vivir?”

                                         A Dios le hablaste,

te hallamos muerta un día sobre el lecho;

tu alma voló, metiéndose en mi pecho,

y nunca más de mí te separaste.


Eduardo MARQUINA: La Madre,

en L. Alonso Schökel, Introducción a la Poesía Moderna,

Bibliotheca Comillensis, Santader, 1948, 45.



CORIFEO

LA MADRE MÁRTIR

En este soneto de Marquina trato de orientarme en el teatro cultural que me abre como espectáculo la palabra Matrisocial. Con ello quiero celebrar en mayo el aniversario de la Palabra. Lejos, lejanía cultural la del poema en que se rompe el lazo umbilical con el hacha social, y la cultura venezolana en la que no se ejecuta dicho patíbulo que debiera protagonizar lo social. Pero en todo lugar la madre es madre con miras a la edificación del hijo. Y así vuelan los seres como vuelan las almas con referencia al vientre parturiento.

En este aniversario, la Palabra Matrisocial se fija en el arquetipo conceptual de la madre mártir venezolana. Se suelen entender mejor los conceptos de la madre parturienta y de la madre virgen (la abuela). Se deja dentro de un entendimiento marginal a la madre mártir. Pareciera que su sufrimiento se debiera a que, si hizo del hijo un consentido, éste se torna ahora esquivo, un desobediente. ¡¡No es así!! Ahora el problema no es el hijo, sino el varón, cuando la madre soluciona negativamente la metáfora del hijo como varón al retener al hijo desechando al varón. En lo hondo, se encuentra la relación primordial del varón organizado como marido (rechazado).  Aparece así la prescripción cultural de la dura fatalidad de la mujer venezolana. Rómulo Gallegos  rastrea este problema como un asunto ficcional en sus novelas:


El Orinoco es un río de ondas leonadas; 
el Guainía, las arrastra negras.

En el corazón de la selva aguas de aquél 
se reúnen con las de éste;

Mas por largo trecho corren sin mezclarse,

conservando cada cual su peculiar coloración.

Así en el alma de la mestiza 
tardaron varios años en confundirse

la hirviente sensualidad y 
el tenebroso aborrecimiento del varón.


Los antropólogos hemos tenido que toparnos con este asunto como realidad cultural, cosa que los psicoanalistas lo vieron como realidad psíquica, así Ramos Calles. En Elogios y Miserias de la Familia en Venezuela, hemos descrito el hecho como elemento crucial de la estructura familiar; pero también atañe a las relaciones sociales. La idea de “La trama del destino doliente” representa un modelo conceptual que espera por su explicación en una tesis doctoral. La cultura maquina contra la madre del “malandro” del barrio: le impone como destino fatal hacer duelo previo por el hijo varón ante su muerte inminente. Su trayectoria de ladrón y quizás también asesino lo ha ya condenado a una muerte temprana. El duelo termina el día en que es muerto su hijo. La madre sabe que no puede recuperar o salvar de la muerte al hijo, porque ya como varón de antemano lo había abandonado a su suerte. Cumplía así con su inevitable destino cultural como mujer.


CODA: Si con el duelo, previo, la madre trata de compensar su fatalidad maternal, es también con dicho duelo, que, al mismo tiempo, al realizar la cultura, la madre redime a la cultura misma de su contradicción matrisocial. Cuando la cultura abandona al varón se cumple con ese trágico destino maternal, que al proyectarse en las relaciones sociales se convierte en una farsa o malanga en la sociedad venezolana. Ver a continuación el escenario en Vivencia Familiar Contraindicada y Desentendimiento del Varón.

EL ABANDONO DEL VARÓN EN VENEZUELA (CONT.)


VIVENCIA FAMILIAR CONTRAINDICADA Y EL DESENTENDIMIENTO DEL VARÓN

Madre: quiero olvidar
esta creencia sin descanso. Nadie
ha visto un corazón habitado:
¿por qué este pensamiento irreparable,
esta creencia sin descanso?

Estar desesperado, 
estar químicamente desesperado,
no es un destino ni una verdad.
Es horrible y sencillo
y más que la muerte. Madre:
dame tus manos, lava
mi corazón, haz algo.

Antonio GAMONEDA: De Exentos I.
Antología Poética, Alianza Editorial, 2008, 81.


“Mujer no es gente
y muchacho come si sobra”
(Proverbio Venezolano)


No pretendo hacer catarsis cultural, como el Prof. Cova que me precedió en este Ciclo de Conferencias, sino un poco de drama social que la cultura misma produce y vela al mismo tiempo. En ciertas ocasiones nos resulta insoportable verlo cara a cara: no aguantamos, por ejemplo, cuando nos sale la madre mala.
Vamos a hablar de la cultura venezolana, la criolla, y no ya la ideológicamente tildada de marginal, popular, atípica, no, sino del modelo general de nuestra cultura. Como ustedes son audiencia venezolana, cada cual se mirará a su modo en ese espejo del drama cultural, que nosotros calificamos de matrisocial. El problema que señalamos es que la cultura venezolana se produce en el modo de operar la familia; por supuesto que el problema familiar es delicado porque además nos atañe directa e íntimamente. Con respecto a esto, decimos que no es obligante parecerse a ese espejo o modelo cultural, esto es, representar o actuar el mito, aunque nuestras significaciones se medirán en él. Además enfatizamos que la cultura criolla como sistema no es perversa, es tan digna como cualquiera otra que ha existido y existe sobre la faz de la tierra.
            El presente análisis se hará a dos niveles: el sociológico y el etnopsiquiátrico, yendo de lo organizativo a lo profundo estructural.

A.    La Afirmación de la Familia en la Cultura Venezolana.

Cada vez entiendo menos cómo es eso de la “crisis de la familia venezolana”. Y menos que sea un “gran olvido”, haciendo alusión a la formulación del tema propuesto. Por si fuera poco, metemos en el lío del olvido a los jóvenes, para mí en este estudio, al varón joven, siendo un timbre de gloria venezolana en lo que llevamos de tiempo modernizador decir que Venezuela es un país joven y de jóvenes. ¿Crisis? ¿Olvido? Nuestra cultura, la real, la vivida, no la oficial, nos tiene inmersos permanentemente en la atmósfera o experiencia de familia, y de ella arrancan (se extraen y producen) las experiencias vitales, las nuestras, cotidianas y profundas a la vez.
      En Venezuela, para decir o meternos con los problemas, personales o sociales, lo que se nos ocurre es invocar a la familia, o manipular la familia (la nuestra y, de otro modo,  la ajena), o mentar la familia, siempre ajena. Metemos a la familia en todo “negociado político, económico y social. Como “negocio” y familia se contradicen en su lógica social (transacción versus no transacción) comienza un “nudo hecho” de problemas en las relaciones sociales. El negocio deja de tener su lógica para convertirse en cuestión doméstica, en chantaje bueno o malo. Nada debe transcender a la sociedad.
      En los periódicos venezolanos se denuncia el nepotismo de la presidencia de la República, pero también se denuncia a gente pícara que manipula la familia presidencial para aprovecharse de recursos de las instituciones públicas. En “Familia es Familia”, Masó (1995), en su columna de El Nacional, hace un bosquejo sumamente importante de lo que ocurre en nuestra sociedad, y que todos sabemos, con respecto a la “tiranía cultural” de la familia. La familia presidencial no dirá nada sobre su nepotismo, pero sí tratará de acallar en otras noticias periodísticas el hecho de que algunos inescrupulosos quieren valerse de él sacar beneficios personales.
      El ex-presidente Luis Herrera, famoso por sus refranes, utilizaba con gusto el refrán de “El que pega a su familia se arruina”. Se refería como metáfora al partido político, pero lo normal es aplicarlo a la realidad de la familia, donde se desborda toda mímesis metafórica en Venezuela. Por ejemplo cuando se dice “¡¡Con los míos, con o sin razón!! (González Téllez, 1994). Colegas de trabajo cuya amistad se encuentra muy afianzada, se saludan “¿Cómo estás familia?”, que es más personalmente profundo que el saludo general “¿Cómo está la familia?”. Y no hablamos ya de todo tipo de compadrazgos y padrinazgos, que recogen una hermandad carismática (llena de gracia, simpatía), que amplifica las relaciones de familia bajo un proceso de “familiación” de lealtades y fidelidades “incondicionales” tanto para hacer bien como para hacer mal.
      En este sentido, existe la afirmación, no crítica, ni olvidada, sino muy presente de la realidad y del significado de la familia en Venezuela. Sin duda que contiene un manejo ideológico, pero que coincide con los significados y es al mismo tiempo una expresión de la elaboración de éstos por la cultura. La gente gerencia su conocimiento común y lo pone al servicio de un entendimiento colectivo sobre la vida y la sociedad.

B.     El Uso Matrifocal: La Gerencia del Hogar. 

Una reafirmación de la realidad y sentido de la familia es la relativa al “uso” socio-
lógico de la familia, o lo que en Venezuela “hacemos” con las relaciones de familia. Me refiero a las estrategias socioeconómicas del hogar, que condensan una gerencia social. Como el hogar humilde depende de ellas para sobrevivir en el campo o en la ciudad, el sociólogo o el antropólogo, las detecta o las visualiza mejor en la clase baja; pero pueden descubrirse diferencialmente en todas las clases. Como desde los hogares campesinos o popular-urbanos, se torna difícil abrirse paso para sobrevivir en el sistema social, se visualiza mejor en ellos la práctica de la reciprocidad o sistema de mutua ayuda o de apoyo entre padres e hijos y otros familiares. Pero también acontece en la clase media: ocurre algo a un hijo (chocó el carro, cayó enfermo o tiene que comprar un apartamento) entonces la familia no le presta, sino le da, y ello de un modo prescriptivo; es así como le ayuda a “juntar los reales”, e inmediatamente, es decir, con lógica mágica se opera el milagro de la “reunión” (monetaria) necesaria y eficaz.
            En este sentido, prestar significa dar, pues la devolución no tiene significado individualista, como la del prestamista o usurero, sino el sentido del recíproco: devolverá cuando le toque “prestar” en situaciones de reciprocidad similar y además que tenga recursos para ello. La familia (los suyos) no le reclamará nunca como un prestamista. El resorte que cierra el prestamista para que las cosas estén claras, la familia lo mantiene abierto ambiguamente para maniobrar ante cualquier problema de los suyos.
            Es fundamental saber que la organización del hogar y la organización social tienen lógicas distintas. Lo curioso es que en la medida en que ocurre la crisis de la organización social, la de los servicios públicos en Venezuela, y ello de un modo permanente debido al negativismo social de la cultura venezolana, el grupo de hogar o familia desarrolla con más ahínco una acción de lógica solidaria como afirmativismo familiar de la cultura venezolana misma. Frente al individualismo utilitarista capitalista, la acción de solidaridad familiar en Venezuela, es un verdadero milagro o maravilla. Somos tan efectivos en esto, porque se expresa en ello nuestra cultura. Pero el problema comienza cuando esa misma lógica familiar la aplicamos, como efectivamente lo hacemos y ello de un modo automático, a la organización social, la de la economía y la política. Ahí se inicia nuestra ineficacia social; que esto es así se observa en el modo permanente de cómo demostramos socialmente nuestra afición al “encanto de las soluciones mágicas”(Purroy, 1995).
            Las cifras oficiales, las de la organización social, y, por lo tanto, las cifras de la ciencia institucional venezolana, diagnostican un país en situación de una postguerra o debacle social. El término de “pobreza crítica” y los altos porcentajes que se le colocan (60, 70, 80 %), sin contar la pobreza normal, expresan ideológicamente esta idea. Si estas cifras son verdad, y parecen serlo al nivel de la organización social, revelan un desconocimiento y olvido, el de la gran capacidad del hogar y familia venezolanos, por auto-repartirse los propios recursos y ordenar para ello sus estrategias de sobrevivencia con relación al trabajo, la migración, la escuela, el número de hijos e hijas. Esta maravilla cotidiana y al mismo tiempo extraordinaria del hogar y familia venezolanos es posible debido al orden que le imprime la enorme figura de la madre, desde su lugar focal, al sistema de reciprocidad y estrategias del hogar en cuanto gerente familiar.
            De esta forma y sólo en el sentido familiar (no societario), todos los miembros del grupo familiar obtienen “ventajas”. Este nivel sociológico es el que nosotros hemos estudiado en los años ochenta como matrifocalidad en Venezuela dentro de tres grandes investigaciones (Hurtado, 1991; 1993; 1995).
            Las agencias sociales del estado, las iglesias, las organizaciones empresariales y organizaciones no gubernamentales, tratan de intervenir este uso o dimensión matrisocial y hacerlo objeto de sus metas sociales. Bajo la óptica de aquéllas, la familia se reduce a ser una “problemática social” que pueden manejar a su antojo, tanto en sus prácticas como en su pensamiento. Esta reducción social de la familia supone ya toda una acción ideológica sobre la familia. En estos días, sabemos por la prensa, cómo Fujimori en Perú se encuentra enfrentado con los representantes de la Iglesia Católica en el tema de la planificación familiar. Menos puntual, el proceso populista en Venezuela, y específicamente su crisis actual, sumió al estado en un proceso de asistencialismo social. Los grupos familiares de menores recursos acuden como menesterosos a recibir ayudas de diversos programas como el P.A.M.I., el vaso de leche, la beca alimentaria, el bulto escolar...creando una población dependiente, proceso que A. Uslar ha calificado de “vergüenza nacional”. El problema se complica porque el padre de familia lo acepta, y aún más festeja con ello la justificación de no subir la cantidad del aporte monetario al grupo de familia.

C.    La Psicodinamia Matrisocial.

1.      El Planteamiento.

La afirmación máxima de la familia venezolana consiste en que su estructura psico-
dinámica es el lugar de la producción de la cultura de la sociedad. Es decir, es la matriz o modo de producción de las significaciones sociales. No es posible descubrir y detectar bien este “lugar oculto”, y, por lo tanto, justificarlo, sino dando una vuelta por la etnología y el psicoanálisis. Nosotros utilizamos una pluridisciplinariedad configurada como etno-psiquiatría, en cuanto análisis de la cultura bajo perspectiva psicoanalítica.
            En Venezuela, la familia no cumple sólo el papel de socializar a los niños, esto es, como instrumento de la socialización; también cumple el papel de referencia de la socialización o clave de la elaboración de los significados sociales. La socialización transciende a la familia como actor ejecutante de la misma, pero en Venezuela la familia acompaña al proceso de socialización en su transcendencia a la sociedad. Esta configuración venezolana no se reduce a un simple ejercicio de proyección psicofamiliar, que suele identificar cualquier psicología social o sociopsicoanálisis (Cf. Mendel, 1993). Se trata de que la acción cultural de la familia no se rompe cuando salimos de nuestro comportamiento doméstico a nuestro comportamiento social. En otras sociedades, como la judía o las que aquí llamamos “turcas”, la referencia de la socialización es el mercado, el negocio, la transacción.  Mientras, el niño de estas sociedades sale de la familia preparado con el dispositivo negocieril, en la sociedad venezolana, el niño sale con el dispositivo familista, y con la lógica de este dispositivo es un tanto difícil pretender hacer sociedad.
            El proceso continuo que abarca la estructura familiar y el ethos cultural de la sociedad, es lo que llamamos matrisocialidad, en  la medida en que es la “grandiosa figura de la todopoderosa abuela”(Erikson, 223), la que se convierte en norma de la sociedad caribeña y centroamericana (Erikson, 223). Dicho ethos cultural que produce la estructura familiar y la expresa al mismo tiempo, se encuentra impactado por las compulsiones que provienen del mar profundo del psiquismo. A través del tejido de las compulsiones, se pueden visualizar con toda garantía los ejes estructurales de la cultura familiar venezolana.
            Nuestra proposición consiste en que nuestra identidad profunda, la realmente cultural, no procede de que seamos una sociedad petrolera, como en el siglo XVIII fuimos una sociedad cacaotera, la de los “grandes cacaos”, sino de que somos un colectivo configurado por grupos o combos de familias, específicamente constituidos por el sentido de una dinámica familiar, y ello durante toda nuestra historia criolla nacional.
            No se trata, como vamos a ver, de la  familia en general o abstracta, ni de una familia normada por el código civil, ni de una familia moderna. Pero es una familia tipo, porque es desde ella que se proyectan hacia la sociedad  los valores o sentidos culturales, y no desde la sociedad a la familia, como nos muestra la antropología de las sociedades mediterráneas (Cf. Pitt-Rivers, 1979, 117).
            Con ello no queremos decir que la familia es la célula de la sociedad, como se maneja en la propaganda de las iglesias, en cuanto origen y modelo o paradigma moral de la sociedad. Lo que se hace a la familia, se hace a la sociedad. Según este mecanicismo superficial, parece sugerirse que en general la familia es la sociedad en pequeño.
            Si acordamos con Mendel (1993) que “la sociedad no es una familia”, en el caso venezolano y formulando un concepto particular, podemos contraindicar que “la sociedad (está) tomada por la familia” (Hurtado, 1999). El maternalismo familiar con su lógica de comportamiento invade todos los ámbitos de la sociedad, por lo que decimos que ésta es una “sociedad maternal”. Es lo que indica la metáfora conceptual de “matrisocialidad”.
            Nuestro enfoque es psicofamiliar con miras a un planteamiento sociológico, o más precisamente, etnopsiquiátrico, y no ya sociopsicoanalítico (psicología social conb refinamiento psicoanalítico) como en Erikson (1971) y en Mendel (1975 y 1993).Es un planteamiento  venezolano, esto es, observado en Venezuela y desde una práctica científica venezolana (Hurtado, 1991). Desde aquí es que podemos justificar que la familia venezolana, y en uno de sus temas fundamentales, los varones jóvenes, resulta la gran olvidada en Venezuela; olvido que afecta profundamente el diagnóstico no sólo de nuestra familia, sino también de nuestra sociedad.
           
2.      Los Olvidos Desdoblados.

El olvido de la familia como referencial de la producción cultural venezolana es
paradigmático de todo otro olvido sobre  temas de la familia y la sociedad misma.
La familia como problema fundamental o crítico se encuentra olvidado entre los
científicos sociales venezolanos.
1)      Los sociólogos venezolanos, con interés academicista, intelectualista o politicista, que se dedican a los supuestos temas mayores como los del estado, política, ideología, clases sociales, economía, tecnología e informática, encuentran a la familia junto a la religión y la comunidad como temas menores. Lo que aparece como lo social vivido, lo microsocial, muchas veces asociado a lo femenino, lo infantil o juvenil, lo productivo social por excelencia, se piensa como objeto socialmente blando o de poca pertinencia.
2)      Otro renglón tiene lugar cuando los científicos sociales nombran explícitamente el tema de la familia: éste aparece “pintado en la pared” por ejemplo en Barrios (1993), o sólo se encuentra en documentos oficiales y en conceptos sociológicos muy empíricos o descriptivos, como por ejemplo en Almécija (1992), o se le relega a un rincón dentro de innumerables relaciones de parentesco ritual y simbólico, de carácter arquetípico, como por ejemplo en López Sanz (1993). Hay ejemplos permanentes detectados en ponencias de Congresos en Ciencias Sociales, donde la familia venezolana se asume como “lo dado”, normalmente ocurre esto con los psicólogos o trabajadores sociales, que se ven como forzados a introducir el tema ocasional de la familia (Cfr. Congreso de Sociología y Antropología, Maracay, 1994). De un modo similar ocurre con el concepto de comunidad (Cf. 1° Encuentro Internacional sobre Rehabilitación de los Barrios del Tercer Mundo, Caracas, noviembre, 1991, publicado en Monte Avila, 1995).
3)      En programas de radio, artículos de prensa y terapia familiar, el marco o contexto de la familia, aunque individualizado (psicológico), se cierra no ya a lo temático sino a lo problemático colectivo que al fin afecta al caso individual en la interpretación de sus significaciones. Es una presencia ideológicamente desentendida de los sentidos concretos (culturales) de la familia venezolana. El modelo científico desde el que se nos habla es estadounidense o europeo. En breve, todo el mundo suele hablar de familia, comunidad, religión..., pero de un modo descriptivo y a-crítico, de suerte que como tema o está  (marginal u ocasional), o se encuentra, como un marco exterior, sin lugar a cuentionamiento.
4)      Pioneros solitarios (cuasi olvidados sobre todo en la problemática que presentan) de la inquietud teórica sobre la familia venezolana han sido el médico psiquiatra J.L. Vethencourt y el sociólogo A. Gruson desde los años 60. En parte, porque no han hecho obra escrita o es muy escueta o ensayística o está sin publicar. En 1979, Montero asumió el tema del matricentrismo de Vethencourt para explicar un tema de psicología social venezolana, y Moreno en 1993 para desarrollar una epistemología y antropología filosófico-popular sobre Venezuela. Mis propios desarrollos, el socioantropológico desde 1980-1984 sobre matrifocalidad y el etnopsiquiátrico sobre matrisocialidad desde 1991 hasta el presente, se asocian como antecedente a la línea de A. Gruson. En breve, cuando estos autores, menos Montero, expresan sus proposiciones en dos cursos sobre la familia venezolana (Centro de Investigaciones Postdoctorales, abril 1994, y Ministerio de la Familia, abril 1995) queda como resultado que el problema de la familia venezolana se presenta como el más consistente desde donde se puede pensar con originalidad la sociedad venezolana. Al final, no era tanto el diagnóstico sobre la familia como el pronóstico sobre la sociedad.
5)       O al revés, sobre ciertos pronósticos sobre la sociedad venezolana, nos falta el diagnóstico explicativo fundante, que para nosotros se ubica en el problema del ethos cultural matrisocial. Así las descripciones de Gustavo Herrera cuando formula que “Venezuela no es una nación sino un gentío”(citado por R. J. Velásquez, El Universal, 22.10.1994), El “Cesarismo Democrático” de Ballenilla Lanz (s/), “Nuestra Crisis de Pueblo” de Briceño Iragorri (1972), “En Venezuela no existe el mercado; las roscas que decimos, lo sustituyen”, dice Maza Zavala en Lo de Hoy es Noticia (Radio Caracas  Televisión, 11.09.1995), “Venezuela es un país de ilegales” que también ha dicho Arturo Uslar (José Vicente Hoy, TELEVEN, 06.11.1994). Nosotros (Hurtado,1995a) hemos hecho, sin embargo, este diagnóstico-pronóstico sobre el negativismo social (nuestra crisis permanente de sociedad) en Venezuela tratando de fundamentar etno-psiquiátricamente el problema; por ejemplo, respondiendo a la pregunta de Augusto Mijares: “Lo peor, repito, es que siempre aquella visión desolada fue recibida colectivamente casi con morbosa delectación”... “¿Cuál es el profundo trauma psicológico al que deberíamos atribuir tanto pesimismo”(Mijares, 16).

3.      Los Olvidos y el Complejo Familiar.

Estos olvidos pero sobre todo el fundante de la familia como lugar de la matriz
cultural, hincan sus raíces en los discursos venezolanos, tanto el oficial como el oficioso coloquial. El discurso oficial presiona al discurso oficioso, y éste alimenta la ideología de aquél. Una ideología que ya no se cuadra con la cultura (matrisocial), pero que como desconocimiento contra-indicado, afecta el desvío cultural con que operamos en Venezuela. Estas discursividades se sitúan en torno a un “complejo familiar”, que es paradigmático de nuestro “complejo societario”, pero cuyos resultados son contra-indicadores, según nuestra hipótesis de que la familia es la realidad afirmativa y fuerte, mientras que la sociedad es la negativa y endeble.
            ¿En qué consiste nuestro “complejo familiar”? En denegar la familia que somos por la que no somos. La gente venezolana tiene muy presente el orden familiar, pero una cosa es lo que vive como familia (los hechos vividos) y otra cosa es lo que dice como discurso normativo o idea de familia (los conceptos pensados). Además, no sólo la norma ideada no corresponde con los hechos, sino que éstos son contra-dichos, por lo que el pensamiento o la palabra como idea es la medida y referencia en los discursos. En fin, lo que es, se contra-dice con lo que se dice o se piensa que es.
            La autofiguración del superyó, que es el yo ideal, se encuentra tan desarrollada en Venezuela, que le permite al venezolano “pantallar” como una de sus vivencias características (Vethencourt, 1990), esto es, fabular histriónicamente su vida real. Así lo que dice no tiene nada que ver con lo que hace, o lo que es lo mismo, decir se corresponde con el hacer cuando este hacer tiene una razón mágica: se puede conceptuar como la instantaneidad de que nos hablaba el Prof. Cova, en el inicio de este ciclo de conferencias. Vivimos la realidad de un modo trastocado, y aún volteado, por la idealidad imaginada. En la estructura familiar, decimos “padre”   a lo que no es más que un “marido” (amante); se dice “mujer” a lo que en realidad es una “madre”, y “nieto” a lo que es más que un “hijo”. Vamos a “casarnos” a la Jefatura Civil y/o a la Iglesia con velo y corona, y nuestra lógica cultural termina en los límites del “Vivir Juntos”, cuya institución en la  cultura suele ser el concubinato o unión consensual.
            Los elementos que subrayan la figura del padre  nos hacen caer en esta ilusión ideológica, sea el uso del apellido paterno como el primero, sea la representación social que se le asigna al hombre o marido, sea la bastardía del hijo andino que pasa a pertenecer (ambiguamente) a la familia del padre, como proyección del machismo en la estructura económica. Los códigos civil y eclesiástico que norman nuestro comportamiento social con lógica patrilineal, deniegan  o contradicen  permanentemente la vivencia con que nos identificamos y disfrutamos que es de carácter matrisocial. La vivencia matrisocial de la familia la tenemos volteada a nivel de las representaciones sociales de carácter formal (oficiales u oficiosas) que aparecen  como patrisociales. El “complejo familiar” pasa por ser un esquema de relaciones contradictorias, en que está sumido nuestro pensamiento sobre la familia y sociedad venezolanas. Nosotros lo hemos específicamente teorizado como “complejo matrisocial”: los elementos y el pensamiento patrisociales se inscriben como un obstáculo y con ello solucionar lo negativo del complejo para que la vivencia se corresponda con  el pensamiento. De lo contrario, nunca pensaremos bien lo nuestro desde nosotros mismos, y eso es un problema grave para el desarrollo de un pueblo.
            ¿De qué tipo de familia se trata? El modelo de la cultura nos dice: “Madre sólo hay una. El padre puede ser cualquiera”.
            Si asumimos los supuestos civilizatorios o societarios, en los cuales la figuración del superyo como deber y norma del entendimiento en las relaciones sociales bajo supuestos de la paternidad y de la conyugalidad, a nivel filosófico, decimos que sin éstos no hay familia  (Cf. Lorite, 1987, 211-216). La subfiguración del superyó como ideal del yo en Venezuela nos llevaría a decir que en Venezuela no hay familia o es una familia de estructura débil o inestructurada (Peattie, 1968; Vethencourt, 1974). Ello significa que el matrimonio es el origen de la familia. Pero en la historia de las culturas y aún de algunas Iglesias Cristianas como la llamada Oriental (oriente del mediterráneo y Rusia) muestran que esto no es así. El caso venezolano lo expresa como cultura. Si la cultura venezolana no admite el matrimonio, sin embargo, inscribe una superfamilia. Ni uno, ni otra, están en crisis; el uno porque no existe, y la otra porque existe con significaciones exuberantes o excesivas.

D. Familia Consentidora y Rechazo del Hijo Varón.

   Hacemos una síntesis creativa de la familia consentidora y del rechazo del hijo varón
a partir de los datos consignados en nuestras investigaciones (Hurtado, 1998 y 1999).
    Según el modelo cultural, la familia venezolana consiste en dos mitades estructurales:
una buena, asexuada, consistente; la otra, mala, sexuada, inconsistente.
            La primera mitad es la que identifica con fuerza a la familia, y tiene que ver con el lado femenino. En un sistema cultural con lógica matrilineal, como es el sistema matrisocial venezolano, el lado femenino se halla sobrevalorizado, pues la mujer representa la configuración profunda de la familia. En este sentido, y ello ocurre en Venezuela, es un conjunto de mujeres, siempre constituidas y pensadas como madres. La familia en sentido consistente es la “madre”; como este concepto es de filiación jerárquica, el eje estructural clave es la relación madre/niño. Como la familia auténtica se refiere en la cultura a la familia extensa, la madre por sobre todas las madres de la familia es la abuela, que ya no sólo es la gerente o disponedora de las cosas de la familia (matrifocal), sino también la jefa que concentra los sentidos de la familia (matrisocial).
            La segunda mitad es la que des-identifica a la familia y tiene que ver con el lado masculino. En un sistema cultural con lógica matrilineal, como es el sistema matrisocial venezolano, el lado masculino se encuentra subvalorado y con él la mujer, en este caso la esposa, la cónyuge, que entregan los otros (otros grupos familiares) en el intercambio generalizado de los bienes femeninos. Ideológicamente se piensa en Venezuela que la familia en el país la identifica el hombre, por ejemplo por el apellido paterno, pero este es en la realidad cultural sólo un proveedor, de ahí que se la piense ideológicamente como inestructurada en el sentido de una familia inconsistente o inestable, pero no en el sentido moderno de Le Play (Cf. Nisbet, 1969, 92). Se la identifica así sólo por el criterio de la descendencia (biosocial). El problema consiste en que el ascendiente, el padre, se halla psíquica y culturalmente ausente. Esto indica un desequilibrio estructural, pero no un vacío estructural. La figura de la madre “plenifica” toda la estructura familiar, cuya metáfora más acabada es la del gran vientre, donde cabe toda la familia. De esta suerte la “madre sólo hay una, padre puede ser cualquiera”.La madre es lo que importa, el padre no tiene importancia; lo que quiere decir que sólo procedemos de uno, y ello tendrá suma importancia en la estructuración del edipo (Cf. Hurtado, 1998). El “pleno” de la madre se hace a costa de desalojar a tres figuras claves: el padre, la cónyuge (nuera) y a la mujer encantadora o la figura del enamoramiento liberador. La madre secuestra estos valores culturales en la estructura familiar venezolana, aún de sí mismo como individuo. El desequilibrio o secuestro se tornan relevantes cuando evaluamos que las figuras del padre, cónyuge, nuera y mujer del enamoro, representan faltantes culturales con miras a configurar los asuntos de la sociedad: alianzas, institución del matrimonio, negociaciones, normas, ley, acuerdos.

 1.¿Qué es una Madre en Venezuela?

Cuando hablamos de una madre en Venezuela, no decimos lo mismo culturalmente que cuando hablamos de una madre alemana, española o turca. En general, una madre siempre es una cosa muy importante en todas las culturas, pero en cada una de estas se produce de un modo diverso. Lo que caracteriza a una madre venezolana es: 1) la dosificación de varios arquetipos: la madre engendradora, la madre virgen, la madre mártir; 2) su configuración extrema en cuanto a ser una madre consentidora/abandonante para con el hijo.
      La madre no es una hembra (sexuada) o una mujer (encantadora), no. Es, ante todo,
la que pare, la engendradora, es la que sube de posición o estatus biosocial si tiene un niño en sus brazos, es la barrigona a la que todas sus amigas y sus familiares cercanos pueden sobar su vientre abombado para alentar la suerte feliz. Es la preñada, cuya sola presencia ya infunde en el entorno del poder social un respeto, que le lleva a ser una dama auténtica. “A la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa” refleja a esa “dama” maternal, que no a una dama de los encantos para los ensueños masculinos de Don Quijote. Sin parir, no se es madre en Venezuela. Lo demás es artilugio; aunque se diga “madre “ o “mami” a la niña o joven que no han parido aún, sin embargo, ya se las piensa así en la previsión de que parirán como prescripción cultural: no se es mujer sino se es madre. La mujer que no pare, porque no puede, siempre será reconocida como inferior y se la tendrá lástima o, si se torna enemiga, se dirá que es una amargada. La sangre y el cordón umbilical son básicos y también las entrañas generadoras que destellan consentimiento y temor al mismo tiempo. La madre engendradora constituye el eje fundamental de la estructura familiar venezolana; pero la relación madre/hijo debe ser entendida profundamente como la de madre/niño (pequeño y consentido). Cuando decimos “hijo” nos referimos al varón, y no por ideología patrilineal, sino por exigencias del modelo cultural, es decir, la madre/niño representa la relación paradigmática de la cultura y de la sociedad. De aquí emerge la compulsión fundamental de la familia venezolana: la madre no puede perder nunca a su hijo (a manos de otra mujer). El cordón umbilical nunca se corta. El niño, el varón joven y el adulto, están ahí pegados a la madre, expuestos a la afectación de la libido femenina que proyecta fuertemente su madre. En este punto se sitúa el origen del macho y del marico o afeminado, como dos aspectos de un mismo producto. La niña también estará comunicada umbilicalmente con su madre, pero bajo la forma de otra “mamá” cuyo resultado será la hembra, como origen del hembrismo o la necesidad de atrapar al varón para poder cumplir con la prescripción cultural de ser madre.
      La reconfirmación de estos procesos se obtiene a través de la madre virgen. La
virginidad de la madre no se justifica desde el padre como esposo, sino desde el hijo. Una virgen embarazada representa el ideal de la figura de la mujer en la cultura matrisocial venezolana: a ser posible que no “conozca” varón, que no necesite de él. El varón siempre es una cosa sucia. Si la compulsión en torno a la hija es cómo puede cumplir con la prescripción de ser madre sin dejar de ser virgen, la abuela lo cumple al fin a plenitud, pues tiene hijos más verdaderos (nos nietos que no parió) que los hijos que parió. La virginidad maternal contiene una enorme potencia regresiva: el varón siempre será un niño pequeño y mimado. Este arquetipo se parece a la virgen María, o marianismo, o a la Artemisa griega (Diana romana), pero el arquetipo de la madre venezolana no tiene la profundidad bíblica, ni la unilateralidad de la mujer silvestre griega.
      El esquema de virgen/macho indica un gran desentendimiento para con el varón, a
la que se acerca la compulsión paralela del “marico” o el varón virginal o afeminado. El arquetipo de la madre mártir no sólo se refiere superficialmente al sacrificio por los hijos que ronda con el consentimiento: “Hay madres que sólo han tenido hijos y no hablan sino de sacrificios”, dice Rísquez (1982) en Venezuela. El motivo profundo no es el hijo, sino el marido. Una mujer sufre no porque la abandone el marido, sino todo lo contrario, porque lo aborrece como varón o quiere desentenderse de él y al fin lo expulsa de la casa y lo abandona. Si alguna vez lo acoge es porque lo rememora como “hijo” o lo transfigura como un “amigo” con el que tuvo la experiencia de una “unión consensual”. “El varón es malo porque sí”, decía una abuela andina. El hijo varón, por lo tanto, participa de una ambigüedad respecto de la madre: lo retendrá como hijo y tendrá que expulsarlo como varón. Como hijo, la madre siempre lo cree bueno, “porque ella lo ha parido”. Así lo alcahuetea. El hijo cometió una fechoría y la madre monta aquella escena de dolor en público para demostrar la inocencia del hijo; la audiencia además espera esta escena de la madre y los medios de comunicación lo explotan. Pero mientras todo este proceso se vincula con la proyección de consentimiento al hijo, el abandono como varón, donde el prototipo es el marido, se proyecta desde el aborrecimiento al varón por parte de la madre/hembra. La madre/mártir no se confunde con la “madre mala”, porque ésta se refiere siempre al hijo y no al varón.
      En breve, ya desde niñitas las mujeres son enseñadas y aprenden a ser madres de sus
parientes varones: papá y hermanitos, a ser vírgenes desconfiadas de cualquier varón extraño, y mártires desentendidas del varón aún sometiéndolo como instrumento a su servicio. Este cuadro arquetípico se produce en la socialización de cualquier mujer en Venezuela: desde que nace hasta que mueren (y aún después de muertas) nuestras mujeres son nuestras mamás. El hombre siempre es un hijo no crecido, un hijo pequeño, un machito, que se encuentra psíquica y culturalmente dentro de la gran vagina  compuesta por la sumatoria de sus mujeres: madre, hermanas, hijas, nietas, concubinas, abuela. Será así un eterno niño pequeño consentido, un rey mimado.
      Si la gran vagina no lo deja crecer, esto es, enfrentarse a la realidad, resultará un ser
reprimido, con una fuerte dosis de libido femenina que puede quebrar su psiquis varonil. De ahí que el varón venezolano está muy expuesto al fenómeno del macho o al fenómeno alterno del “marico”, que son dos caras de un mismo acontecimiento. Su proyección es la de la violencia (violación) contra la mujer o al contrario la timidez a la  mujer por parte del varón virginal (el afeminado). Es tal el “temor a las entrañas” (Kubie en Devereux, 1973) en la psicodinamia venezolana que el hombre como hijo perenne, no puede como tal enfrentarse a ese “poder entrañable”. El problema es que ningún hijo en el mundo podría hacerlo si  no tuviera aliados externos, el padre, primero, después la mujer encantadora que le propone nupcias, alianzas, compromisos. Es necesario que le corten el cordón umbilical, que le ayuden a independizarse de la madre, que hagan funcionar en su esplendor los dos complejos de edipo, el psíquico y el cultural.

2.      La Experiencia del Paso en el Joven Varón.

Si no ocurren las ayudas del padre y de la mujer en las socializaciones del varón, y
en Venezuela no ocurren, la experiencia del paso en el adolescente varón es tremendamente fuerte. En Europa, el niño decía, insinuaba a la madre que quería ponerse los pantalones largos, y este sencillo proceso lo hacía ya socialmente sin problemas un hombrecito. El servicio militar (ir a la mili) completaba el proceso. En Venezuela, la cuestión es sexual: la madre rechaza a su hijo como varón, y lo “saca” de la casa para que se haga varón definitivamente. “Sacarle de la casa” es metafórico de ir sacándolo de la familia, que consiste en el grupo de mujeres o lugar de concentración de libido femenina, y con ello colocarlo en la calle o espacio del vagar de los varones. Del espacio femenino, donde era un rey consentido, debe ahora pasar al espacio masculino para templar su varonía, ejercitándose en los peligros y placeres que supone el grupo de hombres y el contacto y uniones con las mujeres extrañas que encuentra en la calle. Para hacerse hombre en Venezuela es necesario que el arrostre fuertes peligros y sufrimientos, y de vez en cuando regresar a la casa de su madre para que ésta le cuide o “cure” sus heridas psíquicas y morales. La madre sufre también por este destino de tener que “vagar” en la vida por parte de su hijo varón, que a veces pudiera suspirar mejor no haberlo parido. Pero la madre no puede hacer nada contra dicho destino cultural.
      En consecuencia, la experiencia de paso del varón venezolano se refiere a un
desprendimiento fuerte (Cf. Whiting  y otros, 1968), porque hasta ahora estaba bajo las enaguas de la madre (la casa). “Los varones se vuelven fastidiosos, en cambio, las hembras se hacen más a la casa”, “por eso la madre lo manda para la calle, no los aguanta”. De aquí  a dejarlo en la calle, a abandonarlo, ocurre el hecho del rechazo del varón por la madre. Entonces, el adolescente “agarra cancha”, “se pierde” en la calle, nadie se ocupa de él por oposición a la hija hembra. A aquél se le deja hacer todo lo que el quiera cumpliéndose el programa cultural del consentimiento, a la hembra también se la consiente pero siempre está vigilada. Pero lo “fastidioso” de los varones expresa mejor las fobias de las entrañas maternas. La preocupación de la madre comienza cuando lo teme perder a manos de otra mujer, es decir, que se salte el proceso de represión materna para caer en la represión de otra mujer. Por eso, cuando viene dolido de sus experiencias machistas de tipo atropellante/atropellado, la madre lo consuela cumpliendo con el papel de la “madre buena” o consentidora.
      Los faltantes de la cultura, el padre y la mujer (Cf. Risques, 1993), afectan de un
modo negativo a la producción inmadura del varón venezolano, y, por lo tanto, que se exprese el edipo cultural. Este tipo de edipo se refiere al dispositivo de la autoridad  social, es decir, en lo referente a las normas y al deber ser o transformación de la realidad. Con estos faltantes, el joven varón se encuentra desentendido o “despojado” por la cultura misma. El “padre” lo quiere pero como un par o compañero. No hay por lo tanto una jerarquía de autoridad a partir del “padre”, es más cómodo ser como el hermano mayor y consentidor, que hacer el esfuerzo de proteger amorosamente al “hijo”. Le queda pues a la madre ocupar ese papel, pero su autoridad se reduce a un proceso de disponer o mandar, donde lo afectivo consentidor hace de la “autoridad” una realidad ambigua, que más que proteger amorosamente, abandona de un modo represivo al varón, porque no le proporciona orientación alguna en la sociedad.
      La tragedia del varón en Venezuela consiste en cómo sortear los peligros implicados
en la demostración de ser varón (experiencias sexuales con mujeres y sus correspondientes competencias posibles con otros varones por las mujeres), al mismo tiempo que tiene que jugar con los “compromisos” con una mujer  cuando la “cultura de la madre” (matrisocialidad) le dice que no puede quererla, y sólo le permite y le prescribe “unirse” con ella. Abandonado como varón por la madre y desentendido del amor por una mujer, su destino es irse, vagar, en su tránsito largo de su familia (la de su madre) a la familia (ajena), la de su(s) mujer(es) y sus hijos e hijas. Su destino lo hace trascender a su familia para no insertarse propiamente en ninguna de las de sus mujeres sucesivas o simultáneas, como la situación relativa al dicho de los “dos o más frentes” femeninos, que no representan sino varias de familias a las que proveer. El varón como macho no se concibe sólo en la experiencia con una mujer; esto no es suficiente para demostrar machura. Es necesaria la experiencia sexual con varias mujeres para lograr un intercambio desigual a favor en la circulación general de mujeres. Como un “aprovechado” acumula vaginas. Este juego de machura se completa con la prescripción de tener hijos con cada mujer, al mismo tiempo   la mujer necesita de la ocasión de un varón para cumplir con su prescripción de ser realmente madre. Este camino es doloroso para el varón, precisamente por estar orientado por el principio o ideal del placer, que, como pulsión de muerte, siempre tiene un tope de nocividad, generador de fracasos en las relaciones sociales interactivas (Cf. Batista, 2001)..
      En esta situación, el problema se profundiza en la medida en que desatendido por la
madre (y por supuesto por el padre que fue y es otro desatendido como varón), el varón “se hace el desatendido”, es decir, acepta el desentendimiento en que lo coloca la desatención  de la familia (la madre) “Déjenlo, él es un varón”, dice la madre cuando otra figura familiar (hermana, hija, nieta) trata de ocuparse del problema de un varón de la familia. Culmina el problema cuando el proceso se cierra con el disfrute o placer que se desprende de dicho desentendimiento y desatención, y es el referido a la falta de cultivo de la responsabilidad en el varón por las cosas y los asuntos sociales que  se contiene en aquéllos elementos culturales aludios. Entrar en este mundo y permanecer en él es realmente “sabroso”, pues nada preocupa. Este resultado de irresponsabilidad, que lo produce la madre con el sobreconsentimiento al hijo varón, es paradigmático de lo que ocurre con la misma dinámica en las otras figuras familiares y actores sociales, es decir, es el esquema de comportamiento sociocultural de hombres y mujeres, adultos y jóvenes. Se trata del montaje del edipo cultural.
      La producción de un varón en Venezuela es coherente, del principio al fin, con el
principio del placer, y ello marca toda nuestra problemática social, esto es, el horror a enfrentar la realidad y trabajarla para darle soluciones. Hay que ver el pánico que tiene el venezolano a penas se nombran asuntos societales, de compromiso y responsabilidades. Trabajar no es hacer cosas, muchas cosas, sino un proceso de elaboración, de saber empezar y terminar bien todo proceso o hecho. J. B. Urbaneja decía que “el venezolano piensa hasta la mitad”, según lo cita su hijo, Diego B. Urbaneja el 19 de Noviembre de 1989. No nos extraña que los conceptos se apliquen a medias o al revés, así que “manguareo” sea la traducción de “trabajo”, y el que “importa” se cree que es un “productor”. El “pensamiento a medias” se conjuga con el símbolo y práctica del “vagabundeo”, de la superficialidad y de no obtener logros terminantes, pues siempre su destino es dar rodeos sin llegar a un sitio final que le permita trabajarlo y apropiárselo con un dominio de justicia. Todo hombre en Venezuela es potencialmente un vagabundo, porque el pensamiento fabrica además así a todo varón, porque si no es tal se le pensaría como afeminado. El varón es un macho que tiene que irse de su familia para merodear en torno a las mujeres (destino polígamo). “La diversión de los hombres en este país es ir a buscar mujeres”, dice Francia en el barrio La Cruz. de Caracas. Sin embargo, su dificultad de emparejarse, de enamorarse de veras, corre paralela con la producción de su ser solitario (el macho) y su ser consentido o placentero. El macho  es un ser muy primitivo, dice Lacan (1977; Cf. Balandier, 1975). Entre eso se debate el joven varón en Venezuela, que a la larga y de inmediato repercute en el sentido de hacer sociedad en el país, esto es, sobre una catástrofe sexual representada por el “macho criollo” es difícil levantar una sociedad de entendimiento. Y sin entendimiento (acuerdos, pactos, consensos) es difícil la existencia de la “convivencia social”. La demostración de esto en Venezuela la hemos demostrado en otros lugares (Hurtado, 1995a, 1999).
      En Venezuela, es pan comido el que todo el mundo eche la culpa al gobierno y sus
políticas, y es verdad que la tienen. Pero ello es sólo una parte del asunto; como el pico del “iceberg” se halla bamboleado por la dinámica de la enorme masa de hielo, que escondido, lo soporta. El problema radical se ubica en la dinámica de dicha masa, es decir, en el tipo de colectivo, su cultura, y de su inconsciente colectivo (Cf. Martínez, 1994). Sin embargo, en Venezuela, este inconsciente no supone que se encuentra tan escondido como pareciera, pues no es difícil observarlo desde una pequeña distancia con carácter comparativo. Así, superado el “complejo familiar”, los portadores de la cultura, y por supuesto los no portadores, pueden ver y analizar sin vicisitudes mayores el inconsciente étnico o cultural venezolano del que hemos venido hablando.

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Publicado en el libro de Samuel Hurtado Salazar: Contratiempos entre cultura y sociedad en Venezuela, Ediciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013.