CANCIÓN
DEL NIÑO QUE QUERÍA IR A LA LUNA
(cantábile)
Quiero plantar un árbol en la luna,
madre,
porque la hermosa luna es sorda y fría.
Quiero tejer un nido de gorriones,
madre,
en la luna que es gris y que no alienta.
Quiero estrechar la mano al selenita,
madre,
aunque sea de piedra y de silencio.
Quiero apoyar con fuerza mis labios en la luna,
madre,
como si fuera un tibio cutis de muchacha.
Quiero
que cuando lleguen los sabios a la luna,
madre,
aprendan de una vez
lo que es un árbol…
un gorrión…
la mano de un amigo…
y un rostro al que se ama…
porque los sabios hombres,
madre,
casi lo han olvidado.
(José
Antonio MUÑOZ: “Canción del niño que quería ir a la Luna", en La Casa de San Jamás, obra de AGUAVIVA,
Happening, disco, Madrid 1972).
Pero sabes, madre,
hay un sabio que ya fue a la luna, y plantó allí un
árbol que llegó a ser un jardín de sabiduría. Lo sabemos, madre, porque su
sabiduría ha ido lloviendo sobre nosotros en esta tierra, y especialmente sobre
aquéllos que quieren leer en el interior del hombre social. Siempre ha habido
caminos para llegar a ese jardín. Ahora para entrar en él plenamente ya puede
hacerse el camino a través de libro que han organizado Matilde Parra de Niño y
Verónica Zubillaga: Hacer SOCIOLOGÍA en
Venezuela juntos con Alberto Grusón, Universidad Católica Andrés Bello,
Caracas, 2013.
Aquí
está la mano diestra de un sabio amigo que puede acompañarte y, al mismo
tiempo, mostrarte con el molde emocional de su historia de vida, lo que Aristóteles
descubrió con la amistad: “Para las bellas acciones:
Son dos que
marchan juntos (Ilíada, X, 224)
y que, por
ende, son más poderosos para el pensamiento y la acción” (Ética de Nicómaco, El Trébol, Caracas, 2012, 179).
Acogido a
este programa ético he hecho el camino por este jardín del conocimiento de la
mano de Alberto Grusón, magnífico mayéuta, desde que me encontré con él en 1981
para realizar la tesis de maestría en Antropología Social, seguido de un modo
inmediato con una obra: Gerencias
Campesinas en Venezuela, para su oficina de CISOR (Centro de
Investigaciones en Ciencias Sociales); poco más tarde me orientó en la tesis
doctoral: MATRISOCIALIDAD, donde
cambié definitivamente de caballo epistémico a mitad de la carrera, y culminé
acompañado con él mi trabajo de Profesor Titular: Élite Venezolana y Proyecto de Modernidad, en la Universidad
Central de Venezuela (2000). Hay otros dos momentos también a resaltar entre
otros más, como el trabajo de antropología aplicada sobre campesinos conuqueros
en la península de Paria con ocasión del estudio sobre el Centro de
Formación Los Pinos en la población de
Los Arroyos, encomendado por CISOR y financiada por CESAP (Centro al Servicio
de la Acción Popular), y el trabajo de organizar y dictar 4 foros titulados “Repensar
a Venezuela desde la Familia. Una provocación en tiempos de extravío”, juntos
con José Luis Vethencourt, Alejandro Moreno y Rafael López Sanz. Con Alberto
Grusón he recorrido y penetrado en las intimidades del país venezolano.
Hay deudas,
madre, que no se pueden pagar nunca, por más adelantos que se hagan o se
establezcan algunos plazos de pago. No sólo concierne ello al contenido de la
deuda, sino sobre todo a la forma de trabajo o dedicación. Porque ello tiene
que ver con la gracia, que es la esencia del alma, como dice el poeta Timoteo
Marquina (ver en este blog, diciembre 2013). Por eso es muy difícil que el
esfuerzo material tenga capacidad del todo para alcanzar al pago. Porque la
obra mayéutica de Alberto entra en aquel requerimiento que dicta Fernando
Savater en su autobiografía razonada: Mira
por Donde, cuando distingue entre la actividad que hace cosas y el
desempeño propiamente laboral. Así dice:
“La diferencia no estaba en cobrar o no
cobrar por lo que se hace, sino en hacer cosas para cobrar y hacer cosas
cobrando pero que uno haría también sin remuneración, en ocasiones hasta
pagando por el privilegio de llevarlas a cabo. El trabajo es una obligación,
hija de la necesidad, mientras que la actividad es el ejercicio alegre del
deseo” (p. 14).
No sé si la
institución académica ha alcanzado a desarrollar una cultura del reconocimiento
institucional para ese “ejercicio alegre del deseo” de los sabios que han
transitado por ella, y han logrado plantar un árbol difusor del conocimiento
epistémico en el corazón del país venezolano, como lo ha hecho Alberto Grusón.
Por mi parte, me acojo a la inspiración de Umberto Eco para poder acercarme a
cómo pagar en algo (reconocimiento y asociación) mi deuda con Alberto Grusón,
colocando al final de este leve homenaje la CODA de mi artículo “Reposo en el
Viaje” inserto en el libro de Matilde y Verónica:
“No sé si tengo que pagar una deuda a plazos, como
hace Umberto Eco con su maestro Edgar de Bruyne, belga también. Por supuesto
que sí, pero tendrá sentido último si la ciencia social en Venezuela reconoce
también una deuda con Alberto Grusón, y no sé si impagable en este caso por el
motivo de la presencia y el quehacer de Alberto Grusón en Venezuela. Por mi
parte, todo mi esfuerzo se reduce a transmitir a mis alumnos lo que he
aprendido de mi maestro y decirle a éste sobre los resultados; después, espero
que la línea de mi investigación sobre Venezuela tenga pocos desperdicios;
finalmente, como hay razones de “para qué saber” que no pagan nada por no
convencer, tal como esa de amor a la sabiduría o la otra de saber para
enfrentar mejor la vida, es preferible la razón que sí paga mejor los plazos de
la deuda y se la dejo relatar a U. Eco: “Y entonces la única respuesta es que
el ejercicio del saber crea parentesco, continuidades, afectos, nos hace
conocer a algunos Padres, además de los nuestros carnales, nos hace vivir más,
porque no recordamos sólo nuestra vida sino también la de los demás, establece
un hilo continuo que va desde nuestra adolescencia (a veces infancia) hasta
hoy. Y todo eso es muy hermoso” (p. 322)
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-Umberto
Eco: “Cómo se paga una deuda a plazos”. EL
NACIONAL, domingo 7 de diciembre de 2003, Opinión, A, 10. Tomado de Umberto
Eco, L’Espresso, The New York Times,
2003.
-El artículo
“Reposo en el Viaje” puede verse también en este blog: mayo de 2010.
-Fernando
Savater en Eleazar Narváez: “Valorar y Recompensar”. EL UNIVERSAL, Viernes 08
de Julio de 2005.
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