lunes, 26 de diciembre de 2016

EL PAPAGAYO ENREDADO EN VENEZUELA




El papagayo es un ave del orden de las trepadoras, de pico fuerte, grueso y muy encorvado, y plumaje amarillento en la cabeza y verde en el cuerpo. Es propia de los países tropicales (como Venezuela), vive en la domesticidad y aprende a repetir palabras y frases enteras (como los loros).


También el papagayo es una planta herbácea anual, de las amarantáceas, con tallo derecho y hojas de tres colores resaltantes, que se cultiva en los jardines.


Es lo que dicen los diccionarios sobre el papagayo como el Diccionario Ideológico de la Lengua Española de Julio Casares.


Pero en ellos no se refiere a acepciones con relación a otros usos como los sociales que guarden al menos ciertas semejanzas metafóricas, como la del cometa artesanal que manipulan los niños de Venezuela y que les sirve para jugar con el viento.


De pie sobre una colina o alcor, o sobre la azotea de la casa, los niños lanzan al viento el cometa de varios colores vivos, que sujetado con un mecate extensiblemente largo, le van dejando subir al firmamento zarandeado por el impacto del viento. En la altura por donde corre bravío, el viento parece asumir la postura de vencer en la lucha al cometa invasor. Es ahí donde el niño se sobrepone manipulando el mecate y enfrenta la furia del viento. Con este esfuerzo físico, también de imaginación, el niño se adentra en el inconsciente social en refriega contra la naturaleza ventisca.  




El papagayo es una de las invenciones más maravillosas del hombre. Es la imagen de la serenidad, del triunfo del espíritu sobre las contingencias materiales de la vida…es liviano y sin embargo es el resumen de todas las ciencias… Elevarlo es emprender la gran aventura sin más combustible ni carga que la muy ligera de los sueños… (Aníbal Nazoa, en Mil Mensajes, C. A.)

El intelectual y poeta, Aníbal Nazoa, elevó también en el pensamiento el juego del papagayo a la altura de lo sublime. Asímismo ahora también sabemos en Venezuela lo que significa la lucha por dominar las fuerzas indómitas de la naturaleza, aún en las manos de los niños. Aquella lucha que profetizó Simón Bolívar frente a la esquina de San Jacinto, que preside la Plaza de El Venezolano en el centro de la ciudad de Caracas con ocasión del terremoto de 1812: “Lucharemos contra la naturaleza y haremos que nos obedezca”. Domingo Díaz su contrincante político y a favor del rey, recoge el testimonio como el hecho de un loco de atar, pretendiendo cosas imposibles como la rebelión contra el rey.


Ante los acontecimientos políticos de hoy día en Venezuela, nos sabe también a locura sublime y sagrada, la reclusión de los venezolanos en sus hogares celebrando las fiestas navideñas.


¿Dónde está hoy la dimensión pública de las Fiestas de Navidad y Año Nuevo, si no suenan los aguinaldos, si casi no hay ambiente de regalos, si las calles lucen pero de oscuridad y los edificios se presentan como espectros  sin adornos luminosos, dónde se encuentra el bullicio de las noches navideñas venezolanas?


La imaginación venezolana, tan estruendosa siempre, se ha escondido en la familia adentro. En el fuerte (cuartel) de la casa se ha refugiado la realidad más densa que hay en Venezuela como es la familia, y hasta allí llega la ventisca de la renombrada revolución ha sitiarla; el resultado es retrotraerla hacia más atrás de la Edad de Piedra, la del paleolítico o piedra antigua. Porque por lo menos en aquella Edad Paleolítica, los nómadas aquellos con su manada, gozaban de una “abundancia primitiva”, según el antropólogo Service.


En nuestras mesas de la Navidad, y antes de Navidad, en el siglo XXI, lo que la “escasez comunista” evaporó fueron el pastel de las hallacas y su ritual de la reciprocidad social, la bandeja del pernil, el pan de jamón, el ponche crema y el ron, y el postre de la torta negra y el dulce de lechosa. ¿Qué más se puede pedir a la postrada fiesta venezolana, un país fiestero por excelencia, y además de cara a la gran fiesta del día cultural de la madre como es el mítico primero de enero que comienza con la primera sombra del 31 de diciembre?


¿Objetivo de la escasez? La reducción al estado de naturaleza, pues la familia merodea de supermercado en  supermercado “a ver si” hay, que termina por no haber, o el haber resulta ser muy escaso, tanto que no llega en su mínima disposición para todos. Todo un enredijo social.



El escenario se parece a cómo los hilos del tendido eléctrico o los grandes árboles tropicales, en su testaruda fijeza al suelo, estuvieran dispuestos para acechar los movimientos del papagayo. En un descuido, el mecate se ha enredado en el tendido eléctrico o en alguna mata de la montaña o del barrio en el cerro. La imaginación sublime, los sueños del niño, su gran aventura en el viento, se vinieron abajo, se destruyó su triunfo sobre la naturaleza, quedó vencido el espíritu infantil ante las contingencias económicas, políticas e ideológicas de la vida.


Para colmo de la sociedad, la política de estado sobre la educación pretende ahora colocar una tremenda zancadilla al niño y al adolescente para que no suba a la azotea, a la colina, a soñar a merced del viento con la libertad de sus sueños. Los nuevos programas escolares lucen, con el plan dicho de la patria, como una doma de la fantasía y de las ilusiones: los niños y adolescentes tienen que ahormarse en la única dirección permitida ideológicamente, la de la sumisión cerrera al estado, al pensamiento único del gobierno y del partido del gobierno. Lo que significa un pensamiento impuesto.


Todo parece ir conforme a la convergencia del autoritarismo caciquil, que proviene de la cultura matrisocial, con el totalitarismo político del régimen; cuando lo histórico tendría que ser contra aquella cultura antisocial que porta como dominante la sociedad venezolana.


El papagayo está enredado.


Y bien enredado, porque coincide la cultura con la política como poder de sumisión represiva.


¿Tendrá madera contracultural la sociedad venezolana para subirse al tendido eléctrico con sus posibles descargas electrocutadoras, o encaramarse a la inmensa altura del árbol de aguacates o de mangos, para desenredar el mecate donde está atrapado el papagayo?


¿Tendrá la fuerza que otorga la serenidad, y la resilencia (sacar fortaleza de la debilidad), para lograr el triunfo de la libertad sobre la contingencias materiales de la sumisión de esclavitud?


¿Tendrá a Dios por divisa, pero sin dejar de entregarse a la obra humana para obtener la capacidad que genera el sufrimiento, y construir así el soporte de la acción liberadora? Es necesario no caer en la tentación mágica: la de manipular a Dios y descargar en él lo que es del hombre, esto es, la responsabilidad de hacer mundos sociales?


He aquí el asunto de nuestro “sosiego final”, al que invito como homenaje a la memoria del Padre Enrique Rodríguez Paniagua, del que aprendí la gran aventura de la sensibilidad estética “sin más combustible ni carga que la muy ligera de los sueños” (Nazoa), y con la que tomo el pulso todos los días al amanecer, y más allá del amanecer, a la acción etnocultural venezolana.        
 

  

1 comentario: