lunes, 7 de septiembre de 2020

LA ACEPTACIÓN DE PAÍS A CONTRATIEMPO



Todos los gestos anteriores a la deserción están 
 perdidos en el interior de la edad.


Imaginad un viajero alto en su lucidez y que los 
caminos se deshiciesen delante de sus pasos y que 
las ciudades cambiasen de lugar: el extravío no está en él, 
mas sí el furor y la inutilidad del viaje.


Así fue nuestra edad: atravesábamos las creencias.


Los que sabían gemir fueron amordazados por los que 
resistían la verdad, pero la verdad conducía a la traición.


Algunos aprendieron a viajar con su mordaza y éstos fueron 
más hábiles y adivinaron un país donde la traición no es 
necesaria: un país sin verdad.

Era un país cerrado; la opacidad era su única existencia.


Antonio Gamoneda. “Descripción de la mentira”.

Antología poética. Madrid: Alianza, 2008, 125-126

(fragmento).

-¿Soy yo sola o cada día me siento más ajena a mi país? Es duro admitirlo. Pero así me siento hoy. (Esteninf Olivarez: @estaninf. 10 de agosto 2020)


-Nunca hubiese creído que la mayoría de los venezolanos, sin dinero, ni agua, ni luz, ni gasolina, ni comida, ni hospitales, ni medicinas, ni gas, ni seguridad, ni trabajo, ni libertad, ni futuro serían tan pasivos ¡Cuánto cuesta creerlo! (Enrique Aristiguieta Gramko: @EAristiguieta. 10 de agosto 2020).


Tuve que prepararme duro durante 30 años de investigación, para recibir tal densidad del dato sobre la etnocultura venezolana en la entrevista con Juan Liscano (gran intelectual venezolano), y recibirla como un chorro de agua fría sobre mis espaldas de teórico de la cultura, y después, amasarla y explicarla en la investigación Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad. Fue una investigación realizada en la década de 1990 y presentada como defensa para ascender a Profesor Titular en la Universidad Central de Venezuela (Hurtado, 2000). 


¿Cuál es la verdad de este país llamado Venezuela?

¿Habrá que cotejarla con el grado de aceptación que le otorgue la gente que lo habita?


Por muchos lados se autocritican los venezolanos, pero lo hacen como catarsis (desahogo consigo mismos); todavía admitidos el análisis y su situación, no se da el salto a la aceptación interior de sí mismos, pese a que la situación que se desprende del análisis, se presente como remedio a los males aún aceptados con criticismo negativista.


En los discursos de los informantes consignados, donde  pareciera que se pretende afrontar la verdad (o el subterfugio) del país, se puede diseñar el avance del afrontamiento en tres escalas:


1) los informantes buscan explicar sensiblemente el problema que portan; resultan modelos de explicación con tinte dramático. No que no haya por qué o dónde o cómo explicar, sino que la intervención de explicar el problema de la ajenidad o la ninguneidad no conduce a mostrar una ausencia ¿de qué? Parece que todo apunta a la baja calidad de la existencia o que la existencia misma del país se pone en cuestión o que al final no hay explicación alguna por la evidencia que se siente de la situación tan negativa. Esta es aún una actitud de principiantes.


2) No sólo la explicación no tiene destino, sino que el sujeto que la porta, desembucha su explicación fenomenológica bajo la duda de admitirla por su sensible dureza o por la fatiga que causa a su entender en la conciencia, esto es, a su propio crédito que se había dado a sí mismo sobre el país en un tiempo anterior. Admitirlo con todo el peso de la realidad actualizada, es ya una actitud fuerte.


3) Queda lo más ‘duradero’ y la cuesta arriba de la aceptación. Aquí se ubica la raíz de la tragedia de ‘una nación llamada Venezuela’ (Carrera Damas, 1984), y que el venezolano con su etnocultura y en su vida diaria, desvía como farsa, y farsa de la más barata, la malanga. Los informantes no avanzan hasta su verdadero y serio drama con relación al problema del país y a su desafío de aceptarlo en su sustancia de país; llegar hasta este sitio implica una reflexión más honda para que la actitud sea perfecta: sólo la aceptación de sí mismo, como debe ser su amplificación en la del país, contiene las posibilidades de plantear el verdadero cambio de uno mismo y el del país.


La autenticidad social comienza en este principio máximo de la sabiduría: qué son para mí mi ‘persona’, mi ‘entorno’, mi ‘país’… (Guardini, 1992). La aceptación de esas realidades contiene una decisión que está más allá de mí mismo y la de mi país. Ni mi mismo y ni mi país han decido existir, sino que me he encontrado existiendo yo por mi parte, y así el país, por la suya. Decisión transcendente a la que debo acogerme como fundamento de mi existencia y la del país. Procurar la transformación de éste para mejorar mi entorno y mi existencia es la demostración suprema de que se tiene la capacidad de la aceptación de país.


La aceptación de sí mismo, cuando el problema ronda casi en los límites del desahucio, no resulta fácil su actualización: “Esto se lo llevó quién lo trajo”, termina la reacción en una evasión total, como polo opuesto a la aceptación.


Pero si no se acepta de entrada el diagnóstico del ‘otro’ como observador profesional (otro que puede titularse un médico político, por ejemplo); aún más de cerca, es decir, del propio diagnóstico que tientas tú a mostrar dada tu experiencia sensible, ¿cómo se van a aplicar los remedios terapéuticos?   


Dos escollos posibles con que se tropieza en la malanga del país: el propio diagnóstico sobre el país equivale a un auto-diagnóstico de mí mismo; aún y tomando distancias (críticas) de sentir en frío el desahucio con la fijación  con que actúa el talante cultural, el propio diagnóstico es orillado como realidad pese al esfuerzo invertido en su construcción: “Eso no tiene que ver conmigo”.


Emerge aquí como posibilidad real un grado de iracundia cuando se intentan fijar unos tramos con el objeto de permitir la bajada a la profundidad sistemáticamente sustancial  de la realidad en que viven los venezolanos respecto del juicio sobre su país. Todo ocurre cuando sienten una sospecha de que se puede bajar más al fondo, allí donde se encuentran las raíces aviesas sobre las que se configura el país; ese país que se disfruta tal como es, sin deseo alguno de cambiarlo aunque sea para mejor. Disfrute no indica ni significa estima de país, porque la estima exige la referencia a su verdad, referencia que está más allá del país mismo y su historia. La estima o amor del país coincide con la lógica de la aceptación, no así el disfrute y menos el placentero de carácter primario o bárbaro.


¿Será que siempre tiene que venir alguien ajeno, o un nativo del país que tuvo que extrañarse (hacerse el ajeno) mediante su situarse fuera del país, para poder con el tapabocas aguantar el tufo de lo que el colectivo social no desea ni pretende saber en qué hoyo de ninguneidad se encuentra? Pero ahí está el fondo del país sin variaciones en cuanto al placer, el resentimiento en funciones y con el escarmiento desactivado.


Los dos informantes se detienen ante la destrucción del país, y por un momento reflexionan sobre sí mismos para emitir su explicación, que queda en vilo. Su reacción les distancia del país, pero su consecuencia se torna en pánico, y ahí mismo se despiden de su trance reflexivo para no entrar en la locura: la una cierra la puerta a la ajenidad, el otro estampa su incredulidad con un portazo ante el quiebre de la lógica de su entendimiento. Ni una ni otro tenían un viento favorable porque se encontraron sin lugar a donde ir ante su amenazante asombro de país.


Aún quedando fuera de juego, su valentía, aunque a medias, deja constancia  no sólo de las huellas de la destrucción actual del país, también dejan entrever que el problema viene de un tiempo anterior que no imaginaron nunca, el de un país sin cuerpo institucional de sociedad, ni con alma de significados sociales en su etnocultura. Todo ello visible a la intemperie que puede delatar un espejo reconstructivo, o un retrato de artista mostrando los rasgos más significativos del país en su pintura, o un mito que un etnógrafo relata con un interés de explicar lo que pasa en el país sin zaherir con detalles de caricatura ni de bromear con la lógica del humor catártico.     


Al mirarse el mismo país en el espejo, en la pintura o en el mito, quisiera hacer desaparecer a los que desvelaron su sueño encantado de sí mismo. Desaparecerlos y como tal, de entrada, no aceptarlos, porque de aceptarlos es (sería) aceptarse a sí mismo como el espejo, la pintura del retrato o el mito que le diseñan su realidad auto-negada. Al hacer morir al desvelador, pareciera que éste se desapareciese de sí mismo como por arte de un espanto. Con el deseo del no-país y éste en destrucción, se eliminarían huellas referenciales del que colocó el espejo, del que hizo la pintura del retrato, del que relató el mito de la verdad y su significado vital en que se vino convirtiendo la realidad de país y la situación de catástrofe en que está actualizado en el presente.


Aún los precursores de esta delación por exfoliar a fondo la realidad del país, han titubeado o se han quedado como Dante ante las puertas del infierno al considerar la aceptación o no del país. Porque o su pensar tuvo una medida corta, o abrieron la puerta que da al sótano y la humedad les hizo preferir atravesar el umbral para otra ocasión. Sabían que si querían bajar al sótano, lleno de oscuridad humedecida, para aceptar la verdad del país, había que darle trabajo a una herramienta especializada en esa caverna, el psicoanálisis, y arrostrar sus resultados.


Algunos lo hicieron con el recurso ficcional acudiendo a la novela (Teresa de la Parra, 2007; Rómulo Gallegos, 1929). Otros quisieron llevarlo al manicomio u hospital psiquiátrico (Fernando Rísquez, 1982; Raúl Ramos Calles, 1984; Salvador Garmendia, 2000), los demás se estacionaron en el examen de la cultura como críticos culturales o su puesta en estética popular con motivo de invención de telenovelas (María Fernanda Palacios, 2001; José Ignacio Cabrujas y Julio César Mármol en 1984), o pretendieron averiguar vía la política el funcionamiento de la economía y la historia, esperando el análisis psiquiátrico (Carlos Rangel, 1982; Ramón José Velásquez, 1992). El requerimiento del psicoanálisis era una exigencia para penetrar en las honduras cavernícolas del país, y justificar su aceptación, y luego cómo asumir su aplicación.


¿Estaba, lo está, el país mismo preparado para aplicarse tal terapia psicodinámica? ¿Qué hubiese ocurrido si el título de Carlos Rangel hubiera sido ‘Del buen salvaje al buen samaritano’? Creo que me hubiera ahorrado en 1973 la quema del libro recién publicado por Monte Ávila, Del buen salvaje al buen revolucionario, en el campus de la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela. El ambiente de la ilusión revolucionaria, junto con el resentimiento de muchos estudiantes que vinieron de la Lucha Armada a inscribirse en dicha escuela después del decreto de Pacificación dictado por el presidente Rafael Caldera en 1970, hizo de yesca social en la quema. Con el buen samaritano, nos hubiéramos ahorrado el nostálgico altruismo del buen revolucionario, y pasado al altruismo humanitario de los hombres de buena voluntad, sin tanta ‘vergüenza criolla’ en un país vacuo de un proyecto de sociedad.


Es urgente desvelar la verdad del país para su aceptación, único principio desde donde  canalizar su verdadera transformación social. Es urgente porque detenerse como viandante ante el país venezolano y escrutar su verdad, su razón de ser en función de la historia del hombre, es develar su obligación que tiene de aportar a dicha historia los valores positivos que yacen dormidos en sus profundidades llenas de herrumbre. Ese aporte a la humanidad, acarrearía sacar a luz referenciales insondables que conducirían al crecimiento de ser del país venezolano y a eliminar la vergüenza criolla de la aceptación del país como principio de la estima del mismo. Desaparecería lo duro de admitirlo como ajenidad, y frente a la fatiga del entendimiento volvería el crédito que uno se da a sí mismo como dedicación a la mejora del país, su país.


No es posible todavía escuchar intervenciones, no recuerdo el año pero debió serlo en la década de 1990,  como la del bohemio caraqueño, Francisco Vera, que después de 500 años de vida en el país, todavía se siente extraño en el mismo. Tataranieto de los conquistadores y fundadores de país junto con los naturales encontrados (por sentado descubiertos), era una demostración de una etnogénesis aún sin consumar. Algunas tuercas parece que funcionan como antisociales, aún antes del funcionamiento del aparato de socialización primaria, en lo bio-psico-cultural del ser  venezolano: cuerpo, alma y etnicidad, cuya referencia ética es su objetividad en el proyecto de sociedad. El desorden étnico de la desorientación social parece que tiene que ver con la negativa a la aceptación del país por los descendientes, de fundadores y beneficiarios naturales, de la conformación etnogenesíaca de país. Lo dice nuestra aplicación etnopsicoanalítica desde hace 28 años.


Ya no hay tiempo para recontar errores propios o ajenos, ni buscar esencias extraterrestres o trans-históricas, ni armar cadenas de deducciones mito-temáticas, sino evolucionar con sentido, aceptar las leyes o normas según un proyecto ético-social, y atreverse a construir invenciones desde las propias posibilidades y deseos de ser con su moralidad conforme a lo que se debe ser. He aquí un sucinto programa para comenzar a aceptarse a sí mismo de cara a aceptar un país a construir desde sus propios comienzos, aún apetentes.


No debe existir el enojo de romper el espejo, ni destruir el retrato, ni apenas balbucear el mito. Todos muestran las señales de nuestra situación de país, y deben guardar como un palimpsesto las huellas de la verdad confusa con que mal-interpretamos el país. Ahora sí, nos deben mantener atentos a nuestra desvergüenza histórica de asociar nuestros talentos con la magia de lo azaroso, nuestro pensamiento creador con la ruleta de la suerte y las improvisaciones. Todo país, y el país venezolano también, son asuntos muy serios.


Porque el país es su gente que debe tener las necesidades resueltas según la categoría de derechos humanos, y sobre esa plataforma resuelta, disfrutar el país con identificaciones entonadas  conforme a la sensibilidad ciudadana, así como demostrar las variaciones en su felicidad, variaciones que indican la señal de riqueza en su vida social. Mientras tanto y sin haber aprendido la aceptación de país, estaremos en la agonía del que no sabe vivirla, a no ser con el sin-sabor de enajenados principiantes, a contratiempo. 


Bibliografía      

            

Cabrujas, José I. y J. C. Mármol (año 1984). La Dueña (telenovela venezolana)

Carrera Damas, Germán (1984). Una nación llamada Venezuela. Caracas: Monte Ávila.

Gallegos, Rómulo (1929). Doña Bárbara. Caracas: Ed. Araluce.

García Bacca, Juan D. (2009). Ensayos y escritos (III). Caracas: Fundación para

la Cultura Urbana.

Garmendia, S. (2000). “El país no sabe hablar”. Caracas. El Nacional, 23 julio.

Entrevista: Rubén Wisotzki.

Guardini, Romano (1992). La aceptación de sí mismo. Buenos Aires: Lumen.

Hurtado, S. (2000). Élite venezolana y proyecto de modernidad. Caracas: Eds. del

Rectorado, Universidad Central de V.

Palacios, M. F. (2001). Ifigenia. Mitología de la doncella criolla. Caracas: Angria.

Parra, Teresa de la (2007). Ifigenia. Madrid: Ediciones de Intervención Cultural

Ramos C., R. (1984). Los personajes de Rómulo Gallegos a través de psicoanálisis.

Caracas: Monte Ávila.

Rangel, Carlos (1982). Del buen salvaje al buen revolucionario. Caracas: Monte Ávila.

Rísquez, Fernando (1982). Conceptos de psicodinamia. Caracas: Monte Ávila.

Velásquez, Ramón José (1992). Cuando se jodió Venezuela. Caracas: Consorcio de 
 EdicionesCapriles.

SANCOCHO E' PATO

1. Etimología. Viene de sub-coctum: ‘cocido a bajo fuego o a fuego lento’. 

-De ahí viene también bizcocho, con el latín de bis-coctum

-Melcocha: miel y coctum (mel-cocta, en femenino) miel calentada con fuego bajo, y sometida a agua fría para ser sobada con objeto de ponerla correosa y poder ser chupada como un dulce a modo de regaliz 

-Como también sofreír procede de sub-frígere. 

---Columbrar la comparación en aguaducho = de aqua y ductum  

     dictum, ductum, etc, la forma del fonema ct se transforma o se vierte como el fonema de ch. 

Así como la c, q, se ganguean y se convierten en g: un chiquillo referido a un niño se transforma en un chiguito (chiquito será aplicado en general a las cosas donde cabe también el niño), y San(t) Jacob(o) en Sant-iago (Santiago) 

2. Etapas de su desarrollo 

 a) subcoctum dio regularmente el vocablo de sococho. En Salamanca se tiene el socochar, que es dar la primera cocedura ligera a los cacharros. 

b) sub-coctum dio origen a soncocho, conservado en Ávila, Segovia. Soncorchado (influido por corcho) y se aplica sobre todo al cocido de los garbanzos. 

c) El antiguo soncocho se hizo en gran parte de Castilla (Burgos y Soria) y se fue pronunciando como sancocho o zancocho (con el fonema claro de la a castellana en el corazón de la tierra de Castilla). 

En Aragón significa embrollo, maraña, confusión, así como sancochar es guisar con poca limpieza o finura. 

d) El sancocho americano es una prolongación del castellano. Pero en vez de ser “vinculado a medio cocer” en Venezuela y América es equivalente a hervido o el cocido español (el vocablo cocido tiende a desaparecer por la fonética del seseo) 

e) El sentido aragonés pasó a América Central, Puerto Rico y a los Andes venezolanos: “Eso se va a volver un sancocho”. “Me sancoché los dedos” (escaldarse)… 

f) La etimología popular recoge a San Cocho, como el santo más sabroso o ‘sabrosón’ en la jerga popular venezolana. 

g) El sentido aragonés viene bien al modelo de interpretación de nuestra política. Aquí la política se volvió un sancocho y se inserta bien en la estructura cultural matrisocial del embrollo y en el desorden étnico de la desorientación social venezolana. 

Es pues un vocablo que vive en carne viva en la acción social de Venezuela. 

--------- 

Apéndice de "Sancocho e'pato o metáfora en lengua". Samuel Hurtado S: Opúsculo de metáfora y concepto, Doctorado en Ciencias sociales, UCV, 2020 [1976], N° 10, Cap. 1.