miércoles, 18 de noviembre de 2015

GRITO DE AUXILIO




Mes de noviembre 2015

Desde un panóptico intuitivo, parece que siempre vemos que nos sale un amo; unas veces hasta lo inventamos para auto-sentirnos a gusto con el sentimiento del otro enajenado. Hasta que lo sentimos como una noche, una luz ofuscadora, un rostro que se enciende y se apaga. Pero mi rostro al fin reivindica la autenticidad de mi mismo como un grito de auxilio en el magnífico BLUES DEL AMO de Antonio Gamoneda, el poeta de la ciudad de León.
 
Tal proceso también puede hacer historia en un país, al que siempre de alguna forma le sale un amo. La fragilidad del bien en la Venezuela actual propicia un autoritarismo caciquil (edípico venezolano) que produce un orden social asfixiante, que nos encierra en las colas, las residencias y las fronteras nacionales. Por tal motivo, se oye en esos sitios el grito de auxilio, magnificado como invocación al dios del tiempo: ¿CUÁNTO DURARÁ ESTO?. Es el corifeo de este mes. 

BLUES DEL AMO

Antonio Gamoneda
Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y ya voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro de mi amo.

Va a hacer diecinueve años
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza
y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más
y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

 Cuando esté un día delante de mi amo
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.

Antonio GAMONEDA: Blues castellano [1982].
Antología poética, Alianza, Madrid, 2008.

¿CUÁNTO DURARÁ ESTO?

cola frente a un supercado en Caracas
¿CUÁNTO DURARÁ ESTO?

Nuestras horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.

Antonio MACHADO: “Proverbios y Cantares”. Obras Complejas,
Austral, Madrid, 1962 [1913], IV, 153.

Abracé sobre mi pecho los dos medio-kilos de café. Los besé en el acto, como un gesto mágico.

Avancé unos pasos y el empleado me colocó encima tres envases de leche líquida de 1 litro cada uno. Embarazosamente sentí cómo en las dificultades podía ampliar mi capacidad para recibir la mercancía regulada de este miércoles 11 de noviembre. Había que mantener ese esfuerzo y con el equilibrio acorde para sostenerse, cargado como un carrito de supermercado. Todavía había que hacer otra cola para pagar en la caja.

Otra ocasión para otra conversación con otros compañeros de cola. 

El motivo lo ofrecían las etiquetas de identificación de los productos. El café venía de Nicaragua, la leche de Ecuador, dos países pertenecientes al ALBA[1]. Son los que aprovechan de la destrucción productiva de Venezuela para vendernos su trabajo en productos a costa de nuestra miseria como país que vive de la renta petrolera.

-Mira, los países amigotes producen, mientras nosotros hacemos cola como mendigos, apuntó el señor abogado.
-Nosotros comiendo lo que ellos nos tiren, como si fuéramos unos flojos, replicó la señora de tez morena y ojos brincones.
-No sé a dónde vamos a ir a parar en Venezuela. Cada vez tenemos menos y con la angustia de todos los días, se oyó una voz de fondo. Era una joven mujer con un niño en brazos. Su vestimenta sugerían que vivía en un barrio marginal de Caracas.

Avanzó la cola. Todos hicimos un nuevo juego de equilibrio con los productos. Había que sacar la cédula, también los billetes de la cartera.

-La inflación nos está matando, con un poco más de dinero y menos productos.
-Es verdad, a mí no me alcanzan los productos para las tres comidas.
-En El Nacional la noticia es que la inflación este año va a terminar en 200 por 100.

 Vimos como una señora metía los productos en una bolsa negra y opaca.

-¡Sí, la señora es precavida!
-Hace bien, los malandros con moto están robando mucho, y lo peor que si te resistes te dañan o te matan. Yo lo vi en los Símbolos[2].

Las colas frente a los supermercados se forman desde las noches, de madrugada, para esperar los productos que pueden llegar. Lo inquietante comienza porque no sabes si llegarán el día que te toque, o cuando llegarán, o si tendrás suerte en obtenerlos, o se los llevarán los aprovechados (empleados públicos, policías nacionales, guardias nacionales, guardia del pueblo, burocracia estatal): el resultado es que la gente del mismo gobierno quita la comida al pueblo.

La cola de hoy era por productos regulados en el Gamma. Era larga y lenta, tanta que me fue comiendo las tres horas y 22 minutos bajo un sol furibundo por la sequía del Niño. La mañana se perdía como el mejor tiempo para el trabajo, a su vez llena de cansancio y rebosante de ansiedad.

¿Cómo ganar en algo para soportar el desánimo?

Procuré ganar un poco de aliento en la conversación con los compañeros de cola ¡¡Conversación!! Esa medicina ética por excelencia. Se comulga con los problemas e inquietudes del país y se siente la redistribución neurótica como una prótesis de mutua ayuda ¡Psicoterapia! Mejor en un ambiente de respiración relajada, o de encuentro con amigos, o de intercambio festivo. No en esta situación cada vez más en picada hacia un fondo de miedo, de muerte abismal.

Una señora de la tercera edad soltó el interrogante traumático:

-¿Hasta cuándo durará esto? ¡¡¡Esto nunca había pasado en Venezuela!!!

Me subieron a la cabeza los ritmos de economías de guerra, de postguerra, de violencias generalizadas, como la que estamos viviendo cada vez con mayor intensidad en Venezuela. Me quedé sin saber, como en las nubes, hurgando en la realidad venezolana, esa que llevo 40 años investigando su sentido con mi aparato conceptual, de modelos cada vez más refinados, para ver cómo le doy alcance a las explicaciones que ofrece el mito etnocultural del país.

Había terminado de estudiar Las Culturas Fracasadas: El Talento y la Estupidez de las Sociedades, en busca de puntos de vista (teóricos) para mi investigación sobre los comportamientos sociales de la ciudad de Caracas. En su remate, su autor, José Antonio Marina, relata una breve historia que deja abierta la pregunta sobre la Fragilidad del Bien.

“Terminaré con una historia, que es casi una parábola. En pleno horror, Butros Ghali, secretario general de la ONU, visitó Sarajevo. En la conferencia de prensa, Vedrana Bozinovic, una joven que informaba para una estación de radio de Sarajevo, dijo lo siguiente: “También usted es culpable de cada mujer violada, de cada hombre, cada mujer, cada niño asesinados. Pensamos que usted es culpable de nuestro sufrimiento, ¿Qué espera usted para hacer algo? ¿Cuántas víctimas más hacen falta para que actúe usted? ¿No son suficientes 12.000? ¿Quiere 15.000 ó 20.000? ¿Bastará con eso?”.
“Butros Ghali dijo que la ONU quería la paz por medio de la negociación y que había en el mundo diez lugares peores que Sarajevo. Vedrana Bozinovic, llorando, dijo: “Nosotros estamos muriendo, señor Ghali, nos estamos muriendo. Butros Ghali respondió que se necesitaba tiempo para una solución pacífica. Vedrana Bozinovic preguntó cuánto tiempo y Butros Ghali contestó: “No puedo darle una fecha precisa”[3].

En la violencia generalizada de la Venezuela actual, la fragilidad del bien resulta más frágil aún por su imprevisibilidad, con el ritmo de la, al parecer, habituación (como defensa inercial) a que todas las semanas estén representadas por la serie (telenovelesca) de muertos, serie que por entregas se parece a la matanza lenta pero persistente de una comunidad nacional. Solo los fines de semana en Caracas se cuentan de 50 a 60 muertes violentas. Se acaba de informar por la radio que en la primera quincena del mes de noviembre en el país vamos por 216 muertes violentas. Si se añaden las amenazas de una hambruna en ciernes, el default, el cierre de fronteras con Colombia, nuestro vecino inmediato, la ley mordaza a la libertad de prensa, pensamiento y de opinión pública, estamos como objeto de un sancocho en cocina ardiendo.

¿Cuánto durará esto?

Hasta que los venezolanos queramos.

¿Acudirá la potencia del deseo a sostener la fragilidad del bien venezolano? Le vibra a uno la sensación de que el deseo venezolano se encuentra ante la tentación de su propia impotencia, que se parece al de una promesa para que no digan. La negatividad social que ciñe el mito matrisocial forja de algún modo el derrotismo que nos cierra el camino al horizonte de vernos en libertad.

Pero si el sentido del mito nos sitúa en nuestra desconfianza interior, la necesidad de la acción histórica y el desafío de sobrevivir como sociedad pueden a su vez sobreabundar en proposiciones salvadoras. No es la hora del conocimiento, sino del deseo con voluntad. Solamente este deseo hace que las sociedades se coloquen sobre sus propios hombros para superarse a sí mismas.

La realización del deseo se encuentra en el trayecto del ser al deber ser. En ese trayecto, Ortega y Gasset[4] coloca el querer ser y el poder ser. Sin poder ser, el querer ser queda en una impotencia fantaseada. Sin deseo y sin capacidad de valor y de recursos, la meta última de la ética (el deber ser), se desfonda en una formidable abstracción. Esa abstracción que se confunde con las utopías.

¿Estaremos en Venezuela fuera de lo concreto real que piden el deseo y el poder? ¿O vagamos sin saber ni poder orientarnos, ayunos de pasado y acaso también sin futuro, siempre a merced de la magia del caciquismo y el espectáculo político?

Si miramos al pasado, caemos en la tentación de quedarnos en él y recitarlo como un cuento distractivo. Peor aún cuando lo utilizamos como arsenal de los orígenes de nuestros males. Sobre-analizar los grupos de origen (indios, negros y blancos) puede deslumbrar la síntesis de lo que actualmente somos: una abigarrada mezcla de elementos culturales, y desviarnos del futuro que es donde están esperando nuestras soluciones como sociedad.

Si la sociedad humana se presenta como un proyecto con capacidad de perfeccionarse, no podemos quedarnos en el individuo tribal por ser una medida insuficiente. Las tareas locales de numerosos agentes representan conductas colectivas que logran resolver muchos problemas que trascienden la capacidad de un régimen caciquil y de cualquier individuo. Se necesita un mínimo común denominador en que se exprese el interés general de toda la comunidad social. La intervención del pensamiento es fundamental porque no se trata de saber muchas cosas sino de saber qué hacer con ellas.

En nuestro ambiente, la acción se diluye en el exceso del pensamiento criticón, que denunciamos en Venezuela como la criticadera a todo lo que ocurra como una manía cultural cruzada con envidias y resentimientos. La sociedad (y la sociedad moderna) no puede existir sin pensamiento crítico orientado a vigilar los desvíos de las soluciones a los problemas, y al mismo tiempo a alumbrar los caminos de las transformaciones, exigentes de colaboración y compromiso de toda la comunidad social.

Si es toda la sociedad la que debe aprender a innovarse a sí misma tiene que adquirir una inteligencia social. Esta se adquiere mediante una relación sapiente entre pensamiento y acción colectivos, mediante la cual adquiere la capacidad que una sociedad debe tener para resolver sus propios problemas a partir de que ella misma produce su propio capital social, es decir, de su implicación en la ampliación de las posibilidades vitales de sus ciudadanos.

Una solución se identifica por la eliminación de un obstáculo, que obstruye una oportunidad relacionada con una situación favorable al común de ciudadanos. A su vez es necesario acertar con la calidad de las soluciones, uno de cuyos criterios es establecer el corto, mediano y largo plazo de la misma. Otro criterio tiene que ver con la evaluación del capital social invertido en la solución de los problemas: las normas de convivencia, la resolución de conflictos, la participación ciudadana, la regulación emocional y la capacidad de las instituciones públicas.

El valor de la confianza reúne en su origen y desarrollo todos estos momentos sociales. Es, por lo tanto, el componente fundamental del capital social; se funda en el convencimiento de que todos comparten valores y normas de actuación que las hacen comunes, y que su transgresión está socialmente penalizada, lo que impide el despegue de toda impunidad. Una clara inteligencia social lo constituye el ser poco permisivo con los infractores.

¿Acaso Venezuela es una sociedad de escasa inteligencia social?

¿Cómo tener confianza en instituciones que no funcionan, en organizaciones que no cumplen con un buen servicio público asignado, en empleados públicos arbitrarios a los que en vez de exigirles el cumplimiento de su función, se les pide que nos atiendan como un favor?

Si las instituciones sociales son otro caso patente de capital social, ¿por dónde encontramos hoy en Venezuela que tal inversión pública sea para nuestro bienestar?

La confianza en las instituciones permite deponer el miedo que paraliza los emprendimientos, las ideas, las creatividades, las esperanzas de vivir mejor. Como el conflicto define la convivencia existencial entre los seres humanos, la justicia se dimensiona como contienda de fuerzas que están en marcha para la búsqueda de soluciones. Lo peor que suele ocurrirnos en Venezuela es la paralización de esas fuerzas (el poder para cumplir los deseos), debido a nuestra despreocupación en penalizar a los infractores, a nuestra fractura y distancia entre el decir y el hacer, a nuestra desidia por no enfrentar la desorganización de los servicios públicos, más bien en ser complacientes con propinas a los empleados públicos que terminan generando y justificando que sus servicios públicos sean arbitrarios.

¿Cuánto durará esto?

Hasta que Venezuela quiera aprender con inteligencia social la promoción ética en sus conductas.

Hasta que no interrumpa el afán expansivo de su derrotismo ético al decir esto no hay quien lo arregle. La sociedad venezolana aparece todavía como un gran descampado, donde no existe garantía alguna para nuestro vivir, sin hablar del vivir bien, el de la fragilidad del bien. Las construcciones morales de nuestra cultura matrisocial son trágicamente limitadas, a veces antisociales, para el desarrollo social y sus instituciones públicas. Así el conflicto nos envuelve terrible porque no se instituye para que se le sitúe en el principio de su solución.

¿Cómo construirnos un refugio moral?

Si bien el proyecto de aprender es función de la sociedad venezolana como un todo, sin embargo, cada individuo puede colocarse la mano en el pecho (símbolo de mirar al futuro) para interpelarse: 

¿Hago lo que puedo para que esto no dure tanto, si aún no tenemos fecha precisa?    


[1] Alianza Bolivariana para los Pueblos de América, fundada el 14 de diciembre de 2004. Los países integrantes son: Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Suriname, Venezuela y seis de las islas del Caribe. Está asociada al proyecto de Petrocaribe.
[2] Es una redoma (glorieta en Madrid) en cuyo frente está un supermercado de la cadena del gobierno identificada como Bicentenario.
[3] J. A. Marina: Las Culturas Fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades, Anagrama, Barcelona, 2011,  183-184.
[4] “La magia del deber ser”. En España Invertebrada, Edición de Francisco José Martín, Madrid, 2002 [1923), 177-180.