lunes, 17 de diciembre de 2018

PAÍS EXTRAÑO COMO OFICIO Y DESVELO DE UN SENTIMIENTO

país de caribes y araguacos en norte de suramérica llamado Venezuela




En este país, en este tiempo cuya pesadumbre
     se dibuja en lápidas de mercurio,

voy a extender mis brazos y penetrar en la hierba,

voy a deslizarme en la espesura del acebo para que
     tú me adviertas, para que me convoques en la
     humedad de las axilas.

Aún hay luz sobre las ramas abatidas y mi valor se
     descubre en sílabas en las que tú y los rostros
     actuáis como gránulos silvestres, 

como espermas excitadas hasta penetrar en la bujía
     del sonido,

hasta sumergirse mi cuerpo en aguas que no palpitan,
………..
Yo haré con los príncipes una destilación que será
     nociva para ellos pero excitante y dulce en la
     población como lo es el zumo reservado en
     vasijas muy oscuras
…………
En este país, en este tiempo cuya pesadumbre se
     dibuja en lápidas de mercurio…

Antonio GAMONEDA. “Descripción de la mentira”.
Antología poética, Madrid: Ed. Alianza, 2008: 120-121
(pequeño fragmento). Introducción y selección:
Tomás Sánchez Santiago.

Tiempo pesado de país. País apesadumbrado por el tiempo.

--- ¡Qué gordo y pesado se ha vuelto  el país!
---Ya parece que no nos reconocemos en él…
---Tanto que ni deseamos, a veces ni podemos hacerlo.
--- ¡Todo es confusión en el país,… un país desorientado!
---Al menos tú escribes para entenderlo y explicarlo.

En esta andadura del país, se debatía la reflexión de los vecinos.

Como es tiempo de diciembre, Navidad y la fiesta cultural de la madre en Venezuela, quise hacer un ejercicio de comparación de los sentimientos de país mediante una experiencia vieja, anidada en el recuerdo.

Valladolid 1982. Pasé las navidades y año nuevo en la capital de Castilla y León; ocasión que me produjo un encontronazo cultural. Acostumbrado a la fiesta venezolana, en Castilla no lograba acoplarme a gusto. Ni el ambiente de familia, la propia, compensaba la diferencia, ni las hallacas que como obsequio me preparó, para llevar a mi familia en España, una gente del barrio de Los Postes de Caracas, me ayudaron a sentir esa satisfacción. Más bien sentía un faltante de país fuera de Venezuela en tiempos de diciembre y Año Nuevo.  

Extrañaba al país por su mejor ausencia: su atmósfera de sociabilidad. Recordaba mi sentimiento de país propio, cuando me cultivaba con la gente del barrio, con sus fiestas domésticas, como invitado a su mesa hogareña, en los obsequios -para llevar a mi cuarto alquilado- de hallacas, dulces de lechosa, un pedazo de torta negra, a veces un platico con pernil envuelto en servilleta de papel. Mi gratitud social se me devolvía con autenticidad en aquella economía de reciprocidad.

--- ¡Qué días aquellos! (sin nostalgia, por favor)
--- ¡Hoy día parece que vino una ventolera que hizo polvo al país!

Recordé a Rómulo Gallegos cuando en su novela de Doña Bárbara, hace que, en un recodo del paisaje de la región de Los Llanos, ocurriera una ventolera para traer a la imaginación de los semi-bárbaros llaneros, el espejismo de la civilización en la imagen del humo de la máquina del tren. Pasó la ventolera y su polvo, pero quedó el espejismo en la llanura como un deseo espectral del país en advenir.

El tiempo es un invento que los humanos endilgamos a las cosas, y con ese molde les damos forma de sentimiento: las producimos de una forma, las deformamos de otra, las caricaturizamos como extrañas, o las desaparecemos como polvo informe. Hemos entrado en la andadura del siglo XXI desorbitando el tiempo, y con ello, entre las cosas, el país. Ya, como un gran ritual, el tiempo de Navidad (diciembre) comienza en noviembre, y algunos pretenden que el jolgorio mercantil y de espejismo cultural comience de una vez en octubre.

¡Banalización del tiempo (y del país, de corrido)!

Todo por una prisa, loca y edénica, de adelantar forzadamente el futuro con el ritual del cargo. Es decir, quemar o destruir los tiempos diluyendo el futuro al que se quiere llegar como por asalto del cielo. Las ansiedades culturales juegan una mala pasada debido a su ilusionismo.

Cada vez más el tiempo se extraña de sí mismo y nos causa una pesadumbre ansiosa en nuestra vida republicana debido a la ausencia de país. La realidad, y uno mismo, queda entrambas aguas en un país de nadie (tierra de nadie, dice el argot de cultura conuquera). Si nos encontramos (fuera de nadie) es en la catarsis del humor o en la intuición de la caricatura.

Rayma que nos ha escuchado inventó rápidamente una caricatura y nos la envió por la puerta de atrás en tres globos:

--- ¡Extraño mi ciudad, mi casa, mi familia,
       mis amigos, mis hábitos,
       mi vida!
--- ¿Y tú dónde estás?
--- ¡En mi país!

Zapatazos que lo lee por el twiter le replica a su colega caricaturista:

--- Así nos sentimos todos  ¡Bravo, Rayma!

La caricaturista debió sentirse satisfecha con la resonancia de su colega Zapatazos.

Existen otros pensantes que salen por otra tangente augurando que “nada vence la fuerza de una idea cuando le llega su tiempo ¡unidad!” (José Paliza, @).
¿Cómo vamos a realizar esa idea de un tiempo propio, el de construir un país propio cuando la etno-cultura es como tal “destructiva”? (José Ignacio Cabrujas, 2003).

Porque creemos que somos como todos los países que derrotados se levantan desde su nada, y con el escarmiento aprendido llegan a ser potencias mundiales. Así ocurrió con Japón, después de su hecatombe nuclear y sin recursos naturales. Así también con Europa, devastada por dos guerras mundiales. Pero eso no se repite con Venezuela, que sin pasar por una guerra, ni destruida por un terremoto, tsunami o peste alguna, y para colmo con todos los imponderables recursos naturales en su haber, va camino de catástrofe en catástrofe cada vez más extrañada de sí misma.

--- ¿Qué queda del país para siquiera poderlo soñar como propio?
--- ¡Sin más remedio, lo que queda es su gente y su cultura!
--- ¿Qué le pasa a su gente que le huye dándole la espalda como emigrante o vive en la inopia como si no pasara nada, y como cosa normal sólo se mueve en la queja?
 
Todo depende de la organización social que se desenvuelve sin reciclar en ella los esfuerzos del trabajo y de la riqueza producida. Como siempre el resultado final colinda con la pérdida de los recursos (naturales y sociales) y con la pérdida del país mismo como desahucio de extrañamiento.

Pero si cada uno de nosotros somos buena gente, y procuramos lo mejor para cada uno, sin daño ajeno… Pero esa medida individual no es suficiente para proyectarse con efecto en la medida colectiva. Y lo negativo es que aún lo mejor de cada uno está enmarcado en “los bordes del caos. Y eso es peor que una guerra civil” (Juan Liscano, 2015). Cuando el caos es convertido en política de un estado (fallido) se obtiene un resultado aún peor, esto es, una violencia generalizada.

Cada vez más se hace imposible el ejercicio del reconocimiento de lo propio, --supuesto básico para el reconocimiento del otro (Savater, 113-129) — para que se pueda tener el reconocimiento del país en positivo. Es más, la cultura matrisocial, el cómo somos, nos conduce a un estado regresivo tal que no logramos ni el deseo, aún el más simple, como capacidad para comenzar la salvación de ese sentirse como extraños en el propio país (Cf. La Boétie, 22).

Como recolectores de estructura social y de cultura del placer matrisocial, pronto nos acomodamos a lo que nos depare el tiempo. Aceptamos vivir entre la basura, en el degredo, en la enajenación de lo propio, como situaciones sociales normales.

Si todo “pueblo es muy propenso a dejarse seducir, y con bastante frecuencia se engaña él a sí mismo” (La Boétie, 30), el pueblo venezolano se halla en el mejor extrarradio para caer en la seducción de toda promesa con aire de ilusionismo, sin contar con que él mismo la espera con tal ropaje de coba debido a que padece de “una combinación de depresión y de ansiedad” (Guevara en Prodavinci).

¿La psiquis del venezolano es por eso muy diversa, como dice Guevara? La diversidad no es el problema final. Es necesario evaluarlo en las claves de la cultura, según la manera sociológica de evitar el círculo vicioso de la auto-referencia; así se obtiene que el problema es que dicha psiquis se encuentra en el molde de un complejo cultural  definido por una contradicción en los criterios del sentido de su acción o hacer: impone como norma la recolección (robo, saqueo, violación, aún a paisanos, conocidos y vecinos) y por otro lado, impone la norma de la ayuda de reciprocidad al recolectado (robado, saqueado, violado). Porque la cultura matrisocial que se porta, no aguanta el estado de víctima.

Esta contradicción conduce a vivir el tiempo en presente con carácter regresivo, y en las circunstancias de la andadura del siglo XXI, de un carácter “regresivo brutal (con el que) hemos ido a parar a la época de lo titánico, en un momento donde no hay ley, no hay orden, no hay límites. Somos hordas de personas que vamos comportándonos de la misma manera, sin juicio crítico de nuestros actos” (Guevara en Prodavinci).

Lo recolector del rancho y conuco y lo permisivo matrisocial con resultados de lo mágico-divinal nos salen a borbotones, si no lo reducimos desde lo mejor de nosotros mismos. Hay intentos de esa reducción en las andaduras históricas del país con la emergencia de las instituciones sociales; pero se hizo con la fuerza bárbara de “tiempos gomeros” (dictaduras y democracias presidencialistas), por lo que pronto del orden bárbaro (que urgimos) pasamos al desorden mágico-divinal (que invocamos nuestra constitución originaria). El individualismo primario que permanentemente nos moldea, “corroe todos los proyectos y se lamenta complacido” (Briceño Guerrero, 9), es decir, corroe el oficio del proyecto de país con gusto placentero.

Parece que todo pueblo no aprende sino con el peor de los tiempos: el escarmiento; con esta ocasión, los intelectuales obtienen el mejor tiempo para aprovecharse y escribir: de este modo se adueñan de la historia del pueblo (Pérez-Reverte, 2018).

Ojalá el pueblo venezolano acepte el escarmiento y aprenda a ser dueño de su país haciéndolo propio, y que la escritura del intelectual sea devuelta al pueblo para que no sea una escritura extraña. Este sería el mejor oficio de salvar a un país de su sentirse extraño a sí mismo y a su gente. Como refugiado “en mi país” Venezuela, he de advertir sobre las falsas extrañezas, porque algo pesado está llegando, y la pesadumbre está viniendo de todos los sitios: políticos (gobierno y oposición), económicos (crisis de producción-mercado y de hambruna), culturales (ilusionismo y enajenación), ideológicos (conciencia mentecata con alta dosis de estupidez y fracaso). En las señales pesarosas se inmiscuyen la opresión y la represión que golpean a la gente también desde todos los sitios.

Sin que pretenda cambiar la mentalidad de nadie, de dentro del país y del emigrado fuera del país, quiero decir: ¡Cuidado con las ilusiones, las indolencias y los autoengaños! Lo extraño que unos y otros hemos hecho del país venezolano puede costar, está costando ya muy caro, casi, casi, con pérdida total del país.         

Referencias
-BRICEÑO GUERRERO, José Manuel. El laberinto
 de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila editores.
-CABRUJAS, José Ignacio (2003) [1987]. “El estado del
disimulo”. Revista Estado y Reforma. Caracas: Comisión
Presidencial para la Reforma del Estado, N° especial:
“Heterodoxia y Estado”. Entrevista por Luis García
Mora y Ramón Hernández.
-GUEVARA, Javier. “Es muy doloroso ver esta gran
regresión, esta barbarie”. Caracas, tomado de: http://
prodavinci.com/Javier-guevara-es-muy-doloroso-ver
-esta-gran-regresión-esta-barbarie/?platform=hootsuite
-LA BOÉTIE, Étienne de (2015) [1548]. Discurso sobre la
servidumbre voluntaria. Caracas: Ed. Dahbar.
-LISCANO, Juan (2015). “De las guerras civiles hemos
Pasado a un estado de campaña electoral permanente”.
El Nacional: Constructores de la democracia, 3 de agosto
-PALIZA, José. @josepaliza, 8 de diciembre 2018.
-PÉREZ-REVERTE, Arturo (2018). “Picaso no pintó el
‘Guernica’ por patriotismo, sino por dinero”. El País,
Cultura, El Correo del Zar, 3 de octubre.
-SAVATER, Fernando (2000). “El corazón de la ética:
reconocimiento”. En La tarea del héroe. Barcelona,
ed. Destino, 113-129
                                                                  



   

miércoles, 14 de noviembre de 2018

PAÍS DE LA VERGÜENZA MALOGRADA



 El otoño se expresa en pájaros invisibles ¿Qué
     harías tú si tu memoria estuviera llena de olvido,
     qué harías tú en un país al que no querías llegar?

Pesan las máscaras de la pureza, pesan los paños
      sobre las formas de la patria.

La vergüenza es la paz. Yo acudiré con mi vergüenza.

Antonio Gamoneda: “Descripción de la mentira”.
Antología Poética, Madrid: Ed. Alianza, 2008, 140
(Fragmento breve). Selección e introducción:
Tomás Sánchez Santiago.























Subíamos la carretera Panamericana. Recortábamos las curvas; a los huecos los hacíamos a un lado. No salíamos de la vía rápida; carros y motos que querían adelantar, se apuraban por la derecha. Íbamos con la lógica narrativa del país: con su contracorriente de anormalidad social.

Esta vez conducía mi señora; yo observaba distraídamente la espesa vegetación de la montaña en la estación lluviosa, como si fuera un otoño tropical. Mi pensamiento sacaba consecuencias:

-¡Si cada recodo de este país, brinda el obsequio de un escenario turístico…!

Entonces me sobrevino un sentimiento de vergüenza, una vergüenza de país. Tan hermoso en su naturaleza y tan postrado social y políticamente. Las carreteras, las calles con sus aceras, lucen abandonadas. Como si el país mismo se hubiera ausentado, con los cuerpos cívicos ajenos al dolor de sus gentes[1].

-¿Es posible que exista un país que no merezca el dolor de sus habitantes?

En la radio de mañana, una señora denunciaba que hace meses no tienen agua, después se les ausentó la luz (eléctrica), y ahora se les fue el gas, sin saber cuándo se dispondría de él: Si tienes una cocinita eléctrica y se va la luz, te quedas sin poder cocinar, remataba la señora.

-¿Y cómo vamos a comer las arepas?

Al llegar a San Antonio de Los Altos, tuvimos que afrontar los hondos huecos que cruzan la carretera, las rejillas de las alcantarillas en el arcén levantadas, el pantano que remojaba el asfalto lleno de fango frente al Centro Comercial de Las Américas. Sólo servía un canal. Problema viejo con el que uno no puede reconciliarse aun amando lo mejor con que sigue existiendo el país.

Habíamos hecho la compra en el mercadito a cielo abierto en el estacionamiento de la alcaldía de Los Salias, y procuré que el calor de mediodía no afectara el pescado y las verduras. Ahora puesto al volante a mitad del camino enfilé el carro a velocidad por la recta de Las Minas. Antes de hacer el descenso a la ciudad de Los Teques, otra vez me sobrevino la ensoñación recortando curvas, birlando huecos y respetando las luces rojas del semáforo de Montaña Alta. 

Otros carros no atendían al semáforo y se escapan veloces carretera adelante.

-¡El país anda medio loco! Ahora hay existencia de productos, pero el dinero no alcanza a correr al ritmo de la hiperinflación!

¿Volverá a curarse alguna vez el país? No sé cómo, porque la cultura matrisocial colabora para caer en la estupidez, y ésta sí que no se cura.

Pensar que en esta situación vergonzosa del país, dicha cultura que porta el venezolano, se presta como corriente a favor para que la estupidez haga fracasar a la sociedad… Porque cómo dejar de lado que, junto a los responsables de las instituciones (que tienen identificación personal con sus nombres y apellidos), esta situación vergonzosa ha ocurrido con el consentimiento del mismo pueblo venezolano, y no un consentimiento en frío, sino activo y caluroso de aplausos…

Me vinieron a la mente las cifras de la encuesta de Datanálisis, la de un hombre tan juicioso con su voz de falsete cascado, Luis Vicente León, cifras colocadas en el twiter del día 8 de noviembre de 2018: solamente trabaja y produce (sic) el 15% del país, el otro 85% espera vivir del gobierno y sus dádivas. Las cifras sobre política pueden tener una interpretación guabinosa, porque todo pueblo quiere vivir en paz y huye del conflicto. Pero aquellas cifras de la economía son cifras duras y firmes, corroboradas por el comportamiento cultural del venezolano.

-¿Ha fracasado el gobierno y el estado o ha colapsado la sociedad?

Porque lo que nos queda es un jefe personalizado, según su declaración de Ejecutivo: “A los dos meses de aguinaldos, yo les puedo dar de aguinaldo un mes más”. Algo así como si se portan bien, aún el hambre se lo administro yo.

-¡Qué vergüenza de país!

La costumbre populista se ha radicalizado bajo la personalidad de un mandamás, como el amo del país. En estas condiciones, el gobierno ha fracasado y el estado mismo, porque antes ha colapsado la sociedad. Ésta ha seguido la complicidad en que se dejó meter con las promesas seductoras de las dádivas, que hacen esquivar el trabajo y la riqueza hacedoras de la existencia de un país. Trabajo y riqueza que son signo y resultado de la organización de la sociedad.

Y recursivamente, sin sociedad, como un empeño inventado por los seres humanos, no es posible el trabajo y ni la riqueza para que un país exista.

A este empeño e invento instituido socialmente, se opone otro empeño en Venezuela, el de la cultura matrisocial, que deniega de todo invento  instituido bajo la norma a cumplir para que todo marche en beneficio de todos. Si no fuera de todos, entonces hay que impugnar ese proyecto. Como la cultura matrisocial se define por el placer y comodidad, la impugnación tiene dificultades en constituirse. Porque nos gusta vivir a la brava, a lo que sólo me favorezca a mí, y me salto el cumplimiento de la ley, porque ésta se convierte en la enemiga de mis intereses personales. No importa que abuse, eso es señal de mi poder; no importa que sea indolente y desuse las cosas para no meterme en problemas que no me importan…

Sigue así un empeño antisocietal, orquestado por una mente de conuco recolector, confirmado por un consentimiento matrisocial o permisividad indolente, en correspondencia con un resentimiento (edípico) puesto a relucir por la política de la llamada revolución bolivariana.

Se piensa que los recursos naturales de carácter minero (petróleo, oro, diamantes, coltán, y todo lo expresado en el Arco Minero) van a salvar o curar al país de la estupidez, y eso está negado por la historia y la antropología.

-¿Se puede ser sociólogo en un país con la vergüenza malograda?

Uno se lo imagina como posible, pero adquiriendo el papel de un sociólogo pensándose en el exilio dentro del país. Como alternativa sería hacer sociología de enclave como en un gueto, casi sin saber que el conocimiento sociológico interesa al país como aporte a su existencia. Pero sería la forma de tomar aire con el amor a lo que uno hace, a lo que concurre y a lo que asiste.

Uno hace (produce) los mejores cambures (bananas) del país en las tierras altas de montaña en Los Teques (honda generosidad de la tierra venezolana cuando uno la ama).

Uno concurre a los grupos de amistad con colegas de la academia (hermosa red de convivencia cuando uno se cultiva con la gente venezolana).

Uno asiste a eventos de música de guitarra en homenaje al gran guitarrista guayanés, Antonio Lauro, organizados por mi comadre, también guitarrista profesional (aguda sensibilidad del gusto con el desempeño super-artístico del venezolano).

Todo para no reconciliarme con los desperdicios que genera la política revolucionaria bolivariana. Ésta también nos ha robado el trabajo y el dinero de la riqueza, dejando al país en estado vergonzante.

Vergüenza que nos hacen pasar los productos importados, procedentes de imperios, el decrépito (Rusia) y el socialista de capitalismo salvaje (China). Productos de baja calidad con rápida vocación de chatarra: coches, lavadoras, bombillos, brochas de afeitar (chinos) y equipos militares (rusos) de segunda mano, de próximo desuso y desactualizados. Es la vergüenza del país de que lo barato sale caro.

Estado vergonzante cuando las señales son la exposición a la muerte de los que nacen (niños) y de los que están a punto de entregar su vida de trabajo (ancianos) por falta de medicinas y alimentación. Son señales de la baja calidad de país, como también lo son el trato a los presos y a los locos.

Así nos quieren vender el país del hombre nuevo, cuando esa idea procede de un falsificado préstamo sonsacado de la verdadera teología cristiana, y convertido en falso mito que es lo peor que puede sonar en el entendimiento de un antropólogo.

Algún día la fuerza de las cosas volverá a adueñarse del país venezolano, y éste desembozado de  su desvergüenza, se levantará sobre sí mismo[2] para ver de su honor y vergüenza desgajados.     




1] “El cuerpo que acepta el dolor está en condiciones de convertirse en un cuerpo cívico, sensible al dolor de otra persona, a los dolores presentes en la calle, perdurable al fin –aunque en un mundo heterogéneo nadie puede explicar a los demás qué siente, quién es. Pero el cuerpo solo puede seguir esta trayectoria cívica si reconoce que los logros de la sociedad no aportan un remedio a su sufrimiento, que su infelicidad tiene otro origen, que su dolor deriva del mandato divino de que vivamos  juntos como exiliados” (Richard Sennett, Carne y Piedra. Madrid: Editorial Alianza, 1997, 401).
[2] Esta formulación ética del deseo de ser nutre nuestra esperanza.