lunes, 27 de junio de 2022

DESAFÍO DEL CAOS Y COMPETENCIA CON REPETICIÓN

 

Monición

Ofrezco el comienzo de la introducción titulada “La seducción del vacío del caos y huída del miedo” del libro recién culminado con título y subtítulo siguientes: La valentía con provisión doliente. Cómo salvar un país de su depresión, emigraciones y destrucción” con un volumen de páginas de 254. Un libro escrito con el dolor para contarlo en el texto después de haberlo vivido y estarlo viviendo, sin apenas espacio para que medie el dolor del recuerdo. Por lo que el contar está trascendido por la presencia  del dolor general.

     

 Introducción: La seducción del vacío del caos y huída del miedo

 

Este libro constituye un desafío para (pro) la valentía, y no otra que la valentía de ser país. Donde el teórico del psi se queda a mitad de camino en la visión, lindando con la psicoterapia individualizada en Barroso (1992) y Jiménez, 2022), el novelista no sabe qué hacer con su imaginación más allá de la fabulación que desemboca en la solución del desengaño como en López Ortega (2020), y el filósofo aparece embargado por la duda que le encajona entre dos soluciones alternativas donde la identidad étnica (discurso salvaje) se da de trompadas con su realidad en los márgenes de Occidente, como ocurre en Briceño Guerrero (1994).

En este panorama de ver, el antropólogo puede, primero, aventurarse e ir a un final del camino aplicándose a la crítica de la baja autoestima de la gente (Jiménez, 2022) como circunstancia propicia para su sometimiento por parte del Estado; segundo, imaginar nuevas dinámicas del engaño, donde, como la desilusión (Vegas, 208), el desengaño y hasta el autoengaño cumplan el significado positivo de llegar a ser despegue de encontrarse con la verdad, la verdad del sí mismo;  y, tercero, ir más allá de la ‘duda sísmica y su antídoto’ de Briceño G. (1994: 305) y flotar en el “Descenso del Maelström”[1], como la corriente turbulenta de la vida, dotados de la experticia del náufrago que adquirió la sabiduría del navegante al lograr conducir su falucho hacia aguas normales o tranquilas.

El problema visto desde la referencia de la cultura étnica consiste en desbordar las limitaciones a que llegan otras disciplinas, para entender lo que nos pasa como colectivo social y transcendernos dentro de nuestra historia y vida. Porque del Estado populista ya sabemos bastante y sobre todo del gobierno actual que ha desmontado la legitimidad de ese Estado con el propósito de someternos a su poder total (Jiménez, 2022). La cuestión se traduce en bucear, con la actitud ética a fondo, los hechos internos, subterráneos, y las creencias tácitas, de la estructura social venezolana y con ello lograr captar el sentido etno-genético de nuestra realidad de país. “Entender lo que nos pasa --social o personalmente—nos pone en mejores condiciones para sobrevivir, lo que es, al fin y al cabo, el propósito de estas crónicas”,  pronostica en clave ética José Antonio Marina (2004: 118).

Es el filósofo Briceño el que nos deja la escena de la duda, pensada como un sismo, que nos rebota más para habilitarla como productiva del conocimiento. De este modo, inspira nuestra bajada a la realidad (‘descenso en el remolino’ del sentido venezolano) para ver lo que ocurre en Venezuela. Aquí no nos queda otra que flotar en las turbulencias que se operan en la etnocultura venezolana de cara a cómo ésta genera el sentido de realidad. Es necesario plantearnos una tercera alternativa ante la seducción ejercida por el caos, la cual se revela como una falsa huída del miedo a la realidad en tanto verdad vital. Porque el antídoto de la duda deja al filósofo sin vista, sin reaccionar ante la cuadratura de las dos alternativas fijas como planteamiento y fijadas en cuanto realidad, como son el estancamiento o el caos. La fijación detiene, pues, al mismo filósofo:

 

“La posibilidad de que Occidente sea el momento necesario del devenir humano en nuestros días, de que nos toque a todos, ananqué, occidentalizarnos para poder seguir adelante, de que la alternativa sea Occidente o estancamiento, cuando no Occidente o caos. Pero cuando me sacude esta duda me restablezco decidiendo que, si así fuera, yo escogería el estancamiento o el caos. Me articulo y vuelvo a amolar la risa pensando en corrientes y coherencias heterodoxas o prohibidas. Entonces otra vez me zigzaguea en la mirada el relámpago”  (Briceño Guerrero, 305).

 

Ante este detenerse del filósofo, una tercera alternativa como trascendente, por supuesto desde la inmanencia de ser, puede lograr el avance civilizatorio de América Latina tomando en cuenta la identidad étnica como objeto directo de la perspectiva de la antropología.

Juega también dicha alternativa en el desempate a las dos fijadas también por Simón Rodríguez de ‘inventamos o repetimos’. Tal alternativa pasa por el medio entre las dos propuestas, inspirada desde la clave ética. Para solventar la dificultad de ir más allá, se debe tropezar con la necesidad histórica de no perder lo obtenido en la difusión cultural y social, el de occidentalizarnos al fin de verdad, como establece Briceño G., casi dejándose vencer por la inercia ya por cansancio de reflexión en la especulación filosófica:

 

“Pero entraríamos, si no en lo inefable, por lo menos en lo agrafable. Hay secretos que pueden revelarse en la comunión integral de dos amigos durante alguna forma de embriaguez, pero esa experiencia sólo deja recuerdos imprecisos. O entre dos enemigos en la lucidez del combate cuerpo a cuerpo para la muerte o el orgasmo. Al margen de este abismo, empero, cabe afirmar sin ambages: somos occidentales, como no” (1994: 309).

 

 

        La repetición con competencia.

 

 Reorganizando la ‘necesidad histórica’ (frente al historicismo), se trata de emplear la resistencia científica mediante la lucha que origina la demostración del tropiezo con la realidad y que el carácter de la conceptualización logra vencer. En este caso se trata de repetir, pero para catapultarnos más allá de nosotros mismos mediante una auto-invención de trascendencia. Nuestra proposición es la de repetir con competencia, otorgando a la repitencia la especie de la propia facultad o capacidad de poder originario como de ir en retroceso hacia atrás para tomar impulso. No se va a re-producir lo mismo ni mecánica ni burdamente, sino a producirlo de nuevo con competencia creadora, Fundamentamos esta osadía con el concepto de aculturación antagonista de Devereux (1975: 205-235).   

En el análisis de este concepto se precisa dejar de un lado el comportamiento de la inercia cultural, según la facilidad que lleva a hacer algo irracional  “por la sola razón de que siempre se hizo así”, y afrontar el comportamiento desde la resistencia cultural con objeto de obtener una medida racional plausible. Es “el análisis estructural del fenómeno de la resistencia el que constituye, al fin de cuentas, la base misma del proceso de aculturación antagonista” (Devereux, 1975: 206). Sobre esta base analítica que describe en términos psicoanalíticos, es decir, en la resistencia psicológica a la aculturación, Devereux (1975: 213) se conduce hacia “el análisis de la aculturación antagonista realizado en función del esquema medios-fines”, ocasionando en esta etapa que el contacto de dos grupos siempre es un desafío para ambos. En nuestro tema, el problema en los márgenes occidentales de América Latina, siempre será un desafío para los centros occidentales de Europa y Estados Unidos. Ocurriendo además que ese desafío no se retorne como un cambio de aculturación negativa en la necesidad histórica de centros y márgenes de las sociedad occidentales. 

Devereux es profuso en el análisis del fenómeno de aculturación con objeto de observar lo disociativo de los insumos culturales, pero no contempla en absoluto nuestro caso latinoamericano, además de presentar una extensión y diversidad inconmensurables que le es ajena para análisis culturales de particularidad minuciosa. Yendo a su aplicación y observando su complejidad, vamos a simplificar el argumento en el sentido antagonista afirmativo: ante un contacto o encuentro de una sociedad dependiente o marginal con otra superior y central en el escenario regional (ecumene), aquella asume los medios sociales de ésta pero los emplea para sus propios fines mediante una operación disociativa, y son los fines los que definen el resultado propio de la sociedad marginal.

En el caso de América Latina, se impuso un modo de ser sociedad, como occidental, pero la cultura no es occidental, sino particular y propia de la región (Briceño G. 1994: 61 y 62). Bajo el supuesto de que la acción siempre es social, pero su sentido o señalamiento es cultural, pueden estar disociados en su lógica de vinculación cultural. Si es real la disociación, ¿cómo plantear y organizar un fenómeno de aculturación antagonista en América Latina? En concreto ¿cómo se vive (culturalmente) en América Latina la orientación o señalamiento razonable de su ser sociedad occidental?

Dada la diversidad de los análisis de la resistencia cultural, podemos adelantar que la aculturación disociativa suele adquirir en sociedades complejas tres procesos específicos: 1) de regresión (persiste el modelo de conducta natural o primitiva, anterior a la llegada de Occidente), 2) pero también puede ocurrir  por diferenciación según un modo de adaptación del segmento-medios de la cultura manifiesta, pero no del sentido inconsciente de los mitos; esto implica la creación de formas de comportamiento diferenciadas entre los grupos de la estructura social o entre las sociedades intervinientes; 3) por la negación que supone la creación de conductas opuestas a las occidentales, como lo que supone el cumplimiento de la norma o ley. (Devereux, 1975: 229-230).

En el fenómeno de la aculturación antagonista nos hallamos permanentemente en formaciones reactivas de aceptación de occidente con admiración de superficie pero para negarlo después en su sentido profundo al seguir las formas anti-occidentales de los propios sentires y costumbres. Hay aquí un complejo de inferioridad que obstaculiza el proceso y lo deriva hacia una aculturación negativista. En la comparación cultural, siempre se produce un desafío bilateral. Lo central de occidente impondrá compulsivamente su proyección, acaso hasta donde puedan, o América Latina se lo permita de acuerdo a su reactivo cultural. América Latina tendrá una propensión a adaptarse formalmente en la acción formal, pero modificará el medio de la acción para adaptarlo a sus necesidades en los márgenes occidentales. Se mantendrá el desafío de esa contra-dinámica sobre todo bajo la forma del negativismo social en América, y tendremos a “La disociación intencional de las costumbres del grupo externo y formación de ‘contra-costumbres’ que expresan el negativismo social bajo la forma seudo-sublimada” (Devereux, 1975: 231). Hasta que la corriente vital de la historia ofrezca las oportunidades de que la cultura matrisocial se sobreponga a sí misma en términos societales y aplique su verdadero señalamiento razonable a la acción societal.

 

 Referencias

Barroso, Manuel (1992). La autoestima del venezolano

        Caracas: Galac. 

Briceño Guerrero, Juan Manuel (1994). El laberinto de los tres 

        minotauros. Caracas: Monte Ávila editores. 

Devereux, Georg (1975). “La aculturación antagonista”.

Etnopsicoanálisis complementarista. Buenos Aires: 

Amorrortu, 204-235. 

Frankl, Viktor (2000). El hombre doliente. Fundamentos 

antropológicos de lapsicoterapia. Barcelona: Herder.

Jiménez, Rebeca (2022). “Al venezolano lo han desmontado 

 

emocionalmente”.Caracas, Declaraciones al El Nacional 

 

y reproducidas en APUCV (Asociación de profesores de 

 

la Universidad Central), N° 74, 16 de mayo.

López Ortega, Antonio (2020). “Esta crisis nos ha quitado casi 

   

 todo menos los sentimientos más íntimos”. 

 

 En La Gran Aldea. Entrevista por Milagros Socorro.

Marina, José Antonio y Marisa López Penas (1999). Diccionario 

   de los sentimientos. Barcelona: Anagrama.

Marina, José Antonio (2004). Crónicas de la ultramodernidad

    Barcelona: Anagrama, quinteto(q).

Vegas, Federico (2007). La ciudad y el deseo. Caracas: 

            Fundación Bigott.

 

 



[1] Un cuento de Edgar Allan Poe, donde se representa al Maelström, un terrible remolino cercano de las costas de Noruega. Tres pescadores tienen que descender por él para llegar a su realidad normal. “Uno de los pescadores es arrastrado por las hirvientes aguas, el otro queda paralizado por el terror: ambos son engullidos por las fauces acuáticas. Pero el tercero, que no pierde el ánimo en aquel amenazador escenario, mira con curiosidad lo que ocurre.  Pronto advierte que el torbellino succiona a sus presas con cierto orden. Precipitadamente, sobreponiéndose al pánico, aventura una hipótesis: los objetos que ve centrifugados a su alrededor tardan más en hundirse o son escupidos por el remolino. Se ata un tonel y se lanza al mar. Mientras la barca se abisma en el agujero negro, tonel y tripulante navegan a salvo por aguas más pacíficas” (Marina, 2004: 117-18). El cuento se convierte en un motivo para que J. A. Marina extraiga un diseño de lo que es y sirve la ética en los acontecimientos de la vida. Tal programa lo tengo como aventura ética para diseñar esta introducción al ejercicio de la valentía de ser país desde el dolor de país, necesitado para ello de la vuelta por la aceptación del país mismo.

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