miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS TAREAS DE LA CIENCIA Y LOS ASUNTOS DE LA PAZ EN VENEZUELA


“Trabajo de minero nos corresponde, dijo León Felipe, persistente y laborioso oficio de encender chispas, desde la recia dureza de las piedras y los metales. No desde el fácil resplandor de las fogatas encendidas para celebrar las victorias del uno sobre las derrotas del otro. Hay que retomar los caminos del corazón del hombre, de la esencia de una humanidad que aún no nace, para moldear desde nuestra rudimentaria palabra, un horizonte de futuro, como si fuera una pista de carrera por donde el hombre colectivo, alcance la luz del día que no conoce” (Mary Sananes, “¿Hasta cuando seguiremos exaltando héroes y hazañas?” En embusteria.blogspot.com, 2012/10).

Los poetas saben mucho. Lo conocemos por Antonio Machado, y ahora por León Felipe, poeta de Castilla y León en España. Es un poeta con bellos poemas que permanentemente muestran este quehacer que nos conduce al trabajo de los colectivos humanos, aupándolos, para que no se dejen dominar por los dioses ajenos, padres oprobiosos, caudillos demagogos y guías iluminados que dictan los quehaceres y usufructúan lo que han hecho otros. Yo utilizo estos poemas en mi blog para asentar una “Obertura científica”, como lo estoy haciendo ahora. Así es como los poetas desafían a los científicos, y a la misma ciencia que debe sentirse desafiada por la poesía. Si consideramos a la poesía no como un género literario, sino como una herramienta del pensamiento, según Gamoneda (2009: Un armario lleno de sombra, Galaxia Gutenberg, Barcelona) otro gran poeta leonés de la España actual.

La ciencia siempre se encuentra, debe encontrarse, como servidora de la poesía como lo es de la filosofía, y debe acompañar a la religión, pues su objetivo es llevarlas a cabo en la realidad de las cosas.

¿Qué significa esto? Que nuestra concepción de la ciencia la estamos encajonando entre la técnica y la filosofía, entre la instrumentalidad técnica y los valores éticos. No nos extraña ello, pues participa de la técnica (sin técnica la ciencia no tiene pies para caminar) y participa también de la filosofía (debe reflexionar en sus conceptos). Pero la ciencia no es una simple técnica (tecnicismo), ni una especulación baladí como si el pensamiento a que aspira, la mantuviera en una impotencia sobre las consecuencias que son importantes tanto desde el dar que hablar como desde el reflexionar sobre lo que hace.

Pretendemos ahora plantear que pese a esta reducción en que colocamos encajada a la ciencia, sin embargo, la podemos  observar en su autonomía y su propia razón de ser como un quehacer que se ha inventado y dado el hombre para su maduración societal. De esta forma, asistimos al desembalaje de la ciencia donde podemos verla en la amplitud de su problemática al servicio del hombre, así como en su propia lógica de operación científica.

Se trata de la apertura científica a la realidad empírica, que exigieron la filosofía misma reducida a la especulación y la poesía a la imaginación, y la apertura que necesitó la técnica para levantarse de su actividad mágica. Así, presidida por el principio de la realidad, la ciencia se aboca a solucionar las demandas de la filosofía ética desde su principio de los valores, y a hacer retroceder el pánico que tiene el ser humano a la realidad del que no da ninguna razón el instrumentalismo tanto mágico como técnico. La filosofía interpreta pero no explica, la técnica entra en acción pero no sabe el por qué. Es la ciencia, con sus teorías y con el desarrollo de las ideas en conceptos, que asienta la explicación de lo que ocurre en la realidad. Es como sabemos que tenemos que dominar los terremotos, controlar el mar y andar también sobre las olas de las dificultades de la vida.

En el planteamiento de la ciencia converge la disimilitud, por una parte, de los problemas del cuerpo humano impulsado por un alma o espíritu que lo mueve, y, por otra parte, de los problemas del espíritu realizado en un cuerpo. En definitiva, la ciencia que aglutina técnica y arte reflexivo, y el hombre en el que cristaliza un cuerpo animado o espiritualizado. Si decimos que el principio de la ciencia es el de la realidad (no especulación, no tecnificación), el problema del hombre desafía al quehacer de la ciencia de un modo especial, pues los principios del hombre van desde la materia al espíritu, de la realidad a la irrealidad, con el agravante de que el hombre actúa más con sus irrealidades con el objeto de fabricar realidad, en cuanto una de sus posibilidades.

El desafío ahora es tocante a cómo debe hacerse la ciencia como producto u obra a favor del hombre, un ser lleno de pensamiento y de imaginación, es decir, un ser hecho de materia creadora, que es como decir de material poético, simbólico. Por lo mismo y a su vez, el desafío debe ser completo pues se trata de cómo la ciencia debe abocarse a que la ética vaya cumpliéndose en la realidad del colectivo humano. Nos referimos a que la ciencia se torna creadora a partir de la invención de sus modelos conceptuales, pero ello es posible si dicha invención la preside la ética de los valores, esto es, la verdad como valor trascendente. Hay un aporte clave de la filosofía ética o de los valores a la constitución de la ciencia.

Los modelos conceptuales, que son los explicativos, identifican el quehacer inmediato del científico; mientras la ética de los valores dice referencia a la invención de las instituciones de la sociedad, una de ellas es la institución de la paz, en la que una de sus organizaciones es el Rotary Club. En suma, la garantía de construir ciencia la ofrece la imaginación pensante del concepto, al que se vincula la institución social que objetiva la ética o deber ser, que es desde donde debe pensarse.

Nosotros hemos llegado a la conclusión de que el modelo conceptual, no sólo define la intención de hacer ciencia, y a qué ciencia pertenece un determinado quehacer explicativo de algún problema: si es psicológico, histórico, químico, médico, sociológico, etc., también en el modelo conceptual se consignan la ética y la técnica de cómo debe construirse el modelo conceptual y fundamentar con ello la garantía social del proyecto de investigación. Por lo tanto la moral de la ciencia, y que la ciencia diga de la moralidad, depende mucho de la consistencia de las instituciones con que exista una sociedad.

¿Qué podríamos decir sobre esto en la realidad científica venezolana? Si las instituciones sociales no funcionan o están en crisis de crecimiento o decrecimiento, el científico no tiene más remedio que predicar en el desierto, de ser un profeta, de estar siempre en la acera de enfrente para enfrentar el poder unilateral que se ha constituido. Hay un consuelo para el científico social: que cuando la sociedad anda mal, las ciencias sociales gozan de buena salud, pues suelen verse así consultadas sobre la patología social. Cosa curiosa que la sociología y la politología no alcanzan a diagnosticar ese mal, solo la antropología y el psicoanálisis tienen esa capacidad, según el politólogo Aníbal Romero en su artículo “Rousseau resucitó” (Qanalítica.com, Caracas, 29 de octubre de 2012). Nosotros lo hemos alcanzado desde la Etnopsiquiatría o Antropología ayudada por el psicoanálisis.

El modelo científico conceptual, si es tal, se refiere a una teoría o visión, que cristaliza como una metáfora, porque reúne en su construcción las contradicciones con que está hecha una realidad social. Nosotros inventamos el concepto de matrisocialidad, donde se explican los “elogios y miserias de la familia en Venezuela” (Hurtado, 2011), pero que su objetivo final es explicar el fondo de lo que ocurre en el colectivo social venezolano (Hurtado, 2000: Élite venezolana y proyecto de modernidad, la espada rota).

La matrisocialidad es una metáfora conceptual que indica que la sociedad es como una madre, cuando en la realidad lógica la sociedad no puede ser una madre. Pero al reunirlas en una misma realidad lingüística conceptual se explica ya de entrada que pueden coexistir y que en la realidad la sociedad en Venezuela es una madre. Los dos términos (sociedad y madre) representan dos lógicas tan distintas que si se conjugan bien muestran que en la realidad venezolana está planteado un inmenso problema. Entonces, ¿cómo solucionamos el asunto de que en Venezuela exista ese problema y que así lo vivimos, y lo vivimos con mucho placer, a veces envidiados ingenuamente desde el exterior nacional?

Lo solucionamos metafóricamente: ya en el concepto de matrisocialidad conviven los dos elementos de sociedad y de madre (familia), cuyas realidades íntimas ponemos en relación al analizar el concepto mismo.

La metáfora literaria se forma originariamente desde el principio de la ficción imaginaria: el cabello dorado que cuelga de tu cabeza (el cabello no es de oro pero el literato lo imagina así, con el color de ese metal, y entonces el cabello es de oro forzosamente); también la metáfora conceptual se conforma en su originalidad con elementos contradictorios que extrae de la realidad, contradicciones que identifican después problemas. La sociedad es una madre, porque nos proporciona consentimientos, chances, oportunidades, que no tienen la lógica fría de lo social, sino el calor de lo familiar.

La posibilidad de entender la metáfora conceptual de matrisocialidad es que el colectivo venezolano no se orienta por el principio de realidad, sino por el principio del placer. Aquí entramos con el problema de la ética en Venezuela. Los que se guían por el principio del placer encuentran muy difícil la entrada para operar con el principio ético. La ciencia colabora con la sociedad cuando sus análisis se aproximan “a explorar el alcance del suelo firme sobre el que podamos hoy asentarnos” (Bueno, 1995, La Función actual de la ciencia, 23). Es decir, la ciencia nos ayuda a aterrizar en el ser, en lo que somos, vivimos, y con lo que nos orientamos de hecho. Cuando nos encontramos con problemas como el “complejo matrisocial”, la ciencia lo denuncia explicativamente pero es la sociedad la que debe solucionarlo éticamente, es decir, salir de ese laberinto donde el decir está desconectado del hacer o lo dicho se resuelve en la imaginación creyendo que así se hacen las cosas, de tipo mágico. Creer que producimos y en realidad importamos; decir que nos comprometemos y en realidad actuamos en complicidad, decir que somos tolerantes y en realidad somos unos permisivos.

La ciencia devela esta trampa cultural, porque contiene en su vientre un principio de eticidad. Si no lo hace cae en la ideología. Si ya la ciencia representa un valor ético, como obra humana, es necesario que desarrolle todo este potencial de valor como un capital a cuenta en la orientación ética de constitución de la sociedad.

¿Puede la práctica científica darnos la garantía en la solución de los problemas que le presenta la realidad? Sí, si transcendemos la inteligibilidad instrumental y pasamos a entender el pensamiento de un modo sentimental para acceder a la invención ética, es decir, a la valoración de la realidad en su deber ser. Así elogio lo que me gusta o veo cosas que me disgustan. Veo un perrito y me agrada, siento el agua fría y me irrita, aunque sé el valor que tiene el agua. Es esta significación sentimental la que me da la entrada ética de cómo debo proceder.

La invención ética propone la creación de un espacio para dirimir las hostilidades mediante la negociación con los recursos de la fuerza, o mejor aún mediante la argumentación que se vale de recursos razonables de convencimiento, y no mediante la guerra. Se trata de que el hombre, capaz por su espíritu inteligente, se invente y como tal se constituya para sí una sociedad, es decir, que garantice su existencia y plenitud de ser. La sociedad no existe como una esencia, sino como un proyecto. Es un proyecto que se va realizando mediante acuerdos que suponen el alto a la guerra y unas salidas a la paz

¿Cómo se aseguran los acuerdos? Se aseguran creando la institucionalización de las relaciones sociales: los acuerdos así se instituyen, por lo que todo el mundo sabe a qué atenerse en sus deseos y acciones. La institución social se tiene como referencia de todo comportamiento de los individuos en el colectivo. Los autores retrotraen el origen del proyecto de sociedad a la institución del intercambio matrimonial. El intercambio de cosas y personas indica abrirse a la multitud de las posibilidades a realizar, pero cuando decimos matrimonial, el intercambio se restringe al intercambio de las intimidades más profundas del hombre como son sus mujeres. Ceder a los otros (extraños) las mujeres propias (hermanas, hijas, sobrinas, nietas…) genera entre los hombres unas hostilidades profundas,  inconscientes (Devereux, 1975, Etnopsicoanálisis complementarista).  Esta compulsión social supone crear un artilugio que permita remontar las hostilidades: la cesión de la guerra termina en aceptación de la paz a partir del ritual de la celebración y de la fiesta con los convidados. Para la realidad humana este acto representa el inicio de la sociedad, que es como un segundo nacimiento del ser humano.

El hombre se mantiene como ser social en la medida que asegura la garantía de los acuerdos y logra mantener controladas las animadversiones inconscientes mediante los rituales festivos. Todo ello significa hacer las cosas con arte, con maña, sabiendo que todo ello es un artilugio o arte-facto, que como una mentira nos metemos los humanos para deponer armas y acceder a la paz. Por eso el logro de todo lo social se tiene que hacer con esfuerzo y trabajo bien hecho con arte creativo como la ciencia, la educación, la democracia, lo urbano de la ciudad,  la paz, etc. Estos esfuerzos implican de fondo que el juego societario consiste en que todos individualmente pierden un poco, para luego ganar todos en muchas cosas como colectivo social. Jugar a sociedad es siempre jugar a ventajas, poner las cosas a favor para todos.

Lo instituido, que debe alcanzarse con la institucionalización, puede discurrir por los posibles valores que el colectivo se da a partir de crearlos. Son lo que llamamos perfiles del proyecto de sociedad; son algunos como los que referimos: la paz, la democracia, la libertad, la educación, el arte, la ciencia, el pensamiento epistémico, lo urbano, el deporte, el voluntariado, las llamadas ONGs, etc. No nos vienen del cielo, no se nos dan como unas gracias, hay que construirlos de la nada humana. Por ejemplo, la paz hay que trabajarla todos los días y a cada instante, porque se puede perder; necesitamos asegurarla, y por eso la instituimos. El hecho de la paz debe llegar a ser la institución de la paz.

Las olimpíadas eran en el siglo V antes de Cristo y son actualmente una organización que instituye un período de paz mundial. El hombre siempre en guerra, como la del Peloponeso en Grecia, hacía un alto para celebrar la paz; algo así como para descansar aunque al día siguiente se fueran y se iban de nuevo a las manos. Se instituyeron desde entonces las olimpíadas anualmente como fiestas de la celebración de la paz.

Actualmente, la organización de las Naciones Unidas de 1948 pretende que la paz devenga una institución permanente en el mundo, mediante el control de la guerra. Como la guerra nos amenaza permanentemente, la paz se puede perder como la flor de un día ¿Qué podemos decir de la grave inseguridad que padecemos en Venezuela, con ciento y pico de muertos cada fin de semana, secuestros Express permanentes, robos en casa y apartamentos cada día, vacunas en estados fronterizos, cárceles expuestas a cíclicos conflictos con saldos de muertos internos, cuyo orden está presidido por pranes (jefes internos) con quiénes el  estado increíblemente negocia el orden carcelario, inseguridad constante en las calles, de suerte que las urbanizaciones se encuentran blindadas por vigilancia privada, y los edificios y casas cuyas puertas y ventanas cubiertas por rejas semejando estar los habitantes encerrados en sus casas como en su propia cárcel?

La respuesta es que los venezolanos, desde hace una década, estamos en un estado de guerra civil latente, según una sociopolítica, pero que en términos antropológicos decimos que los venezolanos estamos sufriendo un estado de violencia generalizada a todo el colectivo. Esto quiere decir que estamos en el límite de una sobrevivencia como país, y lo grave es que esos estados de guerra y violencia aparecen como una Política de Estado por parte del actual gobierno. Sin funcionar la sociedad (las instituciones), no tenemos garantía alguna; y sin autoridades, que por su parte no las produce la cultura matrisocial, el desorden nos corroe por todos los lados. El límite significa que o muere el líder o muere el pueblo.

El problema se radicaliza porque en esta disyuntiva se encuentra la Política de Estado que coloca las cartas a favor del líder y en contra del pueblo. Tenemos un líder que no es salvador del pueblo (no muere por la salvación del pueblo) sino un detractor del pueblo (se organiza la muerte del pueblo para salvar al líder), porque la Política de Estado es antisocial por su lógica de inseguridad y desorden ¿Cómo salvar al colectivo social venezolano, si también como colectivo matrisocial carece de la confianza social, que es básica para que se establezca el orden existencial de la sociedad? Por eso los venezolanos, frente a nuestra cultura matrisocial y la Política de Estado, no tenemos descanso, estamos en pleno desasosiego, apenas alguito de serenidad  como este ratico que nos organizan ustedes como Rotary Club.

A este análisis sucinto llegamos con el concepto de matrisocialidad. La ciencia nos ayuda a explicarnos el punto o situación vital donde nos encontramos en la cartografía de lo que es un proyecto de la sociedad, objetivado por la ética.  Nosotros hemos identificado el problema de la ausencia total, como sociedad, de la paz en Venezuela y lo hemos solucionado explicativamente con la metáfora conceptual apuntada. Con el desafío o la exigencia de la ética nos hemos conducido con la ciencia social a observar un perfil del proyecto de sociedad: la paz. La paz es un requisito para poder hacer de todo; a nivel de la libertad, contiene el sentido de todas las posibilidades de crear cosas como el arte, la poesía, la ciencia, y obtener la razón del vivir y, con dicho sentido, de crecer como personas.

El hacer ciencia es en verdad, un trabajo de minero el que nos corresponde, persistente y laborioso oficio de encender chispas, desde la dureza de las piedras y metales. Trabajo de minero, como lo dijo e hizo León Felipe en poesía, así tenemos que hacerlo los científicos sociales, desde los duros análisis de la ciencia y desde las recias metáforas de sus conceptos, a gusto o a disgusto de una sociedad del placer como es la venezolana.
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 Conferencia a dictar  en San Antonio de Los Altos (Estado Miranda), el sábado 17 de noviembre de 2012, a las 10:00 a. m., actividad organizada por el Rotary Club en la OPS, Torre 1, Salón de Fiestas.     

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