jueves, 29 de septiembre de 2022

AUTOENGAÑO FELIZ COMO HUÍDA DEL MIEDO

 

 La complejidad asume dos direcciones:

1) la de “la jerarquía espontánea que crea la excelencia en acción –el mejor cazador en una concreta expedición de caza, el músico cuya maestría deleita a toda una reunión, [el militar que más muestra bravura comprometida, el ‘por ahora’ de Chávez’], etc. , conservan al menos su sombra en el primer caso [como darse la última oportunidad], mientras que la verdadera mutilación está en verse sometido por siempre  a la estructura en vaciado del ‘jefe’, del ‘técnico’, perpetuada más allá de la situación activa que le dio su sentido y desempeñada por cualquiera, aunque incesantemente [Chávez como el vaciado del ‘gran hombre’ y hasta héroe] (Savater, 348, corchetes nuestros).      

2) Y la de la sociedad entera como objeto ejecutor desde determinada política, dirá Jaimes Branger (2022), para la Venezuela actual (y de siempre); pero también como sujeto beneficiario, que acepta complacido, de haber sido seducido para después lamentar la autodestrucción del país sobre el que ha hecho fiesta de fin de mundo, como un ritual de cargo. He aquí la doble dirección que ha asumido la realidad venezolana en el brote de sus principios sociológicos, y que nos reporta Jaimes Branger, sin añadir las circunstancias sociales ni los sentidos que le da la cultura a las condiciones de la acción sociológica.

 

“Hugo Chávez entendió muy bien la mentalidad acomodaticia, facilona y de dudosa moralidad de tantos venezolanos y con la discrecionalidad en el manejo de los dineros públicos corrompió a muchos como instrumento de dominación. Una vieja receta, pero efectiva. Pero se le fue la mano. Ahora la corrupción está en todas partes. Desde el ministro hasta el banquero, desde el empresario hasta el cajero del supermercado.

“(…) ¿Qué clase de sociedad somos? Aquí no habrá un cambio real hasta tanto –no me cansaré de decirlo— el dinero no deje de ser el vehículo de ascenso social. Cambiaremos de gobierno y seguiremos en las mismas. Porque el que cambia la realidad es el ser humano, no las instituciones. ¿Qué más tendrá que pasar para que cambiemos?

“Hay personas que diferencian entre un corrupto y un delincuente, sin darse cuenta que un corrupto es un delincuente. La corrupción en Venezuela es un eje trasversal a toda la sociedad. No importa el nivel económico que se tenga ni el grado educativo que se haya alcanzado. Delincuentes hay desde el estrato más pobre al estrato más rico, desde los negros como los carbones hasta los blancos como las ranas” (Jaimes Branger, 2022).

 Si la opinión de la periodista aspira a la información, la etnología aspira a darle el sentido por el efecto de comparación cultural, y la ontología aspira a colocarle su idea conceptual, nuestro comentario reflexivo, si no deflagra, será el de la narración de un dato de la ciencia (social). El resultado concluirá con el de un pensamiento sensible que aspire a una creación o poética del conocimiento.

El presidente Hugo Chávez no sólo ‘entendía muy bien’ como portador y productor de la cultura de su pueblo, sino que con toda lógica programada manipulaba muy bien a su pueblo. El mismo era eso mismo que manipulaba políticamente, donde el facilismo y la comodidad (por ausencia de cultura del trabajo) mostraban el sentido del vocablo popular de la flojera; aparte de la desviación del ‘aprovechado’ que como buen pícaro imponía la moral de la cultura matrisocial en correspondencia con la economía recolectora, tomando posición en lucha tenaz contra las referencias de la ética societal.

No es de extrañar que el poder se ejerciera desde el primer momento para la ‘dominación’, que con vocablo de significado más rastrero identificaba a la práctica del sometimiento de la población. Chávez no tuvo que inventar nada: todo lo tenía a disposición (insumos y resortes culturales), a lo que se añadía su representación histriónica (reality show, de que gusta el sentido cultural venezolano) que como gran actor cobero llenaba de ilusiones la imaginación colectiva del pueblo venezolano al que fijaba su identidad como destino privilegiado de las promesas políticas. Finalmente la etnocultura se encargaba casi automáticamente de difundir las proclamas como ilusiones seductoras a todo el cuerpo de la sociedad.

Sin ser, de momento, asunto brujesco ni de intervenciones celestiales, el dinero tomó su propia fuerza vislumbrándose de nuevo como el modo de ascender en la escala social según la tradicional del nuevorriquismo. Las promesas políticas cobraron tal vida, que al actuar en el desorden social, inundaron de ilusiones la realidad social. Su trabajo como ‘cultura de promesas’ se hizo efectivo al propiciar el ‘robo de los bienes políticos’ mediante cesión del poder popular al nuevo pro-hombre político propuesto por la historia, eje de la lógica populista. No era extraña la ilusión del nuevorriquismo, porque la seducción de las promesas políticas tenían una conexión armónica con hacer vivir a la gente el culmen de su ethos recolector en la estructura social, es decir, la del recibir dones sin el esfuerzo de trabajar. La naturalidad de la promesa se originaba en el ser humano venezolano y regresaba al mismo, en cuyo trayecto las instituciones tenían el papel del convidado de piedra.

La proyección hacia la acción social con objeto de constituir el ser país pasaba por la subjetividad responsable de aplicar la fuerza de las instituciones. Dicha subjetividad de la gente se alimentaba de la razón de la etnocultura, es decir, del modo cómo un colectivo particular ve, y quiere ver, y aún puede ver, la realidad y su sentido. Las diferencias posibles de ver terminan moldeadas por la uniformidad de ver que impone el entender el sentido general por la etnocultura matrisocial en Venezuela. En el caso de la corrupción se muestra el enredo que existe de modo recursivo en el colectivo venezolano: con el objeto de salir de la compulsión del miedo, se deja envolver en la seducción de promesas políticas, sin adivinar “que la vida política es curva y opaca, que sus valores son relativos, y que las promesas de una salvación de la sociedad son quizás engaños desastrosos”, nos dice Wunenburger desde la antropología del imaginario (en Dávila, 108).

Es posible que ponerse a adivinar traiga sinsabores, por lo que es mejor dejarse llevar por la inercia cultural que con respecto al corrupto se juega con doble código etnopsiquiátrico bajo el supuesto de que el corrupto no es un delincuente. Así el corrupto se convierte en un sujeto criticado pero con envidia. Aún la cultura repica hacia adelante: de lo contrario si no ‘aprovecha’ la ocasión de haberse colocado en la buena posición de recolectar (como corrupto) termina siendo despreciado por el colectivo: no le dio la picardía para salir con éxito en el intento. ¡La picardía representa un valor muy estimado en la cultural matrisocial, aunque socialmente se le reproche!

Identificar al corrupto como un delincuente cultural se puede llegar con esquizofrenia analítica: desde el juicio de la cultura matrisocial el corrupto es un delincuente con aprobación envidiada, que puede responder con alevosía ‘y a mí qué’. Desde las normas de la sociedad el corrupto es un delincuente execrado, pero en país matrisocial las instituciones no lograrán su aplicación efectiva. Difuminar paranoicamente el entendimiento de la frontera entre la cultura y la sociedad, será la cultura la que llegue a imponer sus valores sobre los de la sociedad. Este resbalón del ser cultural ayuda a impulsar y justificar con naturalidad la seducción de la promesa cuando éstas tiene que ver con el deber ser societal, es decir, con la supuesta solución de los problemas pendientes en la vida de la población.

Pero el fondo consiste en que aceptar la promesa como seducción atiende a los reclamos de la gente de llegar a sentirse culturalmente bien; no importa si la participación del pueblo en política es ideológica en la medida que conduce la seducción del pueblo a legitimar (en falso) el sistema político como tal. En este desvío del comportamiento,  la promesa como espejismo se convierte en la ‘boca vacía del caos’, cuya seducción pone en jaque la existencia voluble de la sociedad; pero lo importante ya no es el deber ser de lo social a obtener, sino la huída del miedo[1] que permite la seducción de la promesa delante del vacío del caos social, pues la seducción promisoria conduce no al desengaño, todo lo contario, al autoengaño, que es con el que se puede vivir a gusto (Cf. Niewohner, 41). No importa que me engañes, cuando lo hagas hazlo de suerte que parezca verdad porque eso es lo que me hace sentir bien.

Es necesario levantar bien altas las murallas de la frontera entre cultura y sociedad, para diferenciar los dos ámbitos, porque se precisa entender el comportamiento del venezolano. La difuminación entre una y otra realidad enreda no sólo el sentido crítico de la vida al venezolano portador de la cultura matrisocial, sino que también ocurre lo mismo, aunque de otra forma, con el análisis pretendidamente científico. El duro indicador de la corrupción que ha demostrado una de las vías a que ha llegado la destrucción del país puede orientarnos a sensibilizar adonde ha ido a parar aquella alegría febril (fiebrúa) de la convivencia social (sin recursos, desmontada su emotividad, según Jiménez, 2022), desorientado aún más su camino hacia la sociedad (con ‘el túnel al fondo de la luz’, según Jaimes Branger, 2022ª)[2]. La huída del miedo, originado por una seducción del caos con ocasión de una  promesa política, dará como resultado real una desorientación social mayor. Hoy como nunca se cumple en Venezuela la frase de Sófocles: “Para el que tiene miedo, todo es ruido”, tanto que no sabemos si la huída es del miedo o del horror social que hemos construido con todas herramientas, la del Estado populista, la de la economía recolectora y la de la cultura matrisocial.

Referencias

Dávila, Luis R. (2022). Los momentos fundacionales del imaginario

            democrático venezolano. Mérida: La Universidad de Los 

            Andes. 

Devereux, Georges (1989). De la ansiedad al método en las ciencias 

            del comportamiento. México: Siglo XXI.

Hurtado, Samuel (2001). “Felices aunque pobres. La cultura del 

  abandono enVenezuela”. Revista Venezolana de 

  Análisis de Coyuntura. Caracas, Vol. VII, N° 1, Enero-Junio, 

  95-122. 

Jaimes Branger, Carolina (2022). “El ‘patria-o-muertismo’”. 

            Runrunes deBocaranda, 30 de mayo de 2022.

Jaimes Branger, Carolina (2022ª). “El túnel al fondo de la luz”. 

 Runrunes de Bocaranda, 02 de mayo de 2022.

Jiménez, Rebeca (2022). “Al venezolano lo han desmontado

emocionalmente”. Caracas, Declaraciones al  

El Nacional y reproducidas en APUCV (Asociación de 

profesores de la Universidad Central), N° 74, 16 de mayo.

Marina, José Antonio (1995). Teoría de la inteligencia creadora.

 Barcelona: Anagrama.

Marina, José Antonio (2006). La inteligencia fracasada. Barcelona:

Anagrama.

Marina, José Antonio (2011). Las culturas fracasadas. Barcelona: 

            Anagrama.

Niewohner, Frederich (1992). “El Emperador y su último sirviente, 

O bien: sólo el que se engaña así mismo vive a gusto”. Reyes 

Mate y F. Niewohner, El precio de la ‘invención’ de América

Barcelona: Anthropos, 29-41.

Savater, Fernando (2000). La tarea del héroe. Barcelona: Destino.

Zambrano, María (1988). Persona y democracia. La historia

sacrificial. Barcelona: Anthropos.

 



[1]Frente a la realidad, el hombre genera un miedo inercial (Zambrano, 1988; Devereux, 1989). Como reacción, las culturas orientales rechazan la realidad y se recluyen en la mística procurando un conocimiento interior, divinal. La cultura occidental acepta la realidad y trata de transformarla mediante la razón instrumental. Finalmente, otras culturas narcisistas, como la venezolana asumen un desdén, el cual las priva de trabajarla para obtener ventajas de sus beneficios…”. Es decir, “partimos de un falso mito originado para tapar nuestro desdén por la realidad” (Hurtado, 2001: 109 y 111).

[2] El tema del artículo no es ni el túnel ni la luz, sino ‘tocando fondo’. Encontramos allí nuestra preocupación al dictar sociología en Venezuela que siempre tenemos de fondo y a veces en primer plano el fenómeno del negativismo social conceptualizado desde la cultura matrisocial. Pues bien, Carolina Branger, sobre su lectura de Las culturas fracasadas (2011) de J. A. Marina, teniendo en cuenta que antes ha desarrollado el libro de La inteligencia fracasada (2006) a su vez escribiendo antes todavía Teoría de la inteligencia creadora (1995), concluye quela promoción del libro afirma que así como hay una teoría científica sobre la inteligencia, debería haberla sobre la estupidez. Y es que ciertamente hay casos en que resulta más pertinente estudiar, en vez de la inteligencia, la estupidez. Como el caso venezolano”. ¿Nos llevaría a esto el negativismo social matrisocial?

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