jueves, 28 de mayo de 2015

PUEBLO Y COMUNIDAD POLÍTICA


“Un mismo efecto de reforzamiento de la regla
y del poder, ligado  con una afirmación de la
necesidad y la inocencia de la función soberana,
se revela con ocasión  de la práctica de los
‘actos al  revés’  y del recurso a los rituales de
inversión o de rebelión dramatizada”
(Balandier, 1969,131)[1]  

     “Una vez que hayáis jurado
       las Cortes os jurarán
       Soberano de Castilla
       sin deciros Majestad
       que es título extranjero
       que Castilla no ha de dar”
       (López Álvarez: LOS COMUNEROS)[2]


Lo comunitario define un momento del colectivo popular. Pretende recoger los resultados de un tema más amplio como es  la fiesta. Los ingredientes delimitativos de lo comunal se identifican con el potlacht y la fratría.

Mauss (1971) en el ENSAYO SOBRE LOS DONES[3] proporciona los elementos de la dinámica del potlacht. Hay pueblos que desarrollan su existencia en un potlacht incesante, esto es, en una fiesta  permanente con base en festines, mercados y diversiones sin interrupción, orgías que son al mismo tiempo encuentros hieráticos del colectivo popular. Otra dinámica de esta estructura de prestaciones y contraprestaciones consiste en la competencia o rivalidad. Todo es agonístico, tanto en el momento de  ofrecer el presente, como en la destrucción derrochadora de los bienes recibidos como presente. Se trata de demostrar siempre superioridad frente al otro. Con esta lucha competitiva a nivel de la igualdad, los jefes de cada grupo  pugnan por mantener dentro del pueblo la jerarquía de sus propios grupos. Finalmente, junto a la  obligación de recibir, existe la obligación  de devolver un contra-don en la forma de un don equivalente del don recibido. Si no es posible corresponder, es decir, si uno se declara insolvente, el resultado es la pérdida del  honor, del prestigio, del nombre, hasta  de la libertad y con eso convertirse  en siervo por ser deudor. El don forma parte de la persona que originó ese don; por lo que el don tiende a circular con tendencias a regresar a su productor original. Con el don la persona da también algo de sí, que el que recibe el don también percibe como un ánimo imaginario. En consecuencia retener la circulación de los dones es peligroso. Todo acaparador tiende a ser mal visto por el colectivo, y algo malo le puede pasar. Para evitar este inconveniente, es necesario restituir un equivalente.

Todo debe ocurrir o estar en la existencia a través de un permanente intercambio. No hay libertad de elección en este caso. Todo está prescrito, de suerte que las tres obligaciones de dar, recibir y devolver configuran la estructura significativa de  lo comunitario.

Si se utiliza esta estructura para entender el mundo  imaginario de los dioses, obtenemos un proceso similar. Se observa  la correlación dinámica de la inmolación u holocausto, de la ofrenda o donación y la gracia como equivalente o exvoto. La participación en el sacrificio de dioses y hombres configura también lo comunitario en sentido imaginariamente vertical, pero con resultados horizontales. Los hombres y los dioses pueden formar también comunidad.

Pero el don que idealmente tiende a impulsar las relaciones comunales (de recíprocos), en realidad puede engendrar desigualdades, si sus relaciones no cumplen de un modo homogéneo los procesos asociados a los circuitos recíprocos. Mauss apunta a las diferencias socio-políticas que produce la dinámica socialmente desigual del don:

1) el don no correspondido hace inferior al que lo ha aceptado.
2) la invitación debe ser devuelta, aunque sea por cortesía; de
     lo contrario expresa un conflicto, al menos potencial.
 3) las pérdidas o el derroche económico generan gloria, honor,
     prestigio; es necesario mostrarse como un gran señor, y en
     aquellos atributos consiste el señorío.
El proceso social contiene sintéticamente dos consecuencias donde los elementos se presumen antagónicos:

1) El don se opone al contra-don como violencia socialmente
    agonística; allí se juegan constantemente las relaciones de
     señor y siervo, en sentido amplio.
 2) el derroche económico en el sacrificio, fiestas y asambleas
     (divertimento sacro) engendra en réplica acumulación de
      poder social; honor y prestigio (divertimento político).

En el potlacht se resume un sentido de libertad profunda, consistente  en consumir hasta el derroche y donde el provecho o utilidad económica es despreciado como nivel de servidumbre. Por lo tanto, hay una enorme diferencia con la libertad económica que proclama históricamente el capitalismo con el trabajador libre. En el potlacht, lo económico no está autonomizado de lo social como en el capitalismo; todavía están subsumidas dentro de los marcos de la fascinación mágica y del compromiso religioso para con la comunidad fraterna, de los iguales. Lo político se desarrolla también y es una prolongación del halo  mágico-religioso que obnubila lo social en las sociedades tribales. En sociedades con estado, en que lo político se autonomiza primero y se seculariza después, lo político intenta sobreponerse a la fascinación  mágica y a la entrega religiosa sin abandonar la dinámica ni la función de las mismas, esto es, la de  amalgamar las contradicciones sociales.

La comunión mágico-religiosa de la economía y la política en el potlacht desemboca en la otra cara comunal que expresa lo igualitario de la organización social y que tienen que ver con las asociaciones proféticas, militares, religiosas, chamanísticas, sacerdotales, comerciales, políticas. Son las fratrías. Estas se refieren a unidades sociales intermedias ubicadas entre la base familiar (lo doméstico) y el gran grupo social (tribu, nación, pueblo). Identifican a las hermandades (fraternidades), las afiliaciones (gremios), las parcialidades (partidos políticos). Unidades menores pero de dinámica condensada, son las que mueven el funcionamiento de la sociedad global, porque representan la medida de la convivencia humana, mucho antes de encargarse de la constitución societaria, que luce un papel más abstracto y de largo alcance histórico. Allí lo político surge de su venero más puro, de su base igualitaria y desinteresada, en cuanto compromiso para restar lo contradictorio, lo vacuo o lo mermado de las relaciones sociales. Es el aporte más pleno que lo comunitario, una vez colmado de sí, ofrece como instancia desbordante a la  existencia de lo social, es decir, el carisma de convivencia hermanada, que  sin  la búsqueda del beneficio, se desarrolla transcendente a las relaciones de la sangre.

Aunque ha desaparecido la importancia, la del primer plano, del sentido de la fratría en nuestra estructura  social, sin embargo, se restablece cuando el pueblo celebra sus fiestas. Y ello ocurre como exigencia del orden social para el  ordenamiento político, sobre todo de implementación política. Esta difusión de lo fraternal a la organización sociopolítica constituye la  infraestructura de realización del potlacht; ni la multitud urbana, ni el pequeño grupo familiar, dan la talla de lo humano para ello. Más allá de sus desviaciones y peligros, especialmente en sus procesos de laicización, como las cadenas de la dependencia y las dictaduras de grupo, la fratría se propone como la posibilidad (oportunidad y alternativa) de conjurar la emancipación y la  libertad personales con la convivencia dentro del sistema social.

Tomado de libro de Samuel Hurtado S.: Tierra nuestra que estás en el Cielo, Ed. Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1999. 48-51.


[1] G. Balandier (1969): Antropología política, Península, Barcelona.
[2] Se trata de un largo poema dedicado al movimiento comunero de Castilla frente al rey Carlos I, de Alemania V, cuya guerra se desarrolló entre 1519 y 1521. Fueron derrotados en la batalla de Villalar de Campos (Provincia de Valladolid) por los realistas o imperiales del rey y emperador. Es un poema de los años 1930 con ocasión de la proclamación de la segunda república española.
[3] Marcel Mauss (1971): Sociología y Antropología, Tecnos, Madrid.

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