miércoles, 14 de noviembre de 2012

BOSQUEJO DEL TEMA Y SUS CONTORNOS

 
CANCIÓN DEL SOÑADOR

Con los ojos cerrados
(a oscuras)
voy y planto mis sueños
¡Sólo el sueño es humano!
Con los ojos cerrados.
¡Sólo el sueño es posible!
Ver duele.
Lo mejor es soñar,
y decir
y clavar
y plantar
nuestros sueños de hoy
para verlos mañana
nacer realidad.

José Antonio MUÑOZ
 en AGUAVIVA: La Casa de San Jamás
happening musical, Madrid, 1975

         Hacer un camino con el pensamiento como compañero de ruta, importa más que una simple iniciativa de emprendimiento, tal como si fuera el de un camino cualquiera. Es necesario una preparación acuciosa del viaje que tenga en cuenta todos sus principios y circunstancias esenciales. El pensamiento es muy delicado y sutil como para ser dejado al azar de un andar expuesto a que aniden en él violencias, prisas, desaciertos, ya sea desde lo tecnológico ya desde lo ideológico.
         Los principios suelen ser marcados por la personalidad del sujeto total, el cual se ve inevitablemente constreñido y moldeado por los contornos objetivos de las cosas del mundo y de las imaginaciones colectivas: se trata de la irrealidad más real, la que reclama sin embargo llegar a la realidad histórica. Las circunstancias se encuentran al paso de los principios y los hacen sociales e históricos como contornos esenciales. Lo real social es indispensable, aunque sea como accidental ya sea un matiz medio escondido al que hay que averiguar; a veces es el que trae a la existencia el sentido pleno del ser irreal.
         Para no perderse en el ámbito de un pensamiento imprecisable, pero atrevido para incursionar por las sendas y vericuetos del escudriñar, se propone un previo ordenamiento de los recursos disponibles. Los criterios justificativos se refieren a los puntales configurados con los estados fenoménicos de lo real, los entendimientos del sentido conceptual y las apropiadas retóricas de la presentación pensante.

         1. Una fenoménica a establecer, como esfuerzo de búsqueda temática, constituye un orden pre-básico de la investigación. Aparecen recursos como la llamada “lluvia de ideas” provocada, las improvisaciones, ensayos y ocurrencias, las ambigüedades de todo comienzo, la crudeza de las posibilidades y las dudosas alternativas de la decisión. Se conforma un forcejeo de ansiedades, a veces de pánico que puede derivar en depresiones al encararse con la aparición, en el ánimo personal, de la derrota subjetiva.
Ante su demanda imaginativa, el sujeto siente que las cosas se presentan imperturbables, hasta ridículas, frente a la presencia interrogativa del investigador. Éste insistirá en colocar dentro de las cosas su alma, su pensamiento, y obtener a éstos de nuevo extrayéndolos de las cosas mismas después de haber germinado adentro. Obtenerlos, aunque sólo sea con la tímida cosecha de la identificación o formulación de un tema de investigación. José Antonio Marina (1995) nos coloca ante la indigencia del tema en su “Tratado del proyectar” (149-172), así como ante el esfuerzo de encontrarlo en “Las actividades de búsqueda” (173-193).   
Remontando este primer paso en soledad subjetiva, surgen los deseos e intereses intra-subjetivos que pronto sitúan las ideas en posición potencialmente ideológica cuando miran o se proyectan hacia las objetividades buscando la verdad explicativa de las cosas. Comienza la comulgación como un profundo intercambio de los científicos sociales con sus objetividades, necesitadas de ser trabajadas y después intercambiadas sus sustancias para el consumo de la realización social.
Una primera inquietud se despeja cuando se decide una orientación del tema al movilizarle en y desde su realidad. En esta dirección debe llegar a concretarse una problemática de posibilidad restringida, como resultado de la búsqueda y como signo de ella. Esta tentativa, que puede también ser ojalá inquietante ontológicamente, es lo que llamamos la tematización. El tema se canaliza, sufre una inflexión como derrotero fijado, señala una trocha a caminar, lo que significa que la práctica del sentido y/o el sentido de la práctica (según las disciplinas con que se puede trabajar el tema) conducen a decisiones diferenciales y a futuros laboreos conceptuales de precisión exigente.

2. Este primer enderezamiento del tema, ya turgente de teoría, explicita una conceptuálida. Es decir, un locus de producción, y, desde otra orilla, de una demanda, de proposición de conceptos. Esta producción-demanda se apoya en una proto-epistemología ubicada dentro de una ética primordial en la ronda de la mítica. Dependiendo de este detector infraestructural del sentido (tal es el mito), la ética que mira a la emergencia de lo científico, insiste en que la práctica científica tenga una orientación aplicada, ya a partir de sus esfuerzos inspiradores: que los modelos conceptuales en elaboración tengan una vocación pro-activa como exigencia de la criticidad a incorporar y por la que el emprendimiento con riesgo deriva y se autentica como innovación social.
Cuando formulamos esta instancia o puntal de entrada como conceptuálida, el interés es cobrar la distancia de ruptura de lo conceptual en su pureza de sentido con respecto a lo conceptuoso y lo conceptualista rezumantes de impureza de sentido: por un lado, una distancia de ruptura con relación a la tendencia o inclinación a expresarse lingüísticamente con la ostentación de un estilo conceptista, esto es, lleno de sentencias, agudezas, y de términos conceptuales que recubren los sentidos del enunciado propiamente conceptual. Esta práctica suele dar lugar a un conceptismo como artilugio retórico; por otro lado, una distancia de ruptura con un sistema filosófico, el conceptualismo, que defiende la realidad de nociones universales y abstractas en cuanto que son conceptos mentales. Esta práctica es propensa a constituir terrenos donde crecen las ideologías filosóficas y sociales. Según esto, intentamos mantenernos en una pre-estética (pre-retoricismo) pre-ideológica (pre-mentalismo) con la pretensión de establecer una identificación descriptiva: la del conceptuáculo o cavidad que contienen los órganos reproductores de  algunas plantas, como ocurre en ciertas algas. El sufijo a la manera griega que, como consecuencia obliga a construir un neologismo, quiere por su parte conservar intacta esta idea de una cavidad generativa también en la descendencia filial. En la historia y literatura griegas se tienen términos como pánidas, hijos del dios Pan, de atridas, los hijos de Atreo, patronímico de Agamenón y Menelao, jefes de los aqueos en su guerra contra la ciudad de Troya. Así se origina el de fatimidas, hijos de Fátima, la hija de Mahoma.
La conceptuálida constituye un conceptuáculo o locus teórico de germinación conceptual. En dicho núcleo de significación originaria, y presidido por la ética, es que el pensamiento se dota de sentidos de orientación y adquiere la capacidad de desplegar su acción en la lógica del deber ser  (ideal del yo a distancia del yo ideal). Imaginado como un dispositivo, una conceptuálida anuda la actitud moldeadora del trabajo que puede demandar desde el inicio una práctica científica.

3. Finalmente, se diseña el puntal de una genérica literaria o conjunto de géneros literarios de los que se necesita disponer. Es una necesidad que procede de las demandas diferenciales del trabajo de conceptualización, trabajo relativo a las secuencias de la presentación del problema, del desarrollo metodológico y de la conclusión demostrativa. Cada uno de estos procesos secuenciales de la investigación tiene unos objetivos propios, y su alcance implica una sensibilización expresiva en un texto discursivo. Se trata de una retórica que a veces en el detalle puede ser accidental, pero que debe ser ontológicamente sustancial tanto de la construcción conceptual misma como también del poder de maduración explicativa de los procesos conceptuales y su síntesis conclusiva final.
El empleo del género literario apropiado es un síntoma de la autenticidad de la investigación. Se implica en ello no sólo un arsenal lingüístico, sino también la imaginación humana con sus simbolizaciones, y los tiempos con sus diversas medidas acordes con las secuencias. Se necesita un vocabulario cónsono con la jerga terminológica del tema, pero también gramaticalmente creativo de acuerdo a las exigencias de la imaginación humana y su trabajo de la simbolización. Afincarse en el texto discursivo, jugar dialectalmente con él según un pensamiento relacional para conseguir la metáfora conceptual, moverse después lentamente según un pensamiento del desarrollo conceptual, acompañado del pensamiento de la aplicación técnica, y finalmente remansarse en un pensamiento rápido conceptualmente para intensivamente mostrar la demostración de un modo conclusivo, todo ello secuencialmente, representa una carrera para el pensamiento investigador-explicativo, que se pretende que el alumno aprenda como entrenamiento en el prácticum de investigación.
Se trata de que el principiante se entrene a saber caminar con competencia metodológica. Así el lenguaje, la imaginación y los tiempos a incorporar se soportan sobre un valor científico que tiene que ver con su realización social en la obra investigadora. Los géneros literarios, que como un mosaico de tiempos deben hacer vida en la investigación, son el recurso tecno-científico que hacen posible que la investigación como tal se comunique no sólo a la comunidad científica sino también a la sociedad toda.  Si cada concepto y cada secuencia conceptualizada demandan en su ser un género literario propio como consistencia de sí (valor en sí), también es preciso responder a la tarea comunicacional donde los intercambios del conocimiento dentro de la comunidad científica (Kuhn, 1971), así como dentro de los usuarios del pensamiento práctico (Bourdieu, 2008), se acerquen y perciban una sensibilización apropiada del texto hacia el colectivo social (valor para sí). Lukács ya construyó este modelo del valor en sí y del valor para sí con relación a la clase social, de inspiración hegeliana[1] (Lukács, 62); Hurtado (2008) lo recoge y desarrolla en su artículo de “El Valor de la Aplicación Etnocultural” con respecto a la identidad étnica (2008)[2]. Savater (1997) le da otra orientación en su acepción metafórica en su título: El valor de educar.[3]
En el asunto del tema, se tiene una situación de elección, selección o evaluación, pero también una opción de valentía, que supone no sólo un momento de emoción (psicología) sino sobre todo (y es lo que nos interesa aquí) de decisión (ontológica) que dice relación al valor. La vinculación inspiradora del tema, con respecto al fenómeno, supone el primer gran salto al proceso de investigación. Más allá de la impronta psicológica importa aquí la ontológica del valor-valentía. La valentía como un valor tanto de la decisión del sujeto consigo mismo en su compromiso, como en el atrevimiento de afrontar el riesgo de la investigación por anunciar. Tal es la valentía que se esconde en el término lingüístico con que se señala el tema y que denota ya un valor o valoración de la realidad. La selección pre-retórica del tema indica que “el hombre quiere vivir por encima del miedo” (Marina, 2007, 191) y alcanzar el valor de sí (en sí) y superar la angustia de cara al fenómeno, venciendo también ya sus ansiedades. El valor del tema como valentía semántica implica también que “no queremos vivir a merced de los sentimientos” (Marina, 2007, 191). 
El tema consiste en la operación de identificación (denotación) lingüística del fenómeno mirando a los alrededores (connotaciones posibles) para que no nos ocurra que nos metemos a nosotros mismos gato por liebre. Por eso el hombre inventó el término lingüístico con vocación de idea, que a su vez el concepto desarrolla como recurso del conocimiento. El género literario del tema tiene un talante denotativo, un señalamiento, una palabra o un par de palabras que pueden requerir una descripción ensayística para ser explicadas o entendidas. Decirlas (escribirlas) y después entenderse/desentenderse con ellas cuando venga su problematización con su otro género literario correspondiente. “La valentía se mueve, pues, en el campo de la inteligencia creadora, que aspira a superar nuestra naturaleza animal, a bailar sobre nuestros propios hombros, como decía Nietzsche” (Marina, 2007, 191). La selección identificadora de los términos del tema tiene que ser inteligente, y su género literario debe saber a valor ético, al cual puede incorporarse lo metafórico.
Si en un simple salto desde el fenómeno, enunciamos un término para identificar un tema, podemos tener conciencia de que el fenómeno puede atraparnos, y quedarnos en el desarrollo fenomenológico del término como una idea general. Pero la ontología del valor en sus distintas vertientes, la subjetiva y la objetiva del lenguaje, nos impone la tarea científica de constitución de una investigación social explícita. De este modo, una tematización es descubierta con un formato paralelo, colocando el proceso del despegue investigador en una primera gran problemática metodológica. Así se desmarca el tema del problema. El tema propone un modo de pensar no-científico, mientras que el problema presentará el decurso investigador de carácter científico.
García Bacca distingue las funciones del tema y del problema cuando se propone fundamentar una Antropología Filosófica: “El empleo de la distinción entre tema y problema, y digo: hasta la concepción moderna del Universo, por tanto, hasta la nuestra, el hombre ha sido tema, a saber: algo perfectamente determinado, según la fuerza de la palabra griega; algo definido, estable y permanente. Pero la concepción moderna del Universo, en la que estamos todos sumergidos y empapados, considera al hombre, y se siente, como problema, en todos los órdenes. Nuestra existencia es problemática, y nuestra esencia, problematicidad. Las anteriores: la griega, la medieval, son tema: algo bien puesto, firme, estable y permanente” (Morey, 11)[4].
De otra forma que la pretendida por García Bacca, lo que nos interesa aquí es la distinción de las realidades del tema y el problema. Más allá del tema, decimos que no puede existir un proyecto de investigación, si no se explicita un problema a investigar, y con ello a llevar a cabo su solución (explicación científica). El tema se encuentra en la situación previa a la existencia de un proyecto de investigación. El tema tiene el rostro de una ciencia física, fenomenológica, atinente al ser; el problema se plantea siempre con cara filosófica, porque siempre envuelve un problema del conocimiento, y con ello el problema ético de que debe ser bien planteado el problema en su ontología.   
La cuestión de cómo armar un proyecto de investigación desde la (s)elección del tema hasta la formulación de un problema concreto como compromiso ético, encuentra su respuesta en una elaboración o procesamiento del tema. Dicho procesamiento mira hacia las posibilidades que enuncia el tema, así como a sus limitaciones. De este procesamiento emerge una orientación determinada del tema que identificamos como tematización. La función de ésta es la del “tercer término” en la polarización de trayecto que va del tema al problema, del desafío (previo) al combate (comprometido). La tematización indica un primer género literario de tipo ensayístico que pretende mostrar la motivación y la persuasión con relación al despegue investigador, papel que debe jugar el planteamiento del problema. Todo este género literario del tema y sus contornos, llena buena parte de la introducción en la elaboración de un proyecto de investigación.
En conclusión, los tres puntales o instancias de una fenoménica, una conceptuálida y una genérica literaria colocan al pensamiento en una disposición firme que le permiten dominar con seguridad la dirección correcta, siempre provisional (en condición de viandante), en su hacerse. La configuración de dichos puntales explicita los resortes fundamentales de su existencia: el actor cuyo papel desempeñado es el de un autor científico o sujeto, como principio de la acción de la investigación, y, por su parte, las circunstancias de su acción que se vinculan con los contornos donde se consiguen los recursos del conocimiento, del mundo y sus cosas, de la técnica y de las ideologías, junto con la cultura social.
    
Bibliografía

Bourdieu, Pierre (2008): El sentido práctico, siglo XXI, España Editores.
Hurtado, Samuel (2008): “El valor de la aplicación etnocultural”, en Ángel
Espina Barrio (ed.), Antropología aplicada en Iberoamérica, Massangana, Recife, Brasil.
Kuhn; Thomas (1971): La estructura de las revoluciones científicas, Fondo
de Cultura Económica, México
Lukács, Georg (1975): Historia y conciencia de clase, Grijalbo, Barcelona.
Marina, José Antonio (1995): Teoría de la inteligencia creadora,
Anagrama, Barcelona.
Marina, José Antonio (2007): Anatomía del miedo. Un tratado sobre la
valentía, Anagrama, Barcelona.
Morey, Miguel (1989): El hombre como argumento, Anthropos, Barcelona,
Savater, Fernando (1997): El valor de educar, Ariel, Barcelona.
-------------

Papel dictado en la asignatura de Pensamiento Viandante o Prácticum de Investigación en el Seminario de Investigación de la Línea de Investigación: Antropología, Cultura y Sociedad, Doctorado en Ciencias Sociales, UCV, 21 de octubre de 2012.


[1] Lukács en su obra Historia y Conciencia de Clase, en su estudio sobre el materialismo histórico, diferencia la clase en sí y la clase para sí. La clase en sí se encuentra a nivel de la situación de clase, en cuya situación a la clase no la es posible lograr el alcance de la totalidad de la sociedad: sólo puede cumplir con una función de clase dominada. Son clases con un valor en sí mismas, pero su función es históricamente limitada, así es la pequeña burguesía y el campesinado (Lukács, 56). En cambio la clase para sí se encuentra a nivel de los intereses de clase donde es posible la emergencia de la conciencia de clase. Esto significa que la clase, en estas condiciones, puede organizar la totalidad de la sociedad conforme a sus intereses. Se refiere a la burguesía y al proletariado como clases que se encuentran en un estadio de ser-para-sí.  (Lukács, 62). Sólo que la burguesía expresa la problemática consistente en que su situación económica no puede resolver los problemas que le presenta el capitalismo, según su propia situación e intereses de clase. De esta forma se origina su falsa conciencia (Lukács, 58), pues naturaliza de nuevo la realidad de las relaciones sociales que ha generado.  
[2] En su pretensión de apuntar a una teoría de la Antropología Aplicada, Hurtado se apropia del este modelo del valor para establecer la movilización que debe ocurrir en los modelos de la aplicación antropológica. En la identidad étnica en sí, “la identidad es un valor que se nos da como un fondo de capital, que siempre está ahí, que nos acompaña como humanos…sin tal capital de encaje o respaldo, no sólo nos volveríamos a la selva o a la sabana, también dejaríamos de ser homo sapiens (Hurtado, 159).  Por su parte, “la etnocultura pensada como una identidad para sí, opera como un reactivo o masa de energía significativa que puede modificarse desde sí misma…y movilizarse y emplearse para diversos usos, intereses o ideales”…”Un concepto de identidad étnica en sí, no permite una óptica que integre la etnicidad con la posibilidad de alcanzar a ver la acción social apropiada a la amplitud de lo humano” (Hurtado, 158). Una antropología aplicada que aspire a tener una producción teórica al servicio de la transformación social demandará una identidad étnica para sí: la que tenga el señalamiento de sentido de la identidad social con la que debe corresponderse. Es aquí donde se evalúa su valor de relación instrumental en orden a un proyecto de vida societal. (Hurtado, 158-159).
[3] Savater escoge un modelo de vivacidad metafórica extraordinario: el valor tiene vigencia en cualquier perspectiva con relación a educar: 1) Hay un valor consistentemente para sí en la educación como tal, 2) pero a su vez hay un valor referido a la valentía como valor ético en el desafío o atrevimiento en la proposición de un actor educando (Savater, 19). Es la ventaja del filósofo interpretativo-reflexivo, frente a los científico-sociales con su alcance analítico-explicativo. Esta ventaja del uso del pensamiento le permite al filósofo tener una entrada más directa para constituir sus propios géneros literarios en el decurso de su texto; en cambio, el científico social que tiene el recurso del uso del conocimiento está forzado a caminar con mayores andanzas laboriosas, según la copla de Antonio Machado, que citamos en nuestra disertación en “Pensamiento y Conocimiento: hilvanes de una relación”(Dictado de la Parte Teórica de la asignatura del Seminario de Investigación, de la Línea de Investigación: Antropología, Cultura y Sociedad, del Doctorado en Ciencias Sociales, UCV.
[4] En el planteamiento de la idea de un proyecto, Marina (1995) también diferencia entre tema y problema. Pero la redacción sale entrecortada porque se encuentra en el proceso de un planteamiento problemático: “¿cuál es la representación que el artista tiene de su objetivo cuando inicia una obra? Si hacemos caso de sus confesiones, los autores suelen comenzar teniendo una idea muy vaga de lo que pretenden conseguir. Tratamos con lo que los expertos en Inteligencia Artificial llaman problemas mal definidos. Desde hace mucho tiempo se sabe que la creación artística puede considerarse como la solución de un problema. Lo que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría precisar el problema, que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza sólo posee un esbozo vacío, casi un presentimiento. Es lo que me gusta llamar >” (Marina, 1995, 155). En medio de un párrafo tan aparentemente tartajoso se percibe bien la diferencia entre problema y tema, aunque lleguen a participar de un mutuo destino: el de los comienzos tortuosos con que se enfrenta un autor  al querer armar un proyecto de investigación. Si el problema padece de una falta de buena precisión, es porque quizá la idea del tema, que se tiene entre manos, es todavía insuficientemente entendida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario