viernes, 26 de septiembre de 2014

¿CARACAS: PIEDRAS URBANAS?

El Helicoide (Caracas)


EL ANIMAL URBANO. De las piedras al proyecto social en los comportamientos de la ciudad de Caracas.


1. Presentación del tema. Multiculturalismo y Derecho a la Ciudad.

Hay cada vez más nostalgia de la ciudad. De la que pareciera no se regresa. Es la ciudad identificada como comunidad, cuyo modelo clásico es la Polis de Atenas: allí la comunidad asumió una dimensión política cuando los seres humanos se lanzaron con obligación esforzada a debatir los problemas de la vida pública; contrastaba ello con su retiro a la vida privada (lo doméstico), donde vivían con disfrute la economía, la técnica, la familia y las relaciones vecinales.
Hoy día se intenta rescatar en lo posible la comunidad, pero como nostalgia urbanística, cuando ya hace tiempo que está en crisis con la estrategia urbanística del barón Haussman en la Francia bonapartista de 1852. Con la segunda revolución urbana (Lefebvre, 1972: 22 y 35; 1975: 17 y ss; 1976: 64) se expande el nuevo orden del boulevard: las anchas y largas avenidas, su crecimiento hacia arriba con la construcción de los edificios y torres de viviendas, enormes plazas y redomas donde se instalan monumentos conmemorativos, los viaductos de distribución del tráfico, etc. Parece que la ciudad se está haciendo con exceso con respecto a la medida del hombre; donde éste se reduce a un mero poblador, expulsado fuera de la órbita de la dinámica ciudadana, incapaz de reponerse como habitante de la desintegrada Babel.
            Sobre la ciudad se agolpó la marcha frenética del homo sapiens camino de otros horizontes demandantes de otras medidas, acaso sobre-humanas o de exigencia humana para otras miras sobre-locales o sobre-comunitarias. La nostalgia es razonable si el hombre siente cansancio de la sociedad, prefiriendo el descanso comunal a sus interminables viajes recorriendo el mundo geosocial, advirtiéndose: es necesario no sobre-pasar los límites, y evitar el esfuerzo de los extramuros citadinos. En vez de una sobre-realización es necesario el equilibrio socio-emocional, frente a los riesgos de enfermedades la salud, es preferible la histeria comunitaria a la esquizofrenia de la impersonalidad ciudadana, el disfrute de la ciudad a la evitación de conflictos y desafíos de los nuevos ideales extra-citadinos.
            Psiquiatras y urbanistas europeos buscan la ciudad perdida. Cuando llegan a Caracas, su objetivo es subir al barrio en el cerro, pues se hospedan en la urbanización localizada abajo en el valle. En la zona populosa de Petare encuentran restablecida la ciudad. Allí está la comunidad con sus calles angostas donde se vive con intensidad la Polis. ¿Es romanticismo de franceses y alemanes o es la autenticidad redimida de lo humano como habitación del hombre? Cuando José Luis Vethencourt, el médico psiquiatra, hace 30 años, leyó nuestra investigación sobre las organizaciones populares en los barrios de Caracas indicó: ahí está la ciudad. La clientela política como población movilizada de los barrios, contrastaba con la población estática de las urbanizaciones que se presentan sin rostro de participación política, ayunas de vida de comunidad.
¿En el pensamiento eco-social dicotómico (barrio/urbanización), el barrio expresaba la ciudad auténtica frente a la urbanización carente de la misma o acaso la urbanización consistía en un exceso de ciudad, como desvío  por el cual se alejaba de ésta? ¿Será este el camino de una muerte anunciada de la ciudad, que ciertos autores ya plantean? ¿Será una muerte por trascendencia histórica o por falta gerencial de la realidad citadina en la dimensión urbana que contiene?[1]
            Parece haber un nuevo trecho en la historia de la ciudad, que viene marcado desde la comunidad (casi una aldea grande) hasta la idea de un nuevo diseño de lo social que lleva en su vientre la invención de la ciudad, y que parece que necesita desarrollarse más allá de la comunidad o para completar la ontología de la ciudad. Se plantea ahora si dicho diseño se está realizando con medida o si en algunos sitios está lejos de llevarse a cabo o en realidad se ha abandonado su proceso. Queda por ver en qué consiste lo urbano que pretende definirse como anticomunitario, pero que al mismo tiempo lo supone como despegue y existencia de la ciudad en su dimensión societal.
            Se ha rebajado la identificación de lo urbano con la práctica del espacio público dentro de una semántica estética de la ciudad (Cf. Delgado, 1999); creemos que tiene que ver más con la expresión del espacio cívico (Bauman, 2012: 104-112) y de la acción de la sociedad sobre sí misma que la circunstancia de la ciudad promueve. Aunque Delgado aporta esta formulación también, sin embargo, para nosotros lo urbano tiene que ver con un asunto ético con el que se reelaboran las relaciones sociales, y con lo cual podemos hablar de sociedad urbana.
Lo urbano, sensibilizado no sólo en la ciudad, no es otra cosa que un perfil objetivo del proyecto social[2], como lo son la educación, la ciencia, la constitución política, el mercado libre, el estado, la república, la democracia, la libertad, la paz, etc. Esta constelación de realidades se refiere al ámbito civilista, y lo urbano como especie que contiene la ciudad califica a ésta como tal, no la comunidad como genérica. Así pensamos la ciudad sub specie urbana. El colectivo que habita la ciudad puede, como correspondencia redundante, constituirse como sociedad civil, formulación que ya en sí misma resulta para el pensamiento un pleonasmo: la sociedad si es tal es porque es civil, de lo contrario permanecería como una comunidad o colectividad. Esta proposición nos distancia de la insinuada por Delgado cuando se refiere a que la sociedad actúa sobre sí misma (Delgado, 1999: 140), pero se sitúa en el margen liminal, frontera, en lo que está de paso, o el caos de la muchedumbre, lo que identifica con communitas.  La ciudad es un invento ético en la medida que contiene, y lo contiene para su realización total y no para su deceso, lo urbano. Con esta proposición general, no se quiere decir que en concreto cada ciudad tiene que trabajarse como urbana a través del acuerdo y confrontación de los grupos diferentes y con instrumentos étnicos distintos.        
            La posibilidad de un proyecto social supone que en la ciudad habita una diversidad de grupos sociales y etnoculturas, cuyas relaciones sociales son la materia prima para elaborar y llevar a su realización virtual lo social como invención ética. Roma se constituyó como urbana de un modo total en el siglo II cuando Caracalla proclamó la cristalización del derecho augenscente (creciente, aumentante) mediante lo cual se anunció y admitió como ciudadanos romanos a todos los habitantes del imperio. Es decir, el modo supremo de mantener la existencia (como defensa y proyecto) de la realidad romana que no podía ser de otra forma mundial para aquella época más que como imperio. Pero esto resultó una metáfora para argumentar que la operatividad de la ley y la libertad virtual es un imperativo de realización humana.
            Se generó entonces la transitividad del procesamiento etnológico de griegos y bárbaros (elaboración sociocultural primaria: autenticidad étnica de los griegos de la Polis) al procesamiento societal (elaboración social secundaria: negociación social de los diferentes grupos mestizos, los peludes romanos de la Urbs). Del uno al otro, acontece el escenario del multiculturalismo en la ciudad, que se debe gerenciar desde la ciudadanía, y no desde la etnocultura. Sin embargo, el fenómeno del multiculturalismo no es el lugar último o decisivo de donde se deben enunciar los juicios sobre la problemática de la ciudad, sino desde la episteme del derecho a la ciudad (Lefebvre, 1975; Marina, 2004: 225-239). La clase dirigente romana hizo un enorme esfuerzo por edificar como infraestructura social el proceso de convivencia de los distintos pueblos que habitan el imperio y sus ciudades. Si la Polis funcionaba con base en la pureza étnica (exclusiva), la Urbs no lo podía hacer sino desde la mezcla social constituida como ciudadanía y cuya política debía fundarse, no ya en lo étnico, sino en el derecho como indicador de lo civilista.
            Hoy, como en tiempos de la ciudad (torre) de Babel, está presente como nunca el problema del multiculturalismo en la ciudad contemporánea. Hoy, como entonces, el multiculturalismo en la ciudad supone fenoménicamente un problema indicado, y ontológicamente un problema a resolver. De su solución ética depende el devenir del homo sapiens, y específicamente de los pueblos que no se lo han ni siquiera planteado en el pensamiento. Como problema etnocultural se presentan sus vertientes temáticas, como son los extraños en la ciudad, y al  mismo tiempo los posibles peligrosos. La ciudad étnicamente homogénea, fue un invento para la defensa contra los extraños virtualmente peligrosos. Su posible admisión estaba controlada. Las murallas como defensas exteriores son las huellas más prominentes. El lugar del mercado también era otro signo del control al colocarlo en un espacio exterior o marginal interno (el Pireo) por oposición a la centralidad del Ágora. La exclusión se planteaba como problema final de un proceso político que se inscribe en la problemática total citadina, y que sólo puede solucionarse si se desprende, dentro del fenómeno de la ciudad, la ontología de lo urbano. Con la ciudad mercantil, el mercado se sitúa en la plaza central para ser defendido políticamente: ya no es de extraños, sino de los propietarios de la ciudad.
            El derecho a la ciudad pasa por constituir lo urbano como realidad autónoma dentro de la dinámica de la ciudad. Es necesario dejar de lado el llamado contexto urbano consistente sólo en la circunstancia de la ciudad industrial, y pensarlo como principio en el eje de la existencia y porvenir de la ciudad. Implica por reconocer “la hipótesis según la cual la crisis de la realidad urbana es más importante, más central que cualquier otra” (Lefebvre, 1976: 63), y, junto con este problema, el desafío, para la aplicación reflexiva, al nuevo pensamiento social. En la primera revolución urbana, el pensamiento desarrolló la categoría de la emancipación del hombre respecto de la naturaleza, y la consiguiente diferencia de la vida animal y la vida humana; pero en esta segunda revolución urbana, propiciada por la revolución industrial capitalista, las ideas ontológicas que están detrás no han sido activadas y desarrolladas, porque además no se ha reconocido con suficiencia la crisis de lo urbano (Lefebvre, 1972; 1976: 64 y 68; Bueno, 1987: 69). Para despegar este planteamiento, proponemos que lo urbano se inscribe como un principio de la existencia (de muerte y vida en progresión) de la ciudad, y que tal principio expresa y se funda al mismo tiempo en la consideración de la sociedad producida por sí misma según un proyecto de alcance universal de civilidad.  El derecho a la ciudad se objetiva así como el proyecto social a diseñar y alcanzar con una realidad ontológica nueva: lo urbano. El proyecto es idea y plan, que mira por lo tanto a un futuro que se está realizando (Marina, 1995: 149-172). Si en la comunidad está planteada la exclusión de los extraños y los peligrosos, en lo urbano se procura su solución con miras a incorporarlos para la obra humana común.
            El futuro de la ciudad no es posible si sólo la ciudad se piensa como comunidad, es decir, con su principio genérico. Su otro eje (o principio) que lo soporta como su especificidad y su permanencia sociohistórica es la ciudad pensada también como urbana. La ciudad no constituye una evolución de los impulsos culturales, de la Barbarie, sino que es un invento o creación de la inteligencia humana a partir de la constitución de la ontología epistémica sobre la experiencia del diseño fundacional que supone darse para el hombre la sociedad. La ciudad, como señal de la Civilización, marca la diferencia entre la Barbarie y la Civilización (Bueno, 1987: 73). En la medida que las formas culturales, se incorporan a la racionalidad urbana, su juego, entonces, es de subordinación y apoyo al plan universal del derecho social o ser una rémora y una función de desactivación de lo urbano en la ciudad. Es un juego de la ambigüedad simbólica, por el que el actor de la ciudad se encuentra en el anonimato, en un hueco, que le permite una libertad de impugnar las políticas del Estado sobre la ciudad, como propósito esencial en la constitución del proyecto social  El desafío del derecho consiste en incorporar a la dinámica citadina lo universal desde donde deben, con políticas de Estado, solucionarse los conflictos, al mismo tiempo que detenerse los peligros que   potencialmente se originen de los extraños sociales culturales. Tal desafío debe aprovecharse para mostrar no solo la vitalidad citadina, pero sobre todo la capacidad de incorporar las dificultades, como insumos positivos, al proyecto social que anida en la ciudad: lo urbano. Como “toda creación humana que aspire a la eternidad debe adaptarse al ritmo cambiante de los grandes objetos naturales, concordar con el tiempo de los astros” (Yourcenar, s/f.: 94).

2. El Problema. Los avatares urbanos de Caracas


            El espacio señala el escenario marco de la ciudad. Toda ciudad está diseñada sobre un territorio cuya elaboración como morada se resuelve como un ser vacío, tanto en la superficie, como en dirección de altura y aún subterránea. Su construcción supone una transgresión contra la naturaleza del territorio, y ocuparlo luego supone un atentado emancipatorio contra el lugar del arraigo habitacional. Pero desde la creatividad humana se trata de un vacío para conducirse con libertad; como oquedad está a la espera de ser trazada planimétrica o planificadamente. Hay un tránsito desde el marco, que delimita el vacío, a la acción de vaciar, que en cuanto acontecer positivo, corresponde a un llenar el vacío-marco. Como inversión lingüística, una acción de vaciar la oquedad creada pretende dar existencia a la sustancia del vacío-marco, y como resultado se obtiene un llenado. La cualidad del llenado constituye una orientación representativa del vacío (espacial), proporcionar un sentido, que no puede ser de otro modo que creador. Porque implica una intervención de cultura. Cuando se pretende que el llenado trate de hombres y sus cosas, entra en juego un problema ingenieril como es la medida del espacio (planimetría), y de una manera más racionalizada diseñar planos (planificación), es decir, meterle ideas, sentidos, hacer planes sobre él y en torno a él (urbanística). Luce así la posibilidad de pensar la ciudad como una obra, que puede mantener su perfil político, como también movilizarla como un producto del intercambio económico..
            Edificar casas, mansiones, edificios, monumentos, calles, plazas, es crear sólo vacíos qua tales. Después se habitarán o no como meta, pero siempre tendrán el sentido de sede desde donde moverse y orientarse los sujetos sociales . 

La organización del espacio habitado no es solamente una comodidad técnica; es, al mismo título que el lenguaje, la expresión simbólica de un comportamiento globalmente humano. En todos los grupos humanos conocidos, el hábitat responde a una triple necesidad: la de crear un medio técnicamente eficaz, la de asegurar un marco al sistema social, y la de poner orden, a partir de allí, en el universo circundante (Leroi-Gourhan, 1971:311)     

El vacío solo, sin vivir en él, o vivir en él sin saber cómo utilizarlo o moverse desde él como una sede para conseguir recursos en la sociedad, desorienta y crea desánimo en la vida humana. Si la ciudad es sólo un vacío inhabitable no es ciudad. Por sí mismos, la casa, el recinto, el monumento, no comunican lo que es la ciudad. Son sólo un hábitat, una disposición que se asemeja lógicamente a cosa natural, un modo que no responde con sentido pleno y su libertad a habérselas (habitárselas) con el mundo y sus cosas. La cultura (cultivo) de la ciudad estará por verse; la ciudad como posible institución etno-cultural quedará entrampada entre el nivel del puro espacio (físico, geométrico) y la posibilidad de la invención cultural de cómo se hacen los moldes de la ciudad. Los arquitectos de la ciudad suelen encontrarse con una formidable ansiedad ante lo inconcluso que suponen sus obras vacías. La obra arquitectónica llega a su realización cuando está habitada por una población apropiada, es decir, con gente cuyo uso habitable del espacio citadino le hace saber sobre su responsabilidad del contorno que se expresa en el espacio público. A su vez, la obra urbanística procura establecer las condiciones de ingeniería del espacio público para el buen transitar del ciudadano. En este movimiento de lo social político, el ciudadano actúa la ciudad, sabe de qué se trata cuando es usuario de la ciudad. Este nivel epistémico sitúa al ciudadano en la posibilidad de preguntarse por la realidad de lo urbano como conjunción de planes a realizar para su crecimiento personal y colectivo, le otorga conciencia de su poder y de atribuírselo al colectivo citadino. En la meta se encuentra lo urbano como planteamiento del proyecto social, ético, como una trascendencia de la sociedad desde la ciudad.
            El monumento ostenta ya, en su vacío fijo, el poder del Estado, frente a la calle que despliega la potestas (fuerza) movible de la multitud o pueblo. El Estado (lo político) pretenderá impulsar su propio proyecto desde el monumento y sus piedras fijas, para que el pueblo, con motivo de los beneficios parciales de la ciudad, acepte su dominación social; pero el pueblo desde su movilidad de transeúnte de la ciudad podrá impugnar tal proyecto reducido. Así la ciudad, constituida por contenidos de valor confrontados, se alza como institución social total, se presenta como el instrumento técnico y simbólico dispuesto para plantearse la razón de su propio ser social, emergente en sus prácticas del espacio. En tal desafío de la ciudad consigo misma a partir de las contradicciones de sus contenidos sociales, se encontrará con la disyuntiva de demostración de cómo los pueblos débiles miran a su pasado, mientras que los pueblos fuertes miran a su futuro, en formulación de José Ingenieros. ¿Y los pueblos que no miran ni a su pasado ni a su futuro? ¿Aparecerán neutrales o con desidia frente al espacio? La situación es extrema: están en puro vacío social, perdidos en el espacio, es decir, desorientados, sin plan ni proyecto, sin urbanidad. ¿La ciudad de Caracas puede situarse en un punto cercano a este estar en el vacío negativista, en la inopia del pensamiento?
            Caracas se expone en sus edificios, avenidas, plazas, monumentos. Son las señales de la ciudad. Señales que indican la construcción de su vacío espacial positivo. Esta elaboración del espacio citadino, supone ideas, planes, gente ocupada en edificar la ciudad urbanística como síntoma propicio para que el habitante tenga el motivo de aprender el cuidado de la ciudad: sea ciudadano. Pero se necesita mostrar aún a este ciudadano que, más allá de organizar la ciudad como una comunidad política (polis), de dedicarse a cumplir con las normas que le dicta su poder ciudadano, obtenga un valor agregado, el de su proyección universal, transcendente a su espacio lugareño y político, es decir, de su ser social universal que lo calificará de urbano. Es el modo que permita identificar el pleonasmo de la sociedad urbana en la ciudad.
            En un primer esbozo, de la ciudad de Caracas, se detecta que falta la función de la autoridad que imponga el orden en la organización citadina. Caracas carece de una autoridad que coloque las condiciones para que los citadinos cumplan las normas del orden. Caracas señala un vacío social sin contenido del cumplimiento normativo, es decir, de un orden básico de existencia de lo social. El caraqueño habita la ciudad como poblador, es un citadino, no un ciudadano. Del choque que resulta del ser citadino al deber ser ciudadano exigido, se produce una anomia social en la ciudad ¿En esta condición es posible levantar un proyecto urbano con ocasión del comportamiento social de la ciudad de Caracas? Si dicho poblador vive todavía dentro del cuerpo de piedras (etnocultura), como formula M. Yourcenar (s/f.: 59), no da pie para constituir una institución social urbana, capaz de soportar un proyecto ético de la sociedad venezolana sobre el retículo de sus ciudades. Los mitos del territorio (tierra de nadie, rancho y conuco, el campamento según Cabrujas) y las ilusiones de la ciudad (los dichos: Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra y jodido pero en Caracas) sus relaciones citadinas mostrarán las relaciones citadinas de pobladores a los que no importa la ciudad sino como un avatar de hacer ciudad pasivamente en Caracas, sin condiciones culturales significativas para impugnar un posible proyecto social (Véase Hurtado, 2002: La ciudad constelada; 2010: La clausura del pensamiento urbano) .
            En breve, la hipótesis o problema consiste en que el caraqueño como colectivo social vive esencialmente como poblador en su ciudad (citadino); tiene un poco de ciudadano, y un vacío de urbano. Explicarla para proponer las directrices de su solución, es decir, para orientar al colectivo citadino con el fin de alcanzar su existencia urbana, he aquí el objetivo general de esta investigación.

Cuando visitaba las ciudades antiguas, sagradas pero ya muertas, sin valor presente para la raza humana, me prometía evitar a mi Roma el destino petrificado de una Tebas, una Babilonia o una Tiro. Roma debería escapar a su cuerpo de piedra; con la palabra Estado, la palabra ciudadanía, la palabra república, llegaría a componer una inmortalidad más segura (Yourcenar, s/f.: 94-95).



[1] Jane Jacobs: Muerte y vida de las grandes ciudades, Barcelona: Península, 1973. Richard Sennett: El declive del hombre público, Barcelona: Península, 1974. Henry Lefevre: El derecho a la ciudad, Barcelona: Península. Zygmunt Bauman: Tiempos líquidos, México: Tusquets, 2008. Manuel Delgado: El animal público, Barcelona: Anagrama, 1999.
[2] El proyecto de sociedad constituye la objetividad de la ética. La inteligencia o pensamiento de que está dotado el ser humano, demanda al grupo humano que se constituya para sí una sociedad, mediante la invención de un acuerdo común que debe instituir con el fin de establecer la obligación de cumplir las normas generales que se da. El objetivo inicial lo constituye su sobrevivencia en el mundo de los seres y, al mismo tiempo y para ello, la obtención de unas ventajas o beneficios colectivos que a su vez le otorgan  la garantía y protección de dichas ventajas. Así con el jugar a sociedad el ser humano se garantiza su convivencia y propicia el desarrollo de su virtualidad humana en todos los sentidos económicos, políticos, ideológicos, culturales, etc. El proyecto de sociedad, el cual ya no tenemos más remedio que crear y proseguir, no pertenece a lo dado (a lo que se nos da en prenda) como el cuerpo biológicos y los mecanismos psíquico y etnocultural, sino a la esfera del quehacer que hay que estar construyendo permanentemente, en espera, por lo demás, de que lo social (lo societal) tome su autonomía plena y tenga la función de un horizonte que oriente el camino de la realización humana.
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Tema y problema en el Proyecto de Investigación titulado El Animal Urbano. Línea de Investigación: Antropología, Cultura y Sociedad. Doctorado en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela. Caracas, 23 de septiembre de 2014. Investigación como requisito para optar al título de Postdoctor.

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