lunes, 26 de diciembre de 2016

SOSIEGO: LA FUERZA DE LOS CAMPOS

Padre Enrique Rodríguez Paniagua, C. M.





Homenaje
a la memoria del
 Padre Enrique Rodríguez Paniagua
Remanso de estética social.

La imagen de serenidad y del triunfo del espíritu que trasmite el papagayo de Aníbal Nazoa, nos lleva al sosiego final del soneto del Padre Enrique Rodríguez Paniagua, y al triunfo de la vida sensible con que resonó su paso por la tierra.

Eran los años de 1964 al 1967, cuatro años de comulgación estética con este sacerdote de los Padres Paúles durante mis estudios en Salamanca. Allí, en el que llamaban en Salamanca el pequeño Escorial de Santa Marta y en un largo y moderno salón, los domingos en la mañana asistíamos un grupo de estudiantes a la audición de la revolución musical moderna del siglo XX, audición preparada y orientada por el Padre Paniagua: desde la Consagración de la Primavera de Igor Stravinski estrenada el 29 de mayo de 1913 hasta la música dodecafónica de Arnold Schoenberg de los años 1940; pero nos colocaba también a Gustav Mahler en La canción de la tierra; a Karl Off: Cármina burana; y las experiencia de Rafael Frühbeck de Burgos y Luis de Pablo.

Del mismo modo se prepararon conferencias que dictaba de un modo más especial el mismo Padre con motivo de aprender a saber ver los cuadros de pintura moderna con autores españoles como Miró, de los que era confidente estético y amigo personal.

En la programación, lo importante éramos los estudiantes, sujetos de la enseñanza/aprendizaje de la sensibilidad estética. Este objetivo representaba un resorte de alto calibre para percibir y sentir las cosas del mundo: su visión, su olor, su sonido, a través de la música, la pintura, la literatura y la poesía. En aquella mansión, también habitaba Timoteo Marquina, de cuya formidable poética no supimos extraer la suficiente savia que circulaba en su versolibrismo. De él hemos hecho, sin embargo, suficiente alarde en la incorporación de sus poemas a los diversos motivos del presente blog.
No es poco que en aquella atmósfera de grata experiencia para los sentidos y su refinamiento estético, que adquiriéramos, asociado, el compromiso social, que al pasar a Venezuela catapultamos en la acción social y en el estudio antropológico de entender al continente americano. No en vano veníamos de la sensibilidad socio-estética de la movida de Europa con la Primavera de Praga, el Mayo Francés, la música de los Beatles y el Concilio Vaticano II.
Al enterarme en Mieres, Principado de Asturias, del fallecimiento de Padre Paniagua, me vino como un remolino de memorias de aquellos tiempos de acontecimientos estudiantiles a las orillas del Tormes. De las notas que me procuró el amigo Raimundo Arias, protagonista en este quehacer de aquellos tiempos y su seguimiento, extraje un magnífico soneto, que creo que reúne aquel sentido de vida sensible, encomendada al final a su Hacedor, y dándole cuenta de lo que ha hecho con el capital social que le otorgó el Creador.  El sosiego, como motivo indicador, nos reconforta en nuestro trasiego de tanta zozobra política y social en la Venezuela que sufrimos actualmente.

SONETO DE SOSIEGO FINAL

Señor, en tu presencia estoy contento.
No temo tu inspección o mano dura,
porque sé que me hieres con blandura
y que me quieres más de lo que siento.

De lo profundo clamo cuando intento
con angustia emerger de la negrura
y a lo profundo bajo con ternura
a sacarme otra vez del hundimiento.

Después de tanto miedo, al fin confío.
Después de tanto devanar, sosiego.
Después de largo lamentar sonrío.

Yo no quiero tentar la nada, ciego.
Yo no digo: nacer fue un desvarío.
Y, pues conmigo estás, a Ti me entrego.

¡Cómo uno de sus discípulos no puede dejar de admirar cómo a su vez su maestro con qué sosiego pasa como un poeta (un creador como tal) y como sacerdote del Altísimo, con qué ternura transita para entregar a su Señor el capital social que le había confiado! Nos lo deja en esa creación que es la de un poema del pensamiento místico.

Pero todavía lo entregó acrecentado en nosotros (en mí), como su propia cosecha de vida. Y así me siento con aquella referencia de Salamanca de manos del Padre Paniagua. 
Rincón de la Salamanca monumental
El se fue sin saber de su cosecha; pero esa es la razón de ser de lo que se cosecha socialmente, es la mejor historia: dejar huella, y hasta donde llegan las huellas, un maestro auténtico jamás alcanzará a saberlo. Ello representa el misterio en plena producción. El misterio socialmente tiene el carácter del mito antropológico y la lógica del proyecto de sociedad. Develarlo sin razón alguna es dañarlo y condenarlo al olvido, lo que representa la peor de las muertes, junto con su nada negativa.

Pero también de aquel anonadamiento de entrega que se va deshaciendo como barro humilde para difundirse en los demás, tenía plena conciencia, y ello le encumbra ante los que fuimos suyos como alumnos. Así como lo dice en el caligrama:

El río de la sangre
                fue primero una.
Después
                sólo
                               fluir
                                               acumulando
                                                                              barro
y      d    e    s    h    o    j    a    r     s    e.
(1954)

No sé cuanto sabía de río en tierra de humedales, pero sí de mucho barro en la Tierra de Campos, y de sangre al contemplar el rosicler espléndido de las alboradas en la línea horizontal de la meseta castellana, envolviendo de luz sanguinolenta a su lugar de origen. Éste fue Urones de Castroponce, un pueblo situado en los alrededores  de Medina de Ríoseco y de Mayorga de Campos (provincia de Valladolid).

En la Tierra de Campos, el barro se convierte en motivo de muchas obras, desde el adobe para la construcción de la casa, como para que llegue a fruto en la espiga de trigo. Pero también para florecer en el pensamiento místico, como experiencia monoteísta que expresara la poesía de Miguel de Unamuno  en su poema a Castilla, pero sobre todo al poema del Cristo Yacente de Las Claras en la ciudad de Palencia. Barro de tierra mística, por su experiencia de claridad de la luz, como en su vecina comarca de La Moraña, en la provincia de Ávila, donde crecieron los poemas de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Pero ese barro y esa tierra de los Cristos y los Santos sufre una transformación civilizatoria al transformarse en campos, esto es, en tierra labrada que eso es un campo. El labriego o labrador es el cultor de ese barro en la “tierra del pan llevar”, la del hombre de la labranza, con sentido de profunda asociación con la tierra, como un técnico de ella y de sus penurias a las que debe arrancar el sustento para sobrevivir.

Si añadimos a la técnica labranza, el trabajo artístico de escultores y poetas, de educadores y artesanos, la comarca se llamaría campos de la tierra. Así entenderíamos cómo se labran las imágenes por los escultores y se llenan de luz los cuadros de los pintores de Tierra de Campos, y cómo el decir de la lengua se convierte en modelo del diccionario castellano y se diseñan los pueblos con sentido del ayuntamiento político. Los monasterios se convirtieron en educadores desde el siglo XV, las catedrales y las iglesias del pueblo más alejado se llenaban de retablos colmados de predelas de pinturas y las hornacinas de esculturas polícromas.

Esta floración, empujada por el renacimiento europeo tiene lugar de un modo abundante durante los siglos XVI al XVIII. Las demostraciones concentradas de este momento histórico, son las exposiciones de Las Edades del Hombre en la Comunidad de Castilla y León, y así lo atestigua el prospecto de la exposición que tuvo lugar en agosto de 1999 en la ciudad de Palencia.

Mucho de todo este panorama tuvo que posarse en la imaginación de Enrique Rodríguez Paniagua desde su niñez, como nos ha ocurrido a los nacidos en dicha comarca de Campos, y por lo tanto extasiarse ya en su niñez y adolescencia, al ritmo que se alimentaba de la leche materna y comía el queso de oveja pastoreada en los campos recién segados.

En la tierra de castillos (Castilla), el mito es el del campo, el de la gente labradora y por lo tanto labrada junto con la tierra y su barro. Es otra forma más dura, que la del papagayo venezolano, y más permanente que la del terremoto que surge y se va, la de enfrentarse con la naturaleza e ir venciéndola palmo a palmo con técnica y con arte. Esto es, la lucha contra el matorral, el bosque de encinas improductivo, la ciénaga, y aún la lluvia torrencial que estropea los caminos de tierra y los convierte en barrizal, hasta adueñarse del reseco y gélido páramo, rayando los 900 metros de altitud .

Algo de ese trajinar tierracamposino debió pasar a la sensibilidad de Enrique R. Paniagua para alimentar su recia estética en muchos campos del saber técnico y artístico. Y todo ello como la “fuerza del lugar” de los campos, que después se convierte inconscientemente en motivo de asentamiento de los proyectos de lo universal, por los que experimentó y echó para adelante el Padre Paniagua.

Imagen de serenidad e imagen del sosiego, son las encomiendas de este mes de Navidad para mantenernos en la vigilancia del recuerdo de lo que nos aconteció junto al Padre Paniagua, para traerlo a la continuación de lo que debemos hacer. Así lo recibimos del pensamiento de Aníbal Nazoa y del Padre Enrique Rodríguez Paniagua, en convergencia, para hacernos interpretar con buen tino el paso tormentoso, aún en tiempos de la tregua de Navidad y Año Nuevo, por el que estamos transitando en Venezuela.    


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