martes, 12 de junio de 2012

LA INMORALIDAD DE LA EDUCACIÓN EN LA ETNOCULTURA VENEZOLANA. EL DESAFÍO DE LA ÉTICA. PARTE 1.


Mester de servidumbre

Por carecer de flechas,
los mendigos
arrojaban
a los nobles
sus propias heridas.
Pero había
una raza de pordioseros
más mísera aún:
robaba heridas ajenas
y las vendía
en la plaza del mercado.
Con tan burdas armas
los pobres cruzaron
la noche medieval

Juan Manuel Roca

RESUMEN


La educación no encaja en la posibilidad de un desvío comunitarista. Si lo pretende lo que hace es caer en un valor superficial, que termina en ideológico. Aunque tiene que tomar realidad en una comunidad o cultura, la educación como proyecto social encuentra muchas dificultades si la cultura contiene valores morales caracterizados por el negativismo social. Cuando se activa la educación en este tipo de moralidad, ésta percibe a aquélla como un proceso anticultural que devela un proceso de inmoralidad. Para descifrar este proceso, el modelo analítico adoptado es la oposición discriminadora de valores morales, siempre particulares (de un individuo o una cultura) y los valores éticos, siempre universales, según el proyecto de sociedad. En Venezuela, los valores culturales que muestran los cuentos (Tío tigre y tío conejo) y que interpretan intelectuales y antropólogos, son reactivos contra la educación sintiéndola como una imposición opresiva. Pero el colectivo venezolano tiene también como herencia un deseo ético, cuyo desafío es el de la reconversión cultural. Lo logrará si pone a jugar de nuevo los valores culturales en clavé ética, no desde el yo ideal (ideología), sino desde el ideal del yo (norma o deber social). 




Palabras claves: moral, comunitarismo, ética, desórdenes étnicos, educación, proyecto social, deseo ético.

Contenido
  1. Más que un producto comunitario.
  2. Moral y ética en contraposición.
  3. La educación opresiva.
  4. Denegada moralmente aunque éticamente deseada.

“El doctor Vargas excitó el amor a los estudios que parecía extinguirse en nuestros establecimientos literarios; despertó a la Universidad Central que se dormía en su toga en su polvo de sus claustros: llamó a la juventud a los establecimientos de enseñanza y los imprimió un doble movimiento que cada día crece más. El doctor Vargas fue una aurora en Venezuela” (Fermín Toro, ‘Ideas y Necesidades’ en ‘Liceo Venezolano’ nº 3, marzo de 1842).

Contenido parcial: A. y B.
 
            Sorda unas veces, ruda otras, inconsciente en éstas, abierta hasta la muerte en aquéllas, siempre hay una lucha entre la etnocultura y la educación. ¿Por qué  y cómo ocurre esa lucha en Venezuela? Acudimos a la etnología con la ética en encrucijada, para respondernos, siempre ayunos de preguntas, o si no, náufragos entre arrecifes de preguntas y litorales de respuestas.

A.    Más que un producto comunitario.
           
“Ética Para Náufragos”  de J. A. Marina (2004) en su segundo capítulo de esa ética constituyente que él maneja inspira nuestro título, para después aplicarlo a nuestro ser venezolano. El lo titula la “inmoralidad de la ética”. Y choca así de frente esa formulación, como una metáfora conceptual, así como lo es. Ya nosotros hemos utilizado cosas parecidas para chocar con nuestro análisis, y por lo tanto incidir, en la realidad venezolana, ya no en el modelo de moral/ética, sino en el de cultura/sociedad. Pero lo que hace de reflexión el filósofo de la ética, nosotros lo hemos venido y venimos haciendo con lo concreto real como sociólogo en nuestras indagaciones venezolanas, y entre otros temas ya lo hicimos dos veces con el tema de la educación (Hurtado, 2007). La etnicidad o etnocultura venezolana proporciona un material o escenario estupendo para ello, no sólo para novelistas, teatreros, cineastas, y no digamos humoristas, y otros para no dejar a nadie por fuera. Pero las ciencias sociales no se han aprovechado de ello ¿Por qué? Vaya usted a saber. Algunos sí lo sabemos.
En tiempos de sombra y confusión, este saber sobre Venezuela a fondo, es perentorio, pues se necesita encender alguna luz en medio del túnel. Los hoyos de las ideologías están fijos pero al acecho como cazabobos. Descorrer el horizonte para que la cortina de la noche devenga aurora y mañana, es función de los intelectuales y aún de la academia. En épocas duras de información como la que corremos, los periodistas suelen suplantar muy a menudo y más de lo debido la función de los intelectuales. En Venezuela, este hecho acontece tan de un modo completo que la información cree y se arroga tener el papel del pensamiento. Esta fagotización del pensamiento por la informática señala la desorientación permanente, casi mítica, en nuestro país social. Ahora no nos vamos a detener en criticar a ese papel periodístico, por que, además, si hay que levantar primero la punta de lanza crítica es contra los intelectuales y la academia. Pero veremos cómo en el trasfondo y previo a ello puede verse su razón de ser en el proceso de trabajo que identificamos como “inmoralidad” que produce nuestro ser etnocultural con respecto a la ética, en este caso con un escenario ético como es la educación.
Cuando en “HORA UNIVERSITARIA” nº 199, enero 2007, el periodista titula “La Educación debe ser creación colectiva” está indicando una doble trampa para el entendimiento. La primera se ubica en el “deber ser”; la segunda se encuentra en el término “colectiva”. Cuando uno como investigador pregunta a un informante ¿Cómo es la educación en Venezuela?, el informante te responde cómo debe ser, y elabora su respuesta como cualquier parisino o alemán ilustrado, pero se salta el cómo es, por que inconscientemente parece que se activa su vergüenza sobre el ser venezolano. Pero no quiero hablar ahora de este sesgo ideológico del “yo ideal” como suele arrancar el dato venezolano, sino sobre la creación “colectiva”. Lo “colectivo” guarda la trampa de la que queremos hablar, porque en tiempos de confusión parece que quiere decir todo, y no dice nada, todo lo más susurra un fonema con tono colectivista o comunitarista que viene a ser lo mismo. Entonces nosotros nos quedamos tan contentos porque nos ofrece un primer consuelo a nuestro entendimiento, que en momentos de extravío cumple el papel de autoengaño.
Lo colectivo se asocia al concepto de comunidad, de suerte que de este concepto al concepto de sociedad hay edades de piedra de distancia. El problema hoy es que ha aparecido la noción de “aldeas universitarias”, dentro de una constelación de “ciudades comunales”, y este nivel se encuentra etnológicamente al nivel tribal de las etnicidades. Empero, ello no nos salvará del empuje a que nos desafía la circunstancia de la globalización, que pone a jugar a pasos forzados el principio del proyecto de sociedad. Cuando se formula que la educación es una creación colectiva, ¿es de la aldea?, esto es, ¿la Universidad Central se debe propulsar desde la comunidad de Los Chaguaramos, como su único principio de arraigo? o ¿es de la sociedad, es decir, de la metrópoli urbana de Venezuela, que es Caracas? Queremos interpretar bien, en horizonte de positividad y no de negatividad, que la educación es una creación societal, y como tal un proyecto ético.

B.     Moral y ética en contraposición.


Aquí nos colocamos en una encrucijada de los modelos analíticos. La etnicidad o etnocultura dice relación a una producción de valores de significación que corresponden a un colectivo particular. Cada pueblo o nación porta y produce tal universo particular de valores y con él analiza, interpreta y actúa la realidad. Tal proceso de cómo se ve, y de cómo se enfrenta a la realidad identifica a cada colectivo social. Al observar a ese individuo, se exclama ¡Ay!, ese es un andino, un venezolano, un latinoamericano. Pero también el individuo reacciona viéndose como es, o desviando su mirada de sí mismo. Las repisas de una cultura las componen la lengua, la religión, el arte, los mitos, la organización social, y conformando otra repisa más se encuentra también la moral, es decir, el aparato de la cultura que enjuicia los valores culturales conforme al bien glorificado por el colectivo. La brujería para el azandé, la ganadería para el nuer, el honor para el mediterráneo, el consentimiento o placer para el venezolano.
Toda etnocultura tiene su propia moral correspondiente. La mostramos cuando decimos: esos valores se aprenden en la familia o tenemos que volver a enseñar a los hijos nuestros valores como país. Tu puedes hacer toda la bulla que quieras en tu apartamento,  y algunos de tus vecinos más “atrevidos” te reclamarán aunque con admiración; eso no lo puedes hacer en Alemania, porque en seguida tienes un policía en la puerta del apartamento. La moral siempre se refiere a los valores particulares de un colectivo o comunidad, y como particularidad, también se puede aplicar a los valores individuales. Así decimos que este individuo que hizo tal cosa es un inmoral o las culturas también establecen sus pautas de moralidad. En este sentido toda cultura como tal expresa una moralidad. En sí misma, toda cultura produce valores positivos para sí misma y para autoevaluarse a sí misma.
Otra cosa es cuando es juzgada por otras culturas, y sobre todo desde el denominador común que puede establecerse de la convocatoria de todas las culturas, a la que como norma universal, llamamos ética. Un individuo que no cumple con las normas y costumbres que se ha dado una comunidad, se le puede tachar de inmoral, pero también una norma universal que no encaja en dichas normas y costumbres particulares también se la puede tachar de inmoral. Si a tal individuo se le califica de enajenado, enemigo, porque disiente, y como tal la cultura no acepta al diferente, por que lo piensa como inmoral; del mismo modo una norma universal o ética, puede aparecer como extraña, rara, abstracta, uniformante, y considerada como inconveniente y hostil, porque no encaja en la estructura de la etnocultura o porque la interpela en sus núcleos antisocietarios. Así aparece la ética como enemiga y hostil a la justicia. Del mismo modo y de una forma paralela lo expone Devereux respecto al derecho y la justicia: el derecho es injusto porque es vivido como contrapuesto con los valores de la justicia. Aquél es abstracto e impersonal, ésta es particular, concreta y llena de atenciones personales. El derecho es inmoral, porque “es la máscara impersonal del odio globalizante” (Devereux, 1989, 12).     
 El otro modelo se refiere al proyecto de sociedad. Mientras que la etnicidad o cultura se constituye con el ser, lo que uno es al semantizar sentimentalmente la realidad, ser que es otorgado por la “gracia” natural, y demanda como tal crecer en esa  lógica de “gracia” o don natural; frente a esto, la existencia de la sociedad se encuentra dentro de un proyecto, de un  ideal, de un quehacer, que se configura como el “deber ser”. Aunque su meta está en el futuro, y decimos fuera de la realidad, sin embargo, se halla actuando e interviniendo plenamente en el presente, y lo hace, si existe proyecto, con muchísima más fuerza y volumen que el tiempo presente y la realidad actual.
            Si los seres humanos hacemos caso al proyecto que queremos o deseamos o podemos ser, el deber ser que nos imponemos como deseo o poder, hace que actuemos en un 80% conforme a él en nuestra conducta. Un individuo que se encuentra en su papel de estudiante y su meta es graduarse en el tiempo oportuno organiza de tal manera su vida, su ser, que éste se encuentra transido en un 80% por el programa u orden que se impone y que cumple como alumno. Claro que se levanta de la cama en las mañana, pero lo hace dos hora antes; obvio que disfruta el fin de semana, pero no con exceso por que tiene que apartar tiempo para estudiar. La etnicidad venezolana dice: es inmoral no disfrutar como tiene que ser la fiesta criolla, sin desperdiciar un minuto y todas las gaveras de cervezas posibles no puede quedar llena ninguna, no nos podemos rajar. Si se observa la dinámica diaria de un modo estático, es decir, según lo que somos como etnocultura, el 90% de lo que vivimos es como seres culturales: así se vive la familia, se es amigo, se respeta como vecino, se va como cliente al bar, etc., y sólo un 10% funciona como alumno ya en el aula, ya en la biblioteca o sala de estudio. Quedarnos en el ser o estática social es mantenernos en la moral, donde el 10% de alumnos tiene que someterse a la moral: en Venezuela a estudiar lo menos posible o a “manguarear”, esto es, hacer que se estudia. Así decimos que el estudio es matrisocial (Hurtado, 1999).
            Pero si se observa la dinámica diaria según un proyecto o ideal, nuestra realidad la colocamos al servicio de dicho proyecto o ideal. En este ámbito del deseo que nos imponemos como deber, se producen otros valores que ya no tienen carácter particular, porque se ubican y conectan con un denominador común que está más allá, en el nivel donde se reúnen también los ideales y proyectos particulares de los otros, que se convierten en imprescindibles para yo poder cumplir con mi proyecto. Aquí radica la universalidad de los valores, muy diferente al abstracto e ideológico universalismo. Su lógica o razón de ser es lo que llamamos ética. Para poder decir de verdad, en su objetividad social, a un individuo, que se hizo rico de la noche a la mañana, que robó impunemente, no podemos decirlo desde la moral. Si lo decimos desde la moral o etnocultura, decimos que recolectó con satisfacción, y todo el mundo haría lo mismo en las mismas circunstancias. Por eso Ibsen Martínez dijo en su tiempo oportuno que Carlos Andrés Pérez era nuestro inconsciente colectivo. “El Gran Superyo de los venezolanos está preso ¿pero qué hacemos con el resto de nosotros? ¿cómo se le dicta auto de detención al inconsciente colectivo?” (Martínez, 1994). La etnocultura tiene sus subterfugios para disimular la impunidad recolectora: “no me des, sino ponme donde haiga” o “todo el mundo tiene rabo de paja” para indicar el exceso de cultura que tiene desbancada la emergencia de la ética. Que podamos elaborar los recovecos de estos significados, se debe a la ética que se encuentra en el horizonte como desafío de luz. Es decir, desde una voluntad general, a la que todo el colectivo social se somete porque tiene capacidad de sometimiento, y además lo hizo con la capacidad de cumplirla. Al revelar la inmoralidad del abusador desde la ética, se devela también que el camino a la ética está cerrado para tal individuo o cultura.
“Una sociedad no puede sobrevivir sin alguna forma de jerarquía y de disciplina pública, sin un poder capaz de imponer leyes” (Briceño Guerrero, 185; Cf. Sennett, 24; Marina, 2004ª, 57), pero si quiere aspirar a más, a la perfección, según Aristóteles en una sociedad esclavista, a la libertad, según Kant en una sociedad aún de servidumbre medieval, a la dignidad, según la revolución francesa y que hoy estudian a fondo los filósofos de la ética por concretar la aplicación de los derechos humanos, no tiene más remedio que adoptar el desafío de la ética. Este desafío y su concreción objetiva no es otro que el proyecto de sociedad, cuya idea estaba en ciernes en las religiones monoteístas, en la Atenas de los filósofos políticos, en el derecho de Roma, en la ilustración europea, pero que ahora en la segunda mitad del siglo XX y en adelante el XXI, se tiene como programa a realizar.
Tal proyecto se enuclea en la voluntad general instituida, es decir, el funcionamiento de las instituciones sella y respalda los esfuerzos particulares que a su vez son indispensables para favorecer las relaciones colectivas según una garantía de acción y un jugar a ventajas los resultados de la misma. El sábado 24 de marzo de 2007, en la celebración de los 50 años de la Comunidad Europea, el comisario de la hoy Unión Europea dijo en Globovisión que la adopción de la moneda única (el euro) significa una cierta pérdida de soberanía nacional de los países miembros, pero por otra parte trae grandes beneficios o ganancias para todos ellos. Siempre contando que las pérdidas y las ganancias son diferentes para cada país, porque lo que realmente cuenta ahora son las ganancias de carácter universal, esto es, la construcción ética. Si bien la ética se define por ser el lugar de las grandes preguntas, también resulta ser el de las grandes soluciones, en la medida que la pregunta verdadera es un atinar con la solución como cuestión crítica del pensamiento. La ética dejó de ser una contemplación, si es que alguna vez lo fue, para identificarse con la acción. He aquí la fórmula exitosa con que dio Occidente, frente a otras fórmulas no tan exitosas de las otras ecumenes históricas (Briceño Guerrero, 1994).

Conferencia en la Asociación para la Promoción de la Investigación Universitaria de la UCV, 29 de marzo de 2007. Publicada en AGENDA ACADÉMICA, Vicerrectorado Académico de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2006, Vol. 13, Nº 1 y 2.



No hay comentarios:

Publicar un comentario