jueves, 13 de agosto de 2015

HEINZ RUDOLPH SONNTAG: MUERTE Y RESPONSO

Martirio de San Sebastián (Alonso Berruguete, siglo XVI) museo de Valladolid
 Y tratar en persona con la muerte
(T. Marquina)

Homenaje a Heinz Rudolph Sonntag
En el día de su muerte,
Colega y amigo,
Compañero del viaje paralelo a Venezuela.

Siempre tuve mi interés puesto en Heinz Rudolph Sonntag. Averigüé su destino a Venezuela, y lo asocié con mis sentimientos. Él no lo supo nunca. Dos puntos de partida distintos (Alemania y España), dos formaciones académicas diferentes (sociólogo y teólogo), pero íbamos a ir juntos, aunque a distancia, en el tiempo al punto de llegada (Venezuela: agosto y septiembre 1968), y ambos hemos caminado por la vereda de los estudios de las estructuras sociales en Venezuela, así como las hemos padecido. Pero él estimado en los centros del saber académico, a los que me acercaba yo empinándome desde las orillas de ese mismo saber, buscando bucear en el mito venezolano para llevarlo a su epifanía en las estructuras sociales. Quizá he sido remiso en acercarme en plan de diálogo con Sonntag y participar con él; ahora que se fue a su vida sin límites, he aquí que le hago coincidir conmigo en el memorial de esta celebración de su muerte y resurrección (Mi fe católica me refiere la resurrección de los muertos). En esta fiesta que organizo en el blog, el poeta Timoteo Marquina (mi profesor en Salamanca en los años 1960) me proporciona los vestidos más hermosos para el pensamiento, sus poemas, y el escultor de Paredes de Nava, Alonso Berruguete (siglo XVI) me otorga la imaginería polícroma de su Virgen, la guapa la llaman en el pueblo, y su San Sebastián, afrontando el martirio. Yo pronunciaré el Corifeo a Capella con mis recuerdos de Heinz y mi aporte a las ciencias sociales, tratando de mostrarle lo que no pude en su amable presencia: HEINZ RUDOLPH SONNTAG Y EL MITO DEL OPERATIVO (OLP). Pero de entrada colocaré el poema A LA MUERTE (primera parte) y cerrando el homenaje el RESPONSO PRIMERO con que concluye dicha parte, de T. Marquina.

En el bordado de este homenaje, me animó el recordar el talante místico de la poetisa venezolana, Patricia Guzmán. Le agradezco por mi atrevimiento.

A LA MUERTE

Oh Muerte, se adelgaza en mí el otoño,
la prisa vacilante, el ruido oscuro
de la sangre con fiebre, polvorienta,
creída ya tinieblas por el cuerpo
creída, sí, segura, atormentada.
(Un tiempo singular se halla en ti
de descanso que fluye por los poros
como orugas o flautas afinadas.
En ti los cuerpos son los esperados,
que se dejan vencer por la delicia).
Oh Muerte preocupada y siempre tímida,
como si en mí trataras crisantemos;
Dios exige lo bello y lo profético
de cada vida, quiere la dulzura
de los huesos del hombre, lo sonoro,
el orden de la sangre y su esperanza.
Desde esta tregua soy yo quien decide
arriesgarse con prisas y con siglos,
arrancarse del mar, llegar a Todo
como un barco al caer en los que esperan.
Cuánta agua nocturna yo sorbía,
cuánta tierra arcillosa he trabajado
por hacerte bellísima, real;
preparaba contigo una quimera.
Tú caes de rodillas y me adoras,
criatura de Dios, libre viviente,
Muerte ya señalada por los celos,
para siempre lograda, nuevo amor
que no ha de oscurecer, amor ya mío.
Tu cuerpo de alondra y eres pez
difícil por tu piel y largo lomo,
total boca sedienta o sibila,
oh Muerte sigilosa como un ángel.
Posiblemente bella, alegre, fiel,
en tu día vendrás como otros astros
iluminando el mar, el lecho frío,
vendrás a deshacer en tu ternura
y a elevar en el viento polvo y gracia;
confuso será el toque, luego el llanto
extenderá bellísimo rocío
por las cosas vecinas y entregadas.
Oh Muerte, oh molino de la vida,
siempre a renta del tiempo como el agua,
como todas las suertes; sonará
por fin el duro esfuerzo entre tus piedras
cuando sólo los huesos son la paz
y medula del bien como la lluvia.
Sin embargo, por mí todo está claro;
la tierra tiene espuma deliciosa.
Oh Muerte, oh Muerte, Muerte acumulada,
que confirma el silencio en las orillas
de la ferviente paz, oh Muerte en la forma
posible de coger con las dos manos,
de arrebatar aisladamente, en celos.
Se dora el alma, cruje y arde. Fuego,
abiertamente fuego y amaranto
envías tú, oh Muerte, y me contestas
como si a un río de ácido invocara.
Yo soy la lentitud, el paso corto
que prefieres tener para llegar,
el ritmo que a ti te hace tan sensible,
conocida, tiernísima, entreabierta;
soy quien golpea, el péndulo de tu arte
para que nadie quede sin oírte,
oh Muerte sonorísima, metal.
Más allá de la hierba, ¿qué rosales
habrá que preferirte? Tal vez, baste
el sueño preparado largamente,
la misma fluorescencia de los huesos,
el claro manantial de las raíces
líquidas de la vida…
                                      Sólo tú.

Timoteo MARQUINA: Hombre para morir, Ágora, Madrid, 1961.

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