El papagayo es un ave del orden de las trepadoras, de pico fuerte,
grueso y muy encorvado, y plumaje amarillento en la cabeza y verde en el
cuerpo. Es propia de los países tropicales (como Venezuela), vive en la domesticidad
y aprende a repetir palabras y frases enteras (como los loros).
También el papagayo es una planta herbácea anual, de las amarantáceas,
con tallo derecho y hojas de tres colores resaltantes, que se cultiva en los
jardines.
Es lo que dicen los diccionarios sobre el papagayo como el
Diccionario Ideológico de la Lengua Española de Julio Casares.
Pero en ellos no se refiere a acepciones con relación a otros usos como los
sociales que guarden al menos ciertas semejanzas metafóricas, como la del
cometa artesanal que manipulan los niños de Venezuela y que les sirve para
jugar con el viento.
De pie sobre una colina o alcor, o sobre la azotea de la casa, los
niños lanzan al viento el cometa de varios colores vivos, que sujetado con un
mecate extensiblemente largo, le van dejando subir al firmamento zarandeado por
el impacto del viento. En la altura por donde corre bravío, el viento
parece asumir la postura de vencer en la lucha al cometa invasor. Es ahí donde
el niño se sobrepone manipulando el mecate y enfrenta la furia del viento. Con
este esfuerzo físico, también de imaginación, el niño se adentra en el
inconsciente social en refriega contra la naturaleza ventisca.
El
papagayo es una de las invenciones más maravillosas del hombre. Es la imagen de
la serenidad, del triunfo del espíritu sobre las contingencias materiales de la
vida…es liviano y sin embargo es el resumen de todas las ciencias… Elevarlo es
emprender la gran aventura sin más combustible ni carga que la muy ligera de
los sueños… (Aníbal Nazoa, en Mil Mensajes, C. A.)
El intelectual y poeta, Aníbal Nazoa, elevó también en el pensamiento
el juego del papagayo a la altura de lo sublime. Asímismo ahora también sabemos en
Venezuela lo que significa la lucha por dominar las fuerzas indómitas de la
naturaleza, aún en las manos de los niños. Aquella lucha que profetizó Simón
Bolívar frente a la esquina de San Jacinto, que preside la Plaza de El
Venezolano en el centro de la ciudad de Caracas con ocasión del terremoto de
1812: “Lucharemos contra la naturaleza y haremos que nos obedezca”. Domingo
Díaz su contrincante político y a favor del rey, recoge el testimonio como el
hecho de un loco de atar, pretendiendo cosas imposibles como la rebelión contra
el rey.
Ante los acontecimientos políticos de hoy día en Venezuela, nos sabe
también a locura sublime y sagrada, la reclusión de los venezolanos en sus
hogares celebrando las fiestas navideñas.
¿Dónde está hoy la dimensión pública de las Fiestas de Navidad y Año
Nuevo, si no suenan los aguinaldos, si casi no hay ambiente de regalos, si las
calles lucen pero de oscuridad y los edificios se presentan como espectros sin adornos luminosos, dónde se encuentra el
bullicio de las noches navideñas venezolanas?
La imaginación venezolana, tan estruendosa siempre, se ha escondido en
la familia adentro. En el fuerte (cuartel) de la casa se ha refugiado la
realidad más densa que hay en Venezuela como es la familia, y hasta allí llega la
ventisca de la renombrada revolución ha sitiarla; el resultado es retrotraerla hacia
más atrás de la Edad de Piedra, la del paleolítico o piedra antigua. Porque por
lo menos en aquella Edad Paleolítica, los nómadas aquellos con su manada,
gozaban de una “abundancia primitiva”, según el antropólogo Service.
En nuestras mesas de la Navidad, y antes de Navidad, en el siglo XXI,
lo que la “escasez comunista” evaporó fueron el pastel de las hallacas y su
ritual de la reciprocidad social, la bandeja del pernil, el pan de jamón, el
ponche crema y el ron, y el postre de la torta negra y el dulce de lechosa.
¿Qué más se puede pedir a la postrada fiesta venezolana, un país fiestero por
excelencia, y además de cara a la gran fiesta del día cultural de la madre como
es el mítico primero de enero que comienza con la primera sombra del 31 de
diciembre?
¿Objetivo de la escasez? La reducción al estado de naturaleza, pues la
familia merodea de supermercado en supermercado “a ver si” hay, que termina por
no haber, o el haber resulta ser muy escaso, tanto que no llega en su mínima
disposición para todos. Todo un enredijo social.
El escenario se parece a cómo los hilos del tendido eléctrico o los
grandes árboles tropicales, en su testaruda fijeza al suelo, estuvieran
dispuestos para acechar los movimientos del papagayo. En un descuido, el mecate
se ha enredado en el tendido eléctrico o en alguna mata de la montaña o del
barrio en el cerro. La imaginación sublime, los sueños del niño, su gran
aventura en el viento, se vinieron abajo, se destruyó su triunfo sobre la
naturaleza, quedó vencido el espíritu infantil ante las contingencias
económicas, políticas e ideológicas de la vida.
Para colmo de la sociedad, la política de estado sobre la educación
pretende ahora colocar una tremenda zancadilla al niño y al adolescente para
que no suba a la azotea, a la colina, a soñar a merced del viento con la
libertad de sus sueños. Los nuevos programas escolares lucen, con el plan dicho
de la patria, como una doma de la fantasía y de las ilusiones: los niños y
adolescentes tienen que ahormarse en la única dirección permitida
ideológicamente, la de la sumisión cerrera al estado, al pensamiento único del
gobierno y del partido del gobierno. Lo que significa un pensamiento impuesto.
Todo parece ir conforme a la convergencia del autoritarismo caciquil,
que proviene de la cultura matrisocial, con el totalitarismo político del
régimen; cuando lo histórico tendría que ser contra aquella cultura antisocial
que porta como dominante la sociedad venezolana.
El papagayo está enredado.
Y bien enredado, porque coincide la cultura con la política como poder
de sumisión represiva.
¿Tendrá madera contracultural la sociedad venezolana para subirse al
tendido eléctrico con sus posibles descargas electrocutadoras, o encaramarse a
la inmensa altura del árbol de aguacates o de mangos, para desenredar el mecate
donde está atrapado el papagayo?
¿Tendrá la fuerza que otorga la serenidad, y la resilencia (sacar
fortaleza de la debilidad), para lograr el triunfo de la libertad sobre la
contingencias materiales de la sumisión de esclavitud?
¿Tendrá a Dios por divisa, pero sin dejar de entregarse a la obra
humana para obtener la capacidad que genera el sufrimiento, y construir así el
soporte de la acción liberadora? Es necesario no caer en la tentación mágica:
la de manipular a Dios y descargar en él lo que es del hombre, esto es, la
responsabilidad de hacer mundos sociales?
He aquí el asunto de nuestro “sosiego final”, al que invito como
homenaje a la memoria del Padre Enrique Rodríguez Paniagua, del que aprendí la
gran aventura de la sensibilidad estética “sin más combustible ni carga que la
muy ligera de los sueños” (Nazoa), y con la que tomo el pulso todos los días al
amanecer, y más allá del amanecer, a la acción etnocultural venezolana.
mmbb
ResponderEliminar