lunes, 23 de septiembre de 2019

QUEJAS CON DISCULPAS: LOS OTROS SON NUESTRA RUINA


Fenómeno: el hecho de la destrucción del país.

En el programa de ‘Economía de carne y hueso’  en RCR 750, del sábado 23 de marzo, de 9:00 a 11:00 de la mañana, el contertulio de Román Ibarra, Alfredo Padilla, insistía en que hay que pasar del slogan de la idea de usurpación que no indica orientación afirmativa de sentido, a la de destrucción, con el fin de inspirar un modelo de mejor imaginación para la estimulación de la gente. Así como ocurrió con Acción Democrática en ascenso hacia el poder elaboró el símbolo de Pan, Tierra y Trabajo. Padilla[1] sugiere la creación actual del símbolo de Propiedad, Productividad y Solidaridad (porque hay que atender a los más débiles) desde la situación de destrucción del país. Y lo sobrepone sin destruirlo en su nivel político a Usurpación, Gobierno de transición y Elecciones libres.

Modelo de inspiración

El modelo del prejuicio que nos inspira o al que acudimos para apoyarnos en nuestro argumento y en sus vocablos es el del título del libro Del derroche a la indigencia de Manuel Rafael Rivero[2], ex-contralor general de la república entre los años 1979-1983.

Lo que hacemos nosotros bajo inspiración del hecho e idea de la destrucción es sustituir los vocablos y llevar a cabo la transformación de los vocablos de acuerdo a sus matices de significado simbólico mediante la mediación orientadora de otros:

----Derroche:... vía corrupción… Destrucción, así como el ritual de cargo[3].
----Indigencia:… vía miseria….Ruina, como resultado del ritual social de cargo.

La destrucción es el indicio y el producto del sentido de la cultura venezolana, cultura cerrada y narcisista, tal como lo percibió José Ignacio Cabrujas, y que nosotros hemos teorizado con el concepto de cultura matrisocial.

En el proceso de producción recolectora (conuquera) con que el país avanza sin apearse de ello, como inspiración de un ritual de cargo según nuestra ascendencia de las deidades, no puede sociológicamente esperarse sino el abandono y la ruina de la realidad del país.

En términos chamánicos (o de la suerte mágica) no podemos sino tener como organización un país encantado.

Argumento en tres avances con su conclusión:
A.    
 1) El venezolano no sólo acepta, sino también disfruta la destrucción del país.
2) y después se queja de sus ruinas.

B.     3) Entonces genera expectativas de que el otro (país exterior) tiene que solucionar
su situación nacional, ante la cual se siente hasta la mitad de su poder (impotente,  pues tiene que venir otro a solucionar sus problemas).
4) y tiene que hacerlo gratuitamente, en son de una solidaridad familista, es decir,no tenemos porque pagar por ello.

C.     5) La razón de que la solución sea así se siente como una maravilla. Ronda el
pensamiento la orilla de un país encantado: la Venezuela de las deidades.

6) Porque Venezuela se merece todo, es decir, nosotros nos merecemos todo (sin trabajo o méritos por el esfuerzo), esto es, el trabajo y los recursos del otro. 
7) Porque si vienes a ver el otro es el culpable de nuestra desgracia: él es un país rico y poderoso.     

D.   En conclusión: se llega así al radical-libre cultural (matrisocial)
Llegamos a la raíz profunda, a la ulterior en regresión, y este camino nos lleva a alcanzar al desorden étnico más originario, que suele o puede generar metástasis permanentes manifestadas en otros desórdenes étnicos (de sentido antropológico) y desórdenes típicos (de acción sociológica), allí donde según el mito se muestre en el ritual o en la historia, ya se repitan las cosas exactamente o no tan exactamente.  

Todos los años ocurren cosas que señalan un antes y un después, un hecho cercano que hacemos lejano, un problema nuestro cuya causa atribuimos al otro, a de más allá. Nos salimos siempre del cotarro, el nuestro, no estamos allí, porque fue el otro el que se metió y por lo tanto, la culpa es de él, aunque esté lejos. Todo cambia, y lo hace con dureza, pero la argumentación no cambia para nosotros: el otro es el culpable, y sobre él tienen que caer las consecuencias: el otro tiene que pagar el estropicio que está dentro de nosotros.

Hay una inclinación en nosotros de abandonarnos a lo don nadie, de ausentarnos de nosotros mismos. Pero si la realidad nos cerca entonces viene la excusa como queja manifestada a veces como una rebeldía. El sentido de ésta es el de un desvío regresivo para mostrar que lo que hay y nos afecta puede pasar de largo hasta que se disipe o extinga. Su realidad no tiene valor, y la queja muestra entonces la postura de no aceptarlo. Este drama de ningunear la propia realidad problemática es trágico en Venezuela, pero los venezolanos lo vivimos como una malanga (o jodedera, para decirlo con ruido popular). Ya el gran dramaturgo venezolano, José Ignacio Cabrujas, lo entendía así, y lo vivía además como un gran jodedor, con cuya postura aguantaba vivir su misma realidad venezolana.

Por otra parte, era la realidad o cultura matrisocial la que se lo imponía como un molde para seguir viviendo el país, es decir, no tenía más remedio que sacrificar al dios caníbal la destrucción y su culpa como la verdad de un simulacro, según sus dos categorías claves de entender el país.  Como un auténtico intelectual entendió la ruina del país a partir de ese sacrificio en vano, simulado como regresión, y sus reflexiones se encaminaron a mostrar al país la verdad de sí mismo como víctima de sus propias quejas, y a evitar que mire siempre hacia fuera, a otros países, en busca de víctimas que le sustituyan en el sacrificio y el dolor. Y además evitar que los mire desde fuera  ¡claro!, porque nadie quiere reconocerse en las víctimas, y menos reconocerse,  con ocasión de esa mirada, como víctima que se auto-cumple a sí misma.    




[1] Alfredo Padilla es el representante del Movimiento en Defensa del Patrimonio Familiar y director general de la Asociación de trabajadores, Emprendedores y Microempresarios (ATRAEM)
[2] Manuel R. Rivero: Del derroche a la indigencia. Una fábula venezolana. Caracas: ed. Centauro, 1994.
[3] Ritual que consiste en consumir hasta destruir todo lo existente con el fin de adelantar el futuro feliz. Esta vivencia antropológica termina sociológicamente en la destrucción de lo existente para quedad en la nada de los recursos y no avanzar para nada en la construcción de un futuro mejor.

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