miércoles, 5 de diciembre de 2012

LA UNIVERSIDAD ENSOMBRECIDA (i)


EN ESTOS AÑOS DE TORMENTAS (16)

"Revolución absoluta queremos"
Dijo el más débil
Que sea anatema. 

"No haya reforma. Ninguna conviene" 
Dijo el inútil,
 Que sea anatema. 

"No hay que entenderse jamás con la vida"
Dijo el retráctil,
 Que sea anatema.

"La realidad rechazamos. Nefanda" 
Dijo el estéril,
Que sea anatema.

"Purifiquemos. Quemad los museos"
Dijo el imbécil,
Que sea anatema.

Jorge GUILLÉN: Aire Nuestro y Otros poemas,
Biblioteca Crítica, Seix Barral, Barcelona, 1976.

LA UNIVERSIDAD ENSOMBRECIDA (I)

“Quiero vivir libre y morir ciudadano”
(Simón Bolívar)

Índice General:

A. La Universidad y el “Locus” Democrático.
B. Los Oscuros de los Claros Universitarios.
C. Autonomía Crítica y Organización Intermedia
D. La Teoría de la Universidad y la “Auctoritas”
C. Cultura Caudillista e Inflexión Democrática.
F. Bibliografía
                                                                   
Índice Parcial:

                            A. La Universidad y el “Locus” Democrático.
                            B. Los Oscuros de los Claros Universitarios.
                            C. Autonomía Crítica y Organización Intermedia

A veces no hay peor cosa que las verdades a medias. Decir que la universidad es el reflejo de la sociedad (el país), contiene aquella media verdad que obscurece el camino de acceso al verdadero problema que se quisiera plantear sobre la relación entre la universidad y la sociedad. Como después es difícil mantener en vilo un equilibrio que aparece como neutral(-izado), puede resultar que aún la universidad desmerezca y se encuentre por debajo de la sociedad en la valoración de los desafíos que presenta la realidad social. En el entendimiento de la vida, muchas veces la gente, que no sabe sino de cosas prácticas, suele ir por delante de la gente que sólo sabe de libros. Se puede oír a los primeros que uno lo aprende en la “universidad de la vida”. No es extraño que se sorprendan de que la “universidad verdadera” no sepa incorporar a los problemas de la vida toda la sabiduría que se espera de ella.
La sorpresa llega al tope en los tiempos de extravío que corren, y en lo tocante a los grandes problemas de la economía, la sociedad y el estado, que se ciernen sobre la gente venezolana. Ésta dice lo vemos y lo vivimos pero no sabemos lo que está de verdad pasando. Tal ocurre con la dinámica política actual que levanta palpitantes chispas. Entonces hasta nos llegamos a preguntar sobre si el venezolano es demócrata (etnoculturalmente), hasta dónde es demócrata (socializadamente), y hasta si merece la pena que sea demócrata (societariamente). Problema escalonado que puede revertirse sobre la universidad aunque sea por el hecho de ser parte (partícipe) de la sociedad venezolana misma.

A.   La Universidad y el “Locus” Democrático.

         Una cosa debe estar clara: si la universidad no genera un valor añadido que la haga ser un plus ultra de la sociedad, esto es, que la coloque más allá de ser un mero reflejo de su sociedad, carece de razón de ser. No importaría ahora si la etnocultura y/o la economía juegan o no a que la gente venezolana sea demócrata, sino si la universidad juega o no al “ideal básico de la educación actual (que) debe (ser) conservar y promocionar la universalidad democrática” (Savater, 1997,152). La sociedad (natural) funcionaría sin necesidad de la universidad, tal como lo ha hecho durante miles de años, y quizás, ay, siga haciéndolo. Actualmente ello sería un indicador del mal “estado de sociedad” en que se encontraría el colectivo venezolano.
         No cabe duda que la “cultura democrática” se revela como un gran problema de la sociedad y del estado, y, por lo tanto, de la universidad. Sobre este problema, como sobre otros también de gran carga ética societaria, se llenan a veces las preocupaciones de los artículos de fondo de los periódicos, de las tertulias de radio y de los programas de televisión, hasta de las conversaciones de los grupos de esquina y de los amigos de la hora del café. Estos “géneros literarios” puede que no lleguen al fondo de la cuestión y menos de su explicación. Pero un sujeto universitario (profesor, estudiante), además de conocer la información del nivel coloquial o presentir la del sentido común, debe añadir un nivel reflexivo, una dosis de pensamiento sobre la realidad problematizada.
         Ya no se trata de ser demócrata personalmente, ni de la “democracia” de un mero colectivo social, sino de la “cultura democrática” de un colectivo societariamente cualificado como es la corporación universitaria, merced a la materia reflexiva con la que debe trabajar y generar productos. No vamos a preguntarnos cómo una organización corporativa, compuesta de jerarquías, puede ser democrática. A esto responde el sistema electoral moderno. La pregunta es cualitativa en el sentido de cómo se puede “cultivar” la democracia en la corporación universitaria y que ello tenga resultados educativos para la sociedad. La “cultura” hace de marco amplificador al hecho democrático en cuanto que éste se inserta en un proceso de esfuerzo de elaboración por parte del colectivo corporativo. A su vez, la “democracia” como invento y proceso historizado se convierte en un foco de atención, objeto de cultivo: puede originarse en un pensamiento mítico y expresarse como tal en un campo de acción histórica, de forma que puede crecer (o disminuir) hasta madurar plenamente (o morir). Nunca es un producto terminado; tiene además que cuidarse en todo momento para mantener su lógica de un producto por terminar (madurar), al mismo tiempo que su estilo de elaboración conduce a ser vivido con una moral trenzada en una cultura.
         Desde el primer momento, hemos optado por hablar de la democracia moderna o societaria, no de una democracia primitiva o natural, uno de los modelos conceptuales que pone Durkheim (1974, 70) como ejemplo para explicar el método sociológico. La democracia moderna no constituye un don natural (cultural), ni tampoco un regalo divinal (mágico o del destino); no la puede otorgar la condescendencia graciosa de un jefe supremo, caudillo o héroe. Es un afán colectivo proveniente de una voluntad general preocupada por los intereses comunes. Para ello convoca a los acuerdos y los instituye con el objeto de prever la acción. Al esperar a la gente para su servicio y responsabilidad va construyendo la sociedad. En otros términos, se trata de algo conquistado con esfuerzo intelectual y acción política, lo cual configura una realidad esencialmente ética como prosecución. En cuanto cultivo en proceso de maceración, sólo puede llevarse a cabo mediante una socialización, en cuya conservación y permanencia tiene un papel crucial la educación,  esencialmente ética, más allá del empleo de tecnologías educativas en apoyo a facilitar los aprendizajes.
         Decir que la educación es esencialmente ética, no quiere decir moral (Marina, 2001, 44 ss). Las morales son plurales y culturales. La ética es una y apunta a los derechos y a su objetivación en un proyecto de sociedad. No se trata del discurso de pensamiento único en el sentido de un pensamiento neoliberal, sino en el sentido de los derechos humanos y ello como punto de referencia para establecer una estructura común con el fin de articular la convivencia de muchas personas distintas y resolver los problemas sin necesidad de un enfrentamiento a lo bestia. La ética atiende a que los hombres se constituyan en unos seres dotados de dignidad. El cultivo de la democracia es un resultado ético, como la educación, y al mismo tiempo es una condición de crecimiento de la iniciativa ética entre los seres humanos, pues la ética no puede desencadenarse, ni mantenerse sino mediante argumentos que persuadan y merced a la autonomía de las cosas que conlleva a la crítica en la mentalidad pública (Marina, 1997a; 1987b).
         La universidad, como organización socialmente instituida con el fin de fundar la garantía de la educación, tiene que mirarse hacia sí misma para observarse como sujeto democrático, y mirarse también hacia fuera para observarse si como tal sujeto orienta (ex-dúcere) a la sociedad en la “universalidad democrática” (Savater, 1997, 152). Si hacia adentro no es un sujeto cultor de democracia (interna), mal puede ser un sujeto que añada valor reflexivo a la sociedad para que ésta tenga la capacidad de control sobre sus representantes políticos, el estado y el mercado, y ser una de las garantías de la conservación de la democracia. La universidad detenta el rol secularizado del antiguo profetismo: no pertenece al estado (a la jefatura política), y además su razón de ser es situarse en la acera de enfrente a la del estado, similar a la función intelectual del humorista o el caricaturista; de lo contrario no puede cumplir con los papeles que le encomienda la sociedad. Como cuerpo luminoso tiene responsabilidad sobre el porvenir del colectivo social tanto en la denuncia de los males que se le pueden encajar desde la política del estado y la economía, como en el anuncio de los beneficios que puede traer la ejecución de los derechos.

B.   Los Oscuros de los Claros Universitarios.

         Este oficio universitario puede estar ensombrecido. Por ello la universidad tiene dificultades en ser un lugar democrático y en estimular a la democracia en la sociedad. Una sombra intelectual es pensar que la universidad pertenece al estado, algo así como si el hijo al ser propiedad de los padres, tuviera que sentir y pensar como los padres. Se confunden las funciones de colaboración y regulación que debe prestar el estado con las funciones de control e intervención (negativas) que suelen asociarse confusamente con sus actividades oficiales y legales. Si la epistemología es un diseño sobre la realidad, la comodidad intelectual realiza mal tal diseño. No se pueden hacer usos equívocos con los distintos sentidos de realidad en lo tocante al estado: una cosa es la realidad estatal, otra la oficial y otra la pública. Que sean universidades públicas no quiere decir que sean estatales (estatizadas), y que sean privadas no dejan de ser de ámbito nacional y reconocidas oficialmente por el estado.
Como un obstáculo epistémico, otra sombra deriva de una tergiversación política consistente en que la producción de pensamiento se haga supeditada o deba someterse al presupuesto estatal, con lo que estaría dependiendo de las decisiones arbitrarias del funcionario (presidente, ministro o director de planificación). El estado en lugar de ser un estado de derecho y guiarse por la solidaridad social, funcionaría con voluntades aleatorias y a merced de la solidaridad natural. En tiempos de ultramodernidad hacia los que aspiramos, cuyo criterio es la ética (Marina, 2004, 225 ss), la construcción de obras del conocimiento no puede aguardar a semejante dinámica personalista y regresiva.
         Ensombrecen también a la universidad las sucursales políticas del poder del estado incrustadas en la vida del recinto universitario, así como los agentes orgánicos articulados a la estructuración académica. Son sombras que anulan la vitalidad con que debe operar aquélla función profética de la sociedad que ha de cumplir la universidad. Las sombras se proyectan desde la militancia (política) de los sujetos adscriptos a aquellas sucursales; la militancia como parcialidad radical corroe los esfuerzos universalistas que comporta la educación académica. Cuando el sujeto académico se pregunta seriamente porqué tengo que aceptar la práctica política militante se coloca en una actitud ética que puede ser escandalosamente inmoral (Cf. Marina, 2001, 44 ss) ante la moral del militante, que queda al descubierto como parcial e interesada ante las preguntas de la ética.
         Se profundiza el claroscuro en la claraboya de la universidad como crisis ética, cuando se asiste a la actividad de lo que en la teoría gramsciana se conceptúa como el “intelectual orgánico”. Éste se aleja del verdadero rol crítico que la academia tiene con respecto a la realidad y al poder, y se convierte en mensajero del poder, así como en proyectar viejas y nuevas ideologías. Las sombras del poder sitian al pensamiento en este intelectual, que como sitiado inconsciente puede, a partir de su fundamentalismo asociado al poder, pretender caer en el papel del secuestrador del conocimiento académico.
         A estas sombras se une la práctica de aquellos “académicos” que hacen de la universidad una ocasión o plataforma para ocuparse de otras cosas ajenas a la universidad. Es la universidad ejercida como un enclave de la sociedad, sea desde la ideología del estado o sea desde la ideología de la vida cotidiana. Como enclave, la universidad se reduce al papel de los notables que terminan por capitalizar todo el tejido social y sus virtuales movimientos. Si colapsa al fin esta intermediación de notables, el estado se apoderará de toda la población, profundizando su populismo. Desde las sombras y desde el enclave no se modifica el país. Al contrario, se paraliza, y aún retrocede estructural y regresivamente.
         En un paisaje ensombrecido así, dormita la universidad en su razón de ser. La universidad en vez de ir por delante y alumbrar el camino, se queda agazapada atrás y cierra con su luz lóbrega la vía de la sociedad. Hay que insistir en que la sociedad (y por lo tanto la universidad) se constituyen contra el poder establecido del estado, sea éste comandado por un prohombre, un caudillo, un héroe reformador o un santo (San Luis o San Fernando, reyes de Francia y de Castilla-León respectivamente). De lo contrario, pernoctarán sonámbulas como prolongaciones del estado y de su proyecto de dominación. En esta encrucijada de la contra-dominación, el papel de la universidad como principal agente educativo de la sociedad tiene la gran misión de proteger a los asuntos de la sociedad, antes de pensar (que también termina siendo así) en protegerse a sí misma. No sólo “el educador se convierte en cierto modo en responsable del mundo del neófito” (Savater, 1997,150), es que esa responsabilidad (ética) es parte esencial del proceso educativo, así como lo es la dosis de afecto que debe proyectar el profesor sobre su alumnado, como asunto también ético (la auctoritas), y no sólo epistémico en que se estaciona Devereux (1989, 47).

C.   Autonomía Crítica y Organización Intermedia.

         La tarea constituyente de la “cultura democrática” a detentar por la universidad, se muestra en su esfuerzo y práctica por conservar y preservar su autonomía, no sólo administrativa y jurídica, sino sobre todo la autonomía de la crítica o de pensamiento con el objeto de que se modifique el país de acuerdo a los problemas que padece la población. La autonomía la configura como una organización intermedia entre el estado y el individuo, intermediación que representa un valor social añadido al individuo con objeto de que el estado no pueda cumplir con sus ansiedades sociófagas, la de tragarse al individuo y su sociedad. Para impedir esto, la intermediación social de la universidad necesita ser crítica; bajo esta clave se sustenta el sentido de intermediación, se curan los malestares posibles de la democracia universitaria, se impulsan los esfuerzos por adquirir plenamente la “cultura democrática”. La crítica académica hace de crucero en la catedral de la “cultura democrática” universitaria. La fabricación de dicho talante crítico tiene que ver con aquel valor añadido que la hace parte de la sociedad, al mismo tiempo que la pone aparte de ésta.
         Si la universidad quiere ser útil socialmente tiene que constituirse en el momento reflexivo de la sociedad que piensa qué es lo importante para que la democracia adquiera una turgencia cultural. Tal utilidad se realiza si la universidad cumple con su función social de orientar a la sociedad en las cuestiones trascendentes. El desempeño educativo apunta a cumplir con esta función, esencialmente ética, es decir, que ayude a crecer (augeo) al colectivo en derechos de sociedad. Porque en la actual coyuntura venezolana se pretende desde el estado desviar el interés del colectivo respecto de los grandes problemas de la sociedad, del estado y del mundo, o el colectivo extraviado por ausencia de líder con proyecto societal desiste de sus luchas abandonándolos a merced del poder del estado. En estas circunstancias, es cuando dicho colectivo necesita de organizaciones intermedias como las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos, las universidades, etc., para que detengan tal desvío o abandono.
         Es necesario evitar que se profundice un período de confusión o extravío, empezando por la misma universidad, porque ésta se encuentra tan vulnerable como la sociedad, debido a los elementos que la ensombrecen. Puede desintegrarse como una Torre de Babel en medio de su orgullo (hybris) intelectual o soberbia académica. No es la primera vez que colectivos de relevancia histórica han visto destruida su estructura social e ideológica, y ante el gran pánico a la realidad, han cedido su poder a un líder, caudillo o héroe, al que luego veneran como a un dios o lo animan totémicamente. En la Venezuela actual, la confusión de lenguas se muestra en la difusión del malestar en la incomunicación que apunta no al final inconcluso de la torre, sino al principio de por donde empezar y en qué lugar echar las bases de la edificación del proyecto social. Si bien es verdad que los próceres de la independencia nacional como Andrés Bello, Simón Rodríguez, Francisco de Miranda y Simón Bolívar, tuvieron las luces del siglo XVIII para emprender la gesta de la fundación de una república y que tal luz no se ha apagado aún en los años más oscuros del siglo XIX con Fermín Toro, por ejemplo, ni en el siglo XX de las dictaduras con Adriani, Pocaterra y Briceño Iragorri, sin embargo, el fardo de la etnicidad caudillista popular, que ya Boves operó con éxito inicial, fue y sigue siendo una carga cuantiosa y pesada. Nosotros conseguimos la raíz de tal carga étnica en la relación de la dependencia materno-filial. Pensando que ésta es una relación paradigmática en nuestra cultura elaboramos el concepto de matrisocialidad. Por su carácter narcisista y de debilidad del yo, esta etnocultura mayoritaria en el país constituye la circunstancia de una sombra moral que afecta a la construcción de la “cultura democrática” en el país (Hurtado, 1995) y por consiguiente en la universidad.
         Tal raíz étnica no afecta sólo a la estructura familiar regresivamente, también se inmiscuye en los asuntos sociales debilitándolos, arruinando así permanentemente los esfuerzos de construcción de lo societal. La universidad se encuentra en el trayecto de esta reducción a ruinas en lo tocante a la realidad educativa (ex-dúcere) y en desarrollo o maduración (augere, auctoritas). El problema proviene de que los sujetos ex-ductores y autor-izados también portan inevitablemente la cultura matrisocial, pero deben operar las relaciones sociales como ex-ducentes y augescentes. Se encuentran en una verdadera encrucijada en la que por una parte su yo real (étnico) no tiene los detectores del sentido del otro (Barroso, 40), y, por otra parte, su “ideal del yo” tiene poco desarrollada la operación societal (el deber educativo) que impulsa al reconocimiento del otro como alteridad esencial en la construcción del proyecto social. Con esta “agonía entre la cultura y la educación” en Venezuela (Hurtado, 2005) que termina configurándose como un “complejo educativo” al que hay que darle solución, se juega el gran problema de la “cultura democrática” en la universidad y consecuentemente en el país.

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