CANCIÓN DEL
SOÑADOR
Con los ojos cerrados
(a oscuras)
voy y planto mis sueños
¡Sólo el sueño es humano!
Con los ojos cerrados.
¡Sólo el sueño es posible!
Ver duele.
Lo mejor es soñar,
y decir
y clavar
y plantar
nuestros sueños de hoy
para verlos mañana
nacer realidad.
José Antonio MUÑOZ
en AGUAVIVA: La Casa de San Jamás
happening musical, Madrid, 1975
Hacer un camino con el pensamiento como
compañero de ruta, importa más que una simple iniciativa de emprendimiento, tal
como si fuera el de un camino cualquiera. Es necesario una preparación acuciosa
del viaje que tenga en cuenta todos sus principios y circunstancias esenciales.
El pensamiento es muy delicado y sutil como para ser dejado al azar de un andar
expuesto a que aniden en él violencias, prisas, desaciertos, ya sea desde lo tecnológico
ya desde lo ideológico.
Los principios suelen ser marcados por
la personalidad del sujeto total, el cual se ve inevitablemente constreñido y
moldeado por los contornos objetivos de las cosas del mundo y de las
imaginaciones colectivas: se trata de la irrealidad más real, la que reclama
sin embargo llegar a la realidad histórica. Las circunstancias se encuentran al
paso de los principios y los hacen sociales e históricos como contornos
esenciales. Lo real social es indispensable, aunque sea como accidental ya sea
un matiz medio escondido al que hay que averiguar; a veces es el que trae a la
existencia el sentido pleno del ser irreal.
Para no perderse en el ámbito de un
pensamiento imprecisable, pero atrevido para incursionar por las sendas y vericuetos
del escudriñar, se propone un previo ordenamiento de los recursos disponibles.
Los criterios justificativos se refieren a los puntales configurados con los
estados fenoménicos de lo real, los entendimientos del sentido conceptual y las
apropiadas retóricas de la presentación pensante.
1. Una fenoménica a establecer, como
esfuerzo de búsqueda temática, constituye un orden pre-básico de la investigación. Aparecen recursos como la llamada
“lluvia de ideas” provocada, las improvisaciones, ensayos y ocurrencias, las
ambigüedades de todo comienzo, la crudeza de las posibilidades y las dudosas
alternativas de la decisión. Se conforma un forcejeo de ansiedades, a veces de
pánico que puede derivar en depresiones al encararse con la aparición, en el
ánimo personal, de la derrota subjetiva.
Ante su demanda imaginativa, el sujeto siente que las
cosas se presentan imperturbables, hasta ridículas, frente a la presencia
interrogativa del investigador. Éste insistirá en colocar dentro de las cosas
su alma, su pensamiento, y obtener a éstos de nuevo extrayéndolos de las cosas
mismas después de haber germinado adentro. Obtenerlos, aunque sólo sea con la tímida
cosecha de la identificación o formulación de un tema de investigación. José
Antonio Marina (1995) nos coloca ante la indigencia del tema en su “Tratado del
proyectar” (149-172), así como ante el esfuerzo de encontrarlo en “Las
actividades de búsqueda” (173-193).
Remontando este primer paso en soledad subjetiva,
surgen los deseos e intereses intra-subjetivos que pronto sitúan las ideas en
posición potencialmente ideológica cuando miran o se proyectan hacia las
objetividades buscando la verdad explicativa de las cosas. Comienza la
comulgación como un profundo intercambio de los científicos sociales con sus
objetividades, necesitadas de ser trabajadas y después intercambiadas sus
sustancias para el consumo de la realización social.
Una primera inquietud se despeja cuando se decide una
orientación del tema al movilizarle en y desde su realidad. En esta dirección
debe llegar a concretarse una problemática de posibilidad restringida, como
resultado de la búsqueda y como signo de ella. Esta tentativa, que puede
también ser ojalá inquietante ontológicamente, es lo que llamamos la tematización. El tema se canaliza,
sufre una inflexión como derrotero fijado, señala una trocha a caminar, lo que
significa que la práctica del sentido y/o el sentido de la práctica (según las
disciplinas con que se puede trabajar el tema) conducen a decisiones
diferenciales y a futuros laboreos conceptuales de precisión exigente.
2. Este primer enderezamiento del tema, ya turgente de
teoría, explicita una conceptuálida. Es decir, un locus de producción, y, desde otra orilla, de una demanda, de proposición
de conceptos. Esta producción-demanda se apoya en una proto-epistemología ubicada dentro de una ética primordial en la
ronda de la mítica. Dependiendo de este detector infraestructural del sentido
(tal es el mito), la ética que mira a la emergencia de lo científico, insiste
en que la práctica científica tenga una orientación aplicada, ya a partir de
sus esfuerzos inspiradores: que los modelos conceptuales en elaboración tengan
una vocación pro-activa como exigencia de la criticidad a incorporar y por la
que el emprendimiento con riesgo deriva y se autentica como innovación social.
Cuando formulamos esta instancia o puntal de entrada
como conceptuálida, el interés es cobrar la distancia
de ruptura de lo conceptual en su pureza de sentido con respecto a lo
conceptuoso y lo conceptualista rezumantes de impureza de sentido: por un lado,
una distancia de ruptura con relación a la tendencia o inclinación a expresarse
lingüísticamente con la ostentación de un estilo conceptista, esto es, lleno de
sentencias, agudezas, y de términos conceptuales que recubren los sentidos del
enunciado propiamente conceptual. Esta práctica suele dar lugar a un
conceptismo como artilugio retórico; por otro lado, una distancia de ruptura
con un sistema filosófico, el conceptualismo, que defiende la realidad de
nociones universales y abstractas en cuanto que son conceptos mentales. Esta
práctica es propensa a constituir terrenos donde crecen las ideologías
filosóficas y sociales. Según esto, intentamos mantenernos en una pre-estética (pre-retoricismo) pre-ideológica (pre-mentalismo) con la
pretensión de establecer una identificación descriptiva: la del conceptuáculo o
cavidad que contienen los órganos reproductores de algunas plantas, como ocurre en ciertas algas.
El sufijo a la manera griega que, como consecuencia obliga a construir un
neologismo, quiere por su parte conservar intacta esta idea de una cavidad
generativa también en la descendencia filial. En la historia y literatura
griegas se tienen términos como pánidas,
hijos del dios Pan, de atridas, los
hijos de Atreo, patronímico de Agamenón y Menelao, jefes de los aqueos en su
guerra contra la ciudad de Troya. Así se origina el de fatimidas, hijos de Fátima, la hija de Mahoma.
La conceptuálida constituye un conceptuáculo o locus teórico de germinación conceptual.
En dicho núcleo de significación originaria, y presidido por la ética, es que el
pensamiento se dota de sentidos de orientación y adquiere la capacidad de desplegar
su acción en la lógica del deber ser
(ideal del yo a distancia del yo ideal). Imaginado como un dispositivo,
una conceptuálida anuda la actitud moldeadora del trabajo que puede demandar
desde el inicio una práctica científica.
3. Finalmente, se diseña el puntal de una genérica
literaria o conjunto de géneros literarios de los que se necesita disponer. Es
una necesidad que procede de las demandas diferenciales del trabajo de
conceptualización, trabajo relativo a las secuencias de la presentación del
problema, del desarrollo metodológico y de la conclusión demostrativa. Cada uno
de estos procesos secuenciales de la investigación tiene unos objetivos
propios, y su alcance implica una sensibilización expresiva en un texto
discursivo. Se trata de una retórica que a veces en el detalle puede ser
accidental, pero que debe ser ontológicamente sustancial tanto de la
construcción conceptual misma como también del poder de maduración explicativa
de los procesos conceptuales y su síntesis conclusiva final.
El empleo del género literario apropiado es un síntoma
de la autenticidad de la investigación. Se implica en ello no sólo un arsenal
lingüístico, sino también la imaginación humana con sus simbolizaciones, y los
tiempos con sus diversas medidas acordes con las secuencias. Se necesita un
vocabulario cónsono con la jerga terminológica del tema, pero también
gramaticalmente creativo de acuerdo a las exigencias de la imaginación humana y
su trabajo de la simbolización. Afincarse en el texto discursivo, jugar
dialectalmente con él según un pensamiento relacional para conseguir la
metáfora conceptual, moverse después lentamente según un pensamiento del
desarrollo conceptual, acompañado del pensamiento de la aplicación técnica, y
finalmente remansarse en un pensamiento rápido conceptualmente para
intensivamente mostrar la demostración de un modo conclusivo, todo ello secuencialmente,
representa una carrera para el pensamiento investigador-explicativo, que se
pretende que el alumno aprenda como entrenamiento en el prácticum de
investigación.
Se trata de que el principiante se entrene a saber
caminar con competencia metodológica. Así el lenguaje, la imaginación y los
tiempos a incorporar se soportan sobre un valor científico que tiene que ver
con su realización social en la obra investigadora. Los géneros literarios, que
como un mosaico de tiempos deben hacer vida en la investigación, son el recurso
tecno-científico que hacen posible que la investigación como tal se comunique
no sólo a la comunidad científica sino también a la sociedad toda. Si cada concepto y cada secuencia
conceptualizada demandan en su ser un género literario propio como consistencia
de sí (valor en sí), también es preciso responder a la tarea comunicacional
donde los intercambios del conocimiento dentro de la comunidad científica (Kuhn,
1971), así como dentro de los usuarios del pensamiento práctico (Bourdieu,
2008), se acerquen y perciban una sensibilización apropiada del texto hacia el
colectivo social (valor para sí). Lukács ya construyó este modelo del valor en
sí y del valor para sí con relación a la clase social, de inspiración hegeliana[1]
(Lukács, 62); Hurtado (2008) lo recoge y desarrolla en su artículo de “El Valor
de la Aplicación
Etnocultural” con respecto a la identidad étnica (2008)[2]. Savater
(1997) le da otra orientación en su acepción metafórica en su título: El valor de educar.[3]
En el asunto del tema, se tiene una situación de
elección, selección o evaluación, pero también una opción de valentía, que
supone no sólo un momento de emoción (psicología) sino sobre todo (y es lo que
nos interesa aquí) de decisión (ontológica) que dice relación al valor. La
vinculación inspiradora del tema, con respecto al fenómeno, supone el primer
gran salto al proceso de investigación. Más allá de la impronta psicológica
importa aquí la ontológica del valor-valentía. La valentía como un valor tanto
de la decisión del sujeto consigo mismo en su compromiso, como en el
atrevimiento de afrontar el riesgo de la investigación por anunciar. Tal es la
valentía que se esconde en el término lingüístico con que se señala el tema y
que denota ya un valor o valoración de la realidad. La selección pre-retórica del tema indica que “el hombre
quiere vivir por encima del miedo” (Marina, 2007, 191) y alcanzar el valor de
sí (en sí) y superar la angustia de cara al fenómeno, venciendo también ya sus
ansiedades. El valor del tema como valentía semántica implica también que “no
queremos vivir a merced de los sentimientos” (Marina, 2007, 191).
El tema consiste en la operación de identificación
(denotación) lingüística del fenómeno mirando a los alrededores (connotaciones
posibles) para que no nos ocurra que nos metemos a nosotros mismos gato por
liebre. Por eso el hombre inventó el término lingüístico con vocación de idea,
que a su vez el concepto desarrolla como recurso del conocimiento. El género
literario del tema tiene un talante denotativo, un señalamiento, una palabra o
un par de palabras que pueden requerir una descripción ensayística para ser
explicadas o entendidas. Decirlas (escribirlas) y después entenderse/desentenderse
con ellas cuando venga su problematización con su otro género literario
correspondiente. “La valentía se mueve, pues, en el campo de la inteligencia
creadora, que aspira a superar nuestra naturaleza animal, a bailar sobre
nuestros propios hombros, como decía Nietzsche” (Marina, 2007, 191). La
selección identificadora de los términos del tema tiene que ser inteligente, y
su género literario debe saber a valor ético, al cual puede incorporarse lo
metafórico.
Si en un simple salto desde el fenómeno, enunciamos un
término para identificar un tema, podemos tener conciencia de que el fenómeno
puede atraparnos, y quedarnos en el desarrollo fenomenológico del término como
una idea general. Pero la ontología del valor en sus distintas vertientes, la
subjetiva y la objetiva del lenguaje, nos impone la tarea científica de constitución
de una investigación social explícita. De este modo, una tematización es
descubierta con un formato paralelo, colocando el proceso del despegue
investigador en una primera gran problemática metodológica. Así se desmarca el
tema del problema. El tema propone un modo de pensar no-científico, mientras
que el problema presentará el decurso investigador de carácter científico.
García Bacca distingue las funciones del tema y del
problema cuando se propone fundamentar una Antropología Filosófica: “El empleo de
la distinción entre tema y problema, y digo: hasta la concepción
moderna del Universo, por tanto, hasta la nuestra, el hombre ha sido tema, a saber: algo perfectamente
determinado, según la fuerza de la palabra griega; algo definido, estable y
permanente. Pero la concepción moderna del Universo, en la que estamos todos
sumergidos y empapados, considera al hombre, y se siente, como problema, en
todos los órdenes. Nuestra existencia es problemática,
y nuestra esencia, problematicidad. Las anteriores: la griega, la medieval, son
tema: algo bien puesto, firme, estable y permanente” (Morey, 11)[4].
De otra forma que la pretendida por García Bacca, lo
que nos interesa aquí es la distinción de las realidades del tema y el problema. Más allá del tema, decimos que no puede existir un
proyecto de investigación, si no se explicita un problema a investigar, y con
ello a llevar a cabo su solución (explicación científica). El tema se encuentra
en la situación previa a la existencia de un proyecto de investigación. El tema
tiene el rostro de una ciencia física, fenomenológica, atinente al ser; el
problema se plantea siempre con cara filosófica, porque siempre envuelve un
problema del conocimiento, y con ello el problema ético de que debe ser bien planteado el problema en
su ontología.
La cuestión de cómo armar un proyecto de investigación
desde la (s)elección del tema hasta la formulación de un problema concreto como
compromiso ético, encuentra su respuesta en una elaboración o procesamiento del
tema. Dicho procesamiento mira hacia las posibilidades que enuncia el tema, así
como a sus limitaciones. De este procesamiento emerge una orientación
determinada del tema que identificamos como tematización. La función de ésta es la del “tercer término” en la
polarización de trayecto que va del tema al problema, del desafío (previo) al
combate (comprometido). La tematización indica un primer género literario de
tipo ensayístico que pretende mostrar la motivación y la persuasión con
relación al despegue investigador, papel que debe jugar el planteamiento del
problema. Todo este género literario del tema y sus contornos, llena buena
parte de la introducción en la elaboración de un proyecto de investigación.
En conclusión, los tres puntales o instancias de una fenoménica, una conceptuálida y una genérica
literaria colocan al pensamiento en una disposición firme que le permiten
dominar con seguridad la dirección correcta, siempre provisional (en condición
de viandante), en su hacerse. La configuración de dichos puntales explicita los
resortes fundamentales de su existencia: el actor cuyo papel desempeñado es el
de un autor científico o sujeto, como principio de la acción de la
investigación, y, por su parte, las circunstancias de su acción que se vinculan
con los contornos donde se consiguen los recursos del conocimiento, del mundo y
sus cosas, de la técnica y de las ideologías, junto con la cultura social.
Bibliografía
Bourdieu,
Pierre (2008): El sentido práctico,
siglo XXI, España Editores.
Hurtado,
Samuel (2008): “El valor de la aplicación etnocultural”, en Ángel
Espina Barrio (ed.), Antropología aplicada en Iberoamérica, Massangana, Recife, Brasil.
Kuhn;
Thomas (1971): La estructura de las
revoluciones científicas, Fondo
de Cultura Económica, México
Lukács,
Georg (1975): Historia y conciencia de
clase, Grijalbo, Barcelona.
Marina,
José Antonio (1995): Teoría de la
inteligencia creadora,
Anagrama, Barcelona.
Marina,
José Antonio (2007): Anatomía del miedo.
Un tratado sobre la
valentía, Anagrama, Barcelona.
Morey,
Miguel (1989): El hombre como argumento,
Anthropos, Barcelona,
Savater,
Fernando (1997): El valor de educar,
Ariel, Barcelona.
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Papel dictado en la asignatura de
Pensamiento Viandante o Prácticum de Investigación en el Seminario de
Investigación de la Línea
de Investigación: Antropología, Cultura y Sociedad, Doctorado en Ciencias
Sociales, UCV, 21 de octubre de 2012.
[1]
Lukács en su obra Historia y Conciencia de Clase, en su estudio sobre el
materialismo histórico, diferencia la clase en sí y la clase para sí. La clase
en sí se encuentra a nivel de la situación de clase, en cuya situación a la
clase no la es posible lograr el alcance de la totalidad de la sociedad: sólo
puede cumplir con una función de clase dominada. Son clases con un valor en sí
mismas, pero su función es históricamente limitada, así es la pequeña burguesía
y el campesinado (Lukács, 56). En cambio la clase para sí se encuentra a nivel
de los intereses de clase donde es posible la emergencia de la conciencia de
clase. Esto significa que la clase, en estas condiciones, puede organizar la
totalidad de la sociedad conforme a sus intereses. Se refiere a la burguesía y
al proletariado como clases que se encuentran en un estadio de
ser-para-sí. (Lukács, 62). Sólo que la
burguesía expresa la problemática consistente en que su situación económica no
puede resolver los problemas que le presenta el capitalismo, según su propia
situación e intereses de clase. De esta forma se origina su falsa conciencia
(Lukács, 58), pues naturaliza de nuevo la realidad de las relaciones sociales
que ha generado.
[2] En su
pretensión de apuntar a una teoría de la Antropología Aplicada,
Hurtado se apropia del este modelo del valor para establecer la movilización
que debe ocurrir en los modelos de la aplicación antropológica. En la identidad
étnica en sí, “la identidad es un valor que se nos da como un fondo de capital,
que siempre está ahí, que nos acompaña como humanos…sin tal capital de encaje o
respaldo, no sólo nos volveríamos a la selva o a la sabana, también dejaríamos
de ser homo sapiens” (Hurtado,
159). Por su parte, “la etnocultura
pensada como una identidad para sí, opera como un reactivo o masa de energía
significativa que puede modificarse desde sí misma…y movilizarse y emplearse
para diversos usos, intereses o ideales”…”Un concepto de identidad étnica en
sí, no permite una óptica que integre la etnicidad con la posibilidad de
alcanzar a ver la acción social apropiada a la amplitud de lo humano” (Hurtado,
158). Una antropología aplicada que aspire a tener una producción teórica al
servicio de la transformación social demandará una identidad étnica para sí: la
que tenga el señalamiento de sentido de la identidad social con la que debe
corresponderse. Es aquí donde se evalúa su valor de relación instrumental en orden
a un proyecto de vida societal. (Hurtado, 158-159).
[3]
Savater escoge un modelo de vivacidad metafórica extraordinario: el valor tiene
vigencia en cualquier perspectiva con relación a educar: 1) Hay un valor
consistentemente para sí en la educación como tal, 2) pero a su vez hay un
valor referido a la valentía como valor ético en el desafío o atrevimiento en
la proposición de un actor educando (Savater, 19). Es la ventaja del filósofo
interpretativo-reflexivo, frente a los científico-sociales con su alcance
analítico-explicativo. Esta ventaja del uso del pensamiento le permite al
filósofo tener una entrada más directa para constituir sus propios géneros
literarios en el decurso de su texto; en cambio, el científico social que tiene
el recurso del uso del conocimiento está forzado a caminar con mayores andanzas
laboriosas, según la copla de Antonio Machado, que citamos en nuestra
disertación en “Pensamiento y Conocimiento: hilvanes de una relación”(Dictado
de la Parte Teórica
de la asignatura del Seminario de Investigación, de la Línea de Investigación:
Antropología, Cultura y Sociedad, del Doctorado en Ciencias Sociales, UCV.
[4] En el
planteamiento de la idea de un proyecto, Marina (1995) también diferencia entre
tema y problema. Pero la redacción sale entrecortada porque se encuentra en el
proceso de un planteamiento problemático: “¿cuál es la representación que el
artista tiene de su objetivo cuando inicia una obra? Si hacemos caso de sus
confesiones, los autores suelen comenzar teniendo una idea muy vaga de lo que
pretenden conseguir. Tratamos con lo que los expertos en Inteligencia
Artificial llaman problemas mal definidos. Desde hace mucho tiempo se sabe que
la creación artística puede considerarse como la solución de un problema. Lo
que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría precisar el problema,
que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza sólo
posee un esbozo vacío, casi un presentimiento. Es lo que me gusta llamar >”
(Marina, 1995, 155). En medio de un párrafo tan aparentemente tartajoso se
percibe bien la diferencia entre problema y tema, aunque lleguen a participar
de un mutuo destino: el de los comienzos tortuosos con que se enfrenta un
autor al querer armar un proyecto de
investigación. Si el problema padece de una falta de buena precisión, es porque
quizá la idea del tema, que se tiene entre manos, es todavía insuficientemente
entendida.
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