miércoles, 29 de abril de 2015

MIRANDO AL CIELO. DESAMPARO DEL PUEBLO Y RESERVORIO POLÍTICO




 
"La  élite venera la modernidad, el pro­-
greso  y la ley. El pueblo venera a  las
deidades de la selva. La tradición legal
romana  es  uno de los  componentes  más
recios  de la cultura  latinoamericana;
de  Cortés a Zapata, sólo creemos en  lo
que  está escrito y codificado. Pero  al
lado de esta fe, hay otra que acepta  el
poder de un cacique capaz de estornudar
                                                           tres  veces  para  volverse   invisible"
(Fuentes, 77).

"Fuera  de algunas tempranas  tentativas
quedó reservado preferentemente a  nues­-
tros días el reivindicar como  propiedad
del  hombre, al  menos en  la  teoría, los
tesoros  que habían sido  desperdiciados
en  el cielo. ¿Pero qué época tendrá  la
fuerza  de  hacer valer ese  derecho,  y
tomar posesión de  ellos?"(Hegel, SW,Tomo
I, 209, citado en Habermas, 1989, 18).


Mirando al cielo puede significar espera por  ver señal de algo  en actitud estática o abandono por alguien que se  fue y  parece no va a volver. Aquí asumimos ambas como una actitud de desamparo,  que necesita salvación psicoterapéutica a partir de removerse  los dos desvíos mágico-religiosos de lo  político: la espera estática (no extática o mística) del "no hacer nada" y el abandono del trabajo cultural del pueblo por parte de la  élite. Este trabajo representa la "verdadera infraestructura de la sociedad" para decirlo con Carlos Fuentes (1993, 92).

De  la exposición convergente de los seis estudios se  pueden extraer algunas conclusiones referidas a la relación de lo popu­lar en clave interpretativa para pensar una antropología políti­ca latinoamericana.

1. El pueblo, como reverso del estado (Cf. Clastres, 1974), es un actor protagónico en la historia de las sociedades latinoame­ricanas. Como expresión de la diferenciación de los procesos sociales, los ejes del estado y el pueblo privan como sujetos  de mayor  dinámica que el eje de las clases sociales (Touraine,  81; Acosta y Gorodeckas, 127 y ss). No sólo como actor de la sociedad  civil que gravita con participación esencial en el  sistema político; también el pueblo detenta o representa otros accesos al estudio de lo político, tanto a través de los registros  mágico-religiosos, como a través de los procesos etnopsiquiátricos. La acción  socio-cultural del pueblo amplía el ser y la práctica de la acción política, a la vez que demuestra que la acción política es y  debe ser un acto de salvación de la  sociedad.  Este  acto salvífico tiene que persistir, vivencial y explicativamente en los mitos, idéntico a sí mismo (tradición) a través de recrearse en el teatro de los sueños y en los rituales festivos representados ante la faz de los dioses y los santos. En breve, el concepto de pueblo enriquece las relaciones políticas y purifica también el concepto y prácticas de lo político.

2. Las relaciones populares en cuanto dominadas políticamente por la élite, puede ser y de hecho son manipuladas por los deten­tadores del poder político. Como el poder procede del pueblo, el grupo  que organice a éste puede sustraerle a su vez todos los márgenes importantes del poder social, y ejercer el poder  aunque sea  vicariamente (en  nombre del pueblo) como un monopolio social. El caso del populismo venezolano se acerca a esta  proposición. Frente a ello, el pueblo marginado (abandonado) se  puede refugiar,  resistir, criticar y luchar, desde  prácticas mágico-religiosas que expresan unas formas de ejercer la política  como contra-política, pero que lo sitúan, aun en su desvío populista, en el corazón de lo político. En la situación de abandono, dichas prácticas pueden catalogarse de inmensas reservas de energía política acumulada.

3. El tipo específico de inconsciente político, así como  las estructuras socioculturales y etno-históricas, representan escenarios de acción, procesos en desarrollo o recursos a  instrumentar por parte del pueblo para lograr su camino de realización socie­taria. Frente al magullamiento podrá existir una  reconstrucción, frente  a  la  expoliación una liberación,  frente  al  trastorno socio-cultural  ocasionado  una regeneración, una  curación, una resurrección popular. Ningún proceso es irreversible culturalmen­te, aunque se mantenga la dificultad de la regresión etnopsiquiátrica. La cultura sana por sobre todo, aun de los  desequilibrios etnopsíquicos.  El problema consiste en que la  regresión  psico-dinámica, la distorsión cultural o desorden étnico, la enajena­ción o extrañamiento político, retrasen considerablemente lo salvífico  popular,  disminuyan sustancialmente la  capacidad  de rebelión  ritual, amordacen la autenticidad cultural del  pueblo  deteriorándola como populacho.

                4. La medicina popular es también una medicina sociopolítica. La educación popular debiera ser informativa y de  procedimientos técnicos, pero por sobre todo ello más formativa a partir de  los principios  de  lo civilizatorio. No es la informática, ni las técnicas como tales, las que soportan el desarrollo de los  pueblos.  Por  encima y transcendente a aquéllas deben estar las relaciones  sociales, en el sentido societario o de  construcción de la sociedad. Abandonada y por construir la sociedad, le queda al  pueblo latino-americano proseguirla con cuidado propio en la realidad de su imaginación y fantasía, en sus fiestas y su fe, en sus mitos y rituales.

Si el poder está en el pueblo, la salvación también se en­cuentra en él. Es necesario devolver el poder al pueblo, o que éste lo  asuma conflictivamente como tal. La educación popular tiene  que  ver, no con lo culturalista, sino con la  cultura que hace civilización. Lo salvífico popular no es posible en otro escenario. La categoría de pueblo (el demos en la polis) surge con lo civilizatorio y su desarrollo histórico corren  paralelos, dentro de una demopedia, es decir, de un esfuerzo por elevar el gusto cultural de la gente con miras a unos objetivos socialmente ideales. Es lo contario de la demagogia (Véase Gruson, 86). Es lo que la modernidad acuña con el término de sociedad civil, como propuesta a la sociabilidad popular.

La antropología política latinoamericana aún por hacerse no puede desentenderse de estas categorías (Cf. Briceño Guerrero, 1994). De lo contrario nos quedaríamos en una antropología desconocedora de los substratos de lo latinoamericano y su potencial de  realidad, es decir, del mito, ritual e historia. Este es un  reto  de la antropología  social  latinoamericana, por  cierto  acometiéndose actualmente  con  mucho  éxito en otras  latitudes, según Winch (1994,  80), que aprovecha para subrayar la importancia de esta práctica  disciplinaria para comprender la vida de una  sociedad. La exigencia de detectar esta vida social  latino-americana proviene de por lo menos el año 1942, cuando el norteamericano Kingsley Davis decía: "América del Sur es el  continente  negro, sociológicamente hablando. Su organización social es más ininteligible  para  nosotros que la de los nativos de África".  Esta ceguera sociológica del norteamericano, a nosotros se nos revierte como ideológica en el sentido de que nos creemos lo que no somos, especialmente esta ceguera es de la élite latinoamericana que ve más a sus países con la óptica exterior europea o  norteamericana que con la óptica interior o propia. De ahí el abandono o el desamparo de la gente latinoamericana. Los fracasos de las diver­sas  políticas del estado, referidas a lo  popular, suelen ser estruendosas, porque además se percibe y se interlocuciona con el pueblo  como un menor de edad, como una mujer veleidosa, incapaz de entrar en los objetivos generales de la sociedad, ni de entenderlos.  La élite política, distanciada del pueblo,  ratifica su desconocimiento de las dinámicas populares, demostrando con ello que el éxito en su propia dinámica social no tiene interés para aquél. Se confirma la epistemología de Maquiavelo, enunciada en  la Presentación: el Pueblo, Pieza Hermenéutica de lo Político, que conocer la situación del pueblo (el desamparo) permite conocer a su vez quién y cómo es el príncipe.

5. Un desafío fundamental para la teoría y para la  práctica, en  el medio popular latinoamericano, consiste en cómo hacer que emerja con más fuerza la consistencia de la sociedad  civil. En cuanto a la teoría, pensamos que las relaciones mágico-religiosas y las prácticas etnopsiquiátricas, si no se utilizan como sucedáneos,  como  opio  adormecedor de la dinámica social  o  espera estática,  deben  no sólo acompañar a la  madurez sociopolítica popular, sino también son y deben ser fuente de fuerzas políticas,  que  se desarrollan como prácticas transformadoras de lo social. Lo mágico-religioso con carácter psicoterapéutico también puede y tiene que alcanzar su propia salvación dentro del proyecto social, autenticado por el pueblo. Es decir, lo político  en tanto proyección secular o laical de la religión detenta un poder salvífico,  que como entendieron y practicaron los griegos envolvía, atravesaba, comprometía a todo el ser social del pueblo (Meier, 1985), ente político por excelencia.     

A  través  de la práctica política, en  Atenas coincidía  el pueblo con la polis o cívitas (sociedad civil), y en la moder­nidad, la revolución francesa demuestra que el pueblo francés  es la  nación francesa. En América Latina "pareciera" que el  pueblo no  coincide exactamente ni con sociedad civil ni con la nación (moderna). La esquizofrenia social (en Venezuela, Sardi, 1993) no sólo fragmenta las relaciones sociales en las sociedades  dependientes de América Latina, sino también produce la fragmentación en la ideología, sobre todo en la élite, que produce el "abismo cultural latinoamericano" entre la élite y el pueblo, según Roa Bastos (Fuentes, 77). Pero también conlleva un enorme obstáculo, que debe identificar la teoría y salvar la práctica, que imposi­bilita la entrada, la percepción y la participación plena del pueblo, que históricamente tiene una experiencia acumulada de inserción política. Esto es, que es "viejo en los usos de la sociedad  civil", ejercitada por Sancho Briceño y a la que  alude como herencia latinoamericana su tataranieto el Libertador  Simón Bolívar.  Hasta no salvar dicho obstáculo, el "poder (estará)  en vilo" (Maestre,1994)  en relación al pueblo, y éste  se  quedará "mirando  al  cielo" tratando de enhebrar la trenza  que  permita traer  "Sobre la misma Tierra" (Gallegos) un poco de maravillas del cielo.

BIBLIOGRAFIA

ACOSTA, N. y H. Gorodeckas (1985): La Adequidad, Análisis
 de una gramática política, Centauro, Caracas.
BRICEÑO  G., J. M. (1994): El Laberinto de los Tres
 Minotauros, Monte Ávila, Caracas.
CLASTRES, P. (1974): La Société contra l’etat, Les Editions
de Minuit, Paris.
FUENTES, C. (1993): Geografía de la Novela, FCE, México.
GRUSON, A. (2005): “Cultura e Identidad”. En Café con Leche,
Simposio sobre cultura, migración e identidad, Goethe
Institut, Caracas, 79-88.
HABERMAS, J. (1989): El Discurso Filosófico de la Modernidad,
Tauros, Madrid.
MAESTRE, A. (1994): El Poder en Vilo. En favor de la política,
 Tecnos, Madrid.
MEIER, Ch. (1985): Introducción a la Antropología Política
de la Antigüedad Clásica, FCE, México.
SARDI, M. (1993): Venezuela Esquizifrénica, Centauro, Caracas.
TOURAINE,  A. (1978): Las Sociedades Dependientes, Siglo XXI,
 México.
WINCH, P. (1994): Comprender una Sociedad Primitiva, Paidós,
 Barcelona. 
.................................................... 
Conclusión del libro de Samuel Hurtado Salazar: Tierra Nuestra que estás en el Cielo, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1999.

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