Tener deseos de cambio no indica levantar la bandera de la esperanza. Colocarnos del lado de la esperanza para pensar el país, exige la referencia a la ‘travesía’ histórica que debe arrostrar éste, y que el pensamiento no se traduzca en simple conocimiento sino en una suerte de afectos expresivos de una manera de vivir. Porque tener esperanza de país tendrá el desafío del compromiso de los esfuerzos de su gente por construirlo; con la confianza de que el éxito de dichos esfuerzos acompañe a la esperanza y no el fracaso.
Han pasado (están pasando aún) situaciones de duelo, ansiedades con la depresión y el olvido, momentos del exilio, también trayectos de valentía testimonial…; nos queda arrimar la esperanza para conjugarla con los hechos del país. Ya traerla a colación señala un problema que conduce a un surplus de sentido. Porque junto al declive de la situación del país, existe o hay una carga energética de la que no podemos desprendernos.
En ese deseo esperanzado no va a haber paz, ni que pretendas olvidarte de él. Ortega y Gasset decía que “vas a tener que vivir en una fuga perpetua de una realidad posible para ti”. Es la esperanza, cuya energía si la activamos de verdad comienza por tener el valor de la resistencia, y a proseguir con el impulso de que el duelo, el olvido, la depresión, dentro de su debilidad del país, pueden estos aspectos añadir su energía de un modo positivo, al mismo tiempo que al detener su sentido de declive, sirven para mejorar la visión y la razón de ser del país.
Entretanto, la mirada se coloca en la expectativa de entrever nuevas posibilidades para identificar nuevos logros. Comienzan los frutos de la resiliencia para elevar las capacidades de la debilidad del país en su propia fortaleza según un deber de ser país. Es una mirada que evoca una transición histórica que cruza la meta en la medida que el pueblo se constituya en sociedad según logre configurar un país. Ha de dejar atrás las mañas de la cultura matrisocial[1], que tendrá que ir venciéndose en su propia perversidad social hasta eliminar las desconfianzas provenientes de los desórdenes etnotípicos (Hurtado, 2019: 278-280; 2022: 204-208). En la tarea histórica que le es debida al país como realidad, la construcción de esperanza como pensamiento emocional tiene una función capital bajo el impulso de la ética (Marina, 2001: 93-95).
El problema se presenta cuando la esperanza de país no se resuelve con el mero deseo de país. Si bien la esperanza está en el contorno del deseo, no desempeña bien su función desde ese protocolo tan primariamente emotivo; peor aún, si el deseo se encuentra en situación regresiva instintual debido a una compulsión a que lo somete la cultura matrisocial[2] (Hurtado, 2020). Si colocamos el punto de partida de la esperanza en Venezuela en la conjunción con el deseo, nos vemos con el reto de optar hacia el querer como ‘deseo en acción’, de suerte que el querer de país nos conduzca en acción positiva encarrilada hacia el poder y deber de país en el desarrollo ético[3].
Como presupuestos, señalamos dos encrucijadas que tiene que salvar la esperanza para salir airosa en su función: 1) los planos de lo institucional y de lo organizativo; 2) la orientación específica de la expectación en la travesía (transición) histórica mirando con aliento al futuro de un pueblo, que se halla varado en relación al futuro.
Asumimos la esperanza como principio en el plano institucional referido a aquel estado de ánimo en el cual se presenta la posibilidad de lograr lo que deseamos[4]. Es un estado de una confianza animosa que contiene una virtus capaz de descargar una energía con miras a lograr algo valioso, lo que va a implicar no sólo respetarlo, estimarlo, sino también cuidarlo. Dar esperanzas implica el dar a entender que se puede lograr lo que se pretende obtener. Cuando hablamos de la esperanza como una virtus (virtud) se indica el poder de realización que detenta positivamente ese estado de ánimo. Su capacidad de intención y de decisión se muestra en la competencia orientada al cumplimiento de intenciones, anhelos y promesas para, en nuestro caso, el logro de país.
En el plano organizativo, se encuentra la espera como circunstancia instrumental táctica. Consiste en la acción de esperar que algo suceda para actuar; puede ocurrir esa acción y/o efecto con esperanza, sin esperanza o contra esperanza. La espera no tiene esa competencia que le otorga la virtus de la esperanza, solamente contiene los marcos organizativos: el plazo para obrar, el puesto para moverse, hasta tener la fija del plantón, y que te den plantón en la espera.
Es necesario entender la diferencia de los dos planos para no confundir los modos de la confianza respecto del logro de algo. Un país no puede estar a merced de la simple espera, en la cual pasada la acción de esperar, desaparece la realidad, la de país como tal en nuestro caso. Si se activa la realidad, la del país, la acción, que es la del querer, tiene que estar asociada con la idea de esperanza para con el pensamiento elevarla a ser dinamizada potencialmente desde el principio instituido. Realizada o no social e históricamente, la realidad de país se mantiene intacta en su realidad como esperanza.
La segunda encrucijada se halla concurrida por la expectativa y el alentar de lo posible. Son dos aspectos que sitúan a la esperanza en su transcendencia, en la amplificación de su ser, en la medida que se refieren a su plusvalor, expresado en la dimensión de las posibilidades del ser esperado, y el pensamiento lo realiza como en la exterioridad del sí esperanzado.
En la expectativa se define la especie con que queremos desarrollar la esperanza; especie que al que se le otorga la función de principio conceptual para precisar la esperanza en su virtus institucional, y, por lo tanto en su capacidad para con los esfuerzos de la acción del querer, que va a tener ocasión de su demostración en el entrenamiento de observación de la realidad: se espera algo en su movimiento de realización de acuerdo a su futuro inmediato o lejano, y ello de un modo permanente, sin descolgarse de la acción observanda.
La observación como mirada ya es un suceso expectante. Se está en la espera observando, esto es, se está en la mira de una cosa que funda lo que genera para sí: una actitud expectante. Así la esperanza en expectativa se define como una especie de acción de conseguir algo si aparece en adelante la oportunidad como posibilidad del logro. Lo específico de la esperanza se desdobla en varias pistas del despegue de acuerdo a como el pensamiento consigue observar con su mirada cognoscitiva.
En el alentar, construido como alentando, de nuevo el gerundio nos permite anhelar como un respiro un estado de actitud activa bajo prescripción natural que implica mantener la acción en su debida permanencia; en nuestro caso como circunstancia de realización posible de la esperanza. Por supuesto, cuando procuramos infundir la promoción de ésta, encontramos a la esperanza como problema; pensado el problema desde el principio institucional se convierte en el aliento de una proyección, en un proyecto de vida, más allá de un tibio programa burocrático.
Nos invaden todos los pro que nos van a indicar un asunto al que asociamos nuestros esfuerzos de pensar, desear, intentar, disponer, y lo echamos a andar por delante de nosotros, es decir, por delante de la misma esperanza que en potencia estamos promoviendo, porque no existe aún. Alentar la esperanza se convierte en una circunstancia de realización esencial para la existencia de la esperanza. Este es un recurso que como especie revela que la esperanza es de una categoría de despegue del pensamiento muy distinta a la espera con su acción estratégica puntual. Si, por otra parte, se relaciona con el plano organizativo, tenemos que teorizar (ver) perspectivas esenciales de la realización de la esperanza, que a veces puede parecer a la espera, la lógica de la acción se mantiene su diferencia[5].
Así el pensamiento se aproxima a ver por donde se puede mover la acción del querer porque el alentar nos trae a la imaginación la metáfora del aliento como aire que se respira para tener vida; desde aquí vamos al anhelo como respiración que indica un deseo intenso; y llegamos al verbo alentar donde la respiración es la imagen de un deseo que indica animar, infundir decisión, concretando la acción de dar aliento a que nos conduce el compromiso debido del gerundio alentando.
En esta viandancia del pensamiento pretendemos actualizar la operación de la esperanza que tendrá diversas ocasiones para realizarse; en este caso, según un panóptico contra-indicativo en sus visiones podemos ubicar la realización de la esperanza desde su localización sentida o sensibilizada. Si colocamos la esperanza lejana de la realidad esperada o para alcanzarla la sentimos alejada o que nos aleja de la realidad esperada, comienza nuestra trashumancia del pensamiento al borde de lo dramático. Como drama bien sensible lo expresa el país venezolano, con su pueblo desorientado y su sociedad por construir.
[1] La matrisocialidad se refiere a la cultura cotidiana de la etnicidad venezolana. Se constituye mediante la honda dependencia materno-filial que inicia la configuración de la estructura de la familia, que en sí es una institución fuerte de la cultura, y como tal se proyecta esencialmente en la conformación del sentido en las relaciones sociales en el país venezolano. Define, pues, en esencial psicodinámica y de un modo preciso, sin ruptura, el ethos cultural del colectivo social (Cf. Hurtado, 2019; 2020; 2022).
[2] Véase Hurtado 2020, cuando desarrolla en La Fiesta Interminable, la crítica en el segundo golpe: “El deseo con pulsión de ser”.
[3] Véase Marina 2004 cuando describe en Crónicas de Ultramodernidad, el tema de “Inteligencia ética”, 225 y ss.
[4] Vamos a apoyarnos en la noción de los conceptos de esperanza, espera, alentando y expectante…en el Diccionario Enciclopédico Quillet, para arrancar de su deconstrucción protocolar y mantenernos en la autenticidad de su significado conceptual.
[5] Dum Spiro, spero. Nos encontramos así con la filosofía de la Roma clásica, donde “la esperanza es inseparable de la vida. Mientras exista vida, hay posibilidad de cambio, mejora o solución…La esperanza no era una espera pasiva, sino una actitud activa que impulsaba a actuar. La frase sugiere que el simple hecho de seguir viviendo implica una oportunidad de buscar un resultado mejor. Esto conecta con la filosofía estoica, que defendía que, aunque no se puede controlar todo lo que sucede, sí se puede elegir la forma de afrontarlo”...“Respirar no sólo es un acto biológico, sino un símbolo de que todavía hay margen para actuar y cambiar las cosas. Incluso en los momentos más difíciles, esta máxima recuerda que la historia personal no está cerrada mientras haya aliento” (Valentina Araya, 2025).
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Introducción al libro de Samuel Hurtado S. (2025). Esperanza de País con mirada expectante. Alentando a un pueblo hacia su debida 'travesía' histórica. Caracas. Doctorado en Ciencias Sociales, UCV. (En publicación).