lunes, 23 de febrero de 2015

A MIS SOLEDADES VOY...



Siempre alguien va y viene de sus soledades; y en este ir y venir echa unas cuantas bromas, como lo hace Lope de Vega con una filosofía popular del siglo XVI. Hay pueblos que necesitan encontrarse consigo mismo, con su sentir y pensar, cuando los problemas les llevan a ir y venir de sus propias soledades donde pueden observarse con sus fortalezas, porque lo que muestran superficialmente son sus debilidades. Que un grupo del pueblo viva de privilegios refleja una gran debilidad del pueblo total, porque así no se puede hacer ningún proyecto social en serio. En este mes vamos a hacer el camino de mano de Lope de Vega con: A MIS SOLEDADES VOY…, seguido del corifeo: LA SOLEDAD O EL DESAFÍO DEL ALMA VENEZOLANA, para llegar a la conclusión: CON PRIVILEGIOS NO ES POSIBLE EL PROYECTO.

A MIS SOLEDADES VOY…

    A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
    ¡No sé que tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mi mismo
no puedo venir más lejos!
    Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
    Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
como se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
    De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros del necio.
    Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
…………………..
    Fea pintan a la envidia:
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
……………………
    Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

Félix LOPE DE VEGA y Carpio. Poesías Famosas. Antología Universal, Editexto, Caracas, s/f.                   


LA SOLEDAD O EL DESAFÍO DEL ALMA VENEZOLANA



27 de diciembre 2014. Comíamos las hallacas en casa de mi comadre, gran guitarrista. Entonces como de sobremesa, ella se refería a su sabiduría de acertar con el ejecutante del instrumento musical en una grabación. Cuando en una ocasión no acertaba con el ejecutante, fue a investigarlo, y, oh sorpresa, era Teresa Carreño, la gran pianista venezolana que muere en la segunda década del siglo XX.

La potencia de ejecución de la Carreño, tenía impresionada a mi comadre.

Acudí, casi automáticamente, para explicarme, a los marcos culturales, los de la cultura bravía venezolana (la matrisocial), y pasé rápidamente a la técnica basada en el tresillo musical. Para los no nacidos en Venezuela, la figura del tresillo les resulta dificultosa para dar la gracia y fuerza al ritmo melódico a lo venezolano. Aprendí esta consideración de mi maestra de piano en Caracas, una señora de origen de Barcelona (España). Después apliqué esa enseñanza-artificio a mi ejecución de la guitarra para cantar los aguinaldos (villancicos) venezolanos.

El tresillo (conjunto de tres notas musicales) impulsa al ritmo con mayor fuerza porque demanda desarrollar una mayor rapidez melódica al deshacer el lento paso de dos notas a las que debe corresponder el tiempo de las tres.

En mi inquisición sobre Venezuela, desde un principio (26 de septiembre 1968), me quedé con esa referencia musical, que inscrita en la cultura, me funciona como un mito o detector de sentido, en los hilvanes del pensamiento estético sobre el gusto venezolano. Así hilvané la investigación sobre la telenovela como tortura del parentesco (1995) y sobre la belleza femenina como obsesión venezolana (2014)[1].

Juan Liscano, humanista investigador venezolano, demostró la potencia de la ejecución social y estética cuando convocó al país a la “Fiesta de la Tradición” el 17 de febrero de 1948.


Toda una Venezuela secular se irguió esa noche, viviente, cantadora, danzante, ante el asombro de los millares de espectadores que por primera vez tomaban conciencia de la fuerza de la tradición patria, de la plenitud de su cultura. Sobre la civilizada urbe mecánica, cerebral, despojada de luz y de gracia naturales, se cernió la memoria florida de la tierra. Y como nunca se afirmó la siempre viva belleza de toda obra humana que nace de un estrecho abrazo con la Naturaleza[2].


Aquel triunfo de la Provincia venezolana sobre su capital (Caracas) resultaba un logro incondicional de vida que mostraba una intelectual riqueza abrumadora, más allá de lo que el venezolano estima de verdad sobre sí mismo.

Pero pronto se extravió dicha iniciativa creadora bajo la propaganda de la sociedad de masas que se iniciaba después de 1950, a la que se asoció más tarde el consentimiento populista de la socialdemocracia, y actualmente se encuentra cabalgando en la dependencia casi total del estado socialista  que dispersa la fuerza de la sociedad (la gente) en las largas colas delante de las tiendas y supermercados para paliar la escasez de alimentos, medicinas y artículos de higiene.

En total, un extravío culturalmente populista que desvía al colectivo venezolano de su maduración como pueblo. Maduración que tiene que ver con el camino de viaje a la sociedad que debe llegar a ser; esto es, la de un pueblo que se da sus leyes para cumplirlas y así lograr las garantías de la autenticidad de ser lo que somos y desarrollarlo a su vez en todas sus potencialidades. Para ello hay que dar alcance al mito de nuestro sentir estético en la vida, y ponerlo al servicio de un destino con mejoras. Porque el pueblo venezolano luce como abandonado en su historia; aún más, se siente a sí mismo como huérfano, y hasta solo.

¿Qué haremos con Venezuela, porque, como se dice, Venezuela es un caso y un problema?


Aquiles Nazoa, un juglar venezolano, apelaba a los “poderes del pueblo”.

Mario Briceño Iragorri, un historiador y ensayista venezolano, invocaba la fuerza de la historia para acudir en su “mensaje sin destino” a rondar en torno a las reservas de la cultura e inspirar el cambio de suertes de la vida venezolana, que se tornaba muy problemática en torno a 1950.

¿Cómo volver a encontrarse consigo mismo en una fiesta de la solidaridad (=reunión de soledades), donde se sienta el pueblo en su soledad más originaria, aquella soledad en la que se destilan sus purezas de pueblo, potentes en su autoctonía y vitalidad, todo lo opuesto a que el pueblo venezolano sea una abstracción consumista, populista y antisocietaria?


El interior profundo dejó de ser una abstracción de la carta geográfica, un concepto sociológico, un argumento y un personaje del criollismo vernáculo, una ficha electoral o un suministrador del lomo de la res y la fanega de maíz, el frijol y la hortaliza en los mercados populares caraqueños. Esa noche –y las que fueron menester prolongar – Venezuela exhibió su imagen antigua, su historia mágico-religiosa, su entendimiento con los dioses del equinoccio, actores de los mitos y los ritos fundacionales de las culturas sobre las que se asientan las civilizaciones[3].


No hay mayor desgracia para un pueblo que caer en el abismo de su división interior, y vivir ésta como una contraposición de hostilidades. Porque nos conduce de una guerra civil latente a una consecuencia peor: la violencia generalizada. Liscano me hizo observar en entrevista en 1996 para mi investigación sobre la Élite Venezolana, que ya su tío materno Ponte (descendiente a su vez de Ponte el jefe de las milicias de blancos en 1810 que obligó al gobernador Emparan a retroceder) defendió en 1912 que la guerra de independencia ya fue una guerra civil. Tal insurgencia (la de imponer la acción personal) ha marcado, según Rómulo Gallegos (el gran novelista venezolano) la tumultuaria marcha de nuestro devenir histórico.

No me dejó usted concluir. Pienso que la guerra no es solución eficaz, porque guerras ha habido siempre; pero que yo sepa, de ninguna de ellas ha salido el estado de orden y progreso que sea. Y no ha podido salir, porque la revuelta armada ha sido entre nosotros una forma violenta de evolución democrática[4].

Sólo la vivencia mítica de la cultura puede superar estas contradicciones y conflictos de pueblo. Porque es la cultura la que puede moldear los sentidos de la economía y de la política, y hasta de la cultura misma si ésta se expresa en sus propios desórdenes, como dicen los antropólogos tal como Ralph Linton. Ello es posible en la medida que haga sentir al pueblo venezolano su soledad interior mediante un conocimiento por comunión en sus propias bases fundacionales, y éstas orientadas hacia su destino societario razonable. Porque sobre esos mitos y ritos fundacionales de la cultura es que se asentará el verdadero proyecto de sociedad, civilización por la que debe esmerarse la fogosidad cultural del pueblo venezolano.

¿Cuánto de mito e historia tenemos que acumular (=experimentar auténticamente) para que los venezolanos nos pongamos a tono con este aprendizaje a que nos convocan uno y otra?

La fuerza de nuestra alma clama, siempre dispuesta, por la mejor ejecución de nuestro proyecto de sociedad, nuestra civilidad. Todo pasa por ese enfrentamiento con nuestra propia fuerza y sentirla que nos arropa como nuestra soledad más genuina, para a su vez escucharnos a nosotros mismos, como proyecto, con el levántate y anda.


[1] Samuel Hurtado. La tele- radio- foto- Novela o La Tortura del Parentesco. Análisis del discurso social en el cifrado del cuento maravilloso, ed. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, UCV: Caracas, 1995.

Samuel Hurtado. “La obsesión por la belleza femenina en Venezuela”. Artículo de apoyo a la tesis de maestría de Andreína Montes, Universidad de Berna , Suiza, 4 de mayo 2014; aprobado su resumen en enero de 2015 por el 1° Congreso de la Asociación Iberoamericana de Antropología en Red, Madrid, 7 al 10 de julio de 2015.

[2] Juan Liscano. Folklore y cultura. Editorial Ávila Gráfica: Caracas, 1950, 171.

[3] L. A. Crespo, “Historia de una fiesta interrumpida”(1998), en El País Ausente, Fondo Editorial del Caribe: Caracas, 2004, 554.

[4] Rómulo Gallegos. Reinaldo Solá.

CON PRIVILEGIOS NO ES POSIBLE EL PROYECTO

             
El Privilegio silencia los Ecos de la Orientación.   

Si algo es claro es que el hombre no es social por naturaleza   (bío-psíquica), ni por cultura (hombre natural), sino por sociedad. Si se considera por naturaleza o por cultura, podríamos concluir que el   hombre es antisocietario, porque la fuerza de la  territorialidad o los arraigos lo conducen a un permanente narcisismo o etnocentrismo. El hombre es social, cuando vive en sociedad; y para ello como dice Linton (1971) tiene que equiparse de una armazón de hábitos y costumbres, es decir, tiene que hacer un arduo trabajo del ethos cultural en lo que se refiere a la identidad social.  

En Venezuela, se pueden hacer dos  miradas al proyecto de  sociedad,  que hoy día no puede pensarse sino como moderno: 1) la orientación cultural sobre lo social; 2) cuando lo social como proyecto es negado por la dinámica cultural. En la primera  mirada, la cultura puede activarse como una "agency" o "fuerza  que  produce  un resultado, lo que hace que las cosas sucedan" (Cochran, 9), para propiciar la confrontación de la población contra el orden existente antisocietario. Tal es la experiencia  sandinista nicaragüense que analiza Cochran (1996). Pero se define la dinámica cultural sin sujeto, aunque aparece el pueblo  como protagonista, y con una gran ambivalencia cuando pasa a lo social  instituido: escuela, iglesia, ejército. Ambivalente porque lo social no puede funcionar sino como enclave,  hasta tanto lo social no se autonomice de la materia prima o subproductos culturales que lo impulsan. Para que se produzca tal autonomía se necesita que la identidad étnica adquiera una idea de orientación social, y, por lo tanto, la po-sibilidad de sus límites. Sin identidad (étnica) no hay territorialidad del proyecto, pero sin direccionalidad no hay identidad como resultado.  

Esta dialéctica es importante si nos asomamos por la segunda mirada: la cultura matrisocial no sólo se niega a la idea de orientación y significación frente a la inercia y el destino  (Cf. Berenstein, 1981), sino que desmorona permanentemente las condiciones de emergencia del proyecto social. La colectividad no es, ni quiere ser sociedad; la identidad étnica domina de tal manera a la identidad social que imposibilita cualquier tránsito a la idea de orientación y al hecho de la conducción. La ambivalencia ocurre entonces, no en la cultura, que es acrítica y que no entra en crisis al intervenir en los asuntos sociales, sino en lo social y sus formas, sus eficacias y utilidades, sus subjetividades y racio-nalidades. Para el individuo, lo social se juega azarosa y arbitrariamente en lo informal, ineficaz, inutilidad, en la subjetividad superflua y en irracionalidades (mágicas). El individuo que quiere abrirse paso en lo social observa cómo naufraga no sólo el domi-nio sino también el control sobre las relaciones sociales.    

Es posible que Venezuela exista y viva sin necesidad de proyecto y que no lo demande como necesidad. Aún cuando en Venezuela hubiera un proyecto de sociedad, no encesariamente toda la población tiene que  vivir con referencia al proyecto. En el margen de esa  no necesidad del colectivo venezolano, se juega la especificidad  existencial  de la élite: no se puede concebir la existencia de una élite sino como una relación que apunta a pensar  la sociedad como proyecto, y, por lo tanto, hace de esta idea una racionalización de los hechos sociales con el fin de observarlos para transformarlos de acuerdo a dicha idea o plan. Llevar la idea sobre los hechos para su diagnóstico hace surgir la crítica, elemento básico de la transformación de los hechos.  

En el colectivo venezolano, hay un profundo ‘impasse’ entre idea y hecho, decir y hacer. Hay un  inmenso  volumen del  decir, del diagnóstico, de "ideas", pero se queda en diagnóstico puntual, en jerga o "criticadera",  que  no pretenden que la idea se realice en el hecho; por eso hay que  empezar  de  nuevo el diagnóstico;  siempre éste es   original y nuevo (cuando lo es), pero se avejenta rápidamente (se engaveta). Al día siguiente se requiere de otro nuevo. Los diagnósticos se acumulan. "Este país está superdiagnosticado", dice el Periodista  Renombrado,  pero todos los autoetnógrafos confirman que los hechos  (las obras públicas) no se concluyen. Los diagnósticos sin comprobación terminan siendo conocimientos hechos a medias, hasta la mitad.   

La estructura de esta ausencia de vinculación entre idea y  realidad se encuentra en la falta de esfuerzo o trabajo, que a veces   no es más que carencia de tesón, como dice la Dama Distinguida; falta el sufrir la realidad para al fin reconocerse en  ella, dice el Preclaro Orientador Social. La cultura matrisocial impide las condiciones de este esfuerzo y reconocimiento. Si funciona este reconocimiento, se encuentra a nivel  primario, es decir, del aprovechamiento individual,  del familismo amoral  (Viana, 1991), y no del interés general. En el paradigma sobre identificación social de Bajoit (1993) se puede observar que la cultura matrisocial se ubica en la casilla de la identificación dependiente. Si los intercambios entre élite y pueblo se encuentran en la esfera de los vínculos del rechazo, ello implica una relación de obediencia/inobediente que refuerza las relaciones de dependencia colocándolas en el punto más débil. El intercambio de solidaridad no se acuerda y al realizarse se produce en relaciones de exclusión: el colectivo se aglutina como una masa cuyo rótulo es una identidad étnica matrisocial, pero en la división social se polarizan fuertemente los que pueden "aprovecharse" (los ricos) y los que no pueden (los pobres) (Ugueto, 1994). Esta "jerarquía" visiblemente polarizada funciona como una esquizofrenia de lo social (Sardi, 1993). El sentido total del privilegio, no deja  margen a que exista la participación; pues el privilegio interpreta el   modelo de comportamiento establecido por la cultura, el de privilegio/exclusión.  

¿Es posible identificar una élite societaria en esta dinámica  cultural? En la cultura matrisocial venezolana, aparece una oligarquía aristocratizante, que no tiene en su núcleo cultural la idea de conducción élite de un colectivo. Si Sennett  (1982) discute la pobreza de autoridad en los sistemas políticos de las sociedades democráticas avanzadas; en Venezuela no se puede discutir sobre un objeto inexistente, a no ser sobre su ideología y su práctica sustituta: el autoritarismo. Si hay grupos que asumen el papel de élites, ocurre que cuando van a pensar la “sociedad” en Venezuela la piensan con la idea del "deber  ser", porque el hecho no existe en el país, o se entretienen  imaginariamente con discur-sos a partir de teorías y realidades de las sociedades avanzadas para sentirse parte de esa realidad "negativamente imaginada" para Venezuela.   

El problema no termina ahí. La élite se configura como tal desde  el pueblo ¿El pueblo venezolano demanda realidad (conducción) o espejismos, es decir, privilegios? Constatamos que privilegios. Todo proyecto de personalidades venezolanas o foráneas sobre problemas del  país suele resultar ilusorio, porque no termina de concretarse  como "agency", en cuanto productora de obras y trabajo; se esperan regalos o privilegios. Un sucinto modelo de comportamiento de las organizaciones familiar y comunal puede mostrar este problema cultural:  

a) En la organización familiar, cuando los padres son ancianos y requieren  de  protección de los hijos ocurre el siguiente modelo, diseñado sobre un caso real: 1) Todos los hijos, son cuatro en el caso y  hay variedad de hijas e hijos, se "comprometen"  o aceptan desde el principio a colaborar con el sostén de los padres; negarse podría implicar un enfrentamiento a la realidad y señalaría otro modelo de comportamiento; 2) en el primer mes, todos aportan su cuota parte en dinero y visitas;  3) en el segundo mes, uno de los cuatro comienza a no colaborar con excusas o con simple abandono; en el tercer mes otro deja de colaborar; en el  cuarto mes, el otro de los dos que quedan, aban-dona el proceso de colaboración; 4) al fin queda uno como el mínimo y único soporte para mantener el  proceso de colaboración. Todos saben del asunto, pero todos fingen que no lo saben, es decir, no se habla entre ellos. El último y sobre el que cae "toda la carga", puede hacer conciencia manifiesta de ello y hablarlo con amigos de confianza y con ello dar paso a la "crítica", que no hace de crítica, pues no pretende resultados, y menos, los alcanzará. El fenómeno queda a la  inercia según el proceso final.   

b) En la organización comunal, el  proceso ocurre con la misma racionalidad de la acción. Los líderes locales convocan a reunión en la comunidad:  1) el primer día de la convocación la asistencia llega a 36 personas; 2) en la segunda reunión a los 15 días,   la asistencia baja a 21; en la tercera reunión, la asistencia sigue en declive directo; se sitúa en 11 personas; en la cuarta, baja a 7; en la   quinta a 5;  3) en la sexta reunión, se reduce al mínimo organizativo como soporte de la reunión, esto es, a los cargos directivos for-males: presidente, secretario y tesorero. Desaparece el cuerpo de la membrecía o supuestos beneficiarios de la organización. Frente al alborozo de la primera reunión, porque ocurre algo "nuevo"  en  la comunidad, se contrapone el vacío de asistencia anunciando la inercia de la organización y su virtual clausura. Entonces ocurren  los resultados esperados por la cultura: en torno a los beneficios reales o imaginarios 1) los directivos tratan de aprovecharse del recurso organizativo para lograr dones sociales; los cargos se convierten en expresión  de  privilegios como abandono de la mayoría, 2) si permanece o no la  membrecía, no importa, los directivos son pensados y convertidos en "sirvientes" del colectivo, que por el contrario se autopiensa como el privilegiado con derecho a ser regalado por las instituciones sociales. El privilegio es la clave de la interpretación, pero el "abandono" de la realidad por la mayoría termina siendo el fundamento que soporta dicha clave.   

Iniciada la teoría de este proceso en la organización sociopolítica urbana, reconfirmado en la rural, echando grupas hacia atrás y hacia el fondo, el grupo de la familia, se detecta que el significado profundo de la acción se ubica en la organización familiar como fuente de la cultura matrisocial; después el ethos matrisocial lo proyecta en la producción de la organización social. Cuando el pueblo percibe que no va a conseguir privilegios, "abandona" la reunión; entonces los pensados como distribuidores de pri-vilegios, los líderes, quedan varados entre la incompetencia de las ideas y el disfrute ob-tenido sin mucho esfuerzo. El abandono del pueblo, que define el disfrute de la élite, le quita, sin embargo, a ésta la posibilidad última de su legitimidad e identidad social. El  pueblo venezolano rechaza a la élite nacional en todos los frentes sociales, según los autoetnógrafos.   

Conclusión: el modelo de privilegio/exclusión funciona tan al tope en el colectivo venezolano, que el disfrute del privilegio, según tres autoetnógrafos, no requiere ni siquiera de que funcione la dominación. Como dominante que explota sin orientar, la élite venezolana también desaparece de la visibilidad social, no sólo para evitar la agresión popular, sino también por ‘vergüenza elitista’. El "principio del placer" de la cultura que vela hasta el proceso de explotación, opera contra la idea  de orientación y trabajo de conducción social. Como la crítica coincide con la exclusión, se obtiene una crítica en-vidiosa o las jergas como habladurías contra el privilegio, pero no para destruirlo como antisocietario.   

BIBLIOGRAFIA   

BAJOIT, P. (1993): Pour une Sociologie Relationelle, PUF, París. 
BERENSTEIN, I. (1981): Psicoanálisis de la Estructura Familiar,  Del destino 
a la significación, Paidós, Buenos Aires. 
COCHRAN, T. (1996): La Cultura contra el Estado, Frónesis, Cátedra, Madrid. 
LINTON, R. (1971): Cultura y Personalidad, Fondo de Cultura  Económica, 
México.
SARDI, M. (1993): Venezuela Esquizofrénica, Galac, Caracas. 
SENNETT, R. (1982): La Autoridad, Alianza, Madrid. 
UGUETO, L. (1994): "La Violencia". EL DIARIO DE CARACAS, Sábado 29 de 
octubre, Opinión 3. 
VIANA, M. (1991): "Ethos y Valores en el Proceso Histórico-político de Venezuela".  
Fermentum, Mérida, set-dic., nº 2, 65-76. 
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Cuarta Conclusión del libro de Samuel Hurtado Salazar: Élite Venezolana y 
Proyecto de Modernidad, Ediciones del Rectorado, Universidad Central de 
Venezuela, Caracas, 2000, 318-323.