viernes, 30 de junio de 2023

CONTRATRANSFERENCIA E INSPECCIÓN TOTAL DEL HOMBRE


Dejamos de lado la faceta de las técnicas que ayudan a vivir con conciencia terapéutica las situaciones sociales de los participantes del grupo social. Más que la terapéutica, nos interesa ahora la epistemología en la investigación social, y por lo tanto la del examen de la práctica de investigación bajo el uso de la técnica objetivante por parte del sujeto observador, es decir, del examen de los instrumentos y los procesos de hacer ciencia social. Hemos de dejar atrás la epistemología mecanicista de un Newton (siglo XVII) y avanzar con las del Einstein y Heisenberg (siglo XX) para dejar de lado el estudio humanista del hombre naturalista que ‘observa los pájaros’, y remontar la idea del “hombre invisible que trata desesperadamente de no ser visto viendo a otros hombres”. No se ha tenido el suficiente coraje de pensar que se están introduciendo datos contaminados de muchas maneras en las Máquinas de la Verdad (Cf. La Barre, 11-12).

Lo pantanoso del asunto fue debido a que la psicología se desvió en su desarrollo neopitagórico, primero, y después, en su desarrollo clínico, donde el hombre fue pensado como un naturalista de ‘observador de pájaros’. Fue el psicoanálisis con Freud el que descubre que el hombre para ver a otro hombre tiene que empezar primero por verse a sí mismo mediante un autoanálisis, “si quiere observar a los demás con alguna corrección de las deformaciones que las observaciones padecen dentro de él mismo, en calidad de observador. El hombre que estudia al hombre no es tan fácil como parece. Porque él también ocupa en un universo relativista un espacio psicológico” (La Barre, 12).

La contratransferencia y la autobiografía están al acecho porque el observador va arropado con una cultura y una sociedad cuando va como sujeto individual a inmiscuirse en el trabajo de campo, por un lado, y por otro cuando va a interpretar los datos proporcionados por el análisis. Si su perspicacia no está disciplinada para lo que va a ver y analizar, puede ser que su ciencia turgente de motivos, ideas, imaginaciones, sospechas…, le jueguen una mala pasada. “Un dato fundamental de toda ciencia social (como señala Devereux sagazmente) es lo que sucede dentro del observador; en sentido amplio, sus propias reacciones de ‘contratransferencia’ como ser humano concreto”(La Barre, 13, subraya LB).                          

Entre el sujeto y el objeto se cierne el problema del hombre, como problema de la emergencia del conocimiento científico. Si para tener rango de científico el conocimiento no puede dejar de ser objetivo, como arsenal básico de su existencia, el problema del hombre que se interpone como faceta de la subjetividad es necesario enfrentarlo con el fin de solucionarlo. Devereux (1989b) lo ha examinado largamente en su experimento del pensar partiendo desde el fondo del deseo humano bajo la especie de la ansiedad ante el método, ansiedad ocurrida como reactiva a la presencia del método que suele oprimirnos de cara al emprendimiento de una investigación. Ansiedad que además se origina en la observación de cualquier fenómeno y que es necesario reconocer y administrar como investigador; la ansiedad propicia que surjan los gérmenes de desvíos y de hacer el camino de la observación a medias; empero su ambigüedad puede ser también fuente de aumento de la visión que influya en la mejoría de la observación[1].

Devereux remonta el método pasando más allá de cualquier dicotomía que aherroja la viandancia del pensamiento. “Suele decirse que las obras dedicadas a los seres humanos que son duras o blandas de ánimo. La mía no es de las unas ni de las otras, puesto que aspira a la objetividad en relación con esa terneza que hace imposible toda ciencia realista del comportamiento” (Devereux, 1989b: 23). Por supuesto que la construcción de la objetividad, más allá de la dicotomía de William James, pero atendiendo a la trascendentalidad de Kant (García Bacca, 58-59), para proseguir el intento de dicha construcción, implica no atajos, pero si contornear recovecos de ideologías que nos atajan en el camino del pensamiento, en este caso la ideología humanista. Y Devereux sigue consciente de ello:

 

“Cualquier libro que trata del hombre tiene un interés humano, y esto debe dejarse bien sentado. No creo que el Hombre necesite salvarse a sí mismo: le basta ser él mismo. El mundo necesita más de los hombres que de los ‘humanistas’. La Grecia del siglo v fue sencillamente humana; se hizo ‘humanista’ en reacción a los horrores de la guerra del Peloponeso. Esquilo, el combatiente de Maratón y poeta de las Euménides, no fue un humanista. Sócrates, figura de transición, fue más que un humanista. Platón fue un humanista, puesto que en nombre de la humanidad trató de salvar a ésta de sí misma” (Devereux, 1989b: 23-24).

 

Según esto, desaparece el hombre como sujeto, para ser tratado como un simple objeto, y por lo tanto expuesto a su manipulación. No porque al ser humano se le confronte con dureza de método, se llega a la auténtica ciencia de su comportamiento, porque el sujeto observado como objeto, tiene, puede tener, una reacción abierta o camuflada frente al sujeto observador en su propia operación subjetiva.

Encontramos aquí la técnica de la contratransferencia, y además las formas de cómo suelen variar las reacciones y contrarreaciones entre el sujeto y el objeto, especialmente cuando los sujetos se encuentran en los dos polos (observador y observado) de la interacción, los cuales se presentan a la vez como objetos mutuos en la misma escena social. Dicha variedad contra-reactiva se vuelve tornadiza y líquida en su desarrollo de historia de vida; la realidad aparece y desaparece de un modo consciente, pero sobre todo de un modo inconsciente, tanto que se la hace inmanejable para ser administrada subjetivamente. Es un proceso de interrelaciones que supone una activación homóloga de parte de uno y otro de los sujetos, sin embargo, resulta asimétrica debido a las diferencias que asume cada sujeto donde el observador juega el papel protagónico al colocarse desde sí como investigador científico. 

Es curioso en este desarrollo reactivo de carácter contratransferencial, cómo acontece en algún momento la contra-identidad principalmente del que es más zarandeado en cuanto sujeto ‘objetivamente’ observado. Lo objetivo se crea en la distancia o enajenación intersubjetiva asociada al analizando al verse desde otra persona que es significante en su rol social y emocional en cuanto observador calificado profesionalmente.

Entonces puede ocurrir, y de hecho ocurre, la identificación con el contrario, con el que está enfrente como ajeno, y por lo tanto como posible adversario, es decir, con el contrincante, donde puede generarse la posibilidad de un enemigo; entonces el proceso de comunicación en que se rastrea el proceso de recolección del dato sufre aviesas perturbaciones del sentido de las cosas. Devereux coloca el detalle etnográfico en el comienzo de su definición de la contratransferencia para indicar la gravedad en la distorsión del proceso de interacción:

 

“El analizando, en que se han ido desarrollando reacciones características para con una persona emocionalmente significante, tiende –a veces casi en forma de compulsión a la repetición— a reaccionar frente al analista como si él fuese aquella persona, y a veces lo hace deformando groseramente la realidad” (Devereux, 1989b: 69).

 

Caruso (1979: 125-128) insiste en que el analizado está expuesto a pérdida enajenante de la identidad (su base social), y para preservarla siempre realiza una contraofensiva que conduce al intercambio, condición previa a la ‘compulsión de la repetición’ o proceso de habituación a la realidad a asimilar. La confianza primordial (Erikson) se ha puesto en juego ante la realidad que representa el analista como su perturbador que ha llegado de improviso. Ante este peligro de difícil manejo, le sale al analizando la orientación lógica similar a la ‘identificación con el agresor’, como un mecanismo de defensa tal como lo califica Anna Freud. En términos contra-transferenciales, diremos que toman la forma de contra-ofensiva.

 

 “Para dominar el displacer que representa la agresión del mundo exterior en el equilibrio del individuo, éste tiene que tomar en serio a ese ‘agresor’ y no sólo temerlo o refugiarse en la regresión; mediante la identificación puede lenificar la situación para, de este modo, comprender qué es en realidad la hostilidad del mundo exterior y, si es posible, ponerle remedio” (Caruso, 1979: 126).

 

Estas contratransferencias y sus contraofensivas, ocurren, deben ocurrir, en el interior del observador mismo, allí donde se debe empezar con el despegue del insight funcionando casi como un cortocircuito para el propio observador. Por su parte, la Etnopsquiatría con su deriva social nos catapulta a observar una correspondencia entre el inconsciente y el mito, dos tremendos detectores del sentido en los espacios interiores del observador que deben iluminar desde sus puntos encendidos la ceguera en que nos coloca la realidad y su historia. 

Si en la deriva social del inconsciente se puede llegar a un estado de conciencia que tiene por meta la solución de problemas en la vida del hombre mismo, también la vertiente paralela del mito puede llegar a producir un estado de cultura que conduce a remediar las agresiones en que se presenta la realidad a los seres humanos.  Antes que todo el mundo exterior, pero con todo él, el inconsciente y el mito tienen consecuencias ya trágicas en el interior del científico en la medida que operan en un proceso contra-transferencial; si éste es tomado en serio, como debe serlo en los científicos de las ciencias del comportamiento, forzosamente genera una violencia socio-emocional en el ánimo del científico consigo mismo.  Tal como nos cuenta Devereux, después de justificar la modificación de la transferencia freudiana a la luz de la concepción einsteiniana de la fuente de los datos científicos (Devereux, 1989b, p. 19):

 

“Una cuenta aproximada muestra que en unos cuarenta pasajes hablo de mis puntos ciegos, ansiedades, inhibiciones y cosas semejantes. Así debía ser, porque para el científico de la conducta, el insight debe empezar por sí mismo” (Devereux, 1989b: 16).

 

Por su parte si no se puede alcanzar el principio mítico con la lógica científica, al menos podemos asistir a su espectáculo (es lo que significa teoría) propulsor de sentidos y sus operaciones, vivenciar simbólicamente su necesidad humana, aunque sea merced a una historia divina, y realizar a ésta como un memorial de eficacia respecto de la gracia incondicionada como proyecto también de lo humano. La misma ciencia contiene una “presencia mítica” en sus fundamentos (Kolakowski, 18), ignorada la cual no puede alcanzar como actividad social aquella realización de explicación de lo humano en sus fundamentos de convicción, según los valores; ni al científico le es permitido desarrollar su conversión (metanoia) al mundo (Cf. Bourdieu, 2008: 31). Así Devereux constata el deber identificando el mundo de los valores, que es una prolongación mítica, según Kolakowski. “Yo creo que lo que cura a nuestros pacientes no es lo que sabemos sino lo que somos y que debemos amar a nuestros pacientes” (Devereux, 1989b: 46-47). 

Esta demanda científica se hace transcendente a la ciencia misma en la medida que alcanza, que va alcanzando, su criticidad ética (ética, no puede ser de otra forma) y del mismo modo su demostración de objetividad al vislumbrar el proyecto de sociedad. Si la ciencia constituye uno de los perfiles de tal proyecto, también tiene que montarse sobre sus propios conceptos porque tiene como deber demostrar cada vez más dicho perfil como realidad sociohistórica que es. Esta conexión del mito con el inconsciente, muestra, en la práctica de la Etnopsiquiatría, la proyección necesaria que debe adoptar en psicoanálisis según la realidad cultural de la historia social.

Anidan allí en la consideración de la relación del sujeto con la objetividad, los choques emocionales en la doble dirección, la interior del observador consigo mismo, y la exterior o enajenada con el observado en tanto analizando. Pero siempre el comenzar acontece, debe acontecer, desde el sujeto para poder organizar la visión (óptica) de uno consigo mismo, es decir, con el insight por parte del que pretende realizar una prospección (visión proyectiva y en avance cognitivo), esto es, desde el investigador en las ciencias del comportamiento. Hacia ese tramo subjetivo como inicial, y hasta como momento iniciático del proyecto de investigación, nos detenemos estacionalmente en cuanto descripción del panóptico etnopsiquiátrico[2].

Encontramos aquí el problema de la esquizofrenia en los investigadores de la cultura que portan además como propia, y cuyos resultados de violencia socioemocional se muestran en choques sociales y culturales, sin ser referidos a desórdenes profesionales de disociación cognitiva, ni sin referirnos a los desórdenes de la modernidad. Esta aplicación epistemológica contiene una realidad ontológica del saber que pretende dar una solución a dicha aplicación y superarla en su formalidad misma, es decir, de pasar de una aplicación dicotómica a una tricotómica. Es lo que nos hemos propuesto y que bajo inspiración de Barroso (1987)[3] calificarla de aplicación ecológica social.

Porque se trata de aprender a pertenecernos unos a otros para saber ejercitarnos en el vivir juntos. Así en la observación debemos superar el encontronazo de la relación intergrupal, aún el observador consigo mismo debatiéndose en su propio interior inaceptado, hasta llegar al encuentro del intragrupo para situarse en el interior aceptable del nos-otros desde donde debe comenzar a verse la realidad exterior, la enajenada, la de los demás.

Mientras el observador participe de una esquizofrenia etno-mental que comienza con un odio a sí mismo, el acto de observación está también fracturado, dañado. En la esquizofrenia existe una incomprensión del mundo exterior asociada al negativismo social, según nos refiere Devereux (1973: 257), que en los portadores de la cultura matrisocial venezolana se extiende a todo un colectivo social lleno de complejos culturales y de dobles código que configuran a nivel simbólico una tendencia a generar un ‘ensalada de palabras’ en formulación de Devereux (1973: 254).

En consecuencia tenemos también el propósito de alertar sobre las causas de la distorsión técnica en la observación que afectan al modo de registrar los datos y luego a su interpretación; todo ello relacionado con la personalidad del investigador, como el primer resorte del instrumento metódico de configuración de la observación (Devereux, 1989b: 70-71; cf. López Coira, 1991).

El alcance de la objetividad está sometido a la emoción con que sistemáticamente opera el investigador, de un modo inconsciente, y que como fuente de error de dicho orden programado, resulta un lugar de limitaciones en el conocimiento. De ahí que sobrevenga imperativo el examen personal a nivel del insight intrapsíquico.

 

Referencias

Barroso, Manuel (1987). Autoestima: ecología o catástrofe.

Caracas: Galac.

Bourdieu, Pierre (2008) [1980]. El sentido práctico. Madrid:

Siglo XXI de España editores.

Caruso, Igor A. (1979). Narcisismo y socialización.

Fundamentos psicogenéticos de la conducta social.

México: Siglo XXI, 1979. Colección Mínima, 75.

Devereux, Georg (1973). Ensayos de etnopsiquiatría general.

Barcelona: Seix Barral.

Devereux, Georg (1989b). De la ansiedad al método en las

ciencias del comportamiento. México: Siglo XXI,

5ª edición.

García Bacca, Juan David (2004). “Potencias, posibilidades

e historia”. En García Bacca, Ensayos y estudios (II),

 Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 53-61.

Kolakowski, Leszek (2006) [1972]. La presencia del mito.

Buenos Aires: Amorrortu.

La Barre, Weston (1989). “Prefacio”. En G. Devereux

(1989b), De la ansiedad al método en las ciencias

del comportamiento”. México: Siglo XXI, 11-14.

López Coira, Miguel María (1991). “La influencia de la

ecuación personal en la investigación antropológica

o la mirada interior”. En María Cátedra, Los

españoles vistos por los antropólogos. Madrid:

Júcar Universidad, 187- 222.


[1] “Cuanto mayor ansiedad ocasiona un fenómeno, menos capaz parece el hombre de observarlo debidamente, de pensarlo objetivamente y de crear métodos adecuados para describirlo, entenderlo, controlarlo y pronosticarlo. No es casualidad que los tres hombres que más radicalmente modificaron nuestro concepto de hombre en el universo  --Copérnico, Darwin y Freud—nacieron en este orden… Si Freud hubiera sido contemporáneo de Copérnico y aún de Darwin, no hubiera podido crear el concepto psicoanalítico de hombre aunque hubiera habido los medios para recoger y comparar los datos brutos necesarios y é hubiera tenido acceso a ellos… Por cierto que lo más nuevo del psicoanálisis no es su teoría sino su posición metodológica” (Devereux, 1989b: 27). Metodología que supone una epistemología consistente, dirá en otro lugar (Devereux, 1989b: 351-353). 

[2] Veamos cómo Devereux argumenta el planteamiento de su libro. “El punto de partida de mi obra es una de las proposiciones más fundamentales de Freud, modificada a la luz de la concepción einsteiniana de la fuente de los datos científicos. Decía Freud que la transferencia es el dato más fundamental del psicoanálisis considerado como método de investigación. A la luz de la opinión de Einstein de que sólo podemos observar los acontecimientos ‘en’ el observador –de que sólo sabemos lo que sucede en y al aparato experimental, cuyo componente más importante es el observador— he ido un paso más allá por el camino que dejara Freud. Afirmo que es la contratransferencia y no la transferencia el dato de importancia más decisiva en toda la ciencia del comportamiento, porque la información que se puede sacar de la transferencia por lo general también puede obtenerse por otros medios, y no sucede así con la que proporciona el análisis de la contratransferencia. Es válida esta especificación, aunque transferencia y contratransferencia sean fenómenos conjugados e igualmente básicos; sencillamente porque el análisis de la contratransferencia es científicamente más productivo en datos acerca de la naturaleza del hombre” (Devereux, 1989b: 19).  

[3] “Podemos visualizar la autoestima como un continuo de energía que arranca de lo meramente biológico, desde las entrañas de la vida, pasando por lo sensorial, lo perceptual, hasta las imágenes, los conceptos y los símbolos de la persona. Dicho de otra forma, la autoestima abarca todas las experiencias de la persona al nivel que sea (Barroso, 42).

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Fragmento del artículo de Samuel Hurtado: "Panóptico Etnopsiquiátrico en las ciencias del comportamiento. El acto de observación" (Caracas, 10 de Abril 2023)