sábado, 20 de junio de 2020

SACARSE EL PAÍS

Parque Nacional Canaima (Venezuela)



El habló alguna vez del temor que se experimenta
cuando se piensa en serio de algo serio. Era el temor
a quedarse en lo oscuro, en el vacío.
María Inmaculada Barrios: Materia Incierta.
Caracas: Alfadil ediciones, 1987, 46.

Y te voy a decir!: Este es el mejor país del mundo…

Roberto se esponjaba con seriedad al decirlo. Porque su contrincante en la discusión volvía a enrostrarle que Venezuela era un país contrahecho, y sin proyección de futuro.

Pero Roberto trataba de objetivar el país en sus obras y así traía a colación el programa Gran Mariscal de Ayacucho, que respondía como indicador al Plan de la Gran Venezuela, formulado por el gobierno de la primera presidencia del Carlos Andrés Pérez.

-Eso estuvo bueno, pero los que se iban con la beca a estudiar al extranjero, se quedaban allí, y si volvían al país, aquí no tenían donde emplearse. El país perdía doblemente: el dinero de la beca y los cerebros formados.
-No creas. Sí volvió gente y se logró reorganizar a PDVSA, que llegó a ser una de las cinco (5) grandes empresas petroleras del mundo.
-Sí, es cierto, pero funcionó como un enclave petrolero, que a su vez permitió otro enclave, el financiero, y aunque repercutió en beneficios secundarios para el país, no transformó a éste industrialmente. Así que bájate de esa nube y sácate ese mojón ilusionista que tienes en la cabeza.
-Pero nadie nos quita lo bailado: se disfrutó mucho en esa época, y ese talante festivo sigue vivo en Venezuela. Pese al desastre que tenemos hoy día, Venezuela sigue teniendo, para ser un gran país, las mejores oportunidades, y la de esperar mejores tiempos. Es lo que quiero decirte con lo de que Venezuela es el mejor país del mundo.

Federico desistió de discutir, porque además el autobús que se veía venir a lo lejos, era el que ellos iban a tomar. La gente se arremolinó en la fila por si podían empujarse y a río revuelto ‘colearse’. El servicio del trasporte es escaso, sin hora fija, y los vehículos rebosan de usuarios de forma que no dejan entrar a mucha gente…

En medio del alboroto, Federico hizo una imitación a la idea de Roberto: Está clarito, este el mejor país del mundo y a pasos acelerados y en remolino disfrutaremos el viaje apeñuscados [apretados unos con otros]

Si hoy día tenemos que presentar al mejor país del mundo con larga travesía de destruido y estacionándose en su propia e inmejorable parada de destrucción, cómo queda uno ¿con la cara fresca o con la cara ‘e tabla? ¿Cuál es mi trabajo: el de un mendaz lengüetero o el de un lingüista competente? ¿Cómo es mi trabajo si quiero decir el país, y debo decirlo para el país mismo?

Poner palabras juntas
                               es mi trabajo.
A un lado los signos
                               y al otro la nada.
Toda la nada contra la pared
                               es mi trabajo.
Hacer que te conmuevan las palabras,
los signos o la nada
                               es mi trabajo.
Más allá de lo bello o de lo horrible.
De todos los días miserables.

Es mi trabajo
herir a tus recuerdos por la espalda.

Luis Díaz Viana. Pagano Refugio.
Valladolid: Ed. República, 1996, 56.
(recortes del bloguero)

Al poeta se le fueron los tiempos (dicho venezolano) al calificar su trabajo como negativista. Nosotros preferimos darle la vuelta y cuando aplicamos “Toda la destrucción contra la pared, es mi trabajo”, el objetivo es denunciar que hay signos de la nada (destrucción), y que es necesario revertirlos como signos de esperanza y consuelo. Mi trabajo es un trabajo de lealtad para todo lo que nos queda fuera de un estado fallido y de un mercado entrampado: la sociedad por construir, y con esto un país por fundar y cultivar (culturar, colere) donde quepa lo societal.

¿Cómo será eso? Es necesaria una cirugía psíquica y cultural: sacarse el país que hemos hecho con un complejo de inferioridad de carácter antisocial, que al expresarlo al revés lo hemos enterrado dentro de nosotros mismos: ha sido la función técnica de la creencia retorcida del yo ideal (ideología); por lo tanto, fuera de control del ideal del yo y de la realidad de la norma, es decir, se ha enterrado en nosotros, con nuestro modo de ser venezolano, un país fuera de ley. 

Porque se esfumó la realidad de un país serio, puede uno percatarse de que para lograr moverse en y por la realidad se requiere un principio de orden básico y obtener su dominio; de lo contrario, se vaga en un vacío. Si el vacío no aguanta a la nada turgente de ser y de vida, ésta se llena del caos del que, en la historia, emergen las fuerzas destructivas. Y aquí se encuentra el gran temor de nuestro trabajo frente a la realidad venezolana como país, pues siempre he dicho a partir de mis estudios de la etnocultural venezolana, la matrisocialidad, que la ‘nada’ es más productiva que el ser afirmativo y la vida social, pues la nada se da la mano con la inercia en el sentido productivo-vital del país, es decir, con aquella postura de dejar (abandonar) las cosas, de dejar hacerse éstas (como naturales), de tal modo que nuestro ser social termina por ser un dejado hasta consigo mismo (García Bacca, 2004: 42; Hurtado, 1995: 161)[1].

Pero el yo ideal empuja el sentido de realidad aviesamente, y al dicho del mejor país del mundo queremos que lo aplaudan los otros (que somos nos-otros mismos) y lo creamos así reconfirmado por los extraños (ellos-otros, internacionales) como queremos a imagen y semejanza de nuestros deseos idealizados. Y si con mi trabajo te golpeo esos deseos por la espalda, me dirás que soy un aguafiestas por desvelarlos como imaginaciones fatuas o espejismos deambulantes. No se trata de un ejercicio cómodo el de entrometerse con un país, cuando lo que se pretende es ofrecer el diagnóstico que supone la fuerza de un revulsivo contra la flojera de pensar las mejoras necesarias y autenticar la existencia del ser de un país de verdad.

Érase un país que soñábamos, pero al despertarnos nos topamos con el país real y su nada productiva. Es lo que se ha venido haciendo en la historia de “una nación llamada Venezuela” (Carrera Damas, 1984; Hurtado, 1990). Todo por estar anclados en varios complejos como el de inferioridad (psíquica) pegado con el cultural de matrisocialidad (el  decir es oblicuo con el hacer), que le obstaculizan la visión de un orden básico cuyo dominio no controla. De ahí mi trabajo por hacer que el venezolano se aplique a cambiar las suertes de su destino matrisocial: el de superar sus complejos con el fin de transformar los signos negativos (ceguera) de la complicidad, por los signos positivos (visión) de la responsabilidad ética, la del compromiso.

Es necesario remontarse sobre las negatividades sin caer en la ambigüedad que las trasciende sin pena ni gloria: allí donde no existe ni lo propio ni lo ajeno, sino “todo lo contrario”, un argumento que popularizó, con un tercer término opacamente improductivo, el presidente Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno de los años 90[2]. Atinaba muy bien dicho presidente en su afán populista de decir cualquier cosa para no decir nada, y lo hacía conectando perfectamente bien con nuestro modo de ser cultural (matrisocial), esto es, con ese miedo a enfrentar positivamente las realidades contenedoras de problemas serios. Es ese miedo el que conduce a que se vea el país como superior, el mejor, para caer estrepitosamente en la ansiedad y la depresión inferioranas: “aquí no se puede hacer nada”, “esto se lo llevó quién lo trajo”.     

Si se venía cayendo como país en los años 1980 y 1990, donde los apotegmas o dichos políticos de entonces caían todavía en terreno social empinado, donde la regla todavía se asumía con una formalidad como presunto camino hacia el bien común, y conformarnos así en sociedad, qué podemos decir en la bajada que están suponiendo las dos décadas del siglo XXI, donde fallan todos los servicios básicos en sí y en su estabilidad… Son servicios cuya falta afecta a la expresividad del orden social básico y cuya inestabilidad indica el de un dominio no controlado por la sociedad sobre sí misma como tal, descontrol que la somete, sin honor ni vergüenza, como terreno de servidumbre al estado y a su política populista.   

Pese a esto sigue siendo en su mentalidad, un país cuya megalomanía se encumbra por encima de su realidad, realidad de país ninguneado porque adolece de servicios básicos estables: el 74,6% sin agua y el 91,2% sin luz, según encuesta de la Comisión de Expertos de la Salud de la Asamblea Nacional. Sin servicios públicos o de su baja calidad da cuenta la calidad misma de lo que es el país, un país de baja calidad. Todo lo más se sostiene su realidad en la centrífuga o recursividad de las quejas, como expresión de que algo se mueve pero sin avanzar en la constitución del orden social. Se trata de un reivindicacionismo débil, que puede fortalecerse si se convierte en movilizador para enfrentar la solución de dichos servicios como problema de realidad de país.

La persistencia del abandono de la infraestructura por parte del estado, así como de la dejadez de la sociedad de ver los problemas como asunto inercial (‘como quien mira llover’) conducen a la reciente encuesta de Onusida que revela que Venezuela está a una diferencia de 38 punto del promedio regional en cuanto al acceso al agua potable. Un ‘país’ crecido en medio de grandes ríos cargados de agua tiene la oportunidad que le da la naturaleza de llegar a ser un país de calidad, pero si esa agua carece de política social, de suerte que no puede acceder a constituirse en un servicio público esencial, la calidad de país sufre una rebaja considerable en su ser y existencia. El mejor país del mundo es un decir tornado ñángara (añagaza) a la hora del hacer. 

“Hay agua intermitentemente, no siempre la tenemos, tenemos menos agua de la que necesitamos, y para complicar aún más el problema, el agua con frecuencia tiene problemas de calidad en términos de apariencia, porque llega con color, con mal olor, o tiene sabor indeseable. Cuando la apariencia no funciona, el agua no es potable”, señaló el ingeniero José María de Viana, ex-presidente de la compañía estatal venezolana de abastecimiento de agua en una entrevista a la agencia de noticias DW[3].

A la falta de agua, se añade la deficiencia del  servicio de la luz eléctrica. “En los últimos 20 años se han invertido 120.000 millones de dólares para proyectos de electricidad, y sin embargo, el país se mantiene en constante apagones. Las plantas están trabajando a un 10% o 20% de su capacidad”[4]. A la falta de agua y luz, se agregan los servicios inestables del gas, gasolina y recolección de los desechos y basura urbana. La baja calidad de vida en el cocinar, en el trasporte público y privado,  en la vida urbana de las ciudades… se constituye en una calidad torturante de país, cuando ha llegado el tiempo de la pandemia y su cuarentena.    
   
¿Acaso nos extraña el derrumbe del techo del pasillo de la Universidad Central de Venezuela? Es posible la extrañeza, pero otra vez la rabia y el lamento toman la lógica de la queja, procedimiento recursivo para echar la culpa a todo quisque, desde el estado, a las autoridades de la Universidad, a la sociedad entera. Pero ese es un iceberg como ícono de una cultura de la desidia, que lleva a demostrar que no importa guardar los bienes nuestros, aún sean declarados Patrimonio de la Humanidad[5], porque eso de lo propio como ajeno no encaja aún en el sentido de la universalidad de lo humano. 

Aún lo grave inmediato se refiere a una señal que muestra una profunda simbología social: el techo, lo de arriba, se derrumba como tristeza de la obra arquitectónica, porque se ha derrumbado lo profundo de la universidad: su vida y su obra del conocimiento. Ya bajo su techo, con su sombra y su luz, no deambulan los alegres estudiantes con sus morrales y sus sueños, en una palabra, no discurre el conocimiento académico con su dinámica y su verdad. Esto es lo grave que debe llamar la atención: el derrumbe académico de la Universidad Central en su profundo cerebro y corazón, ubicado en la relación de profesor/alumno.  

¿Por quién deben doblar las campanas? ¿Por quién es el Réquiem: por la universidad o por el país? Por lo dos: no puede haber país sin producción de conocimiento puro para que aquél sea un país independiente, y no puede existir dicho conocimiento académico sin un país serio que se trate a sí mismo como un asunto serio. 

Las canciones, películas, obras de arte sobre el país, están siempre esperando ese país de verdad para sostener su sentido de seriedad artística. Estos escenarios del arte son los mejores para dilucidar qué país debe morir, desecharse de una vez, pero sobre todo sacarse del dentro cultural, y qué país debe ser alentado para que viva, aún sin existir en su vacío de la nada. Son los mejores escenarios para que el país reflexione, porque si termina por ser incapaz de ello –como decía Séneca— el país no podrá ser artífice de su propia vida.   

Bibliografía

Barrios, María Inmaculada (1987). Materia incierta. Caracas: Alfadil ediciones.
Barroso, Manuel (1991). Autoestima del venezolano. Democracia o marginalidad.
Caracas: ed. Galac.
Carrera Damas, Germán (1984). Una nación llamada Venezuela. Caracas: Monte
Ávila editores.
Díaz Viana, Luis (1996). Pagano refugio. Valladolid: ed. República.
García Bacca, Juan David (2004). Ensayos y estudios (II). Caracas: Fundación para
la Cultura Urbana.
García Bacca, Juan David (2009). Ensayos y estudios (III). Caracas: Fundación para
la Cultura Urbana.
Guerra Guerra, Luis Beltrán (2020). “Carlos Andrés Pérez, este hombre sí camina”.
Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de las Américas, 11 de junio
de 2020.
Hurtado, Samuel (1990). Ferrocarriles y proyecto nacional en Venezuela, 1870-1925.
Caracas: ediciones Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad
Central de Venezuela.
Hurtado, Samuel (1995). Cultura matrisocial y sociedad popular en América Latina.
Caracas: ed. Trópikos – CEAP-FACES, Universidad Central del Venezuela.
Martín, Sabrina (2020). “Venezolanos sin servicios básicos estables: 74,6% sin agua
y 91,2% sin luz”. Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de las Américas,
11 de junio de 2020.


[1] Esta postura de ser, la del dejado a su apetencia, nos coloca en una situación muy regresiva, atrasada, en nuestro modo de ser social, cercano a una vida silvestre (como conuqueros). García Bacca, como filósofo, sin aplicarlo a Venezuela como hemos tenido que hacerlo nosotros como científicos, y sin la añoranza campestre (pagana) del poeta, Luis Díaz Viana (1996), nos sitúa en una reflexión inquietante sobre nuestra vida social, casi sin mundo y sin historia como tal. “El salvaje es salvaje por vivir en un mundo que casi, casi es sólo universo, por vivir en lo natural dejado a sí mismo, y dejado el hombre mismo a sí mismo, con la fuerza de la palabra castellana ‘ser un dejado’. Por eso el número de inventos del salvaje es mínimo; e inversamente el número de inventos –no sólo mecánicos, sino de forma de vida social, religiosa, científica—mide la diferencia real entre el universo (naturaleza) y mundo (historia)” (García Bacca, 2004: 42, negrilla nuestra).
Es  una dejadez, un abandono, que en vez de quedarse fuera, se lleva muy adentro, desde donde brota esa autoestima negativa del venezolano por sus cosas y por sí mismo. “El venezolano necesita quien lo escuche. Desde pequeño no ha tenido quien lo escuche”, comienza Manuel Barroso (1991: XI) el Prefacio de Autoestima del Venezolano. Pero este psicólogo se queda corto como en la primera vuelta, que para nosotros sería la segunda, de su conjetura, porque como antropólogo nos atrevemos a hacer lugar a la primera vuelta con la pregunta retrospectiva sobre quién no escucha al venezolano. Respuesta: otro venezolano. Y en una tercera vuelta como clave de la cuestión: ¿y qué hace, cómo reacciona el que no es escuchado? -Abandona enfrentarse con el que no escucha. Así se termina en la cuarta vuelta con el rencor del no-escuchado como réplica que espera cumplir con el desquite ya tendré la oportunidad de tampoco escuchar al colocarme en posición de dominio. El ciclo de la ausencia de la escucha al que pide se le escuche, ocurre en una inercia cultural recursiva que se expresa como abuso/desuso (no hay mayor falta de escucha que la ausencia de pensar al otro, y aún al otro como el inexistente ninguno). El abandono como vacío de relaciones, la dejadez, se cruza en las cuatro coordenadas o vueltas de las posturas del ciclo de convivencia social venezolano.      
[2] La regla (es) subsumirnos en esa morfología” [=en lo formal, presunto camino al bien común, se trata de ‘fórmulas organizativas’ para conformarnos en sociedades]. “Pero somos humanos, por lo que todo es posible, así ‘sustitución de unos por otros’ y devaluándonos: ‘Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario’, se lo achacaron al Presidente. La burla ante el éxito y el proverbio ‘el que se mofa del pobre, afrenta a su hacedor’ y ‘A Carlos Andrés Pérez lo que le falta es una cuota de ignorancia’. Lo axiomático cede a la pugnacidad. Estas calificaciones despectivas al dos veces Presidente por voto popular mojaban el pasto para la envidia, alimento de la historia constitucional incierta de los suramericanos” (Luis Beltrán Guerra Guerra: “Carlos Andrés Pérez, ese hombre sí camina” Junio, 10/2020, reproducido en Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de las Américas, Junio, 11/2020). Está bien la reivindicación de tal Presidente, pero la ambigüedad del discurso entre las negatividades de los extremos, está presente. García Bacca (2009: 17) comentando a Husserl habla en este caso de neutralidad, pero aquí el análisis es sobre modelos dicotómicos, en cambio en el modo de la cultura venezolana el modelo es tricotómico, lo que complejiza el análisis y libra con más sofisticación el compromiso ético.
Es en esa ambigüedad de construcción discursiva la que da pié luego a ser utilizada como recurso social despectivo de aquella figura presidencial; que dicho personaje utilizaba ese apotegma como ejercicio de interpretación de su política era auténtico y lo hemos reconfirmado con varios ciudadanos vivientes de aquella época.  Es similar a la frase que en la misma década de los años 90, utilizó Teodoro Petkoff, ministro de Planificación: “Estamos mal pero vamos bien”, aunque aquí el uso que hizo el colectivo social fue aviesamente negativo como interesado. Sin embargo, éste último apotegma, creo ahora, que era correctamente afirmativo de su política. Realmente estábamos mal, y él intentó enderezar las cosas para ir bien. ¿Qué podemos decir como apotegma hoy día que vamos de mal en peor, cómo suena el apotegma de Venezuela es el país mejor del mundo sin cortapisa de un modelo de análisis? Suena perfectamente como un apotegma con espejismos ideológicos a sacarse del adentro de los complejos de inferioridad y del cultural matrisocial (el decir no coincide con el hacer). 
[3] Sabrina Martín. Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de las Américas, 11 de junio de 2020.
[4] Sabrina Martín. Panam Post. Boletín diario de noticias y análisis de las Américas, 11 de junio de 2020.
[5] La Universidad Central de Venezuela como obra señera del arte del siglo XX, obra del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2001. Es posible que no se consiga un campus universitario en el mundo entero que se iguale con el de esta universidad en el centro de la ciudad, y éste campus con su magnífico bosque tropical también está bajo el proceso de su defunción.

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