sábado, 8 de mayo de 2021

CAÍDOS EN DEPRESIÓN ¿NOS VENCIÓ EL MIEDO?

 

“No deberíamos haber nacido, pero ya que

hemos  nacido no deberíamos morir”

(Baltasar Gracián: El Criticón)

 

--¡El  lobo!, ¡El lobo!, ¡El lobo!

--¿Dónde está el lobo?

--Viene por ahí, está cerca, está fuera y también está dentro, se ha aposentado en nosotros.

--Llevamos un lobo por dentro, se ha asimilado a nosotros mismos. Cargamos nuestro lobo a veces dormido, a veces despierto, y en entresueños sonámbulo, según nuestra circunstancia de ser o que se nos coloque el ser o nos hagan ser.

--Es la máscara de nuestro miedo ¡ahí lo veas!

--¿Y no habrá un refugio donde no se vea o nos vea, en que no se sientan, ni se sigan o nos sigan sus aullidos? ¿Se puede conseguir un refugio con tantos pliegos de protección para esquivar esa emoción?[1]

--¿Pero no veníamos de un refugio, que a los aullidos de nuestros miedos los callábamos con nuestras quejas o con nuestros cuentos, hasta con la palabra revolución ya fuera liberal o socialista, palabra con respuesta comprometida o con su silencio de pregunta cómplice?

--Venimos del miedo, nos han constituido con miedo, nos cuentan como país con el cuento del miedo, distrayéndonos de nuestra lucha con la realidad que cargamos, y lo hacemos con el ser mismo que somos como ancestro.

--Nuestra etnicidad amerindia entrechocada culturalmente nos cuenta eso (Briceño, 247), pero desviamos ese cuento hacia lo que nos refiere nuestra bravura criolla con sentido de dominio altivo (Briceño, 88, 95, 106) y si añadimos la parsimonia antagonista cultural del mulato (Briceño, 307), todo ello como el complejo del mejor mestizaje, nos vamos a creer superiores a nosotros mismos como venezolanos. Megalomanía banal si echamos nuestro cuento a gente extraña como compensación a nuestros miedos (Briceño, 309)

--Pero en nuestro diván colectivo etnopsicoanalítico nos hacen sonar nuestros aullidos del miedo por dentro, y nosotros los escuchamos como no oídos nunca porque se encuentran allá atrás, lejos, en su regresión. Pero con más atención aún, los escuchamos de fondo, cerca, pero hundidos,  como en un hundimiento de depresión.

--¡¡Depresión!!

--No surcamos el mar existencial de país hendiendo sus aguas en la superficie, sino hundiéndonos en las aguas de sus abismos. Faltan las circunstancias culturales que nos aúpen de nuestro negativismo social y establezcamos un refugio donde como tapabocas nos sintamos rodeados por esa sindemia[2] de ser. Se trata de que se nos obligue a sentir la fragilidad latinoamericana como una posibilidad de sobreponernos a nuestra impotencia creída y aumentada desde y por nosotros mismos. Algo de lo que hoy se ha puesto de moda con la palabra resiliencia (Marina, 2006: 106-107)[3].

--De lo contrario, ¿qué será de nosotros?

--Es necesario espabilar como país. De lo contario estamos dando pábulo a otros para que nos subordinen a sus propósitos. Puede que nos den un subterfugio como beneficio de aprovechamiento de valor menor (minus-válido) que nos haga sentir cierta compensación como país, como pueblo, como gente, como existir ¡Ay, supervivencia última!

--¿Dónde se encuentra ese punto de apoyo, con que a base de una palanca (inteligente) nos remueva  nuestro anquilosamiento placentero, tan latinoamericano?

--Está muy a fondo de nuestro ser, y por lo tanto de escabroso laboreo para aceptarlo como tal, porque es un punto silencioso que hoy día con el confinamiento podría escucharse su sentido y papel social originales. Es nuestro inconsciente, que aún con sus gritos lo tenemos dormido a nuestra atención, tanto que solemos ausentarnos hasta de nosotros mismos, acudiendo a un exilio, ya hace tiempo de exilio real y/o mítico, acompañado de una, ya interna ya externa, diáspora de nosotros mismos como país. Es difícil así encontrarnos cara a cara como pueblo para decirnos de verdad nuestras cosas.

--¿Qué nos ocurre con ese punto o foco de nuestra realidad profunda?

--Aquí podemos observar cómo jugamos con él en nuestra vida. En vez de tomar en serio nuestra vida, la jugamos muy bien pero como una auténtica farsa o comedia, según Ramón J. Velásquez (2011), y Manuel R. Rivero (1994) la batea como una fábula con crítico sobresalto beisbolero. Le tenemos tanto miedo a la constitución del orden social que no entramos a su realidad porque tenemos hasta miedo a gobernar, según el ex-fiscal de la nación Ramón Escobar Salom (1994); proposición que Hurtado (1999) desarrolla en tres de sus despliegues socio-políticos: miedo a ser gobernados, miedo a gobernarse a sí mismos, miedo a que (no) haya gobierno.

--El miedo nos circunda en todas las direcciones, haya o no haya gobierno, para indicarnos esa desorientación que sufrimos como sociedad. ¿Por qué el miedo no nos abandona como tristeza y, aprendido como regulador de nuestra conducta, podamos optar por la valentía?

--A escala de profundidad cultural venezolana, el miedo nos retiene en una situación muy grave, la de la depresión colectiva. La intensidad de la emoción afecta a los estados de ánimo. Aquí el miedo cumple el papel de emoción, mientras la depresión identifica un estado de ánimo (Cf. Marina 1999: 415). El temor, tristeza, furia, asco, terror, pavor, espanto, pánico…, junto con sus circunstancias de la amenaza, alarma, peligro, que acompañan al miedo aumentan en éste su potencialidad que afecta a su vez a los estados de ánimo, verdaderos estados del ser y del existir como es la depresión, a la que pueden acompañar la ansiedad, el estrés, la desestima… Es importante dibujar este mapa porque el polo opuesto de la felicidad no es el dolor, sino la depresión, nos dice Eric Fromm (Cf. Marina, 1999: 302).

Las emociones suelen ser desencadenantes de los estados de ánimo, pero no coinciden la razón y papeles de las diversas emociones con los diversos estados de ánimo. La red de relaciones emocionales en conexión con las situaciones de los estados anímicos es complicada, y se necesita un análisis concreto para averiguar lo que ocurre en cada escenario. Hoy nos proponemos detectar la depresión bajo la especie del miedo en la escena sociocultural venezolana.

--¿Por qué esa abundancia del miedo social en Venezuela y por qué esa situación de desánimo en el avanzar histórico de la sociedad venezolana? Porque si se analiza bien la historia se observa que es un avance estacionado en la regresión, siempre en el punto menos cero (negativo) de nuestros significados sociales.

--El estudio es largo de eso que, cual cosa baladí, nos decimos cómo somos (o son) los venezolanos y enseguida abandonamos lo que aparece como inquietante proposición de búsqueda. Nuestro ser como nacional va unido a graves situaciones de vida como son los estados de ánimo como sociedad. Se atiende al punto individual y no se atiende con suficiencia al molde social que da la forma a la situación de lo individual, tanto que éste es considerado hasta en sus patologías, mientras que aquél como social queda relegado a su normal estadía, es decir, que carece de problemas pese a contener nuestra gran patología social posible. El asunto puede ser considerado al revés, dando el punto de referencia a la sociedad y su etnocultura, de la que procede el sentido de los males y las curas importantes para todos los individuos y sus particularidades.

Hoy nos entretiene la lupa del miedo, para ver la gran depresión en que está sumido el país venezolano, y que afecta hondamente a sus sistemas político, económico y cultural social. “Para nadie es un secreto el cuadro depresivo que domina al país. Más allá o más acá de la pandemia, vemos como todo es desesperanza en los hogares que sufren la inminente debacle hiperinflacionaria” (Marcano, 2021)[4]. Pero más allá y más acá, tenemos las coordenadas profundas de la cultura venezolana.

Lo primero que aparece es la realidad (y su principio) cuyo polo es la nada ¿cómo se enfrenta el venezolano a la realidad (y a la nada, su nada): ser y/o no ser a un tiempo? Su sociologización se reformula: orden y/o caos, claridad y/o confusión, manejo preciso y/o impreciso de su acción, importando saber si el venezolano ve bien su realidad o si la ve confusamente. Si hay problemas de desorden respecto de la norma o la ley, conjeturamos que la realidad se ve confusamente y como tal se la trata: la economía con negocios y pobreza, la política y las políticas de desarrollo, el modo de pensar y su desorientación social…

--¿Dónde está el punto del despegue, al parecer, tan ambiguo?

--Los antropólogos siempre vemos ese punto incardinado en un mito. Como detector del sentido, el mito revela la realidad profunda de la etnocultura, etnicidad que luego pide la orientación de la sociedad. En términos políticos ese principio de realidad total refiere la legitimidad del poder.

En reverso analítico el mito de la sobreprotección materna se vincula con el arquetipo de la madre-parturienta, la que da a luz al hijo(a) y así obtener el calificativo de ser madre. Allí se consigue el complejo de honda dependencia materno-filial, en que se origina la gran condensación (represión) de la sobreprotección de carácter matrisocial; acontecida sin la contrabalanza de la figura paterna y ¡para colmo! a costa de ésta. Ya los psicólogos sociales aluden a que “el exceso de protección impide al niño sentir el control de mundo” (Marina, 2006: 95).

La sobreprotección matrisocial venezolana indica un desapego tal que induce al abandono o desidia de la realidad; manejo de la realidad que puede aparecer sólo como consistente en la manipulación mágica (Hurtado, 2001; Coronil, 2002). Que se pueda confiar en la realidad o que el mundo real sea o no una selva de difícil manejo, va a depender de esas experiencias primeras, es decir, de adquirir la ‘confianza básica’ (Erikson, 1974: 13-15; 1975: 24-25)[5], la ‘relación primigenia’ con el mundo (Neuman), y Rof Carballo hablará de “urdimbre afectiva” (Cf. Marina, 2006: 95). Si no tenemos estas primeras urdimbres, la relación social va a estar propensa al miedo, a la angustia, a la ansiedad, a la inseguridad que es la que trenza las conexiones con los estados de ánimo.

--¿Cómo pelear contra ese “poder de las entrañas” (Kubie en Devereux, 1973) cuando “no hay forma más intensiva de poder” que le proporciona a la madre “una sensación de supremacía difícilmente superable por cualquier otra relación normal entre los hombres” a falta de “la soberanía del padre” (Canetti, 262-263)?

--Por supuesto esta situación de tipo canibalístico (de comer), según Devereux y Canetti, permite lograr una marca insuperable del poder de las entrañas en el molde de la cultura matrisocial venezolana (Hurtado, 2019 [1998]), donde la depresión encuentra una derrota a al posible intento contra-canibalístico,  por parte del hijo. El hijo es comido (a besos) por la madre, y él difícilmente puede defenderse sin mecanismos contra-ofensivos (Cf. Devereux, 109, 141 y 159) de los que no dispone la sociocultura matrisocial: el padre, la cónyuge y la mujer encantadora, si miramos desde la referencia del varón. 

La cuestión matrisocial continúa cuando nos introducimos por el mito de la regresión que se inicia a partir de la madre-virgen y que lleva al tope el principio de la sobreprotección materna (cuya figura clave es la abuela): abuela que no consiente a su nieto como hijo al extremo, no tiene calificación de buena abuela según la etnocultura. Podemos actualizar aquí este mito como el mito del miedo virginal.

--¿Así comienza todo sin más derivaciones?

--Ahora es que comienza el proceso de edificación del ser matrisocial, todo propenso a jugar el rol del ser abandonante de la realidad. Porque hay otro punto desde el que en reverso analítico también, podemos ver dicho abandono de la realidad: ahora en la referencia a la madre-mártir, sobre la base de la relación de la madre-hembra que adopta una postura catastrófica con respecto al varón. Otra vez la referencia polar, y ahora radical, entre los sexos, cuyo el desequilibrio lo señala el mito del sacrificio con privilegio hembrista o del privilegio sacrificado. El rito o experiencia del paso es de una tristeza inmensa en Venezuela. El hijo varón es expulsado de la familia, es decir, del espacio materno debido a que éste espacio (la casa) es un espacio femenino (hembrista). Comienza a sentirse la concepción e intento de someter al varón como macho.

Ocurre aquí el destino del ‘desalmado femenino’ (Palacios, 2002) que origina el proceso de la fatalidad de la madre en Venezuela en contraposición a la gran compulsión maternal: la madre no puede perder nunca a su hijo. Pero como hembra, productora de machos tiene que rechazar, despreciar, abandonarlo como varón. He aquí la demostración de la figura del marido: hay que atenderlo como un hijo, sacrificarse por él, pero al mismo tiempo ningunearlo, hacerlo un don nadie en la familia, abandonarlo: es del grupo como descendencia pero está fuera de él en lo que tiene como esencial lo de pertenecer a la filiación de la familia.

--¿La cultura matrisocial ha producido este desbarajuste entre los sexos en la familia?

--El problema es que en una personalidad social no fracturada, esa desidia originada en la realidad de la familia, opera sin filtros en la realidad de la sociedad. Junto a los privilegios femeninos en la sociocultura venezolana, ocurre el rechazo masculino, desequilibrio que destruye la posibilidad de las urdimbres sociales, sus redes de sociedad, sus acuerdos y su institucionalidad. Dejamos, entonces, de entendernos desde nuestras raíces culturales: por eso Venezuela aparece como el desquicio de la ciudad-torre de Babel. No nos entendemos en economía, ni en política, y menos en la cultura de sociedad.

--¿Y qué de los miedos y de la depresión?

--Esto apenas es el principio y sumario de lo que se desenvuelve en el colectivo poblacional venezolano. Aquí  hay que poner en crítica (científica) cómo es nuestra realidad de pueblo (política), de país (economía) y de sociedad (legitimidad de las instituciones), y con todo ello las condiciones de posibilidad del proyecto de sociedad. Toda este complejo, lleno de embrollos, tiene aturdido al venezolano, que para resistirlo, se “hace el loco” (el desentendido), deja pasar los problemas y sus cosas (‘como vaya viniendo vamos viendo’), hasta él mismo es un ‘dejado’ en todo (García Bacca, 2004: 42), un abandonado hasta de sí mismo.

Tal situación matrisocial es un terreno propenso para desviar las igualdades sociales, establecer en su raíz cultural la estructura social populista que genera las grandes ruinas: la de la población devenida en ‘gentará’, del pueblo desecho en plebe, del alma popular diluida en desánimo social o depresión. Al mirarse a sí mismo en su ruina y destrucción de pueblo, de país y de sociedad, ¿en qué forma el venezolano va a verse no sólo como en regresión, sino también en depresión? Un pueblo en estas condiciones, apenas puede llegar a rumiar una queja de sobrevivencia, porque el estado de ánimo depresivo venezolano está encuadrado en una estructura sociocultural.

La madre descansa en un duelo permanente por el hijo en estado de pérdida. La sensación de duelo se alarga con una manifiesta tristeza, debido a que “el sacrificio por asignación no augura cosas felices, sino cosas fatales, como la frustración y el resentimiento” (Hurtado, 2019ª: 143), así también la depresión asociada a la tristeza[6]. ¿Qué más podemos esperar de esa infraestructura sobre la que se apoya la depresión en la población venezolana, fenómeno que va de la pérdida del hijo a la destrucción del país?

--¿Cómo puede el gentío venezolano alzarse sobre su depresión?

--Los neurólogos apuntan bien: que “la resilencia nunca es individual, es una habilidad social. No puede haber resilencia en soledad. La neurociencia muestra que el cerebro es moldeado por el entorno y, si perdemos el contacto con el entorno o si el entorno es caótico, el cerebro funciona mal” (Cyrulnik, 2021).

--¿Y si esto dura mucho tiempo, casi como decir, ancestral, tenemos una secuela de depresión inmensa, de siglos, de tiempo mítico, sin tiempo ni espacio de cambio?

--Así es, debido al estatus cultural étnico. La gente venezolana está sometida a un inclemente estrés, ansiedades intermitentes, depresión con apariencia insalvable…La mente se adapta a ello, pero es una adaptación negativa (resignación), para la mente y las relaciones sociales. De ahí nuestro interés por la magia, delirios  y alucinaciones, de espera por un mesías salvador, o que la salvación venga de los otros (de fuera), nunca de sí mismos. Son los sucedáneos etnotípicos que se gasta el colectivo social.

La población venezolana está agotada ante la ley que no se cumple, las instituciones que no sirven (“individuos débiles instituciones inicuas”, Vethencourt, 1974: 68), las disfunciones sociales que llevan a la ruina-destrucción del país (“Aquí funciona todas las veces todo hasta las defunciones”[7], Pedro León Zapata, 1996; “Hay países como Grecia que viven de las ruinas, en cambio en Venezuela vivimos arruinando al país” P. L. Zapata en conversación radial también en 1996, Cf. Hurtado, 2013: 254-255). En Venezuela, queramos o no, estamos enfrentando una permanente agresión etno-psicosocial, e incluso una ‘agresión neurológica’ de suerte que de rufianes o pícaros pasamos a ser héroes. “Cuando una sociedad tiene la necesidad de que sus ciudadanos se conviertan en héroes, algo no funciona” (Cyrulnik, 2021).

En conclusión, por lo argumentado, el venezolano termina en la condición de héroe, en medio de su gran depresión. Dicha heroicidad, encuadrada en una estructura social total desarticulada, encuentra la posibilidad de aspirar a jugar con una posición adelantada de valentía sobre sí mismo y su sociedad. Puede situarse sobre sus miedos, sus lobos oscuros, y levantar la mirada para ver con claridad su condición mítica y su realidad histórica. No necesita tanto orientación psicológica (individualista) como orientación social de parte de psicoanalistas (sociológicos) y de antropólogos etno-psiquiatras.

Los lobos aúllan siempre. Se les puede sentir en doble canto, uno asociado a la vergüenza vía el respeto que regula la conducta, pero el otro está vinculado a la desvergüenza que trata de dominar en la cultura por su exceso del descaro; tal dominancia es la que alimenta las ansiedades y las depresiones, estados de ánimo en que el ‘lobo’ puede hincar mejor el diente de lo medroso negativista y perpetuarse como depresivo.              

 

Bibliografía

- Briceño G., J. Manuel (1994). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila.

-Canetti, Elías (2007) [1960]. Masa y poder. Madrid: Alianza.

-Coronil, Fernando (2002). El estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela. Caracas: coed. Nueva Sociedad y CDCH – UCV.

-Cyrulnik, Boris (2021). “Cuando los ciudadanos tienen que ser héroes, algo no funciona”. Madrid. XLSemanal, ABC, 13 de febrero. Entrevista por Carlos Manuel Sánchez.

-Devereux, Georg (1973). Ensayos de etnopsiquiatría general. Barcelona: Seix Barral.

-Erikson, Erik (1974). Sociedad y adolescencia. México: Siglo XXI.

-Erikson, Erik (1975).  Diálogo con Erik Erikson de Richard I. Evans. México: Fondo de Cultura Económica.

-Escobar Salom, Ramón (1994). “El miedo a gobernar”. Caracas: El Nacional, 18 de julio.

-García Bacca, Juan David (2004). Ensayos y escritos (II). Caracas: Fundación para la Cultura Urbana.

-Hurtado, Samuel (1999). “Cultura y política en Venezuela. Etnografía de la ausencia de autoridad”. En Tierra nuestra que estás en el Cielo. Caracas: CDCH – UCV, 167-187.

-Hurtado, Samuel (2001). “Felices aunque pobres. Cultura del abandono en Venezuela”. Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura. Caracas, Vol. VII, N° 1, enero-julio 95-122.

-Hurtado, Samuel (2013). Contratiempos entre cultura y sociedad. Caracas: FACES – UCV.

-Hurtado, Samuel (2019) [1998]. Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica básica de la familia venezolana. Saarbrücken (Alemania): Editorial Académica Española.

Hurtado, Samuel (2019ª). La fiesta interminable. Crítica inmanente y transcendental al concepto de matrisocialidad. Doctorado en Ciencias Sociales, FACES – UCV.

-Marcano, Freddy (2021). “Depresión venezolana”. Noticiero Digital, Opinión, 20 de abril.

-Marina, José Antonio (1999). Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama.

-Marina, José Antonio (2006). Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía. Barcelona: Anagrama.

Mujica, Vladimiro (2021). “Venezuela: un paradigma de guerra híbrida y sindemia”. Caracas: APUCV INFORMA 1140, 10 de abril.

-Palacios, María Fernanda (2002). “Frente al complejo de lo virginal”. Caracas: El Universal. Verbigracia N° 21/ Año V. sábado 23 de febrero de 2002. Entrevista por Milagros Socorro.

-Rivas, Oriana (2021). “Bebés a cambio de comida. El dantesco capítulo del hambre en Venezuela”. Panam Post, 6 de mayo.

-Rivero, Manuel Rafael (1994). Del derroche a la indigencia. Una fábula venezolana. Caracas: Centauro

-Velásquez, Ramón J. (2011). “Venezuela es una gran comedia”. Ciudad Bolívar: Correo del Caroní, 9 de octubre de 2011. Modificado el miércoles 25 de junio de 2014. Entrevista por Marcos D. Valverde.

-Vethencourt, José Luis (1974). “La estructura familiar atípica y el fracaso histórico-cultural en Venezuela”. Revista SIC, Caracas, febrero, 67-69.

 



[1] “La creencia en la imprevisibilidad del mundo, la convicción de no poder controlar los sucesos y la inseguridad básica son tres factores que determinan la afectividad negativa, que produce una amplia red de sentimientos. La desconfianza, por ejemplo es el miedo a que los demás no sean de fiar. Los celos son el miedo a que una persona importante para mí, prefiera a un rival. La impotencia, que es la conciencia de no ser capaz, provoca depresión o miedo”… “Nuestra primera relación con el mundo es afectivamente intencional. No nacemos neutrales. Somos seres necesitados, a medio hacer, pedigüeños que esperamos recibir la plenitud del entorno… Antes de conocer cosas concretas nos hallamos en un estado de ánimo, en una disposición afectiva” Una afectividad negativa atrae ansiedades, miedos y patologías “Parece confirmarse que la afectividad negativa puede manifestarse como angustia o depresión” (Marina, 2006: 96-97). He aquí los miedos como lobos aúllan a nuestro alrededor disfórico de nuestro mundo particular venezolano, lleno de inseguridades básicas y desamparos.

[2] La sindemia es la pandemia cuando se le juntan las circunstancias económicas, políticas y emocionales como negativas. Vladimiro Mujica (2021) trae a colación el problema de la sindemia asociado a la guerra híbrida que está ocurriendo políticamente en Venezuela. Tiene tanta dureza el problema que lo formula como un modelo para el mundo. Aquí opera además como metáfora de la complejidad de nuestro ser venezolano, que es lo que añadimos nosotros desde la referencia cultural.

[3] El problema es que nuestro aprendizaje social no conduce a la resiliencia, sino a la impotencia. Se nos transmite culturalmente el abatimiento, el desánimo, el apocamiento. “La impotencia, además de claros problemas psicológico-sexuales, forma parte del sentimiento de venganza…El impotente sufre por carecer de algo que necesita o debiera tener: valor, fuerza para defenderse…” (Marina, 1999: 101).  De aquí a observar la constitución de nuestro resentimiento edípico matrisocial es una simple aplicación, como lo es su otra cara, la depresión. Hay que aprender de los miedos (Marina, 2006: 100-105), pero antes deben enseñarnos bien los miedos para no desviar el aprendizaje bajo la especie de una afectividad negativa, como suele ser la depresión: ‘esto se lo llevó quién lo trajo’, ‘aquí no se puede hacer nada’, ‘lo único que hay que hacer en América es emigrar’, como concluyó al final el libertador S. Bolívar, etc.

[4] Venezuela ocupa el primer lugar del mundo en índice de Miseria: https://www.nationalreview.com/2021/04/hankes-2020-misery-index-whos-miserable-and-whos-happy/

 

“En Venezuela hay hambre. Las neveras están vacías y la nula calidad de vida están llevando a las madres venezolanas a entregar a sus propios hijos a cambio de dinero para poder comer…Ni siquiera el pírrico aumento del salario mínimo a 3,40 dólares ordenado por Maduro permite acceder a la canasta alimentaria valorada en casi 230 dólares… La banda ganaba unos 2.000 euros por cada bebé exportado a Europa, detalló el director de Migración de Colombia, Juan Francisco Espinosa, luego del arresto de los implicados”…“Les ofrecían 800dólares, donde el salario mínimo no cubre ni el 1% de la canasta familiar” (Rivas, 2021).

[5] “La actitud básica que se aprende en esta etapa es que se puede confiar en el mundo en la forma de la madre…La correspondencia entre las necesidades y el mundo, es lo que entiendo por confianza básica. Usted sabe que a los animales esto se les ofrece ya en el instinto. El hombre debe aprender y la madre es quien lo enseña. Además, las madres en las diferentes culturas, clases y razas, deben enseñar esta confianza de modo distinto, para que se adapte a su versión cultural. Pero no menos importante es aprender a desconfiar. Por eso me refiero a la confianza y a la desconfianza básicas…el factor crítico es una cierta proporción de confianza y desconfianza en nuestra actitud social básica” (Erikson, 1975: 24-25)

[6] “La tristeza es todavía una presencia del objeto perdido, dejar de estar triste se vive como una pérdida definitiva; el olvido, como una traición o una ofensa. A esta elaboración psicológica de la tristeza se la llama, desde Freud: trauerarbeit,  <trabajo de duelo>… Esta elaboración de la tristeza puede terminar en la aceptación o resignación” (Marina, 1999: 272). Esta especie de la tristeza como un miedo aguantado otorga a la depresión ese trabajo del dolor por lo más querido desde el ser amado hasta la patria o país estimado aunque esté a medio hacer o en pérdida por su destrucción. Esta situación da paso a la desesperanza (hopelessness)  como tarea fácil, y de aquí a lo difícil de “la desesperación (despair) que es para Larazus la idea de la realidad que subyace a la depresión” (Marina, 1999: 273).

[7] El gran humorista explicaba el sentido real de su pensamiento observador: Aquí no funciona nada excepto las defunciones, es decir, la ida a visitar a los amigos y conocidos a la funeraria con ocasión de la muerte y velación de un amigo común en lo social y lo público. 

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