jueves, 19 de marzo de 2015

SALVAR A DIOS EN VENEZUELA

Guernica de Pablo Picasso

Semana Santa 2015. Estamos en la vía dolorosa del martirio de un pueblo. Es el lado terrible de su Pascua. Lado que ha sido producto de nuestro encantamiento mágico, resuelto como populismo. Dicho talante ha dado ocasión a ensayistas, poetas y novelistas para imaginarnos siempre con los antifaces de la fábula y lo real maravilloso.

Para colmo, la terca realidad nos conduce a la trampa de vivir culturalmente en el paraíso cuando en serio no podemos regresar a él como desearíamos según nuestra organización recolectora (conuco), y aún de no poder pensar dicho deseo para salir de tal delirio (matrisocial).

Así de la nostalgia pasamos al resentimiento, que nos impulsa a la búsqueda de una víctima propiciatoria, esta vez desdoblada en la identificación de un culpable exterior que cargue con nuestras penas, y un redentor interior para que él a su vez cargue con nuestras responsabilidades. El paraíso debe seguir; es nuestra profecía cumplida culturalmente según nuestros autoengaños, evasiones y complejos matrisociales no resueltos.

Yo me propuse, con un pensamiento compasivo, es decir, justo, acompañar a Venezuela para descubrir con ella sus problemáticas, mediante un proyecto de vida asociado a un proyecto de investigación antropológica a largo plazo. Desde las cumbres alcanzadas de tesis de grado y en trabajos de ascenso en el escalafón universitario, miraba en el espejo retrovisor para evaluar el camino andado. Y siempre me dirigía a otra cumbre, hasta darme la posibilidad de llegar a la última cumbre, para lograr como el poeta Gerardo Diego[1] ver casi completa, desde el pico de Urbión, los horizontes de una realidad que le competía.
                                                
Es la cumbre, por fin, la última cumbre,
y mis ojos en torno hacen la ronda,
y cantan el perfil, a la redonda, 
de media España y su fanal de lumbre.

Fue desde la cumbre de la tesis doctoral (1992)[2] sobre la hondura de la etnocultura venezolana observada en la estructura familiar como matrisocial, a la que conectaba (en sentido metódico) la tesis de maestría (1982)[3] sobre lo profundo de la organización sociopolítica detectada en las barriadas de Caracas como populista, cuando me salió de mis entrañas comprometidas (Eureka) aquello de que Venezuela iría a ser un país más atrasado que cualquiera de los de África. Fue en un foro acontecido en la Sala E de la Universidad Central de Venezuela. Y lo hice como una interpretación del texto que Kinsley Davis dirigía a los norteamericanos:

                               América del Sur es el continente negro, sociológicamente hablando. Su
                               Organización social es tan ininteligible para nosotros que la de los nativos
                               de África.[4]

A mí me esperaba la última cumbre para aclararme al fin lo ininteligible suramericano. Ocurrió en el trabajo de ascenso a profesor titular, con el título: Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad (1998)[5]. Era, por su parte, el último ascenso reglamentario del escalafón. El tutti final de aquella sinfonía metodológica estaba presidido por el Populismo y su contraindicación de la Verdad. Su motivo clave era el Lazarillo de Tormes en la reflexión del alemán Niewöhner, respondiendo al Precio de la “invención” de América[6]: solo con el autoengaño se vive a gusto (no significa mejor).

Después de 30 años exactos de esfuerzo vital y científico-social, doblo las páginas del texto, y me quedo mirando a mi interior imaginario con los ojos perdidos entre los anaqueles de mi biblioteca: ¡Es la última cumbre! ¡Mi Urbión! ¡Mi Pico Naiguatá! ¡Por encimita de Caracas! ¡Todo el hermosísimo valle al perfil total de mis ojos!

Desde aquel año (1998) a estos años (1999-2015) del nuevo régimen político, como radicalización adeca[7] , que lleva a cabo el llamado Socialismo del Siglo XXI, de inspiración castro-comunista, se ha acelerado el desgaste y la explosión social de Venezuela, colocando a ésta por detrás de cualquier país latinoamericano y aún de algunos de África. El populismo como organización recolectora (redistribución donde no se ha trabajado), lleva a que el salario mínimo en Venezuela sea de 32 dólares, y que a un profesor titular en una universidad venezolana se reduzca a 85 dólares.

En estos años he venido comprobando aquella visión de la última cumbre. En Contratiempos entre Cultura y Sociedad, (2013)[8] se van rematando las ideas en torno a diversos tópicos interpretados en las categorías que presiden la introducción y la conclusión: Del robo de los bienes culturales a las ruinas de la sociedad.

Asomarse a las páginas de la prensa, oír las tertulias de opinión en la radio, repasar los noticieros en la web, nos dan cuenta, desde la otra acera contrapuesta (por supuesto de pensamiento) al poder de dominación, de la destrucción sistemática de la sociedad venezolana. La ruina de la política motoriza la ruina del aparato productivo. Los sueldos cada vez más lejos de su capacidad para responder a la oferta de productos y servicios. El 15% de incremento del salario muere al nacer tragado por el aumento de la gasolina (donde el gobierno no habla del petróleo regalado a Petrocaribe y Cuba), y la ingente devaluación del 68% (en alimentación el 110%).

¿Cómo, además, llenar las ollas con la escasez de los alimentos, aguantar las colas al sol tropical frente a las puertas de los supermercados para conseguir lo que haya de esencial (harina, arroz, pan, carne, pollo, pescado, café, azúcar, jabón, pañales), esperar al día de semana que te toque ir a hacer cola de acuerdo al número que termine la cédula de identidad, cómo esperar a la muerte por la escasez de medicinas urgentes (70%), quién nos restituye el tiempo perdido, tiempo que constituye nuestra dignidad de seres humanos?

¿Quién nos compensa los apagones de luz, el racionamiento de agua, la muerte impune de un familiar (de 50 a 60 muertos todos los fines de semana sólo en Caracas durante el ya largo período del Socialismo del Siglo XXI), cómo pagar un secuestro, volver a restablecer lo que me robaron en el asalto al autobús?

Pierden mucho los que se van (emigran); pierden todo el país con su paisaje donde crecieron, con la calidez de la vida familiar, las emociones con los amigos. Pero pueden llevarse la nostalgia, cosa que los que nos quedamos resistiendo, no podemos sembrarla, ni auparla a nuestra emotividad en ruinas.

Perder el país estando dentro del “país”, es vaciarse en la nada, quedarse sin señoría y sin sueños. Todos, Venezuela adentro, estamos a merced del secuestro, del robo en el automóvil y del automóvil mismo, del despojo de todo lo que llevas en la calle, oficina, aula de clase; hasta la muerte te ronda como un toque de suerte.

¿Quién nos libra de los narcos, de la violencia de grupos armados progubernamentales que tratan de poner un toque de queda a la protesta ciudadana?: sólo en el mes de enero de este año las protestas fueron 518. Un aumento del 17% respecto del enero del año pasado. La tendencia es hacia el aumento de las tensiones sociales: en 2014 esas protestas aumentaron el 111% con relación al año 2013[9]. ¿Y quién sale a detener los insultos contra la población desde la alta esfera del poder y el trato de enemigos que se endilga a los adversarios? En esta situación de violencia generalizada (expresa, no latente), al enemigo se le saca el relieve del rostro, no existe para el beneficio posible de la política pública; si aún se hace sentir es para restarle existencia política, económica, social y cultural. Todos los derechos de la segunda y tercera generación.

En un ambiente de inseguridad total, todo se resuelve como pérdidas.

¿Acaso Venezuela tiene en su destino el jugar a perder? ¿Se ha entregado la sociedad o lo que queda de ella, al poder taimado del totalitarismo? Así lo cree el poder cuando nos lanza la solución del “Dios proveerá”. Pretende condenarnos al eclipse de Dios, porque el desahucio social programado por dicho verdugo lo decreta para que ni Dios pueda responder, ni siquiera salvarse. Acudir a “Dios proveerá” por parte del poder condensa la mayor amenaza a las víctimas (los enemigos), porque muestra hasta donde de infinito puede llegar nuestra tortura. La eliminación de Dios, con esta forma de jerga carbonera, es el remate de los procesados por condena injusta.

¿Cómo salvar a Dios?     

La Semana Santa, en su lado sufriente, nos coloca a Dios en su suprema debilidad. Viernes Santo y crucifixión. Pero no para expresar el poder del sistema de dominación (Roma y Poncio Pilatos), sino para realizar la fuerza de nuestro testimonio del sufrimiento. Al final, la salvación que Dios puede proporcionarnos depende de los testigos dolientes, es decir, de los humanos que la procuran con su verdad de justicia.

Estos testigos son los que se harán cargo de Dios, a que realmente exista de parte de los oprimidos, excluidos, expulsados del país. Dios necesita testigos que tengan la osadía de hacer preguntas en torno a la responsabilidad por el sufrimiento de los venezolanos. Porque este sufrimiento no puede dejar de incidir en la consistencia moral del ser humano, que es a su vez la posibilidad de que veamos la justicia de salvación a otorgar al Dios necesitado del Viernes Santo.

Dios no puede hacer nada sin nuestro permiso. Por eso nos creó libres. Ese Dios, el de la justicia plena, que todos buscamos, se ha consumado en nuestra historia vital. El Dios de Jesucristo se hizo ya esa historia para acompañarnos, y demostrar así lo que somos: ruina y miseria, si nosotros no contamos con su referencia. Él se nos adelantó en el camino, para darnos seguridad, mediante el aprendizaje de la fe revelada, de que llegará nuestra realización como humanos.

Desde la última cumbre veo que salvar a Dios en Venezuela no puede consistir en el milagro o encantamiento mágico con el que acertemos a toparnos, como es el petróleo y su renta, sino el trabajo de nuestra realidad, mediante el cual nos encontremos también a nosotros mismos de un modo trasparente, y concluir que no se puede tener ni patria, ni país, sólo con base en una renta. De no tener país, Dios no es el culpable y por ello ser reducido a la impotencia dentro de un Viernes Santo ateo. La tenencia de país depende sólo de la responsabilidad de los hombres, que de ese modo es que pueden salvar al Dios de los que sufren injusticias, y hacer de la religión un perfil de la ética.

CODA: ¿Salvar a Dios? El momento doloroso de Venezuela, me permite trascender el sueño, durante mis estudios salmantinos, aquel sueño intelectual de mantenerme en el tour (ida y vuelta) de Atenas a Jerusalén, y comprender (realizar) la fecundación recíproca de la fe revelada y la razón lúcida.


[1] Poeta nacido en Santader (España) en 1896. Ha pasado a la historia por sus obras de tendencia lírica, como Soria, Romance del Duero, El Ciprés de Silos, Cumbre de Urbión.
[2] Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica de la familia venezolana, ed. FACES, UCV, Caracas, 1998.
[3] Dinámicas comunales y procesos de articulación social: las organizaciones populares, ed. Trópikos, Caracas, 1991.
[4] Citado en Mayone Stycos, Familia y fecundidad en Puerto Rico, FCE, México, 1958.
[5] Élite venezolana y proyecto de modernidad, Ed. del Rectorado, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2000.
[6] F. Niewönher: “El Emperador y su último sirviente. O bien: Sólo el que se engaña a sí mismo vive a gusto”. En Mate y Niewönher (eds.), El Precio de la “invención de América, Anthropos, Barcelona, 29-41.
[7] Es el argot vulgar de accióndemocratista. Se refiere al miembro o cualidad perteneciente al partido Acción Democrática, ubicado en la socialdemocracia o socialismo general. Es el partido del pueblo en Venezuela. Dicho partido inició y desarrolló el populismo en el sistema político venezolano, contaminando el período democrático de dicha lógica.
[8] Contratiempos entre cultura y sociedad, Ediciones FACES, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013.
[9] Datos recogidos en Emilio Cárdenas: “La pobreza en Venezuela”. El Nacional, 15 de marzo de 2015. Artículo basado en investigaciones de tres universidades venezolanas independientes: Universidad Central de Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello y Universidad Simón Bolívar.

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