viernes, 26 de octubre de 2018

PAÍS DE LA VERDAD A OSCURAS, ¿QUÉ SERÁ DE NOSOTROS?


















 La baja y arenosa playa y el pino  enano,
la bahía y la larga línea del horizonte.
¡Qué lejos yo de casa!
La sal y el olor de sal del aire del océano
y las redondas piedras que pule la marea.
¿Cuándo arribará el barco?
Los vestigios quemados, rotos, carbonizados,
y la profunda huella dejada por la rueda.
¿Por  qué es tan viejo el mundo?
Las olas cabrilleantes y el cielo inmenso y gris
surcado por las lentas gaviotas y los cuervos.
¿Dónde todos los muertos?
El delicado sauce doblado hacia el fangal,
el gran casco podrido y los flotantes troncos.
¡La vida trae la pena!
Y, entre pinos oscuros y por la orilla lisa
el viento fustigando. El viento, ¡siempre el viento!
¿Qué será de nosotros?
George SANTAYANA: “Cape Cod”,
en F. Savater, Diccionario Filosófico,
Bogotá: Ed. Planeta, 1995: 345-346.

 De camino entre las patrias macilentas, uno ya no sabe adónde va. No es cuestión de identidad, que muchas veces por su tufo a estupidez, todo lo embrolla. Trata de limitarte a un lugar, cuando el asunto apunta a una acción trascendente, de saber viajar por la vida, y la vida ya tiene sus dificultades.

¡Qué penosas se ponen las patrias!

Atragantado llevo ese camino, no sé si más o menos como Santayana, madrileño de raíces abulenses, criado en Boston y educado en Harvard, muerto y enterrado en Roma. Aquellas mis patrias se vuelven añicos ante mi pensamiento escrutador. A su vez el pensamiento se siente fustigado por los vientos de la historia -¡siempre la historia!- cuando llegan las encrucijadas vitales. Sin remedio se encuentra zarandeado como una veleta, incapaz de diagnosticar la fuerza y la orientación de esos vientos, que originan las alternativas sin solución al menos inmediata.

De ida y vuelta a aquellas patrias, nunca me vi sobrecogido por tanta perplejidad: la patria lejana es pensada desde la patria cercana, y a su vez la patria cercana es analizada su viabilidad desde la patria lejana o primera. El embrollo es tal que el mismo pensamiento se opaca en los límites del cansancio. La imaginación, su soporte, también se embota como ventana cerrada para visualizar proyectos que lanzados delante guíen la acción a tomar.

La perplejidad cunde cuando se siente que la patria cercana o segunda contiene un país con su verdad oscurecida.

¡Qué será de nosotros?

No encuentro consuelo dentro de un mundo que vive de “meterse mentiras”, añadiendo que no tiene interés alguno de “aprender a mentirse” sobre su verdad.

Las mentiras se meten sobre preocupaciones superficiales, fuera de lugar, sobre cosas que no importan, o son materia gruesa con propósito de timar. La coba endulza, lubrica y hasta refuerza esa artimaña. Y si es con artimaña brujesca para un pueblo que vive de la magia como el venezolano, el proceso queda cuadrado. Un pueblo que gusta que le prometan, y que no se ocupa de que las promesas se cumplan, es propicio para que el poder le meta mentiras sin compadecerse de él. Ello ocurrió como entrada a la civilización, entrada negativista, que critica Nietzsche.

En cambio aprender a meterse mentiras sobre la verdad existencial de un país obliga a la preocupación por entenderse a vivir en sociedad, esto es, a llegar a acuerdos con relación a cómo vivir juntos para lograr el bienestar de todos, en el sentido de ir mejorando la situación de vida. Es lo que se dice “jugar a sociedad” (según Simmel), de perder en algo particular que será compensado con ventajas que van a suponer una ganancia generalizada.

Asistí en España a largas conversaciones en la TV. Los debates se centraban en denunciar el pedigrí académico del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Pero la preocupación se extendió también a la denuncia de cuatro de ministros(as) de su gabinete. Naturalmente, rebotó el asunto al sentar también en el banquillo de los acusados al jefe del partido principal de la oposición, el partido popular (PP). Se mezclaron el posible engaño de la obtención de los títulos académicos y el propósito de la descalificación política. La crítica era puntual y ayudó a examinar la capacidad de los políticos que accedían a cargos de funcionarios. Este problema saneaba a los grupos políticos, pero lo realmente grave fue el daño que se causó a la institución académica de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Las  patas cortas de la política vilipendiaron al proyecto largo de la sociedad.

Entenderse para constituir sociedad no puede apoyarse en problemas de una personalidad sobresaliente, ni en prohombres tecnocráticos, ni en títulos académicos. No constituyen estos actores el origen del entendimiento con que se puede emprender el camino de la sociedad.

Si no son las personas, ni los prohombres, ni los títulos, ¿Cuál será la clave para lograr una buena calidad de gobierno de la sociedad? 

En cuestiones del poder no puede ser otro que el anclaje entre políticos y funcionarios; es este anclaje el que permite las condiciones de que la institución social se instituya con autonomía y fuerza propias. El individualismo cerreramente primitivo de los actores venezolanos, de carácter matrisocial, ni crea las condiciones, ni puede empujar una acción colectiva de ganar con ventajas. No han aprendido aún a saber mentirse a sí mismos (despojarse de envidias, intereses mezquinos, propósitos aviesos), y menos a colocarse en la recta de las ventajas donde ganamos todos.

¿Qué es lo que ocurre? Lo contrario, el resultado donde absolutamente perdemos todos, aun los que detentan el poder. Las cuentas son regresivas para todos en una situación común donde todo absolutamente todo (economía, política, cultura, moral, entusiasmo, lo festivo) se viene abajo.

Desde tal individualismo primario no hay capacidad de ceder (perder) parte de los propios intereses, como porción de las pérdidas egolátricas (aprender a perder es –como- meterse mentiras a uno mismo en público, y eso en la condición de que el aprendizaje sea en el espacio colectivo y público). Como reactivo, es el colectivo como acción pública el que proporcionará las ventajas colectivas para ganar todos.

El resultado lo constituye la institución de la sociedad: darse unas normas o leyes a las que todos nos comprometemos a cumplir. El que se haga el loco y las trasgreda, lo instituido de la sociedad le pedirá cuentas y lo penalizará. Sin penalizar los incumplimientos de la norma, ninguna sociedad puede funcionar. No ya no tener proyectos, es que ni los propósitos de  funcionar pueden existir para constatar si aquí hay sociedad.

Si fallan los trasportes públicos, los hospitales no pueden prestar servicios, las escuelas y universidades se encuentran postradas, sin recursos, empezando por la ausencia de profesores, de alumnos, sin tecnologías administrativas, los servicios de agua, luz, gas carentes de dichos insumos para el sobrevivir de la población, etc. el mísero funcionamiento de todos estos reglones sociales muestran un país de mentira o un país a media verdad que tiene la gravedad de mentir dos veces, según Antonio Machado:
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra verdad.

De ahí la urgencia de remontar el altozano de mentiras que se yergue en nuestra sociedad. 

¿Acaso se cuenta en Venezuela con algún sitio donde exista el aprendizaje de "meterse mentiras de verdad" con el fin de instituir la sociedad y limpiarnos de nuestra perversas mentiras?

Este sitio es muy difícil encontrarlo en un territorio social donde domine la magia, la recolección de enseres, esto es, donde se coseche sin sembrar, y donde el anclaje se efectúa entre la creencia (mágica) y el poder (político). 

El gran sociólogo francés, Alain Touraine, en Crítica a la Modernidad sostiene que donde hay magia, no puede haber proyecto de sociedad. No puede darse el síndrome de meter mentiras al pueblo por parte del poder (en ejercicio o en oposición) con el aprender a meterse mentiras con objeto de deponer algún poder avieso, que se interpone en los proyectos del bien común.

Ante este dilema se encuentra Simón Rodríguez (el maestro del Libertador) que en su Defensa de Bolívar asienta:

“Alborotar a un pueblo por sorpresa o seducirlo con promesas, es fácil; constituirlo, es muy difícil: por un motivo cualquiera se puede emprender lo primero; en las medidas que se toman para lo segundo se descubre si en el alboroto o en la seducción hubo proyecto; y el proyecto es el que honra o deshonra los procedimientos; donde no hay proyecto no hay mérito”.

En el alboroto o seducción he aquí la metida de mentiras; en el proyecto se muestra el mérito del aprendizaje de la verdad a partir se saberse guardar para sí los intereses, egoísmos, y del hago lo que me da la gana.

¿Se le puede decir la verdad al pueblo venezolano?

¿La aceptará si alguien se la dice?

¿Aceptarán los líderes que hasta ahora no le han dicho la verdad al pueblo venezolano, y que ni a ellos mismos se han dicho la verdad del país, y que ni ellos mismos están convertidos de verdad a la salvación del pueblo venezolano?

¿Por qué fracasan los países?

Los países no son obra de uno solo: sea prohombre, héroe patrio, comandante eterno… Solamente representan la verdad a medias y a la larga oscurecida. La verdad no puede ser de un particular. El poeta Antonio Machado en sus Proverbios y Cantares, dedicados a José Ortega y Gasset, nos lo recuerda: 
 
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

Los países son obra de muchos, y como tal debe macerarse a lo largo del tiempo. No es por lo tanto la obra de una generación sola, sino del anclaje de todas ellas, en la medida en que se van sucediendo la sabiduría de los mayores, la imaginación de los jóvenes y la socialización oportuna de los niños. Sucesión y suma de todo ello en la medida que se va instituyendo, para tener la seguridad y la ventaja que ello colabora con la institucionalidad del país.

La preocupación por problemas particulares que proponen los individuos, grupos y aún clases (políticas, económicas, culturales…) no aportarán mucho, más bien nada, a la posibilidad de un proyecto de sociedad y su país. En lo tocante al fracaso de los países son las instituciones las que importan cuando miramos a lo largo del tiempo y el desarrollo del capital social. En dicho desarrollo lo que debe preocupar es la reputación y calidad de las instituciones (la justicia, la universidad, el hospital, el trasporte…)

¿Deberían los sociólogos dirigir la sociedad venezolana?

Si bien hay aplomo en muchos de ellos de diagnosticar e interpretar la sociedad, ese aplomo teórico, no evidencia un buen desempeño político social. Lo intelectual dilucida de lejos los problemas; cuando llega a los problemas de cerca, la visión intelectual puede caer, y suele hacerlo, en una tecnocracia sin desempeño político mejorado. Las tecnocracias carecen de imaginación y por lo mismo no saben inventar la verdad de meterse mentiras.

Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.

Como no ocurre el “invento” de aprender a meterse mentiras a sí misma la sociedad venezolana con objeto de guardarse los intereses particulares y lo que no importa, nos vienen los vientos, ¡siempre los vientos de meter mentiras con promesas incumplidas!,  fustigando nuestra imaginación. Con los mentideros de mentiras nos quedamos a oscuras…

¿Qué será de nosotros?