viernes, 29 de marzo de 2024

DESLINDES SUBJETIVOS Y SOBREPOSICIÓN DE LA MIRADA CREADORA


 Monición. El perro pastor otea de lejos al rebaño de ovejas, vigila, controla y organiza su orden más allá de su lógica de manada. La observación como acto se encuentra ya en el comportamiento de las cosas.

 La conciencia creadora se remonta entre los deslindes subjetivos del conocimiento.
 

Tenemos que distinguir entre investigación y observación, siendo ésta el posible origen de aquélla. Parecida distinción hay que hacer entre ciencias del comportamiento y las llamadas ciencias exactas concebidas como del no comportamiento. Porque nos ceñimos a la observación en las ciencias del comportamiento. 

Uno de los problemas consiste en que en la observación del comportamiento no se trata de reducir los fenómenos a cosas manipulables y por lo tanto a objetivarlas en frío como si no existieran los significados en las mismas con relación al pensamiento humano, más bien se trataría de salvarlas con respecto al posible peligro subjetivista que significaría el pensamiento. Pero el asunto consiste en que las cosas que tienen un interés humano, deben dejar sentado ese interés en su trato de cosas, y por lo tanto dejar que éstas se mantengan en su ser, en lo que son.

Al referirnos a los comportamientos humanos, éstos sólo pueden ser objetos científicos cuando se les piense en toda su humanidad. La relación de observación de los mismos entra así en una dimensión ubicada más allá de un método salvador del comportamiento en su objetividad, adaptado con disimulo a las técnicas de las ciencias exactas. Se confunde aquí lo científico con lo cuantificable, emergiendo aquí las ansiedades del investigador de campo con respecto a su observación. 

En la díada de la observación donde la subjetividad transita del lado del observador y la objetividad al lado del observado que a su vez adopta como analizando la pauta de ser observador del observador mismo, la complejidad de las miradas se torna en un laberinto donde asoma el aparente descontrol. Por eso, “Lewis como Nadel dudan que ésta [psicoanalizarse antes de ir al campo] sea una solución adecuada, en la medida que el propio proceso psicoanalítico añade una mayor complejidad a la comprensión del proceso investigador” (López Coira, 203). Esto puede ser cierto, pero referido a la investigación, y no a la observación de carácter psicosocial, que debe atenerse a los métodos científicos básicos. Si la observación va a encuadrarse en una investigación, lo primero que debe plantearse es la orientación teórica de una investigación del comportamiento humano a partir de la variable intermedia o independiente, como primera decisión básica metodológica  (Cf. Devereux, 1989b: 34)[1].

Aunque estamos abocados al hecho de que la observación lo asume como protagonista el observador, complementado con la contra-observación del observado de retorno sobre el observador, sin embargo, no se cimenta el planteamiento de la investigación de la ciencia del comportamiento en que el procedimiento lo constituye la observación de un observador sobre un sujeto observado. Pues se trata de un modo preciso de que el análisis científico se lleva a cabo en torno a una acción recíproca entre los dos polos relativos de la observación, el observador y el observado, “en una situación donde son al mismo tiempo observadores para sí y sujetos [objetos] para el otro. Pero incluso en ese caso hay que aclarar lógicamente la índole y el lugar de deslinde entre los dos, porque los intentos experimentales de crear esos deslindes siempre fallan, por ser lógica y prácticamente contraproducentes” (Devereux, 1989b: 331).

El vocablo observación no tiene justificación sino dentro de la lógica de una acción recíproca donde es necesario determinar el deslinde entre los dos polos en especie. En tal acción recíproca, cualquier técnica o instrumento que procure detener la información sobre el observador por parte del observado muestra las resistencias o las ausencias u olvidos sobre el observado mismo. Porque en este caso se pretende negar la conciencia de sí que no puede dejar de tener el observado; por otra parte, es más saludable y de amplitud científica que el observado tenga también esa conciencia para que pueda hacer enunciados acerca de enunciados, como la detenta el observador de sí mismo. 

Es como se asienta la observación recíproca para que la operación sea pertinente; de este modo uno y otro sujeto se precisan de acuerdo al papel que pueden desempeñar en la  acción justificadamente. La información a que de lugar la situación de la acción recíproca se convierte en parte de su resultado procedimental total.  Lo que importa es que esto pueda suceder, sea haciendo que el observador se observe también a sí mismo, sea haciendo que un segundo observador observe al observador. Pero debe entenderse que, aun cuando esto se haga coincidiendo con la observación de un sujeto, lógicamente es un experimento separado” (Devereux, 1989b: 333).                     

 ¿Cómo se cuantifica un significado, si lo que hacemos es ponerlo a circular, y ser movible, con su sentido particular para que tenga razón de su existencia y, como tal, de su realización? En este problema existe una doble dimensión, la que tiene que ver con la situación en que  se coloca el observador, y la que lo relaciona con su conciencia creadora. Entre esos marcos se mueve el deslinde permanentemente entre el observador y el observado.

Cuando se toma en cuenta la situación con la que se introduce el observador en la acción de observación, se obtiene una ventaja esencial, en la medida que lo hace observador y cómo es la realidad de esa función. Porque entonces no es pensada la situación como una perturbación de la índole que se quiera sino como una principal y por supuesto indispensable perturbación con respecto de los datos que aporta de un modo pertinente y a su vez con sustento complementario. La ventaja tiene que ver con efectos que suelen venir de la observación y que tienen que ser aprovechados tanto de parte del observador como de parte de observado. Según esto encontramos la tentación de caer en la hiper-valoración del sentido común del observador, frente a la sub-valoración aberrante, sofística, sobrevenida para con el observado. Así como si la luz viene y se proyecta desde el observador y la sombra se reconcentra en el observado. 

Creyéndose así el científico puede caer en acrobacias de sentido, en vez de generar estrategias metodológicas. “El científico verdadero no es un glorioso ‘idiot savant’ campeón de ajedrez, sino un creador. Tal vez no pueda compararse con una veloz calculadora, en realidad, como Henri Poincaré ‘príncipe de la matemáticas’, es posible que ni siquiera sea capaz de sumar debidamente. Lo que puede hacer es crear un nuevo mundo de ciencia. Mediante un entretenido truco de salón podrá resolver aritméticamente en 50 páginas un problema que el álgebra o el cálculo pueden resolver en tres líneas, pero no está ‘haciendo ciencia’”  (Devereux, 1989b: 56).

Aquí estamos entre el experto o el entendido en una técnica y el creador de mundos de conocimientos, entre el hacer ciencia de la conducta con una actitud de impersonalidad esquizoide y la habilidad técnica de imitadores de figuras del arte. “Lo que más se necesita es la reintroducción de la Vida en las ciencia de la vida, y la reinstalación del observador en la situación observacional, mediante la adhesión constante a la advertencia de un gran matemático: ‘¡Busca la simplicidad, pero desconfía de ella!’” (Devereux, 1989b: 57)[2].

El deslinde permanente entre el observador y el observado revela la conciencia creadora que supone la acción recíproca en la díada subjetiva. El deslinde se presenta como un hecho ‘móvil’ al mismo tiempo que se desplaza de un modo discontinuo, y se regenera constantemente en la relación recíproca de los sujetos. Su lugar apropiado sólo puede ajustarse oportunamente (carpe diem). El procedimiento para precisar su lugar tiene su dificultad porque “en realidad es un traslape constantemente regenerado” (Devereux, 1989b: 336). 

Para lograr el deslinde  entre objeto y observador es necesario contar con una conciencia creadora por parte del observador. Tal es así que en la actividad científica del observador se presenta la suerte como dimensión del éxito o el fracaso de la investigación. Dicha suerte no está en los libros a disposición de la biblioteca apropiada, ni en la burocracia como infraestructura de la organización institucional del conocimiento, tampoco está en el diseño del corpus y sus técnicas incluidas; la suerte de la producción del conocimiento se encuentra en los esfuerzos creadores de la persona del investigador.

Son esfuerzos porque se trata de una base de operaciones a organizar, disponer y aplicar de acuerdo a la preparación, experticias, compromiso en las búsquedas de soluciones y finalmente en la imaginación que inventa estrategias de explicación conceptuales por parte de los ánimos e inteligencia del investigador. Es en la persona de éste que se concentra el interés por el locus del deslinde que debe proyectarse entre objeto y observador. 

Son esfuerzos que implican trabajo, pero que no son necesariamente trabajosos; son esfuerzos de búsqueda y atrevimiento en la inventiva por avanzar por caminos inéditos y que equivalen a la recomendación de “esforzaos en aspirar” a algo más, que puede ser lo mejor, tanto en experimentación, originalidad, innovación, así como en la construcción de modelos conceptuales. Y aquí comienza el proceso de investigación, cuando se ha dejado atrás el fenómeno, el tema y el objetivo, que quedan distanciados, y hasta el problema que queda de lado, porque ahora el observador en cuanto investigador se enfrenta con su invención conceptual y ésta se presenta preveniente esperando la respuesta explicativa del creador de la misma.

En esos esfuerzos creadores se encuentra ahora la verdad del pensamiento que puja por dar a luz las ráfagas del conocimiento explicativo. Es el escenario que nos dice qué pasa al interior del observador ya no como interior personal influyente en la construcción del dato, sino del interior del observador que como científico realiza la construcción teórica del dato (Cf. Bourdieu,  Chamboredon y Passeron, 73-78) y por lo tanto, cómo en su ecología social interior, el observador es productor con sus medios de producción intrínseca que acontecen como elementos productivos en el interior del investigador mismo. El observador en cuanto investigador no sólo es necesario como elemento genérico, sino también es intrínsecamente esencial como elemento específico, y por lo tanto como situación elemental que desprende el él y desde él y actúa en cuanto significante[3]

Ya el entendimiento del dato emergente (o emergido) no tiene otra suerte que la que ocurre en la mente del observador, de modo que el dato ya no se estudia allá afuera sino allí adentro como tal. El dato corre la suerte de su construcción ya sea en la oficina de estudio ya sea que el investigador remonte su presencia imaginativa allí donde esté el dato y haga a éste funcionar como si estuviera dentro del mismo. Desde que llegó la metodología analítica, se puso a valer al autor de la construcción de los hechos; no tanto nos preocupa como sujetos críticos la construcción impersonal, sino la persona que como autor realizó su trabajo, porque el interés viene en torno a la forma de la construcción, es decir, en cómo se hizo o trabajó el dato a partir de la persona construccionista como autor. 

Buena parte de la ciencia social moderna se debe a esta atención en el estudio de los problemas sociales y culturales acontecidos en el observador. En este proceso topamos con los conflictos y compulsiones del observador que se introducen en el acto de la observación, que a su vez serán hitos básicos para determinar el lugar del deslinde entre objeto y observador. Entre ese escenario de conflictos y de ideas en búsqueda, se inmiscuye también la conciencia del observador, propiciando no sólo la mentalidad ideológica del mismo, como también su reacciones de emotividad perceptiva.

BIBIOGRAFÍA

Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Chamboredon y Lean-Claude

 Passeron (2011)[1975]. El oficio de sociólogo. 

Presupuestos epistemológicos. Buenos Aires: 

Siglo XXI editores.

Devereux, Georg (1989b). De la ansiedad al método en las ciencias 

del comportamiento. México: Siglo XXI, 5ª edición.

López Coira, Miguel María (1991). “La influencia de la ecuación

personal en la investigación antropológica o la mirada

 interior”. En María Cátedra, Los españoles vistos por 

los antropólogos. Madrid: Júcar Universidad, 187- 222.

 



[1]Un fenómeno se convierte en dato para una ciencia particular sólo siendo explicado en función de las variables intermedias características de esa ciencia. Ningún fenómeno, por limitado y específico que sea, pertenece a priori a ninguna disciplina en particular. Se le asigna a determinada disciplina por el modo de su explicación y es esta ‘asignación’ la que transforma un fenómeno (acontecimiento) en un dato, y concreta-mente en el dato de una disciplina determinada [Devereux, 1965ª, Devereux y Forrest, 1967]. Del mismo modo que no hay fenómenos preasignados, tampoco hay datos inasignados” (Devereux, 1989b: 41).

                “Dado que sólo el tipo de teoría que uno emplea determina si un fenómeno dado se convertirá en dato para una ciencia más que para otra, es necesario examinar los procedimientos que vuelven dato de la ciencia del comportamiento un hecho relativo a un organismo vivo. En la investigación de la ciencia del comportamiento, el principal de estos procedimientos es el que define la posición del observador en la situación a que se hace producir datos de la ciencia del comportamiento” (Devereux, 1989b: 43)

[2] El hecho de que cada uno de los dos sea así ‘el observador’ para sí mismo y el ‘observado’ para el otro subyace a todas las (supuestas) perturbaciones debidas al hecho de haberse realizado un experimento. El conocimiento, hasta ahora tratado como ‘perjudicial’ –o como ‘ruido’ en teoría de la información— es un dato clave para las ciencias de la vida, que reintroduce la conciencia incuso en los experimentos destinados a eliminarlos. En cada experimento hay dos eventos discretos (‘einsteinianos’) ‘en el observador’: uno en el observador y otro en el observado. Estos problemas de conocimiento no pueden presentarse en el estudio de lo inanimado y esto a pesar del ‘principio de indeterminación’” (Devereux, 1989b: 57).

[3] “Si es evidente que los automatismos adquiridos posibilitan la economía de una invención permanente, hay que cuidarse de la creencia de que el sujeto de la creación científica es un automaton spirituale que obedece a los organizados mecanismos de una programación metodológica constituida de una vez para siempre, y por lo tanto encerrar al investigador en los límites de una ciega sumisión a un programa que excluye la reflexión sobre el programa, reflexión que es condición de invención de nuevos programas… como lo observó Stuart Mill ‘la invención puede ser cultivada’, es decir, que una explicitación de la lógica del descubrimiento, por parcial que parezca, puede contribuir a la racionalización del aprendizaje de las aptitudes para la creación” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 22).

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VI. Acápite del texto de Samuel Hurtado: "Panóptico Etno-sicoanalítico en las ciencias del comportamiento. El acto de observación". Caracas, 10 de abril de 2023.