domingo, 15 de agosto de 2021

TORRES, RETABLOS, PROCESIONES Y CORRIDAS

 

 

VILLORIDO

Se vació la aldea en paraje de término:

tierra labrantía, algunas zarzas,

juncos reducidos a arroyos, invisible

en liebres, perdices, avutardas...

Hoy quiero asomarme a tu resonancia

absoluta, acosada de perpetuidad.

Crucificada la encuentro en el éxtasis

de tu Cristo vivo consolador,

museo de memoria vigilante.

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Tuve que inventarte en Imágenes de Villorido.

Es mi senderismo del regreso desde Venezuela:

hallo el lenguaje umbroso de La Palencia,

el dulcificado de Valladolid de Aragua. Trópico

diseñado a distancia de mundos del recio

páramo castellano.

Quise añadir algo a tu historia, más allá de ti mismo,

espectro de turismo estético, oscilante

de ansiosas turbulencias

en la experimentación del ser.

 

Imágenes alevosas para asuntos

del conocimiento: no sé si partí alguna vez

o tú te viniste conmigo arrostrando

del sendero los largos abismos.

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Fondeados de tiempo, desmayados

tus campos están a la exposición

de los avatares de Castilla.

 

"Villorido". En SHS, La Ciudad Consolada. 

Poemario super-fluminis de la 

esperanza venezolana. Caracas, 

FACES-UCV, 2019 (Fragmentos).

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2° fragmento del capítulo primero de la autobiografía de SHS, titulada "Bajo la enseña de mi padre", libro en PDF, disponible desde el autor (Samuel Hurtado Salazar, yo mismo, pues)

Esta experiencia del espacio entre corro, corral y casa que obedecía a esa instalación del edipo psíquico y en trance del edipo cultural, se cruzaban experiencias que se ofrecieron como recuerdos imborrables de la vida. Se podían pensar como visitas en el tiempo en las que se proponían asuntos de desafíos a averiguar en el tiempo y después en el espacio, del quehacer sociedad. Ello podía ocurrir ya en la segunda infancia como señuelo del hacer del futuro. Una tal visita en el tiempo me vino en el dintel de una casona solariega, ubicada entre las Escuelas y la Iglesia de Santa María. Fue un desafío que ha perdurado en mi imaginación, el de una cartografía del carácter histórico de la familia Hurtado. Junto con dos amiguitos recalamos en el dintel donde la señora que aún habitaba casi como cuidadora de la casa, nos interpeló sobre quieres éramos. Qué dijimos, qué dijo, no recuerdo, pero el juicio de la señora con respecto a  mi nombre y apellido, qué más podía haberle yo dicho a los 8 años, pero ella me señaló con la frase. “Tú eres de la familia del lío”.

Un lío era y es un problema, y meterse en un lío era arrostrar un problema. Era verdad, pero ese lío consistía en que mi nombre y apellido eran un lío en la identificación del parentesco de la familia Hurtado. Como fuera la ascendencia hasta los hijos de Nicasio Hurtado, dos de ellos, llevábamos signados con los nombres en el juego de ascendencia ininterrumpido hasta no sé donde en las generaciones: los hijos varones cargamos con los nombres de Samuel y Nicasio, Nicasio y Samuel. Así mi abuelo, mi padre y mi tío, y nosotros los hermanos portábamos esos nombres. Parece que nosotros cerramos el juego, pero dicho lío provenía de una asignación de parentesco clasificatorio con ribetes nominalistas. Aún queda de repele la asignación del nombre de Samuel a un hijo de una sobrina, hija de mi hermana. Pero por la línea femenina… ya el apellido Hurtado le queda lejos porque se origen proviene de la abuela materna y su articulación le quedará distante de la experiencia nominalista de la línea parental de Hurtado.

En ese núcleo de la relación de nombre y apellido y su contorno cultural se ha teñido mi interpretación de nuestra ascendencia judía: el juego de nombres, la calificación étnica del apellido Hurtado, y el oficio de curtidor de mi padre y de los primos Hurtado de mi padre. Mi padre se pasaba comprando pellejos en los pueblos direccionados hacia tierra de Burgos, como Lantadilla, y todavía en la provincia de Palencia, yo oía decir que Frómista era un pueblo de judíos, así como Villarramiel. Castilla tuvo un gran contingente de población judía, hasta la villa de Carrión de los Condes, tenía ese ascendiente, de suerte que los Hurtado de Mendoza, condes de Carrión, eran de ascendencia judía; el poeta del siglo XV Sem Tob era carrionés. En Paredes existió el cementerio judío y lugares aledaños al cementerio cristiano actual, conservan su nombre como el Arroyo de los Judíos.

En breve, mi conjetura no sé hasta dónde puede llegar, pero el trasfondo del pueblo tiene como resultado en la composición de una etnogénesis. En el lugar que tenía el nombre de Ruinas del Llano donde confluyeron gentes provenientes de las todas las regiones del norte peninsular. Dice la investigación histórica que el vocablo Paredes (=ruinas) proviene de la lengua vascongada, aunque los apellidos de la población tienen origen en ese aluvión de gentes que fue repoblando la llanura de Castilla y León en todo el proceso de la reconquista cristiana.

En torno al año 1950, los Padres Paúles (frailes) que regentaban el colegio de secundaria, se encargan de administrar las parroquias de Santa María y San Juan. Los sacerdotes del obispo permanecerán en la administración de las parroquias de Santa Eulalia y San Martín, como parroquias más antiguas y de identificación más histórica. Los frailes (religiosos paúles, por su fundador San Vicente de Paúl) le dieron una dinámica mayor al pueblo a diferencia de los curas (seculares). Ya no era un cura sólo, sino un conjunto de dos padres (Félix García Trascasa, burgalés; y Serafín García, gallego de Orense) y dos hermanos legos, uno de los cuales, el hermano Felipe, madrileño, que fungía de sacristán. En aquella dinámica, el hermano Felipe nos motorizaba a los niños dentro de la dinámica del culto, donde el papel de los monaguillos era el de mayor imaginación. Llegamos a conformar un grupo de 23 monaguillos, que, en los actos del culto, el espacio del presbiterio (en torno al altar) se tornaba lleno de colorido y afirmación.

El interés por competir en el juicio del arte que contenía cada templo (Santa María y San Juan), se volvió muy peculiar, viral se diría hoy. Contábamos los retablos, su diseño, sus cuadros y, sobre todo, las estatuas de bulto redondo.

Aunque San Juan era la filial, los de esta parroquia pujábamos para ganar en la competición. Contábamos hasta 72 estatuas de bulto redondo y con las mejores campanas y posturas de tocarlas. (No dejábamos de referirnos al arte que contenía la iglesia de Santa Eulalia, llena de las pinturas y esculturas de los Berruguete y sus discípulos, y apenas nos referíamos a la iglesia de San Martín, la más antigua, de que apenas si conocíamos algo).

Pero también el estilo de las torres, sus campanarios, el conjunto de campanas y hasta el modo y posibilidad de tocar y el estilo de tocar. Los nombres de las seis campanas que estaban instaladas en cada torre tenían sus nombres: el ton, el ten, el tin, el címbalo, la pascualeja y la esquila que se tocaba desde el coro de la iglesia, como planta baja. El ton y el ten formaban, como inmensas campanas, pareja en su posibilidad de hacer melodías con el tin, un poco más pequeña, como su hermana menor; pero al címbalo se le volteaba con la fuerza del pie hasta hacerle perder el sonido. La pascualeja instalada en el ventanario de la fachada de la torre, se volteaba con una cuerda agarrada de la mano y con la circunstancia también de hacerla perder el sonido. En cambio a la esquila, desde el piso de la iglesia, apenas se la movía pues su función era anunciar los tiempos de las ceremonias. Toda esa orquesta campanera constituía un gran registro de sonidos modulados con la que se podía (y los experimentados lo podían) desarrollar un concierto de metales (bronces). Dicha experiencia implicaba una destreza tal que significaba un desafío para los muchachos, que monaguillos o no, se atrevían a subir a la torre y experimentar con las campanas. Se hablaba de todo esto en el escenario real, donde participábamos como persona involucrada en el experimento.

En Semana Santa todo el campanario enmudecía con los metales broncíneos, y se daba paso a los conciertos de maderas (pinos), cuyos instrumentos eran el carracón, la carraca y la matraca. El carracón se tocaba posando en el suelo, semejando al clavicímbalo o clavicémbalo,  porque era grande y lo componían tres lengüetas dobles; la carraca sólo tenía una lengüeta simple y se tocaba al aire con la mano, y lo mismo la matraca con su martillo a doble superficie. Nosotros en la casa, teníamos un carracón y una matraca, que nos había fabricado el señor Silverio, el carpintero, y era el hijo de la señá Pía, la de la posada del pueblo como gran vecina. El campanario, que era otro nombre dado a la torre por su función, llenaba también una fuerte vitalidad que pasará a nuestro inconsciente, y con ello trabajar nuestra imaginación.

Pienso siempre que en un pueblo sin montañas, ni colinas, ni alturas para divisar largas distancias ni planos, la altura de las torres era la máxima elevación de la mirada y de la misma imaginación. Si la sociedad contiene una fuerte dosis de imaginación, la actividad de las torres con su cerebro hecho de campanas –Paredes de Nava tenía cuatro torres emblemáticas-- representaba una práctica instrumental con la que las relaciones de la sociedad daba la oportunidad de generar grandes artífices en la representación de ésta, tanto artesanos y artistas, como dirigentes de la organización de la sociedad.

Todavía no digamos cómo el corro San Juan se prestaba para realizar los grandes teatros procesionales bajo la presencia de la torre, tanto de Semana Santa como del Corazón de Jesús, devoción  inscrita en la iglesia de San Juan. Aún con sus espacios abiertos en torno a la iglesia de Santa María de la Asunción, aquéllos  no se prestaban tanto a la teatralización procesional como el corro de San Juan. Todas las dimensiones del corro se ofrecían para el despliegue de las filas de la multitud, de los pasos de semana santa y de las andaderas de los santos transportados por los cofrades. 

Esas dimensiones del corro fueron hasta propicias para hacer de segundas al corro de los toros (parte de la antigua plaza del mercado) ubicado bajo la torre de Santa Eulalia, cuando aquél corro tuvo problemas para montar la plaza de toros con ocasión de las ferias y fiestas del pueblo en el mes de septiembre. En mi lapso de vida aconteció en dos ocasiones. Y recuerdo que mi padre y algún tío, y también los muchachos, asistíamos a la corrida desde el caballete del tejado de la casa. El espectáculo lo viví como extraordinario, dentro de lo ordinario y normal de aquel espacio de la vida acontecida en torno al corro y presidido por la torre de San Juan. Todo resultaba un arte respirado como normalidad de vida, tanto la exposición de pinturas y esculturas en los retablos de los altares, las procesiones sacras en el espacio del corro, como en las ferias y fiestas con sus corridas de toros.

Este foco de atención marcó mucho mi propósito por acercarme a entender la historia del pueblo y su función en el porvenir imaginario de mi interés vital… (continuará)

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Los libros citados pertenecen a Mi Biblioteca de Autor, expuesta en la minitienda que se puede observar en la direccion de samuel hurtado instagram, y pueden adquirirse con el autor, samuelhusa@gmail.com algunos en físico y todos en PDF digital.