domingo, 13 de mayo de 2012

CELEBRANDO LA PALABRA



ME QUEDA LA PALABRA

Si he perdido la vida, el tiempo
Todo lo tiré como un anillo al agua.
Si he perdido la voz en la maleza,
Me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre,
Todo lo que era mío y resultó ser nada.
Si he segado las sombras en silencio,
Me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro
Puro y terrible de mi patria.
Si abrí los labios hasta desgarrármelos,
Me queda la palabra.

BLAS DE OTERO

Los Unos por los Otros.
Disco de La Poesía Española de ahora y de siempre.
Música y cante: Paco Ibáñez.

LA PALABRA QUE ME REMEDIA

Si en el transcurso de mi labor sociológica inquisitiva, he ido perdiendo mis patrias (tres), mis liturgias y sacraticidades, mis comunidades en el barrio caraqueño, mis familias de sangre y mis familias de parentesco de alma. Además de ir sufriendo el despojo de sueños y proyectos, los de la Grecia del pensamiento y de la Jerusalén de la fe. Versos estilísticos de Dámaso Alonso, teclas de Bach, cuerdas clásicas de Sor-Coste, desactivaron sus energías. También aquello que yo más quería. Todo se fue con los tumbos y miserias de la historia de uno. Entonces, subí-me sobre los hombros míos. Retuve en el aire un hilo de pensamiento. Me conecté con Venezuela desde el ombligo de su realidad. Di alcance con lo que de otra forma se conecta también con la realidad del resto del mundo. Obtuve la palabra indispensable, la que me queda. La fabricada en una metáfora conceptual. Fabricada así con poder panópticamente creador. Que pudiera ser una palabra vital, salvadora. Que me cambiara las suertes trágicas de Blas de Otero. Porque lo esencial de la experiencia humana (aún vital negativa) si se procura bien como experiencia, nunca se pierde como humana, en la historia personal. Era la palabra MATRISOCIALIDAD.


Recitado a capella.

Universidad Central de Venezuela, a los 2 años del blog, a los 20 de doctor, y, también, a los 20 de la palabra matrisocialidad.   

MATRISOCIALIDAD E INVESTIGACIÓN SOCIAL EN VENEZUELA


¿Por dónde debemos empezar para obtener la garantía de autenticidad de nuestra investigación social? Este es un proyecto desafiante para la ciencia social en la comunidad científica, pero viene como anillo al dedo para ser aplicado a nuestra situación en Venezuela. No hay investigación social auténtica sin el instrumento de trabajo conceptual que certifique dicho trabajo y como tal lo demuestre. Tal es el primer principio de una investigación: colocar sobre la mesa el instrumento de trabajo, es decir, el concepto con el que vamos a trabajar y con ello cómo lo elaboramos. Es lo que se identifica con el principio generativo que no es otro que el modelo conceptual que representa la respuesta explicativa a la solución de un problema.

Con relación a ese concepto, que construye el investigador y desarrolla después su prueba comprensiva o explicativa, es en lo que va a consistir el trabajo de investigación. El tema de la investigación sólo va a identificar el fenómeno que constituye nuestra motivación o interés en la realidad. El problema que nos planteamos a partir de la motivación temática, ya muestra la potencia del investigador respecto de la calidad de la investigación que se pretende realizar, pero es sólo la solución conceptual en la que se demuestra la metodología epistémica que va a suponer la garantía de autenticidad ética de la investigación científica.

Por supuesto, el programa que sucintamente acabo de manifestarles, no se logra de la noche a la mañana. Lo que voy mostrarles ahora me costó dos décadas, unos 20 años, y aún para llegar a mostrar una carrera de investigación cuyo objetivo era saber qué es lo que pasa en Venezuela y decir que al fin entiendo, ahora sí, qué es lo que pasa en Venezuela, me llevó aún una década más, total 30 años. Y es que la realidad social no es tan fácil, además que se necesitan muchas obras para llegar a la obra que culmine el ciclo total de lo pretendido.

Después de una honda inflexión conceptual, lo que les vengo a exponer representa el resultado de la investigación: el concepto de MATRISOCIALIDAD. Ocurrió empezando los años 1990. Como esta obra de mi tesis doctoral, titulada MATRISOCIALIDAD no es tan fácil de digerir y a veces entender y comprenderla en su análisis, me presionaron para que escribiera una obra de divulgación etnográfica como es el libro ELOGIOS Y MISERIAS DE LA FAMILIA EN VENEZUELA.

El tema al que apuntaba era nada menos que el de la familia venezolana, motivo que me tenía confuso sobre la posibilidad de conseguir en ese tema la clave de entendimiento de la organización social venezolana, y al mismo tiempo de sentir que el tema era un tema anticuado y acaso manido. Pero no tuve más remedio que plantearme la familia venezolana como tema, y después formularlo como problema con relación al desequilibrio de su estructura organizativa, la cual tenía poco que ver con la estructura que nos señala el Código Civil ¿Pero cómo trabajar dicha estructura, llena de curvas y recovecos, desequilibrada y pareciendo un embrollo? Pues una cosa es vivirla y verla en los de la casa de al lado, y otra cosa es pensarla como problema, es decir, armar su coherencia y explicarla conceptualmente

Por supuesto que el problema de la familia no se me ocurrió a las primeras; ya llevaba 20 años y colocaba este problema al margen de otros como los del barrio marginal, del campesino conuquero, la magia de María Lionza en la Montaña de Sorte en el estado Yaracuy, el proyecto del estado nacional venezolano en nuestro libro sobre los ferrocarriles históricos, y aún nuestros análisis del discurso en la telenovela venezolana. Empero, nuestras búsquedas apuntaba al proyecto de sociedad en Venezuela, al cual veníamos dando vueltas desde la etnicidad misma antropológica. Sin acceder al ser etnocultural no podíamos llegar a preguntarnos sobre el proyecto de sociedad en Venezuela: si está planteado, si existe y si quiere el colectivo venezolano llegar a él y cómo lo procura si es que lo pretende ¿Cómo lograr la “piedra roseta” que me interpretara el jeroglífica de la etnocultura venezolana, es decir, cómo es y qué quiere el venezolano con y sobre su realidad? Este pueblo que a decir del novelista de Altagracia, Salvador Garmendia, es un pueblo medio loco, porque si fuera loco del todo no habría problema. Bueno, todo pueblo tiene algo de loco, como lo tiene de poeta. Bien, había que ubicarse en el punto cero de la etnocultura para observar bien, a ser posible, toda la acción social venezolana.

En esta orientación, la disciplina o taller del estilo de trabajo, con que iba a ir a las profundidades del problema me parecía que iba a ser la etnopsiquiatría, esto es, el de una antropología psicoanalítica en la que la cultura, no siendo una personalidad, es tratada como si fuera una personalidad. Por su parte, el instrumento de trabajo se presentaba en el modelo conceptual de la estructura básica de personalidad, revisitado, es decir, vuelto a considerar según los nuevos aportes de la lingüística, la semántica y el psicoanálisis mismo. El resultado del trabajo iba a ser el concepto de matrisocialidad que va a expresar una explicación, como solución general de la estructura total del colectivo social venezolano. Si decimos que se trata de una estructura básica de personalidad matrisocial siempre indica una referencia a una media que configura los significados de una realidad dentro de un colectivo social.

La referencia a la media, como se introduce con el tema de la personalidad básica no es más que un acercamiento de entrada muy general y abstracta. En concreto sabemos por el modelo cultural, que la media de una conducta colectiva no es más que una referencia abstracta. Los grupos particulares o el individuo, también particular, pueden acercarse mucho o poco al cumplimiento de esa media. Lo que esto va a decirnos es que nadie está obligado a cumplir con la media; en general nadie la cumple; y que es plausible que nadie la cumpla. El asunto consiste en que todos, sin embargo, entienden muy bien de qué se trata cuando se tienen presentes los significados de hechos culturales que muestran la conducta del colectivo. Tal es lo que nos ocurre también con el concepto de matrisocialidad. La etnocultura es un tope de idealidad donde los miembros que portan esa cultura entienden y se entienden, lo mismo que ocurre con una lengua. Que en un colectivo social todos hablen y entiendan la misma lengua no significa que todos la sepan utilizar con la competencia debida, lo fundamental es que todos entienden más o menos el sentido que se ejercita con ella.   

Cuando nos referimos en Venezuela a esa media ideal, que en nuestro caso caracterizamos como una personalidad social matrisocial, aquí no valen las diferencias de clases, de regiones, de interior del país en contraposición con Caracas, de colores de piel, de ecología social (barrio y urbanización), por más que hay autores que insisten que esta personalidad cultural es sólo popular (Moreno, 1993), del barrio marginal (Vethencourt, 1974) o de asunto afro-venezolano asociado a la histórica esclavitud (López Sanz, 1993). Este es un asunto cultural de tipo nacional. Dejamos de lado por ahora a los grupos étnicos nuestros que tienen otra organización social como los guajiros, pemones, panares, guahibos, guaraos del delta, etc.

El punto cero o piedra roseta de nuestra arqueología cultural nosotros la encontramos en la posición psicodinámica de la estructura de la familia. El resultado de la investigación es el hallazgo construido del concepto de matrisocialidad. Esto significa que lo que somos como seres sociales la proporciona una infraestructura cultural de carácter antropológico que portamos y que nos lleva a decir que con esta señal indeleble (como una impresión de carácter) se produce el ser nativo venezolano. En Venezuela, nuestra identidad cultural la caracterizamos como matrisocial, con alcance de representar a nuestro ser constituyente. La matrisocialidad es un concepto elaborado para explicar que, aunque la sociedad no puede ser lógicamente una madre, una familia, sin embargo, el colectivo venezolano se ha dado o construido con sus significaciones de la familia, lo que define sus relaciones sociales como familiadas. El concepto de matrisocialidad opera como una metáfora, que enuncia en su formulación lo que existe como realidad: que la sociedad venezolana actúa en sus relaciones sociales como una familia. Todo en Venezuela se ‘familia’, lo que parece ser nuestro destino. La matrisocialidad se perfila como un talante vital que moldea nuestros asuntos sociales, no sólo los de nuestra familia.

Toda sociedad está montada sobre problemas de infraestructura cultural muy fuertes, que después se proyectan sin remedio sobre la estructura social, es decir, cómo la gente se gana la vida, trabaja, construye su casa y entierra sus muertos. En Venezuela, la infraestructura cultural no sólo es particularmente fuerte, también tiene sentidos cuyos recovecos parecen subterráneos para el ojo no acostumbrado a verlos para a su vez pensarlos. De entrada, se puede decir que la realidad de la familia en Venezuela tiene poco que ver con la familia que diseña el Código Civil. Culturalmente, es decir, la familia que vive el venezolano es un grupo de mujeres con sus hijos. Son mujeres hermanas que configuran una alianza sororal.

¿Dónde están los hombres? Los hombres no son principio, no originan familia, sólo pertenecen a una familia, la de su mamá. Por eso siempre serán hijos. Cuando muere su mamá el hombre será un recogido en la familia de su mujer, si es que la tiene. El gran historiador venezolano Tomás Polanco Alcántara revela en una entrevista que cuando muere su mamá comienza su conciencia del tiempo. Tenía 73 años cuando sufrió dicha inflexión que le cambió la visión de su realidad vital, es decir, cuando la muerte de su madre le genera su soledad familiar, no obstante ser padre de seis hijos y tener veinticinco nietos, y como investigador haber escrito “más de cincuenta libros de los más diversos géneros (derecho, historia, literatura)”[1].

Asentamos aquí que el exceso de maternalidad, la madre la procura a costa del padre. Es decir, la cultura produce tal exceso de realidad significativa de maternalidad, que deja un margen insignificante a la producción de paternalidad. No es que no haya “padre”, es que su figura se encuentra tan disminuida en su significación psíquica y cultural, que podemos decir que en la estructura familiar venezolana no existe la figura del padre. Así se remarca el padre biológico, reducido socialmente a ser ocasión de que la mujer tenga hijos. Si nos descuidamos termina siendo un padrote, que como engendrador (génitor a diferencia de pater) no tendrá responsabilidad en el grupo familiar y le costará mucho tenerla en lo social. Será la mujer la que le exija que trabaje porque tiene que cumplir como proveedor, lo que le justificará su pertenencia al grupo, y no su base de autoridad. Los hijos serán propiedad exclusiva de la madre, que a su vez serán compensatorios de la falta de pareja de amor comprometido y responsable a la que no responde su vida ni la vida del hombre con el que se junta. 

La familia matrisocial no es una familia conyugal. No tiene esposo (ni esposa), sino marido (a veces maridos sucesivos, también su correspondiente mujeres sucesivas). El marido no pasa de ser un amante. De nuevo, son los hijos los que otorgan la honradez a la madre, para que ésta no sea una cualquiera. Cuando lo equilibrado es que ejerza dicho papel el esposo y padre de sus hijos. Entonces, para qué un marido, si el amor consistente y unidad indisoluble del vínculo matrimonial acontece en la relación filial. La madre desempeña aquí un dominio absoluto, en la medida que consiente al hijo y le prohibe que se case. Entra a jugar la compulsión (preocupación) más dura de la matrisocialidad: la madre no puede perder a su hijo, por supuesto, a manos de otra mujer.

El amor de la madre por el hijo (edipo) se expresa como un inmenso consentimiento sobreprotector, núcleo del mito matrisocial. Este detector del sentido de lo real desprende fenómenos como el de la posibilidad de que el hombre no crezca más allá de ser un hijo, pero también el de la posibilidad de que no vea la realidad más allá de sus espejismos y su valor mágico, y piense que la realidad no es importante, que no vale la pena trabajar en ella y por ella para desarrollarla socialmente. Dicho mito se despliega también hacia la producción de las relaciones de dependencia social en el venezolano, pues su infraestructura cultural se estructura en la configuración clave de la familia, esto es, la matrisocialidad se revela como un profundo complejo de dependencia materno-filial. Es una dependencia mutua ubicada en la raíz de desempeño infraestructural que moldea nuestras relaciones sociales, y nos hace individuos socialmente endebles y al mismo tiempo regresivos psíquica y culturalmente. Es un proceso de regresión operado por la vivencia de la maternidad virginal que se genera en la madre por excelencia que es la abuela y en los hijos por excelencia que son los nietos, precisamente donde se produce el cierre de la estructura familiar, como decir la última palabra del asunto. Desde aquí, como desde otros trazos culturales luce complicado que se genere en los actores sociales el desarrollo social en Venezuela, porque además tenemos que ver a qué estructura social se corresponde, que no suele ser muy productiva, encajonados entre el conuco y el rancho, la mina a flor del suelo y el hato cimarronero, nuestros mitos endémicamente económicos de tierras de nadie.

Hay otra vivencia de la madre también fuerte: la de la madre mártir, es decir, la del aborrecimiento del varón, al que no se ha dejado crecer sino en el desvío de ser un  macho que se desea y que al mismo tiempo se rechaza. Fenómeno que tiene un parecido al de la mantis religiosa. Todos estos trazos culturales aparecen en Doña Bárbara y otras novelas de Rómulo Gallegos, en psicoanalistas como Raúl Ramos Calles y José Luis Vethencourt. Trazos que los científicos sociales no nos queda otro remedio que sociologizarlos, es decir, sacarlos a la luz de la acción práctica con plenitud de significación antropológica. Como ya los historiadores y filósofos Mario Briceño Iragorri, Augusto Mijares y José Manuel Briceño Guerrero adelantan problemas sobre nuestra realidad de pueblo, cuya problemática la solucionan con el cuento de la historia, con nostalgia sin saberlo, como Briceño Iragorri y Mijares, pero en espera de que la antropología social, como Briceño Guerreo, devele sus profundidades a partir de su mito infraestructural. He aquí lo que ha sido y sigue siendo nuestra obra venezolana para los venezolanos.

Un estremecimiento escalofriante me ocurre cuando personalmente describo el proceso del paso del adolescente a adulto, del varón venezolano. No me da la pluma literaria para sostener tal estremecimiento. La madre se consigue con la contradicción, como una encrucijada en la que tiene que debatirse como su destino de condenación. Y a su vez se debate el hijo con su farsa trágica de ser un vagabundo, un abandonado, como una de las culturas que condena al varón al abandono inmisericorde. La cultura le manda que tiene que botar (expulsar, sacar) de la casa al hijo como varón, pero al mismo tiempo le manda que tiene que retenerlo como hijo, porque no puede perderlo. Es un mandato muy fuerte, porque el hijo tiene que hacerse varón como macho y la casa dominio esencialmente femenino se lo impide si vivencialmente permanece mucho tiempo dentro de ella. Como es un baldón para la madre tener como resultado a un hijo marico (afeminado), debe culturalmente sacarlo de la casa, es decir, de sus entrañas femenino-maternales. La calle es el ámbito de los varones, donde el varón se encuentra con los otros machotes y donde se consiguen las mujeres de otros. La madre le dice: tienes que juntarte con ellas pero no casarte con ninguna. Otra fuente del desequilibrio en la estructura familiar lo constituye la descompensación que causan las contraprestaciones maritales, por la que la mujer con quién se une está desvalorizada frente al gran valor que tiene su hermana como miembro uterino o matrilineal de la familia. El juego de la compensación se lleva a cabo mediante la acumulación de vaginas, es decir, con la idea y realidad de tener varias mujeres sucesivas que compensen la pérdida de la hermana que expresa su familia. La hermana no sólo tiene el papel de una madre sustituta, es culturalmente una de sus madres como tal.

Este laberinto de las relaciones familiares, que se presenta como desequilibrado en los valores de la significación, lo tildan los autores como el embrollo matrilineal (Richard, 1975), también encontrado en la matrisocialidad venezolana. Cada trazo que hemos dado como largas pinceladas de la estructura familiar venezolana tiene un profundo y largo discurso de comprobación en la ciencia antropológica. Nosotros hemos procurado no perdernos en tal laberinto con el propósito epistémico del horizonte ético en busca de la definición de la relación social y de su papel de destino por lo que respecta al proyecto de sociedad en Venezuela.

El problema que apunta a las políticas públicas del desarrollo social,  pasa por colocar a tal política en el inicio del ser o identidad de cómo somos los venezolanos. Antes de avanzar de un modo simple hacia el deber ser ético, con lo que nos estrellaríamos con un muro, tenemos que preguntarnos por lo que puede ocurrir en el camino de un punto a otro. El deber ser significa alguna transformación o desarrollo social que implique una mejoría de nuestra suerte o de cambio de destino en el ser. En este camino travieso se encuentra nuestro problema: no es que hayamos perdido el ser, lo que somos, pues lo vivimos intensamente, sino que no damos con nuestro ser, con la brújula de nuestra identidad tal como somos, cuando tratamos de pensarnos, y esto nos trae problemas cuando pretendemos entrar en el camino del desarrollo social y, por lo tanto en saber plantearnos un problema de investigación y en crear el modelo conceptual para su solución explicativa. Aquí no vale decir que Venezuela tuvo un momento heroico, es un pueblo solidario, acogedor, placentero, o al revés que no es una nación sino un gentío, un pueblo indisciplinado, un campamento minero, un gran conuco.

El diagnóstico no es que lo vivimos pero no lo sabemos vivir y con ello identificarlo superficialmente, sino que además no sabemos pensarlo y con ello identificarlo con profundidad, como debe ser éticamente. El problema no radica en nuestras madres. Ellas crían a sus hijos como las enseñaron. Tampoco el problema está en la cultura: La cultura matrisocial como toda cultura produce valores de significación, y como tales éstos son siempre positivos. El problema radica en el embrollo matrisocial encuadrado en el laberinto de una estructura familiar desequilibrada: Desde estos núcleos se genera un complejo cultural que no hemos solucionado todavía en Venezuela. Es el de no dar con el ser para pensar sobre él. Según esto, el venezolano piensa hasta la mitad, como dice Urbaneja Achelpol. Más que estar al frente de nuestro ser, éste nos arrastra a nosotros y nos domina a su merced. Así hablamos incongruencias como decir que somos blancos cuando somos morenos, trigueños; decimos que nos casamos y en realidad nos juntamos; que somos tolerantes cuando la realidad es que somos permisivos; que nos comprometemos con algo y en realidad somos cómplices: que somos participantes y en realidad a lo que aspiramos es a privilegiados, cuya lógica del privilegio no es otra que la exclusión de muchos, la del quítate tú para ponerme yo, y la del cada uno salirse con la suya como sea.

¿Cómo identificar lo público y la política? ¿Cómo identificar lo social y su metáfora del desarrollo? ¿Cómo los vive y piensa el ser matrisocial venezolano desde su propio ser matrisocial? Aquí hay un largo y arduo trabajo teórico y de aplicación para saber adonde estamos y adonde nos dirigimos, un arduo trabajo de crítica a la cultura antropológica desde el quehacer de la investigación científico-social. Porque –como dice Séneca el filósofo estoico hispano romano-  “No existe viento favorable para aquél que no sabe adonde va”. Pensar bien, es decir, cómo se debe pensar, es un asunto ético, que tiene que presidir en el proceso del planteamiento del problema en una investigación y a continuación seguir presidiendo y configurando la innovación en la búsqueda de los modelos conceptuales, cuya instrumentalidad teórica define la garantía epistémica con que se inventó y con que se sigue inventando la investigación. Decimos inventar o crear que significa más que producir. Se producen productos, se inventan o crean obras, tal como utiliza este esquema de análisis Henri Lefebvre en su libro El Derecho a la Ciudad (1975). Así pensamos que la investigación debe adquirir el estatus de obra no de un mero producto, ya que debe incorporar una dosis de pensamiento para saber que es lo que quiere decir. Y no sólo conocimiento como si fuera sólo un arsenal de información.

En este talante, puedo conceptualmente decir, y no sólo informar sin significado, que mis investigaciones sobre Venezuela dicen que Venezuela está un tanto perdida en su realidad y ello es el principal obstáculo para saber adonde se dirige, y ello le ocurre desde el día siguiente a la heroica batalla de Carabobo. Nosotros, junto a las investigaciones de nuestros alumnos, desde distintos temas y problemas nos encontramos abriendo este sendero de atinar con nuestro ser bajo la guía del deber ser de la ética, cuya objetivación es el proyecto de sociedad. Buscamos la orientación que nos resuelva el complejo matrisocial en Venezuela, siempre atendiendo a lo que han hecho prominentes autores venezolanos y siguen haciendo también. Este es un desafío que nos enfrenta para saber si nuestros esfuerzos de investigación se colocan en el punto y proceso que le es debido epistémicamente ético.

Referencias Bibliográficas
Briceño G., J. M (1994): El Laberinto de los Tres Minotauros, Monta Ávila, Caracas.
Briceño I., M. (1972): Mensaje sin Destino. Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo.
Monte Ávila, Caracas.
Gallegos, R.: Doña Bárbara, Novela.
Hurtado, S. (1998): Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica de la
familia venezolana, ed. FACES-EBUC, Caracas.
Hurtado, S. (1999): La Sociedad tomada por la Familia, ed. EBUC, Caracas.
Hurtado, S. (2000): Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad, Rectorado y
Vicerrectorado Administrativo, UCV, Caracas.
Hurtado, S. (2011): Elogios y Miserias de la Familia en Venezuela, La Espada Rota,
Caracas.
Khan, A. M. (2001): “Pasajeros del tiempo. Tomás Polanco Alcántara”. De Cara Al
Tiempo. Magazine COMPLOT. Revista de farándula y moda femenina, 3º aniversario, agosto-septiembre, 240 págs.
López Sanz, R. (1993): Parentesco, Etnia y Clase Social en la Sociedad Venezolana,
Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Caracas.
Mijares, A. (1970): Lo Afirmativo Venezolano. Ministerio de Educación, Caracas.
Moreno, A. (1993): El Aro y la Trama, Centro de Investigaciones Populares  y la
Universidad de Carabobo, Caracas.
Ramos, R. (1984): Los Personajes de Gallegos a través del Psicoanálisis, Monte Ávila,
Caracas.
Vethencourt, J. L. (1974): “La estructura familiar atípica y el fracaso histórico cultural
en Venezuela”. Revista SIC, Caracas, febrero, 67-69.  

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Sin la actual Celebración y sólo como Conferencia dictada en el Grupo de Investigación: Desarrollo de Sistemas e Innovaciones (DESI), Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada (UNEFA), 21 de marzo de 2012.                                                                      



[1] El hijo de mamá. “Yo creo que empecé a tener realmente conciencia de mi edad el día que mi madre murió. El 31 de diciembre del 2000 yo dejé de ser un hombre que tenía a su madre viva. Porque a pesar de mis 73 años yo era un hombre con su mamá viva y ésa es una relación  que cuando se rompe produce un desgarramiento muy grande. Creo que fue a partir de allí que empecé a tener conciencia del tiempo” (T. Polanco A. entrevistado por Ana María Khan en 2001, cuando ya tenía 74 años).

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