miércoles, 5 de diciembre de 2012

ÉRASE UNA VEZ

ÉRASE UNA VEZ

                                           cantábile
Érase una vez
un lobito bueno,
al que maltrataban
todos los corderos (bis).

Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado (bis).

Todas estas cosas
había una vez
cuando yo soñaba
un mundo al revés (bis).

José Agustín GOYTISOLO
En Paco Ibáñez: La poesía española de hoy y de siempre.
1970, Edition-Totale MN (happening musical)
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Érase una vez un padre, cuenta San Lucas (15, 11-24), que tenía dos hijos. Uno de ellos, el más mozo, le pidió la mitad de la herencia, y se fue a tierras lejanas a vivirla.

Que se alzase con la herencia, despojando al padre, implicaba un desprecio radical de la figura del padre. Pero con la herencia, se iba también la realidad del hijo. El padre sufría doble despojo, el material y el moral.

Porque el hijo es la alegría del padre, en torno a cuyo fogón el padre se deleita; allí recibe el calor de la razón de ser padre. Así como los alumnos son el gozo, en cuyo jardín se recrea la razón de ser del profesor. La profesora María Fernanda Palacios reseña que el reconocimiento que, como profesora, le hace la Universidad Central de Venezuela, su universidad, encuentra su base de fundamentación en la vivencia que le otorga la interacción con sus alumnos:

“He querido dejar constancia de cuanto le debo a esta universidad, en especial a mi Escuela de Letras, a mis profesores, colegas y sobre todo a los estudiantes que han pasado por mis cursos, porque sin ellos nada tendría sentido y por ellos siento que esta vida vale la pena cada día” (Correo Ucevista, Año 5, nº 160, junio 2009, UCV, Caracas)

Los alumnos van adquiriendo, según grado y roce social, la categoría de hijos, y a la larga, en la parejería de colegas, el de (grandes) amigos. Porque son los herederos de las gracias (personales, académicas e intelectuales) del profesor. No en vano, la maestra ya es pensada como una madre social. Ocurre una hibridación de hijo-alumno en la marcha civilizatoria entre el padre socio-biológico y el padre académico-social en lo que respecta al proyecto social que adquirirá (que trabajará) el hijo y el alumno.

Pero en la parábola, San Lucas refiere que el hijo se alza sin ton ni son (sin razón de ser) con la herencia del padre. Así también hay parábolas que tienen como narrativa que el alumno se apropia impunemente de la acumulación del saber del profesor en su “provecho” personal. Las gracias de la herencia se convierten en desgracias, que terminan con la in-gratitud del alumno. Un “aprovechado” asi, lleva plomo en el ala (historia vital). La herencia, cualquiera que sea, siempre es un bien colectivo, le pertenece a muchos.

Con la in-gratitud, como capacidad de generar lo des-graciado, tanto el hijo como el alumno, dibujan la posibilidad de su desaparición (muerte) en la historia de vida del padre o del profesor. Aquéllos desalojan a éstos (lo pretenden) del capital social y de su entorno que les pertenece como asuntos personales trabajados por ellos. Hijos y alumnos así, producen una muerte mutua, sea en la relación de padre-hijo, sea en la relación de profesor-alumno: la amistad se convierte en enemistad, y el amor en desmerecimiento. El mundo termina recomponiéndose al revés: el hijo-alumno se figura como el bueno, quedando la figura propicia del padre-profesor como la desgraciada.

Pese a todo ello, hay una vuelta de rosca: el padre de la parábola se atuvo y contó siempre con el regreso del hijo. La filiación no desaparece como virtud o fuerza social, como tampoco la relación de alumno, pese a sus desvíos, olvidos o desconocimientos con respecto al profesor. El padre permaneció en vigilia diaria, deseoso del regreso del hijo. El regreso de éste fue celebrado por el padre con inmensa alegría, porque su hijo perdido había sido rescatado. El buen profesor que siempre estuvo en vela esperando al alumno para la clase, ahora en el avatar de la vida celebraría el rescate de la herencia intelectual perdida: celebrará la valentía del retorno del alumno a la escuela intelectual de la casa académica.

La función civilizatoria (de una ética social) del padre y del profesor puede pensarse como un sueño de un mundo al revés; no como el de las mascaradas carnavalescas, sino como el de las gracias de las fiestas de Navidad. Tanto el hijo como el alumno detentan la osadía inicial del regreso; aunque el padre y el profesor tendrán a su disposición las gracias o dones de la herencia social.


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