Fenómeno: el hecho de la
destrucción del país.
En
el programa de ‘Economía de carne y hueso’
en RCR 750, del sábado 23 de marzo, de 9:00 a 11:00 de la mañana, el
contertulio de Román Ibarra, Alfredo Padilla, insistía en que hay que pasar del
slogan de la idea de usurpación que
no indica orientación afirmativa de sentido, a la de destrucción, con el fin de inspirar un modelo de mejor imaginación
para la estimulación de la gente. Así como ocurrió con Acción Democrática en
ascenso hacia el poder elaboró el símbolo de Pan, Tierra y Trabajo. Padilla[1]
sugiere la creación actual del símbolo de Propiedad, Productividad y
Solidaridad (porque hay que atender a los más débiles) desde la situación de destrucción del país. Y lo sobrepone sin
destruirlo en su nivel político a Usurpación, Gobierno de transición y Elecciones
libres.
Modelo
de inspiración
El
modelo del prejuicio que nos inspira o al que acudimos para apoyarnos en
nuestro argumento y en sus vocablos es el del título del libro Del derroche a la indigencia de Manuel
Rafael Rivero[2],
ex-contralor general de la república entre los años 1979-1983.
Lo
que hacemos nosotros bajo inspiración del hecho e idea de la destrucción es sustituir los vocablos y
llevar a cabo la transformación de los vocablos de acuerdo a sus matices de
significado simbólico mediante la mediación orientadora de otros:
----Derroche:... vía corrupción… Destrucción,
así como el ritual de cargo[3].
----Indigencia:… vía miseria….Ruina, como
resultado del ritual social de cargo.
La
destrucción es el indicio y el producto del sentido de la cultura venezolana,
cultura cerrada y narcisista, tal como lo percibió José Ignacio Cabrujas, y que
nosotros hemos teorizado con el concepto de cultura matrisocial.
En
el proceso de producción recolectora (conuquera)
con que el país avanza sin apearse de ello, como inspiración de un ritual de
cargo según nuestra ascendencia de las deidades, no puede sociológicamente
esperarse sino el abandono y la ruina de la realidad del país.
En
términos chamánicos (o de la suerte mágica) no podemos sino tener como
organización un país encantado.
Argumento
en tres avances con su conclusión:
A.
1) El venezolano no sólo acepta,
sino también disfruta la destrucción del país.
2)
y después se queja de sus ruinas.
B.
3) Entonces genera expectativas
de que el otro (país exterior) tiene
que solucionar
su situación
nacional, ante la cual se siente hasta la mitad de su poder (impotente, pues tiene que venir otro a solucionar sus
problemas).
4)
y tiene que hacerlo gratuitamente, en son de una solidaridad familista, es
decir,no tenemos porque
pagar por ello.
C.
5) La razón de que la solución
sea así se siente como una maravilla. Ronda el
pensamiento la orilla de un país
encantado: la Venezuela de las deidades.
7) Porque si vienes a ver el otro es el culpable de nuestra desgracia: él es un país rico y poderoso.
D. En
conclusión: se llega así al radical-libre cultural (matrisocial)
Llegamos
a la raíz profunda, a la ulterior en regresión, y este camino nos lleva a
alcanzar al desorden étnico más
originario, que suele o puede generar metástasis permanentes manifestadas en
otros desórdenes étnicos (de sentido antropológico) y desórdenes típicos (de acción
sociológica), allí donde según el mito se muestre en el ritual o en la historia,
ya se repitan las cosas exactamente o no tan exactamente.
Todos
los años ocurren cosas que señalan un antes y un después, un hecho cercano que
hacemos lejano, un problema nuestro cuya causa atribuimos al otro, a de más
allá. Nos salimos siempre del cotarro, el nuestro, no estamos allí, porque fue
el otro el que se metió y por lo tanto, la culpa es de él, aunque esté lejos.
Todo cambia, y lo hace con dureza, pero la argumentación no cambia para
nosotros: el otro es el culpable, y sobre él tienen que caer las consecuencias:
el otro tiene que pagar el estropicio que está dentro de nosotros.
Hay
una inclinación en nosotros de abandonarnos a lo don nadie, de ausentarnos de
nosotros mismos. Pero si la realidad nos cerca entonces viene la excusa como
queja manifestada a veces como una rebeldía. El sentido de ésta es el de un
desvío regresivo para mostrar que lo que hay y nos afecta puede pasar de largo
hasta que se disipe o extinga. Su realidad no tiene valor, y la queja muestra
entonces la postura de no aceptarlo. Este drama de ningunear la propia realidad
problemática es trágico en Venezuela, pero los venezolanos lo vivimos como una
malanga (o jodedera, para decirlo con
ruido popular). Ya el gran dramaturgo venezolano, José Ignacio Cabrujas, lo
entendía así, y lo vivía además como un gran
jodedor, con cuya postura aguantaba vivir su misma realidad venezolana.
Por
otra parte, era la realidad o cultura matrisocial la que se lo imponía como un
molde para seguir viviendo el país, es decir, no tenía más remedio que
sacrificar al dios caníbal la destrucción y su culpa como la verdad de un
simulacro, según sus dos categorías claves de entender el país. Como un auténtico intelectual entendió la
ruina del país a partir de ese sacrificio en vano, simulado como regresión, y
sus reflexiones se encaminaron a mostrar al país la verdad de sí mismo como
víctima de sus propias quejas, y a evitar que mire siempre hacia fuera, a otros países, en busca de víctimas que le
sustituyan en el sacrificio y el dolor. Y además evitar que los mire desde fuera ¡claro!, porque nadie quiere reconocerse en
las víctimas, y menos reconocerse, con
ocasión de esa mirada, como víctima que se auto-cumple a sí misma.
[1]
Alfredo Padilla es el representante del Movimiento en Defensa del Patrimonio
Familiar y director general de la Asociación de trabajadores, Emprendedores y
Microempresarios (ATRAEM)
[2]
Manuel R. Rivero: Del derroche a la
indigencia. Una fábula venezolana.
Caracas: ed. Centauro, 1994.
[3]
Ritual que consiste en consumir hasta destruir todo lo existente con el fin de
adelantar el futuro feliz. Esta vivencia antropológica termina sociológicamente
en la destrucción de lo existente para quedad en la nada de los recursos y no
avanzar para nada en la construcción de un futuro mejor.
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