sábado, 22 de octubre de 2022

SIN PROYECTO DE SOCIEDAD VENEZUELA VAGA EN EL VACÍO POLÍTICO

                cataras del río Carrao y laguna de Canaima (Venezuela)


La herramienta originaria por excelencia es la cultura matrisocial que porta la mayoría de la gente en Venezuela; nos ceñimos a sensibilizar bien el entendimiento de ésta en cuanto que esboza a la perfección la realidad de la boca vacía del caos. Todo comienza con el mito del vientre  y su adoración, que en su gestación produce una madre sobreprotectora. Toda figura de madre conlleva como símbolo dicha realidad; en Venezuela dicho símbolo se convierte en cultura (en un cultivo de organización del sentido colectivo, particular de cada pueblo). Un símbolo cultural, por su naturaleza compulsiva, tiende a descargarse y operar en la realidad exterior a sí mismo, y mucho más directamente con sujetos de cultura invertebrada como es la matrisocial.

Aquí sólo queremos apuntar a dos direcciones que afectan a la autodestrucción de la realidad si se mira hacia la sociedad: 1) el encuentro confuso del venezolano con la realidad y 2) su consecuencia con la falta de confianza en la realidad, especialmente la realidad social.

1) La confusión deriva de no ver bien la realidad y en consecuencias es difícil concebirla (conceptualizarla); así la cultura se recarga de complejos culturales con dificultad de deshilvanar. La confusión de la realidad proviene del mito de la sobreprotección materna, que no es lo mismo que el exceso de madre, porque además aquella ‘sobreprotección’ se hace cultura en la población venezolana.

 

“La sobre protección materna impide al niño confrontarse a la realidad; lo cual origina una relación confusa con la realidad, cuyo resultado es considerarla como una cosa que no tiene, ni es digna de valor. La cultura de la pobreza en Venezuela pasa por este desdén y abandono matrisocial de la realidad, cuyo principio explicativo se origina en el concepto del complejo matrisocial. Este complejo no deja ver bien la realidad, por lo que decirla o nombrarla no quiere indicar que se va a hacer o transformar. Si el mito de la sobreprotección materna apunta a que se transforme, no transciende los limites de una operación mágica” (Hurtado, 2001: 110).

 

2) La realidad del mito de la sobreprotección materna matrisocial, conlleva muchas consecuencias para el hacer sociedad en Venezuela. Una de ella, y crucial en el ‘escenario Venezuela’ es el desorden de la desorientación social, y junto a éste se desarrolla el desorden de la desconfianza. El desdén por la realidad también cobra una confusión en la producción de los significados de la confianza. Tal es la descripción de su desorden étnico:

 

“En la desconfianza social y en su homóloga sobreconfianza (el ‘confiao’ y el confianzudo) se profundiza el complejo paranoide que como síntoma expresa el autodesacuerdo social permanente. La suspicacia paranoica se instala como norma étnica. No es la desconfianza psicosocial inscrita en las ambigüedades de la cultura popular (Carías, 1990), ni de la cultura de la pobreza (Lewis, 1972), ni de la cultura campesina (Foster, 1967), sino de la etnopsiquiátrica de la matrisocial. Como paradigma de la sociedad, el hombre es poco confiable en el amor, negocios, afiliación, pertenencia, compromiso” (Hurtado, 1995: 211). 

 

La expresión ética no levanta vuelo social al estar anclada en la moral étnica. Los desórdenes étnicos repercuten inmediatamente en la cultura social formando la categoría de desórdenes etnotípicos, como ocurren en Venezuela. La esencia esquizoide del machismo supone dificultades para adaptarse a la realidad, al mismo tiempo que para aceptar la soledad en que se atasca la figura del macho;  al atravesar toda la dinámica cultural y de acuerdo al ser invertebrado del venezolano, el ethos machista afecta a la toda la organización social destruyendo su comportamiento. Concluimos que “si la ausencia del ritual de rebelión popular afecta como negatividad de lo imprevisto a la emergencia de lo societal, la presencia del ritual del desorden étnico lo impacta en su consistencia afirmativa como negatividad de lo destructivista” (Hurtado, 1995: 211, nota 15).

La confianza se esfuma ante los llamados de seducción del caos como desorden. El principio de la sociedad, ventilado entre el orden y la confianza del orden, queda esperando su onticidad a partir de que los intercambios regulen en el interés general los movimientos que llevan consigo la vida y la existencia virtual de la realidad social. El molde matrisocial afectará también el comportamiento de los intercambios, pues están organizados según una lógica del desequilibrio matrilineal, bajo el supuesto cultural de la igualdad primaria de seres enterizos. El resultado es la desigualdad llevada a cabo con la anuencia de una realidad limitada donde se espera conseguir el todo o nada. La acción entraña entrar a un conflicto, que tiene que resolverse entre pícaros. “En la negociación, el venezolano pretende recolectar el todo o nada, pues según los colombianos, ‘los venezolanos piensan que negociar es resolver un conflicto’ donde una de las parte se sacrificará dentro de la lucha o regateo” (Hurtado, 2001: 113). El orden social posible y a sus intercambios los portadores de cultura matrisocial lo conciben como un campo de competencias limitativas; allí, la suerte, la magia, la asonada, son los pivotes del éxito y constituyen una atmósfera para desarrollar la seducción de las expectativas económicas, políticas, de ilusión imaginaria, ante la espera de las soluciones automáticas. 

Simón Rodríguez  prevenía dicha atmósfera, al mismo tiempo que proponía su sinceración y la autenticidad de las acciones. Una prevención imperecedera en la historia política de los pueblos, especialmente en América Latina, donde surgió su inspiración. La propuesta relaciona la seducción y el proyecto. La seducción está envuelta en la atmósfera de la promesa, y junto con el alboroto revestido a su vez con la sorpresa a partir de la que se cultiva el engaño, resultan dos instrumentos proclives al facilismo en la manipulación de las multitudes o pueblos. Se opone el proyecto que se apoya en ideas de seriedad y se extiende en el tiempo del largo plazo con resultados en obras de constitución de pueblo.

 

“Alborotar a un pueblo por sorpresa o seducirlo con promesas, es fácil; constituirlo, es muy difícil: por un motivo cualquiera se puede emprender lo primero; en las medidas que se toman para lo segundo se descubre si en el alboroto o en la seducción hubo proyecto; y el proyecto es el que honra o deshonra los procedimientos; donde no hay proyecto no hay mérito” (Rodríguez, 1916).

 

Rodríguez somete el procedimiento a evaluación, según lo trascendental que le otorga el proyecto. En el alboroto o seducción podría haber una seria proposición y hasta disfrutar de mérito, pero es el proyecto el que sincera los procedimientos; es más, los autentica en su justificada verdad con respecto a sus consecuencias en obras de sociedad. Sin proyecto, pueden ocurrir cosas, pero no obras[1]. “Hombres arrastrados a una acción por la fuerza de un genio superior, o por las circunstancias, no pueden probar que en su cooperación hubo cálculo. Se ha hecho la revolución… enhorabuena; ha aparecido el heroísmo… todavía falta mucho para adquirir la verdadera gloria con que se coronan las empresas políticas” (Rodríguez, 1916). Es el proyecto el que mide la referencia de los acontecimientos, su calidad social, su consistencia, y el alcance en los colectivos sociales para el bien de éstos[2]. Sin proyecto social, los pueblos vagan en el vacío, expuestos a todos los alborotos políticos y a todas las seducciones etnopsíquicas posibles. 

Referencias

Foster, Georges M. (1967). “¿Qué es un campesino?”. En J. Potter,

M. Dás y G. M. Foster, Introducción al Peasant Society. A reader,

Little Brown: mimeo traducido por Hebe Vessuri. 

Gruson, Alberto (2010). “Asociación y sociedad”. El polo asociativo y la

sociedad. Caracas: Centro de Investigaciones Sociales (CISOR) y

SINERGIA,  09-52.

Hurtado, Samuel (1995). Cultura matrisocial y sociedad popular en

América Latina. Caracas: Trópykos.

Hurtado, Samuel (2001). “Felices aunque pobres. La cultura del abandono

en Venezuela”. Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura.

Caracas, Vol. VII, N° 1, Enero-Junio, 95-122. 

Nehemías (s/f.). “Plegaria de los Levitas”. Sagrada Biblia.

Madrid: BAC, (Vulg. 2 de Esdras).

Rodríguez, Simón (1916 [1828]). Defensa de Bolívar.

Caracas: Imprenta Bolívar.

Valcárcel, D. (1999). “Daguestán, un nuevo síntoma”.

Madrid, ABC, 13 de Septiembre, 20.

 



[1] “El acervo colectivo es así, el mismo y su propia crítica. De allí, la noción de siempre reconsiderada de lo bueno para determinada colectividad. El bien colectivo es todo el acervo puesto en la perspectiva de su crítica; es, desde luego, en su meollo, la preocupación ética que anima la constante auto-rectificación de los proyectos asociativos. Sin proyectos no hay ética; sin ética no se vislumbra ningún bien; De ambientes eminentemente pragmatistas, que rehúyen toda crítica como de toda reflexión, pueden nacer cosas, no un bien” (Gruson, 30).

[2] Hay pueblos que no viven de proyectos, ni a largo plazo (Valcárcel, 1999:20), ni a corto plazo pues viven de sus héroes y prohombres. “Desgraciado el país que necesita  héroes (Bertolt Brecht, 10 frases de BB en Google), y hay del pueblo que mata a sus profetas (Nehemías, 9:26), es decir, que elimina su crítica y reflexión.  Valcárcel pone en auto la diferencia que desde la crisis de Dagestán muestra la falta de proyecto a largo plazo de Rusia a diferencia de China; en la historia bíblica los profetas denuncian (crítica) el desvío del proyecto de Israel en su especificidad de pueblo. La educación se muestra hoy, a diferencia de la instrucción, como uno de los verdaderos perfiles del proyecto de sociedad en su aspecto crítico a incorporar en la autenticidad de hacer país. Hoy día es politizada e ideológicamente destruida hasta en su infraestructura.

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Fragmento de la "Introducción" del último libro de Samuel Hurtado: La valentía con provisión doliente
 

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