CANCIÓN DEL JUSTO
Ya se nos fueron todos los puros.
Se fueron a un lugar
donde ser no es pecado
donde al mentir se muere
donde vivir se puede
y donde querer se debe.
Ya se nos fueron todos los puros.
Mas no marcharon solos.
Se llevaron:
retazos de tristeza,
heridas dolorosas,
semillas de esperanza.
Ya se nos fueron todos los puros.
Por eso…
aunque nos llore
precisamente,
ahora,
más que nunca…
Tendremos que ser puros.
José Antonio MUñOZ
En Aguaviva: La Casa de San Jamás
Happening musical, Madrid, 1975.
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El Valor de la Aplicación
Etnocultural
Contenido Parcial:
-La Identidad para sí y la Memoria del Porvenir.
-Cuando la Identidad Étnica en sí
funciona hasta la mitad.
-Bibliografía
La
Identidad para sí y la Memoria del Porvenir.
Bastide (1972) se detiene en su Antropología
Aplicada y se queda mirando hacia atrás, como si la etnicidad se hubiera
estancado en el pasado y su memoria de “antigüedades” y antepasados. Trata de
mostrar que el pasado con su etnicidad opera y debe orientar casi totalmente el
porvenir. La multiplicidad de vías del desarrollo humano y social se atenderá
según los dictámenes de la etnicidad para que sea “auténtica”. Esta proposición
se halla a mitad camino aunque anclada en lo social “in actum” o pro-activo del
sujeto, según el sociólogo Gurvitch (Cf. Bastide, 203-204); le falta el momento
de la memoria sobre el porvenir, el avanzar la pro-acción en la historicidad,
tanto según Touraine como de los filósofos de la ética, para objetivar lo
social en todo lo que se refiere a nuestros sueños o propósitos y no sólo sobre
la mensuración o “moderación de las cosas”. “Sociologizar” el mito comporta
revisar la propuesta de Bastide según la sociología de la acción. Exigiría
atender a una Sociología Aplicada como una ciencia no de los medios con vistas
a la práctica, sino “de hacer de la práctica de esos medios el objeto de una
nueva ciencia autónoma” (Bastide, 1972, 167). Coincidirían ambas disciplinas en
incorporar las “irracionalidades” de los sujetos a la racionalización de la
práctica científica, según Gurvitch. La lógica de dicha aplicación
disciplinaria consistiría en abrirse a “estudiar los y
que habrá que enfocarlos como agrupamientos de individuos en
interacción, ya que la metamorfosis de las ideas en fuerzas sociales puede
realizarse únicamente a través del grupo y de la psiquis humana” (Bastide,
1972, 182-183). El determinismo antropológico de Bastide quedaría así modulado
con el diálogo entre las disciplinas.
Por más
duro que sea el ethos cultural, el pasado y su memoria están a merced de una
cadencia que el provenir le demanda, le exige y al final le impone. La lógica
de la acción cuyo objetivo es la sobrevivencia, y donde se inscribe el cambio
social, supone una proposición de transformación crítica sobre las realidades,
una de ellas la etnicidad. Las reglas de la tribu se juegan de una vez para
siempre, dice Levi-Strauss; pero los filósofos de la ética le responden: con la
modernidad, que es la autonomía de las cosas terrestres frente a las divinas
(del mito), las reglas de todas las tribus tienen que jugarse de nuevo, le
responde Savater, filósofo de la ética. La escena teórica la expone Alborch
(1999, 177) a propósito de replantear el papel social de la mujer. No hay
marcha atrás en el tiempo oportuno (carpe diem) de la sobrevivencia del “homo
sapiens”. El proyecto de sociedad se autonomizó de la lógica étnica y se colocó
en la del porvenir, que desafía permanentemente en un campo de acción histórica
el papel de la etnicidad, con objeto de contar con ella al servicio de la
identidad social.
Ahora
el trajín de ubicación de una Antropología Aplicada moderna, se debe efectuar
en un proceso de mirar tanto hacia atrás para hacer los análisis de la
etnocultura y orientar la interpretación, como hacia delante con el fin de
formular las proposiciones relativas a la transformación de los mundos que
soñamos, motivo de la aplicación. El filósofo de la ética sugiere el modelo:
“no podemos vivir sin que nuestros sentimientos nos orienten, pero no queremos
vivir a merced de nuestros sentimientos” (Marina, 2005, 191). Se parafrasea: no
podemos vivir sin que nuestra etnicidad nos oriente, pero no queremos vivir a
merced de nuestra etnicidad. La orientación definitiva se encuentra más allá,
en la que queramos o debamos vivir según las exigencias del campo de acción
histórica donde edificaremos las leyes y los derechos para la libertad.
Con orientación
de Bueno (1987), inspirado en Hegel, se propone que la etnicidad puede existir
sin soñar mundos sociales (proyectos), pero estos mundos no puede existir si no
se apoyan y viven en una etnicidad. La etnicidad es fundamental como la vida
misma del homo sapiens, pero no tiene capacidad de inventar proyectos de
sociedad, como la agricultura no podía inventar la ciudad. Pero el proyecto
garantiza esa vida que se encuentra en peligro de la asfixia de la guerra o
animosidad étnica. El proyecto es un invento inteligente del “homo sapiens”
porque para continuar con vida no tenía más remedio que organizar la
convivencia en “tribal” (etnicidad) y entre las “tribus” (etnicidades).
Cuando la Identidad Étnica en sí funciona
hasta la mitad.
La posibilidad
de echar andar el proyecto se encuentra en las condiciones de originar un campo
de acción histórica, donde las orientaciones se organicen tomando en cuenta los
conflictos de actores sociales (minorías activas, movimientos sociales). El
manejo de los conflictos se encuentra en la capacidad de impugnación de los
actores sociales, en la que juegan sus dispositivos naturales, el psíquico y el
étnico. La evaluación de proposiciones de una antropología aplicada en las
sociedades complejas donde ya se vive,
no puede hacerse sino desde la episteme del proyecto de sociedad, no desde la
etnicidad. Se trata de una antropología aplicada, no de un chamanismo práctico,
por ejemplo, el de los babalaos. Lo que debemos preguntarnos es por la
“capacidad étnica” de los sujetos sociales, que son los que tienen que llevar a
cabo en la sociedad la aplicación crítica de los proyectos, para que las
proposiciones no queden sustentadas en un vacío social y terminen siendo
ideológicas si nadie conceptualiza con racionalidad etnológica la aplicación
etnocultural.
En este
marco teórico se inscribe el breve análisis de dos situaciones en Venezuela: la academia antropológica y el
sistema populista, el actor social y el contexto de ubicación del mito. Se
selecciona la Escuela
de Antropología de la UCV,
como lugar muestral ponderado del colectivo académico nacional. Dará cuenta de
ello una breve entrevista prospectiva a un pequeño corpus de población
perteneciente a dicha Escuela cuyo criterio
de selección y enfoque crítico se refiere al Departamento de Etnología y
Antropología Social. El corpus lo componen dos profesoras, una de dicho departamento
y otra no, así mismo dos egresados profesionales de poco más de dos años, uno
perteneció al departamento y el otro no; y dos estudiantes en tesis de grado pertenecientes
a dicho departamento, que se hallan en relaciones laborales como empleados.
El
campo de acción histórica en Venezuela se relaciona con un nacionalismo
etnopopulista. Se presenta con una breve crítica cultural con el fin de obtener
el campo de la acción histórica y la semantización de la actividad académica.
No se acude a teóricos de la crítica cultural respecto del populismo venezolano
(Briceño, 1994; Toro, 2005; Burgos, s/f.), sino a informantes de la entrevista
que proporcionan puntos orientadores del orden cultural, que les servirán para
la crítica del quehacer académico con referencia al proyecto de sociedad, tal como
la Escuela de
Frankfurt hizo la crítica cultural de la razón instrumental con referencia al
capitalismo emergente de su tiempo.
El
rasgo cultural del placer inicia el discurso del sistema populista. Entre el
principio del placer y la calidad de vida ocurre una inflexión, la del
principio de realidad. “El venezolano no siente que la situación del país sea
consecuencia de sus acciones. En este sentido tampoco siente que tenga que
cambiar” (Kenica). El asunto pasaría porque a las ganancias colectivas (vía el
proyecto social) el venezolano le sacara “algún provecho” individual (Diana),
expresando al “aprovechado”. La desconexión con la realidad y el logro de una
cosecha sin trabajar como lógica recolectora, representan rasgos esenciales del
mito matrisocial venezolano, es decir, de aquel profundo complejo de
dependencia materno-filial que baña toda relación social en Venezuela. En la
lógica de este mito, el principio del placer (la vida despreocupada) coincide
con el ser y la aspiración sortaria de la calidad de vida: “el venezolano se
siente bien con lo que es, o mejor dicho, como él se ve, y tal es así que hace
alarde de ello” (Anita). En definitiva, “él disfruta de gratis, no tenemos
porqué esforzarnos, ni trabajar para conseguirlo” (Anita).
Sin
embargo, todos quisieran mejorar sus condiciones de vida, y también tendrían
ciertas aspiraciones que pudieran convertirse en oportunidades de mejorar, si
un programa antropológico que se aplicara las concretara en valores de confianza social. La cultura matrisocial
desquicia esto y juega entre la desconfianza y lo confianzudo, desactivando la
virtud de la confianza para el orden social básico. Con la sola emocionalidad y
los regalos gubernamentales al pueblo, la aplicación antropológica no
visualizaría el quehacer problemático del país: la política en las sociedades
complejas canaliza fuertemente las conductas etnoculturales del colectivo
social (Máxima).
Por
fin, “para qué esforzarnos más si ya Bolívar, Sucre, Páez (héroes de la
independencia) lo hicieron, seguimos viviendo de las rentas del trabajo de
otros y lo conceptuamos como si fuera nuestro” (Anita). Esta esquizofrenia
vivida con placer asombra cuando se observan aquellos resultados de cambio
momentáneo de conducta bajo efecto del miedo a la sanción o de la amenaza
individual, lo cual dista del cambio como efecto del beneficio colectivo. El
doble código esquizofrénico “vivimos de lo que los otros trabajan como si
nosotros nos hubiéramos esforzado” opera como un autoengaño para vivir felices.
Y en sentido negativo descarga de sí las propias responsabilidades sobre su
destino porque éste le da pánico. “Sospecho que si tuviera el conocimiento de
que tiene que trabajar más y mejor para mejorar su calidad de vida, no lo
aceptaría tan fácilmente dadas sus implicaciones, es decir, cuestiones como
hacerse responsable de su propio destino le serían tan aterradoras que
preferirían obviar ese conocimiento y continuar fuera de sí la responsabilidad
de su propio bienestar” (Diana). Esta premisa suele profundizar resultados
reversivos. “El venezolano sin más ni menos no va a trabajar más ni mejor,
puesto que esto significaría reducir sus cuotas de placer y hasta puede
entenderlo como un desmejoramiento de su vida y no lo contrario” (Engracia).
Tres
rasgos culturales orientan la línea cultural: 1) la negación de la realidad
pero aprovechada oportunamente, 2) la desconfianza social, 3) la esquizofrenia
etnopsíquica. Esto muestra lo endeble del ser venezolano para impugnar el
posible secuestro del poder público. Como efecto, está expuesto a que cualquier
caudillismo, alentando el motivo del nacionalismo etnicista, persista en
mantener al colectivo venezolano en su regresión etnocultural.
¿Qué
hace el actor social de la academia antropológica?”Se sumerge en la fascinación
de lo observado y ante una mala interpretación de la objetividad se satisface a
sí mismo en la pretensión de que no pretende nada” (Kenica). Parece escaso el
nivel de aspiraciones, pues “no hay
pretensiones de generar cambios sociales, lo que se hace en la Escuela es una
antropología , ni siquiera teoricista. Da la impresión de
que los antropólogos desconocen su rol de científicos sociales” (Anita). El
asunto es que la práctica teórica se quede a la mitad del pensamiento, y su
resultado sea una ideología medrosa, indicando la falta de valentía: del primer
ingrediente del valor de la aplicación. “La práctica antropológica aún no tiene
la capacidad suficiente para dirigir la transformación etnocultural del país.
Se tendría que comenzar a trabajar sobre la barrera que la propia cultura nos
impone, y ese es un trabajo que aún muchos investigadores no están dispuestos a
asumir” (Diana)
La falta
de explicaciones socio-éticas, asociada a sus investigaciones se compensa con
la autocomtemplación del antropólogo. Pareciera que la Escuela de Antropología se
justificara a sí misma. Su escaso conocimiento generado se limita a señalar
algunos rasgos culturales, no a comprender el país. Está lejos de producir
teoría, por lo que no fabrica ni dispone de herramientas teóricas para la
aplicación de una antropología aplicada en Venezuela. El discurso se radicaliza
cuando se afirma que la academia antropológica venezolana “no está yendo a
ninguna parte…Que la mayoría de las personas asocien la antropología con la
arqueología o con es un rasgo diagnóstico
de ello” (Kenica).
Los
resultados conclusivos son alarmantes en lo tocante a actores que se encuentran
en el vientre académico y pueden ver tanto que ellos mismos explicitan su
vergüenza. “Soy pesimista respecto a que exista una academia antropológica en
el país”… “Como conjunto se me asemeja más al famoso del
refrán criollo” (Kenica). Como desquite el antropológico se orienta al estudio
de una etnicidad pura, sin trascendencia social. La falta de crítica científica
hace que el antropólogo en vez de ponerse al frente de la etnicidad y
orientarla en su quehacer, se deja llevar a merced de ella. Hay una confesión
fuerte que se produce en la dialéctica entre el antropólogo y su práctica. Las
secuencias son: 1) la carga de etnicidad pesa mucho sobre el despegue teórico
del antropólogo en Venezuela, que termina por incapacitarlo para aportar
insumos a la dirigencia orientadora del país; 2) hay un convencimiento de que “la
práctica antropológica tiene mucho que aportar, y esto es una deuda que tenemos
los antropólogos con el país” (Anita).
Esta
serie argumentada de problemas la academia antropológica raramente se los
plantea. Ubicamos en close-up, al Departamento de Etnología y Antropología Social,
que a diferencia de los Departamentos de
Lingüística, Física y Arqueología, debiera ser portaestandarte de una teoría
antropológica general para la elaboración de las proposiciones de la aplicación
de una antropología aplicada. Un cortocircuito epistémico desconecta tal
aspiración, pues la etnocultura de autocontemplación que porta la academia
evita la producción de una episteme particularizada, como objetividad del
proyecto socio-ético en el país. En consecuencia, la teoría de la academia de carácter repetitivo sigue a merced del
destino etnocultural, en vez de procurar una teoría de la aplicación
antropológica que transforme dicho destino en insumo histórico para a dirigencia
y su papel de orientar al colectivo hacia el esfuerzo por afianzar su identidad
social.
Un
etnicismo casi a ultranza domina la antropología en Venezuela. En la defensa de
una tesis de grado, una profesora trató de anclar este etnicismo invocando a
Hegel: la nación contra la ciudadanía, para indicar a la nación como el “locus”
etnicista. El planteamiento fue zanjado al revés en la Alemania de los años
1970, en que los filósofos de la segunda escuela de Frankfurt proclamaron la
constitución alemana como la identidad social por oposición a la nación alemana
de los historiadores cuyas señales eran regresar a la proclama de la etnia como
superior a la ciudadanía. El juego se trazó a favor de la identidad social
subordinando a la identidad étnica.
Es
plausible que los planteamientos etnicistas de la academia antropológica sean
inalterables desde su inicial de los años 1970. El antropólogo venezolano Omar
Rodríguez (1991) en su crítica al indigenismo en Venezuela lo constata con
respecto a sus principales representantes: Mosonyi y Nelly Arvelo, como también
se constata en los seguidores del mexicano Bonfil Batalla, profundamente
etnicista, de quién hace también la crítica
Rodríguez. El departamento de Etnología y Antropología Social de la Escuela de Antropología se
encuentra anclado en esta órbita, la de un pietismo a ultranza lleno de las
ilusiones del buen salvaje y un etnologismo crítico que se embarca con
facilidad en la nostalgia del mundo bárbaro. Ambas corrientes navegan
placenteramente a merced del nacionalismo etnicista, propiciado por el actual
neopopulismo venezolano.
En este
escenario neopopulista con el que la academia antropológica armoniza por
ausencia de crítica cultural, la articulación de aquella identidad etnicista
con la identidad social confronta un fuerte contratiempo. Los déficits de la
teoría de la acción humana (por valor ético disminuido) y la muy sesgada
capacidad etnocultural de los actores académicos (por la dura tendencia al
pensamiento descriptivo) torna dificultosa la posibilidad de la aplicación de
una antropología aplicada en Venezuela.
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Publicado
en Angel B. Espina Barrio (ed.) (2008): Antropología Aplicada en Iberoamérica,
Fundaçáo Joaquin Nabuco y Editorial Massangana, Recife, Brasil, 153-169.
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