viernes, 8 de febrero de 2013

LA AGONIA ENTRE LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN (continuación)

A la mar fui por naranjas 
cosa que la mar no tiene (bis)

Ay que trialará
Ay que trialará

Ese mar que ves tan bello

Ay que trialará
Ay que trialará

Ese mar que ves tan bello
es un traidor.

A la mar fui por naranjas
cosa que la mar no tiene.

(Canción Popular de Castilla)
------------



C. Exceso de Cultura y Merma Educativa.



El problema que tenemos en Venezuela es si la educación tiene un valor, y si lo tiene qué escala de pensamiento detenta. Decir que tiene un valor sólo instrumentalista, esto es, la enseñanza de conocimientos a una clase de edad, los jóvenes, para que se ganen la vida, no indica bien que la escala de pensamiento es de corto plazo, pues ocurre lo mismo con la construcción de edificios escolares: puede significar que conduce automáticamente al desarrollo social o que es una condición importante para dicho desarrollo, pues tiene una racionalidad instrumental para contribuir a largo plazo al desarrollo social. Sin embargo, para ir al fondo de la idea o problema educacional, utilizar el criterio del valor de educar asume como tal la mediación de la producción de las significaciones o mundo de la cultura, en cuya circunstancia favorable o desfavorable debe acontecer la educación. Planteamos ahora que la circunstancia de la cultura (etnológica) venezolana se encuentra en una lucha antitética, como una agonía de vida o muerte, con respecto a la educación en Venezuela. Esta situación muestra que dicha cultura se ubica paralela a la educación, como si fuera un caso de sociedad del Antiguo Régimen, donde el exceso de cultura paraliza el proceso educativo.

            Si bien toda cultura expresa como tal la universalidad humana, no toda cultura trabaja de modo idéntico en el proceso de hacer social y humano al hombre mismo. La circunstancia  cultural nos impulsa a no suponer que en la educación venezolana las instituciones antropológicas actúan del mismo modo que en la de otros países. Aunque “el hogar es nuestro punto de partida”(Winnicott, 1993), la estructura psicodinámica de ese punto de partida es diferente de acuerdo a la dinámica cultural con que se cruza aquella psicodinamia.

En la cultura venezolana, la relación psicodinámica de madre/niño se muestra como la relación paradigmática no sólo del resto de las relaciones familiares, sino también de todas las relaciones sociales. La compulsión fundamental en que se soporta dicho eje estructural de la familia venezolana consiste en que la madre no puede perder de ninguna manera a su hijo, sea debido a otra mujer, sea por parte del padre en alguna porción. El modo de retenerlo para sí se efectúa mediante la represión básica del consentimiento/abandono, que contiene las condiciones de una regresión psíquica  que afecta el modo de producir las significaciones sobre el mundo y la vida. Esta demora psíquica se perpetúa culturalmente desde la psicodinamia múltiple de una figura materna que es al mismo tiempo madre, virgen y mártir; es decir, engendra hijos, tiene hijos sin engendrarlos (nietos), y aborrece al varón (marido). Es la figura de la abuela en la que se cumple plenamente esta producción cultural de la madre, y es la relación de la abuela/nieto la que “cierra” el circuito productivo de las figuras de este tipo de familia. Las relaciones conyugales, de la paternidad y de la feminidad (opuesto a hembrismo)  pertenecen al lado blando de la estructura familiar, mientras el lado duro lo constituye el grupo de mujeres (madre y hermanas = alianza sororal, que también son pensadas como madres) con sus hijos (varones); los varones siempre son pensados como hijos pequeños y consentidos. Este hecho cultural de la familia dista bastante del “dicho” oficialmente en el Código Civil. Pero son los hechos significados o realidad valorada y no los dichos formales o realidad mentalizada como un segundo discurso contrastante, lo que nos interesa, porque es en la producción del sentido de realidad donde muestran los colectivos las posibilidades de su contramarcha hacia la configuración de la acción social. Esta contramarcha la vamos a exponer para el colectivo venezolano en la acción social de la educación.

El brevísimo esbozo de la estructura familiar muestra dispositivos culturales con los que el colectivo venezolano encuentra dificultades para enseñar/aprender a universalizar. Las resumimos  en dos procesos:

1) La personalidad cultural venezolana no sufre el desencantamiento de sus figuras familiares en su proyección a las relaciones sociales. La figura todopoderosa y absorbente de la madre y de la abuela impregna toda la cultura o producción de los significados sobre la realidad, porque en dicha figura se sitúa el foco o fontanal de la cultura misma. Esta ausencia de ruptura de la personalidad cultural permite a la cultura situarse paralelamente a las acciones sociales: económicas, políticas, ideológicas, educacionales…; la educación escolar sufre así un impacto directo e inmediato al situarse en un lugar contiguo al hogar o la familia. Todas las relaciones sociales se ven afectadas por una racionalidad maternizada, en el sentido que recogemos en nuestro concepto de matrisocial, muy distinto y distante de su sentido postmoderno (Cf. Savater, 68). Las figuras sociales que deben remarcar la autoridad, no se producen como tal en el colectivo. En nuestro caso, la figura del maestro (o la maestra, que en Venezuela ha ido ocupando ámbitos sociales asociados a los papeles maternales) se encuentra maternizada de acuerdo a las significaciones matrisociales. Es decir, la dinámica materna tal como la hemos caracterizado en sus arquetipos étnicos, no admite espacios sociales autonomizados respecto de la cultura, y si los encuentra los fagotiza (Hurtado, 1999). La cultura matrisocial no produce la “madre sustituta”, que es una figura societal, esto es, lo que denominamos “maestra”. La maestra venezolana como en cualquier colectivo mundial, puede y de hecho desarrolla toda su actividad profesional y técnica, con sus mentalidades y filosofías correspondientes, pero culturalmente no está constituida como tal, esto es, no detenta los dispositivos de ciudadanía; sigue siendo simplemente una madre, pues no transciende su maternidad cultural, no rompe con ella cuando ejercita su profesión liberal. Igual que en su casa u hogar, sigue siendo madre de sus alumnos, que no puede pensarlos sino como otros hijos, pero con una conclusión coherente de que si sus “hijos de la casa” tienen un problema particular “abandona” a sus “hijos del aula”. Si en el concepto de “madre sustituta” (o el “padre sustituto”, da igual), el término de madre es análogo o metafórico, en la realidad venezolana son unívocos porque coinciden al expresar la misma racionalidad maternal de acuerdo a su realidad etnológica. Sin el despegue de la realidad societal en Venezuela, la maestra no ha podido aprender de antemano a universalizar, y, en consecuencia, no puede enseñar en dicha clave que depende del dispositivo del inconsciente étnico.

            2) Sin la crisis de la personalidad cultural, el crecimiento hacia la autonomía y crítica subjetivas encuentra un camino lleno de vicisitudes. Los procesos de socialización muestran que la personalidad cultural venezolana se reproduce enteriza, sin fracturas que permitan su crecimiento societal. En todos los sitios, la familia y en especial la madre, son los agentes primeros y más fuertes de socialización. Pero mientras en otros colectivos como en los mediterráneos, el referente o motivo de la socialización es la clave societaria, el niño debe devenir un ser social, universal, en Venezuela el referente es la clave de la familia misma con su red de relaciones semiclánicas, personalistas, arbitrarias y de corto alcance. Es una socialización familista amoral, regresiva. La madre socializa al niño “re-duciéndolo” (re-dúcere) a ser un consentido, circunstancia que actúa más como abandono que como protección para el crecimiento autónomo. En este marco la autoridad no se fragua culturalmente y el apoyo para que el niño o joven “aprenda a mandarse a sí mismo obedeciendo a otros” (Savater, 106) nunca le llega. El actor social venezolano no podrá disponer del aprendizaje a someterse a la ley como voluntad colectiva, mientras su cultura sobre la vida no le permita entender que tal aprendizaje de sometimiento a los acuerdos generales le trae ventajas a él porque se las trae a todos.



D. El Azar Educativo y la Sobrevivencia Agónica Social.



            Sin figuras de autoridad claras, tanto en la familia como en la escuela, que encarnen las referencias de la orientación social, las relaciones sociales que deben contener una dosis de miedo conveniente para saber de la realidad, otra dosis de respeto para cumplir con las normas y saber ubicarse en la realidad, y una dosis de responsabilidad para transformar la realidad…se perturban reaccionando con pánico a la realidad, con aborrecimiento a la realidad, con falta de compromiso para construir el mundo o realidad encomendada. Ante esta  situación, la educación carece de este instrumental cultural básico para desvelar la realidad, mostrarla y cambiarla, frente a un ilusionismo de realidad, de espejismos con que nos obnuvila la cultura (Cf. ‘Doña Bárbara’). La existencia de la realidad produce un pánico obsesivo en el portador de dicha cultura, de suerte que sin identificarlo la educación venezolana no sólo no logra que se supere en el colectivo, sino que también paraliza la dinámica educacional misma. Que esto es así da cuenta el que los niños y jóvenes no aprendan la dosis necesaria de disciplina para ordenarse a sí mismos, para ubicarse en la realidad geográfica, histórica, cultural y social del país, y para trabajar su estima por sí mismos. Los productos educacionales, si se imparten en el aula, no traspasan sus muros, pues el colectivo sigue prefiriendo el comportamiento azaroso, la inercia en la acción, la magia en las soluciones. Tanta historia y tanto volumen de población escolarizada, tanto dinero invertido por el estado en la educación, y todavía nuestra vida o convivencia social la encomendamos a los milagros (“como vaya viniendo vamos viendo), al destino (‘en el camino se enderezan las cargas”), a no hacer por nada  porque ésta muchas veces es más productiva que hacer algo, o a la rebusca como lugar del ‘éxito’ recolector.

            La corrección al alumno se piensa como un inconveniente autoritario, por lo que se termina haciendo como un “agridulce” reclamo. La corrección educativa requiere dedica-ción, valor, trabajo, y ésto es lo que evita el educador. Corregir no es lo mismo que castigar, que puede estar implicado en formas de corrección; pero el castigo más profundo no es el físico, del que huye la mentalidad del educador, sino el del abandono, pues la cultura no produce sino dinámicas de consentimiento. Es el castigo del abandono el que mantiene a los niños y jóvenes en el infantilismo anal, base de su agresividad cada vez mayor. Si el infantilismo anal también ocurre en la escuela de los países de capitalismo central, debido al desorden étnico de la esquizofrenia moderna, en Venezuela este desorden se mezcla con paranoia, de suerte que los niños y jóvenes están más expuestos a generar agresividad. Este es un índice mayor de la agonía de nuestra educación escolar. 

            Mostramos cómo en la enseñanza de la historia nacional, la cultura matrisocial afecta agónicamente a la educación, pues la conciencia moral y las luces se quedan en la superficie de lo social o andan errantes. La conciencia moral del alumno no termina de fraguarse ante el cartabón con que se presenta a los héroes de la patria, pues se confunde lo heroico ideal y la realidad del acontecimiento, confusión apropiada a la hiperrealidad en que vive culturalmente el venezolano (cf. Martín, 206). Tal cartabón patriótico a veces no llega ni a florilegio de las glorias patrias, según informantes (Hurtado, 1999), pues en la enseñanza los héroes persisten en su mundo mítico mágico sin avanzar en el tiempo histórico, se quedan en símbolos de contenido vacío que solo pueden mover a colectivos gregarios, de suerte que la educación escolar no logra hacer de la historia un tiempo de la maduración de la conciencia social del venezolano; es sólo un tiempo puntual donde juega el destino, la fatalidad, la inercia. 

            La cultura termina haciendo que la educación, ni siquiera la de racionalidad instrumental, llegue a ser un lugar de resistencia al desvío de lo societal que impulsa la circunstancia de la modernidad llamada hoy globalización. La escuela se presenta como parte de un discurso impuesto; esta imposición tiene que ver con el racionalismo instrumental (modernización) del colectivo venezolano, pero también tiene que ver con los faltantes sociales de nuestra cultura o en otros términos, con lo primario (emotivo, instintivo) en que ocurre la misma: criticamos al jefe para que se vaya de inmediato pero le pedimos que todavía espere hasta mañana, o lo que es lo mismo, no nos gusta que nos manden pero no hacemos nada si no nos lo mandan (nos lo imponen). Nuestras esperanzas/desesperanzas las depositamos en el jefe como destino, y como tal rechazamos/demandamos que nos imponga sus órdenes. No somos anarquistas de un modo suficiente; por ello, ese faltante de compromiso con la realidad, ausente debido a las relaciones primarias de la existencia de la cultura, no ha sido llenado por la educación. Mientras la mentalidad educacional observa este faltante, la cultura lo deniega; si técnicamente el educador imparte educación, socialmente no transciende los muros del aula. En suma, la cultura desmonta todo deseo, mentalidad, aspiración, responsabilidad, que el educador aprende como parte de sus técnicas profesionales, de suerte que somete a la educación venezolana a una agonía o lucha permanente por sobrevivir al menos como formalidad social. Pero la realidad (alumno) tampoco espera ni demanda una condición de posibilidad para superar dicha agonía entre la cultura y la educación.   



REFERENCIAS





ARIES, Ph. (1972): El Niño y la Familia en el Antiguo Régimen, Taurus, Madrid.

BARROSO, M. (1991): La Autoestima del Venezolano, Galac, Caracas.

DEVEREUX, G. (1975): Etnopsicoanálisis Complementa-rista, Amorrortu, Buenos Aires.

FOUCAULT, M. (1976): Vigilar y Castigar, Siglo XXI, México.

GELLNER, E. (1994): Posmodernismo, Razón y Religión, Paidós, Barcelona.

HURTADO, S. (1998): Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica básicade la familia Venezolana, coed. EBUC-FACES, UCV, Caracas.

HURTADO, S. (1999): La Sociedad tomada por la Familia, ed. EBUC, UCV, Caracas.
MARTIN, G. en O. Rodríguez(1994): El Antropólogo como Objeto, coed. Trópykos-FACES, UCV, Caracas.
MENDEL, G. (1975): La Rebelión contra el Padre, Península, Barcelona.

SAVATER, F. (1997): El Valor de Educar, Ariel, Barcelona.

TOURAINE, A. (1992): Critique de la Modernité, Fayard, Paris.

WINNICOTT, D. W. (1993): El Hogar, nuestro punto de partida, Paidós, Buenos Aires.

VARCARCEL, D. (1999): “Daguestán, un nuevo síntoma”. ABC, 13 de Sept., Madrid, 20.

VETHENCOURT, J.L. (1974): “La Estructura Familiar Atípica y el Fracaso Histórico-Cultural en Venezuela”. Revista SIC, Febrero, 67-69.

Publicado en el Libro: Contratiempos entre Cultura y Sociedad, ediciones FACES, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013 

No hay comentarios:

Publicar un comentario